miércoles, 3 de agosto de 2011

Camino del Norte por la Costa

Los peregrinos se hacinan en Ribadeo al entrar en Galicia por la costa

Ribadeo (La Voz de Galicia).- Es mediodía y en el albergue de Ribadeo dormitan un par de peregrinos. Las otras diez literas, prendas, sacos de dormir o mochilas indican que ya están ocupadas. En el vestíbulo, de unos veinte metros cuadrados, se extienden tres esterillas. No hay nadie. Afuera una pareja monta una tienda de campaña. Una joven coreana, Kin Su Yeon, no pierde la sonrisa mientras tiende la ropa recién lavada.
A su espalda, por el puente de los Santos que une Galicia y Asturias sobre el Eo, se ve avanzar a otro caminante. Le quedan 190 kilómetros hasta Compostela y no hará noche en Ribadeo, a no ser que pague el alojamiento en un hostal o pensión. La alternativa que le ofrecerá el Concello es que siga caminando otros 7 kilómetros, hasta Vilela, a una antigua escuela donde si tiene suerte hallará una cama libre. Son las miserias de las otras rutas de peregrinos, eclipsadas por el Camino Francés, pero en las que año tras año el número de caminantes sigue creciendo.
Ribadeo no es una plaza más; es la entrada del Camino del Norte en Galicia. Muchos eligen la villa para iniciar su peregrinación. Por eso el anterior Gobierno de la Xunta firmó un convenio con el Obispado para restaurar un viejo colegio de monjas como albergue con unas 60 plazas. El proyecto se redactó, pero ha sido una víctima más de los recortes. De momento, en Ribadeo solo doce peregrinos encuentran cama.
Con el pabellón municipal en obras, el Concello no ofrece garantías a los grupos numerosos: «Dentro da precariedade de medios, estase facendo o que podemos. O que pasa é que ás veces chegan grupos sen chamar e como non temos onde poñelos quéixanse. Outros piden que lles fagamos prezo. ¿E se dormen no solo que facemos? ¿Cobrámoslles os cinco euros?», se justifican desde el Ayuntamiento.
Con motivo del año jacobeo, en el 2010 se habilitó como albergue provisional la vieja escuela de Vilela, un núcleo con un puñado de casas. De momento, el Concello lo sigue gestionando.
En la planta superior hay 34 literas y en la puerta una nota advirtiendo a los caminantes de que el grupo municipal de intervención rápida acudirá entre las 19.30 y las 20.00 horas para sellar las credenciales y cobrar. No hay, ni mucho menos, un control estricto: «Non nos podemos permitir ter a unha persoa permanentemente dedicada ao albergue», explica el edil de Economía, Vicente Castro.
Hasta el año pasado la llave de la escuela estaba en un restaurante próximo, A Pena. Ya no es así: «Por discrepancias co funcionamento», comenta críptico Pedro Díaz, el dueño del local. Él es, no obstante, el principal interesado en que funcione bien: «O outro día vendín cincuenta almorzos», sentencia.
En la improvisada terraza de A Pena descansan tres jóvenes malagueñas. Su objetivo es llegar al día siguiente a Lourenzá, a unos 20 kilómetros. Renqueando se les une un catalán. Lleva los pies vendados y se queja de la señalización, tosca e insuficiente. Por si fuera poco, al entrar en Galicia la vieira de los mojones se gira. «¡No hay quien se aclare!», se lamenta.
Ya circulan leyendas urbanas acerca del albergue. Sobre 15 scouts con cuatro adultos que llegaron a Vilela al mediodía y, tras pasar varias horas esperando, al final les dejaron entrar sin pagar. O cómo de noche ocho peregrinos polacos fueron levantados de sus literas y obligados a dormir en colchonetas para alojar a un equipo de fútbol.
Frente al albergue se apilan unas veinte bicicletas. Al ver el gesto intrigado del periodista, alguien aclara: «Son de chavalas que llegaron ayer. Parece que se van a quedar dos días a dormir... ¡Como nadie protesta!».

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