ELÍAS
Por José de la Riera
Corren leyendas por el Camino, todas se despeñan Pirineos abajo, recordando a un pequeño cura armado de botes de pintura amarilla conduciendo estrafalarios automóviles, preparando invasiones, movilizando conciencias, espabilando almas dormidas, apostrofando autoridades inanes, despertando la antigua ilusión: un Camino abierto y libre para todos, un Camino al alcance del más humilde de sus peregrinos, una autopista de tierra por donde, de nuevo y como en los siglos, transitara lo mejor de la vieja Europa buscando una tumba en los confines del Finisterre. ¿Un pequeño cura? En aquella alma cabía todo un Camino. ¿Cómo un hombre con su bagaje intelectual se encierra durante años en una pobre aldea en los más remotos confines de Galicia, la levanta prácticamente con sus manos y, desde aquellas soledades, se lanza a una de las más bellas aventuras que haya realizado hombre alguno a finales de la pasada centuria?, ¿quién era Elías?, ¿qué era aquello que movía al pequeño párroco de O Cebreiro?
Pasión, alma y una voluntad de hierro. Todo ello llevado con una sencillez que han reflejado los que han compartido con él aquellas interminables veladas junto al fuego de O Cebreiro, donde todo peregrino tenía a su alcance y recibía la atención personal de Elías. La misma sencillez con la que llenó el Camino de esas pequeñas balizas, las flechas amarillas, que jalonan ya todos las rutas que llevan al occidente. Pasión, alma, voluntad, sencillez... no otra cosa son los valores que más deslumbran a pie de Camino. Pero, ¿algo más? Sí, el sentido de universalidad y fraternidad que tenía Elías. Tuvo la visión suficiente – y la inteligencia- para, desde lo local, desde lo más íntimo y escondido, saber transmitir – y en ello no se dio tregua- que la antigua llama, apenas una debil candela entre la bruma, había que convertirla en hoguera entre todos, supo enseguida que la recuperación física y espiritual del Camino de Santiago era una labor coral y supo también repartir juego.
Evidentemente para ello hacía falta carisma. Elías lo tenía por arrobas. Daba lo mismo ponerse el mono de trabajo para rescatar del olvido las piedras de su Cebreiro, que arrancar a cualquier punto del Camino para investigar un tramo que había caído en el abandono. Era tan importante hablar con quien fuera necesario, y en cualquier parte, para alentar la creación y el impulso de una asociación jacobea como sentarse a hablar con todo peregrino que pasara por O Cebreiro. Ellos fueron los primeros que dieron la noticia al mundo: el Camino estaba, de nuevo allí, como en los siglos, reluciente en siete soles, recien señalizado, esperando otra vez el paso de sus peregrinos en todas las encrucijadas, en las sirgas, en las montañas, en los bosques profundos de Galicia. Ellos fueron sus mejores corresponsales. Y ellos hicieron pronto suyo el Camino, armados además con aquella mítica guía roja de Everest, uno de los misiles que el pequeño cura de O Cebreiro había lanzado al mundo. Carisma y pasión, voluntad e inteligencia puestas al servicio de un sueño.
(Extracto de mi trabajo: "Elías, historia y leyenda de un sueño")
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