Gente de cualquier edad llega a Muxía a pie, en bici o a caballo en vísperas de la peregrinación de la Barca
Alguien puede tener en la cabeza que la novena de
A Barca es algo así como una cita para abuelas beatas en la que llevar
cirios y oír misa, pero la semana previa a la celebración de la romería
de A Barca trasciende ampliamente ese cliché y, lejos de perder
aceptación, va en aumento cada año.
Cuando llega septiembre toca ir andando a A Barca y se hace porque así ha sido siempre, sin buscar muchas más explicaciones.
La forma más tradicional y también la más seguida
continúan siendo las caminatas, hay quien llega a caballo, pero cada
vez gana más terreno la bicicleta, bastante más adaptada para distancias
que en muchos casos superan los 50 kilómetros y se hacen prácticamente
del tirón.
En este último grupo están dos jóvenes de
Camariñas, Rubén Martínez y Sebastián Bermúdez, que ayer cubrieron los
algo más de 20 kilómetros que separan sus casas en Xaviña del santuario
muxián. Como explica Rubén tampoco es que sean fanáticos de las dos
ruedas, aunque sí salen a hacer alguna ruta de vez en cuando «sobre todo
no verán». Acuden cada año a la romería del fin de semana, «eso nin se
pregunta», pero también van en los días previos «máis que nada por costume, porque é algo de toda a vida, xa sexa a pé ou na bicicleta».
Por otra parte, lo advirtió el párroco Manuel Liñeiro el día
después del incendio y ayer lo confirmó la arquitecta Carmen García, que
dirige las obras de reconstrucción del santuario de Nosa Señora da
Virxe da Barca de Muxía. Los gruesos muros de piedra, con una cámara
interna, se llenaron de agua después de que el templo perdiese la
cubierta en un incendio el día de Navidad, que sucesivos temporales
azotasen la zona durante semanas y que la lluvia continuase hasta que
empezaron las obras en junio. Ahora, toda esa humedad tiene que salir y
no hay ningún medio técnico para retirarla de manera pronta porque
rezumará por las paredes «durante dos, tres o incluso más años, no se
puede saber de manera exacta», asegura la arquitecta, que lo ve como un
problema con el que ya contaban. De ahí que el revoco empleado sea lo
que se conoce como una «capa de sacrificio», ya que se sabe de antemano
que pintar sobre ella resultaría inútil y que habrá que limpiarla en
actuaciones sucesivas.
El tejado tiene lista la armazón de vigas, el
tablero, una lámina sintética impermeable y transpirable que lo cubre y
los operarios ya clavaron los rastreles sobre los que va la teja de
pizarra que empezará a colocarse estos días, con lo que a finales de
septiembre debería estar completo y lucir como antes del fuego, porque
ese es el objetivo principal de la obra, que se noten las menos
diferencias posibles.
De media trabajan una veintena de personas en el
templo, entre técnicos, operarios, restauradores y otros profesionales, y
estos días más porque tienen que despejar el entorno para la
celebración de las fiestas.
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