La idea del viaje en la Edad Media. Una aproximación al espíritu del viajero y la búsqueda de nuevos mundos
Por Pablo Castro Hernández*
Aventuras,
exploraciones y desplazamientos. El viaje en el mundo medieval se
presenta como una constante búsqueda del hombre en la inmensidad del
espacio, un traslado que se realiza de manera física y espiritual.
Viajar va a estar asociado a explorar, buscar y conocer, lo que va a
permitir ampliar la noción de mundo y deleitarse de las maravillas y
singularidades de los lugares que se recorren. En cierta medida, este
desplazamiento no sólo se basa en un movimiento espacial y material de
los viajeros, sino que conlleva un traslado cultural, mental y
espiritual de los mismos. Ya durante los siglos XII y XIII notamos una
gran expansión y apertura del Occidente medieval por el mundo
mediterráneo y las tierras asiáticas, esto debido de manera fundamental a
las rutas utilizadas por los peregrinos y cruzados y los contactos
comerciales y diplomáticos que se establecen con Oriente.[1]
Los viajeros se expanden a lugares lejanos, donde no sólo traen
objetos, especias o cosas raras y exóticas, sino que también son puentes
e intermediarios de nuevas ideas, imágenes y representaciones de otras
culturas. Los viajes abren nuevos mundos, generando una ruptura con lo
cotidiano y estableciendo una apertura con espacios extraños, únicos y
diferentes. Ahora bien, resulta importante cuestionarse, ¿cómo se define
el viaje durante la Edad Media? ¿De qué manera se manifiesta el
desplazamiento exterior e interior del homo viator? ¿Y en qué
sentido el periplo se torna una instancia con la cual el viajero puede
conocerse a sí mismo a través del encuentro con otras culturas?
El presente
artículo se remite a analizar el concepto de viaje en la Edad Media,
revisando los diferentes tipos de desplazamientos desde el siglo XII
hasta el XV. En primer lugar, se estudia el concepto de viaje,
entendiendo el carácter interno y externo del periplo para el mundo
medieval. Posteriormente, se ahonda en la peregrinación y el viaje
interior del homo viator. Por último, se analizan otros tipos de
desplazamientos, dando cuenta de una variedad conceptual en torno a los
viajes, como también de la búsqueda de nuevos mundos y las nuevas
realidades culturales con las cuales se encuentran los viajeros.
Para realizar el estudio se han considerado algunos relatos y literatura de viajes como Il Milione de Marco Polo, las Maravillas de Fray Jordán Catalán de Séverac, las Cartas de Juan de Montecorvino y El Libro de las Maravillas del Mundo de John Mandeville. Asimismo, se ha utilizado una guía práctica para peregrinos, el Liber Sancti Jacobi, como también algunos compendios políticos y científicos, tales como las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio y la Ymago Mundi
de Pierre de Ailly. En estos documentos notamos cómo se mencionan,
entre otras cosas, diferentes tipos de desplazamientos realizados por
viajeros occidentales, como también formas, prácticas y definiciones
culturales de los viajes medievales. Bajo nuestra perspectiva, el viaje
debe comprenderse justamente como un desplazamiento exterior e interior,
donde el hombre se traslada espacialmente hacia nuevos mundos y
horizontes que generan una apertura dentro de su concepción del mundo y
el espíritu. En este sentido, el viaje encierra una ambigüedad
conceptual, en la medida que es un desplazamiento que oscila entre fines
materiales e inmateriales, generando una multiplicidad de traslados
entre lo temporal y lo espiritual. A través de esta ambigüedad se resume
una búsqueda del traslado exterior e interior que tiene como fin la
comprensión del alma y el mundo.
Para
comenzar, resulta necesario definir en primera instancia la noción del
viaje, el cual si bien representa un desplazamiento físico de un lugar a
otro, también puede reflejar una movilidad espiritual, inmaterial y
cultural en las personas. Pero bien, si nos remitimos a la raíz
etimológica del viaje, comprenderemos que este concepto deriva del latín
iter, itineris, lo que denota principalmente la noción de camino, viaje y marcha.[2] Junto con esto, el concepto via también refleja la idea de una vía, conducto, calle o camino, lo que deriva en el viator, viatoris, que se define justamente como un viajero y viandante.[3] Claramente podemos notar cómo el viaje se vincula a esta noción de camino, como un espacio de tránsito para el caminante.
Ahora bien,
el viaje no debe comprenderse tan sólo como un desplazamiento espacial o
físico, sino que hay que tener en cuenta el cuadro espiritual y
simbólico que también le configura. Sin ir más lejos, Jean Chevalier y
Alain Gheerbrant sostienen que el viaje resume una búsqueda y una
aventura, en las cuales se expresa un profundo deseo de cambio interior y
una necesidad de experiencias nuevas.[4]
Del mismo modo, Juan Eduardo Cirlot indica que desde el punto de vista
espiritual, el viaje no es la mera traslación en el espacio, sino la
tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la
experiencia que se deriva del mismo. En consecuencia, estudiar,
investigar, buscar, vivir intensamente lo nuevo y profundo son
modalidades de viajar.[5]
Finalmente, Carl Jung manifiesta que viajar es una imagen de la
aspiración, del anhelo nunca saciado, que se desplaza con el fin de
encontrar su objeto perdido.[6]
Sin duda alguna, el viaje se mantiene en la idea de una búsqueda, como
un desplazamiento simbólico que permita encontrar el objeto concreto o
espiritual. Pues bien, estas primeras nociones acerca del viaje nos
presentan posturas desde campos como la antropología, filosofía y
psicología, en las cuales se intenta develar el sentido de movilidad que
realiza el hombre, sobre todo en el plano interior de su existencia,
donde el viaje se concibe como una manera de reconocerse a sí mismo. Sin
embargo, resulta pertinente cuestionarse si este tipo de viaje se halla
presente en el espíritu del hombre medieval.
Si consideramos la definición de viaje que nos plantea Claude Kappler, notaremos:
El
viaje es ruptura, y esta ruptura engendra el peligro. Pero es un
peligro que puede ser fecundo: al igual que en los mitos de los orígenes
la ruptura del estado edénico se salda no solamente con el sufrimiento,
pero también con la cultura, sello del genio específicamente humano, el
viaje conduce al individuo hacia un conocimiento superior del Mundo, el
Hombre y de sí mismo. El viaje encierra un mensaje: el mensajero (que
no podía ser otra cosa que el viajero) es el intermediario, desde
tiempos inmemoriales, entre el secreto de los dioses y de las cosas y
los hombres. De este modo, lo desconocido se entrega a la humanidad.[7]
El viaje se
concibe como un proceso que permite al hombre conocer nuevos mundos, ya
sea en un nivel trascendental y material. El viaje es preguntar,
aprender y descubrir. A través de este movimiento el hombre dialoga con
otras realidades que no sólo amplían su universo exterior, sino que
establece nuevas experiencias en su ser y su espíritu. Tal como señala
Paul Zumthor, el viaje pone en marcha nuestra capacidad para cruzar un
límite y afrontar una alteridad. La idea del viaje manifiesta nuestra
tendencia innata al desplazamiento, una perspectiva de movilidad y un
deseo de conocimiento.[8]
Una postura que no se aleja mucho de la línea simbólica y trascendental
del viaje y que considera esencialmente el traslado interior del
sujeto. Ahora bien, no hay que perder de vista que durante este período,
la sociedad articula su realidad mediante la figuración de símbolos,
los cuales nutren y dan vida a cada elemento que conforma parte del
cosmos.[9]
En este sentido, el viaje como ruptura espacial y espiritual, no
resulta un concepto alejado de la cosmovisión del hombre medieval, por
el contrario, es un símbolo constante en su vida cotidiana.
Sin ir más lejos, Gerhart B. Ladner concibe al sujeto medieval como un Homo Viator,
es decir, un hombre que sigue un camino y que se desplaza entre dos
mundos, el terrenal y el celestial; es un hombre extraño que viaja como
un peregrino hacia un orden eterno.[10]
De este modo, el viaje se vislumbra como el camino físico que se
recorre de un lugar a otro, pero también como el movimiento que se hace
en búsqueda de la perfección espiritual.[11] Tal como sostiene Peter Dinzelbacher, corresponde a un concepto básico de la visión bíblica, en el cual el hombre se encuentra in statu viatorum,
es decir, una persona que se encuentra en estado de desplazamiento en
este mundo, la cual viaja errante como peregrino en busca de la coelestis patria.[12]
Llegados a este punto, es posible observar cómo el sentido del
viaje en el hombre medieval se encuentra ligado principalmente a la
espiritualidad y el tránsito hacia la morada definitiva del cielo. El
viaje podría ser visto como una peregrinatio, esto es, un estado
de viaje individual o colectivo hacia un lugar santo efectuado por
motivos religiosos o en espíritu de devoción.[13]
En la primera de las Siete Partidas
de Alfonso X el Sabio, redactada entre 1256 a 1265, es posible notar el
sentido de la peregrinación como visita a los espacios sagrados:
Pelegrino
tanto quiere dezir como ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo
de Hierusalem e los otros Santos Logares en que nuestro Señor Jesu
Christo nasció, bivió e tomó muerte e passión por los pecadores; o que
andan pelegrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo o a otros
logares de luenga e estraña tierra.[14]
Asimismo, en el Liber Sancti Jacobi, escrito entre 1135 a 1140, se vislumbra la finalidad de la peregrinación:
El camino de peregrinación es cosa muy buena, pero es estrecho. Pues es estrecho el camino que conduce al hombre a la vida.[15]
Una peregrinación que constituye una práctica devocional dentro del cristianismo, donde se considera al creyente como un Homo Viator
y a la vida como un camino hacia la única «patria», la celestial. Es
decir, la vida del hombre sólo tiene sentido si se toma como un camino
hacia Dios.[16]
Tal como explica José Marín Riveros, el peregrinar va a significar
recorrer el laberinto en busca del centro, un laberinto que representa
la ‘caída original’ por la cual el mundo se hace confuso y de ahí la
necesidad de buscar un centro para retornar al estado original. En otras
palabras, el peregrino es un hombre que se encuentra en una situación
existencial especial, donde debe dejar todo aquí en la Tierra para
acceder a lo Otro, lo trascendente. Debe abandonar y abandonarse, pues
es el requisito fundamental para acceder a ese Otro Mundo que va a
cambiar su ser íntimo y convertirlo en otro: un hombre nuevo,
purificado.[17]
Sin duda alguna, estas visiones de la peregrinación dan cuenta de cómo
el hombre medieval considera su vida como un viaje, un desplazamiento en
el cual pueden acceder al reino de los cielos y purificar su alma. El
viaje adquiere una impronta religiosa y espiritual, donde el hombre se
encuentra en una constante búsqueda de su existencia.[18]
Si consideramos estos planteamientos, el viaje medieval se definiría principalmente por su sentido de peregrinatio.
Sin embargo, esto nos trazaría algunas dificultades a la hora de
vislumbrar los diferentes desplazamientos que se realizan, los cuales no
necesariamente responden a fines espirituales o devocionales. En
relación a esta situación, ¿todo viaje en este período se concibe como
una peregrinación a lugares sagrados? ¿El viaje del hombre medieval
ineludiblemente es el viaje de un peregrino en busca de la morada
celeste? Claramente el sentido del viaje no se puede generalizar tan
sólo al motivo religioso, existen más razones y fundamentos para los
desplazamientos de esta sociedad. Según Margaret Wade Labarge, quien
examina a los viajeros medievales de clase alta desde el siglo XIII a
mediados del siglo XV, sobre todo en Inglaterra y en Francia, considera
que hay una amplia gama de razones para viajar así como una gran
diversidad de viajeros.[19]
Ya en los
primeros siglos medievales, principalmente desde el siglo VII hasta el
X, es posible observar los viajes realizados por los monjes cristianos
con el fin de predicar la palabra del Evangelio, como también las
exploraciones de los pueblos escandinavos y vikingos, que respondían a
movimientos migratorios de comercio, saqueo, conquista y colonizaciones.[20]
Ahora bien, la gran expansión de los viajes va a estar dada a partir
del siglo XII en adelante, con el fortalecimiento de las estructuras
políticas, religiosas y comerciales.[21]
No hay que perder de vista que con el fin de las grandes invasiones en
el siglo X y la existencia de un orden político más estable en la
cristiandad, esto permite la aparición de un importante mercado europeo
que estimula el contacto con el Próximo Oriente.[22]
De hecho, con esta relativa paz basada en el cese de incursiones y
pillajes –en cuanto dejan de penetrar en el corazón de la Cristiandad o
de arribar a sus costas germanos, escandinavos, nómadas de las estepas
euroasiáticas y sarracenos- se va creando una seguridad que permite
renovar la economía, sobre todo al ser menos peligrosas las rutas de
tierra y mar.[23]
Junto con esto, el acontecimiento que abre las puertas de Asia a la
curiosidad europea fue la expansión y conquista protagonizada por los
mongoles bajo el mando de Gengis Khan y sus inmediatos sucesores, y el
establecimiento de condiciones de seguridad suficientes para viajar
desde las costas orientales del Mediterráneo hasta China.[24]
Pues bien,
este último aspecto resulta muy importante, ya que precisamente el hecho
de que las rutas sean más seguras, también va a estimular la movilidad
de otro tipo de viajeros hacia diferentes lugares del mundo conocido.
Jean Richard indica que los misioneros Juan de Pian Carpino, Guillermo
de Rubruck y André de Longjumeau, cruzan a mediados del siglo XIII las
estepas euroasiáticas y rusas para llegar a Mongolia, esto con la
finalidad de convertir a este pueblo al cristianismo y tornarlo un
aliado para la cristiandad.[25]
Sin duda alguna, los objetivos políticos, diplomáticos y religiosos
también empiezan a primar en estos desplazamientos hacia las tierras
orientales.[26]
El Fray Juan de Montecorvino (1247-1329), expresa en sus Cartas el motivo de su viaje por Oriente:
Yo,
fray Juan de Montecorvino, de la Orden de los frailes menores, salí de
la ciudad de Taurisio de Persia en el año del Señor de 1291, y entré en
la India. Permanecí en tierra de la India y en la iglesia de Santo Tomás
durante trece meses; allí bauticé alrededor de cien personas en
diversos lugares […] Yo, prosiguiendo más allá mi camino, llegué a
Catay, el reino del emperador de los tártaros que se llama Gran Khan. Y
presentando la carta del señor Papa invité al emperador en persona a
abrazar la fe católica de nuestro Señor Jesucristo; más está muy
encallecido en su idolatría, si bien otorga muchas mercedes a los
cristianos.[27]
Claramente
notamos la expansión del mundo occidental por las tierras orientales, en
cuanto se busca difundir el cristianismo mediante la presencia de
misioneros y frailes, como también invitar a los mongoles a conformar
parte de una alianza con los europeos. No hay que perder de vista que
los mongoles al no conocer al Dios cristiano, no se encuentran en la
misma situación que los musulmanes que son considerados infieles por
oponerse a la fe del mundo occidental, por lo cual los mongoles son
vistos como potenciales aliados que pueden hacer frente a los enemigos
de la cristiandad.[28]
Ahora bien, resulta interesante establecer otra lectura también a este
tipo de desplazamientos, los cuales van generando una mayor apertura
cultural, esto debido a que los mismos misioneros tienen que adaptarse
al nuevo contexto, ya sea acomodándose a las costumbres nómadas,
incorporando miembros indígenas a sus órdenes y utilizando la lengua de
cada país en la predicación y sus oraciones.
El nuevo
espacio y sus gentes van generando una ruptura dentro del mundo conocido
por la sociedad occidental, lo cual va a impulsar diferentes
expediciones para conocer e intercambiar con estos nuevos mundos. Ya lo
expresa Olaya Sanfuentes refiriéndose a la noción del viaje en la Edad
Media:
El
viaje medieval es, sustancialmente, un viaje a Oriente. Tanto los que
se embarcan hacia las Indias, como los que se quedan en Europa, están
ávidos de noticias de tierras orientales desconocidas. Atraen la
atención los relatos de mundos lejanos recién descubiertos y los cuentos
fantásticos que ocurren en lugares inexistentes. Las historias de
viajeros que vuelven de lugares remotos y extraños, causan admiración
entre las gentes […] A esto se suma el interés y la curiosidad de
historias de razas monstruosas y la descripción de maravillas tales como
la Fuente de la Juventud, árboles de los que cuelgan corderos, casas
enteramente construidas de oro, lugares donde abundan las piedras
preciosas y otras excentricidades.[29]
En cierta
medida, apreciamos cómo la curiosidad despierta un interés por lo
novedoso, lo extraño y lo desconocido, causando asombro y admiración por
las cosas que vislumbran los viajeros. Los periplos a Oriente
sorprenden y maravillan justamente por ser lugares únicos y diferentes.
Son hombres que desean, sinceramente, conocer las cosas que conforman el
mundo.[30]
En la obra Ymago Mundi de Pierre de Ailly, redactada hacia 1483, notamos su descripción sobre las maravillas de la India:
De
lo dicho antes es evidente que la India es extensa. Pero de lo que
sigue se desprende que no es menos grande por lo variado de sus
maravillas. Los bosques son altísimos; en sus montañas hay pigmeos, unos
hombres de dos codos que guerrean contra las grullas, engendran en el
tercer año y envejecen en el octavo. Entre ellos se cría una pimienta de
color blanco, que, no obstante, se pone negra con el fuego que
encienden para quemar a las serpientes que allí viven.[31]
A partir de
este fragmento podemos apreciar cómo las tierras orientales fascinan por
las maravillas en su naturaleza. El autor de la Ymago Mundi nos
da cuenta de diferentes criaturas, paisajes y objetos que resultan
prodigiosos y que cautivan el imaginario de dicha sociedad. Sin duda
alguna, este tipo de descripciones ya se encuentran también en los
relatos de Marco Polo, Odorico de Pordenone, Jordán Catalán de Séverac,
John Mandeville, entre otros. Bajo el lente de estos viajeros, Asia,
África y todo espacio lejano y recóndito, se conciben como lugares
repletos de riquezas y maravillas. Son mundos que empiezan a ser
explorados con un gran deseo.
Fray Jordán Catalán de Séverac en su obra Maravillas (1321-1330), refiriéndose a las diferencias de los lugares que recorre con las tierras de la Cristiandad, señala:
Hay
otra isla enorme que se llama Java, que tiene más de 7 millas de boj,
según oí decir, donde se encuentran muchas maravillas. Entre ellas, y
sin contar con las especias aromáticas más excelentes, figura el hecho
de haber allí hombres pigmeos del tamaño de niños de tres o cuatro años,
todos peludos como machos cabríos; viven en los bosques y rara vez se
topa con ellos. En esta isla también hay ratones blancos de gran
hermosura. También producen los árboles que dan el clavo, los cuales,
cuando están en flor, exhalan un aroma tan fuerte que mata a todo el que
camine entre los árboles si no se tapa con algo la boca y la nariz.
Allí también nacen la cubeba, la nuez moscada, el macis y todas las
demás especies excelentes, salvo la pimienta. En una parte de esta isla
se comen con mucho gusto a los hombres blancos y gordos, cuando pueden
conseguirlos.[32]
Claramente
se puede vislumbrar en su descripción un mundo opuesto y diferente a las
tierras europeas de las cuales él proviene. Su traslado no sólo
significa una ruptura espacial, sino que refleja una transgresión
interior, en su espíritu, al dar cuenta de criaturas, flora o fauna
disímiles a su mundo conocido. El viaje, tal como expresa Friedrich
Wolfzettel, significa un descubrimiento, pero no sólo en su sentido
objetivo, sino también en su sentido interior de aprendizaje y de
transformación mental del yo descubridor. En otras palabras, viajar
refleja el ingreso hacia los aspectos escondidos del mundo exterior,
estableciendo una conexión entre esos aspectos de la superficie y el yo
secreto.[33]
Desde nuestra postura, el viaje oscila entre lo exterior y lo interior,
en la medida que el viajero no sólo está conociendo y ampliando su
percepción sobre el espacio, las criaturas y gentes de la totalidad
creada, sino que además está cultivando un espíritu que le permite
diferenciarse de los lugares que vislumbra para reconocerse a sí mismo.
Sin ir más
lejos, tal como expresa Joaquín M. Córdoba, ya desde finales del siglo
XIII también circulan por Europa diversas copias manuscritas de la obra
de Marco Polo, quien anota las maravillas de China y los territorios
cercanos al Gran Khan, como también sitios más remotos y pintorescos
como el reino de Ciaban (el Champa de Indochina), «tierra de muchos
elefantes e lináloe en mucha cuantidad e montes grandes de ébano negro»,
de la isla de Java y las muchas especias que allí se daban, pues «ay
allí gran abundancia de pimienta, canela, clavos y otras muchas
singulares especias», de la isla de Ceylán, donde «se hallan los mejores
rubíes del mundo […] y muchas piedras preciosas, topacios, amatistes e
otras de diversas especies», y del reino de Malabar en India, que tiene
«abundancia de pimienta e de jengibre e de turbit, que son ciertas
raíces medicinales».[34]
La finalidad
del viaje trasciende lo meramente político, comercial y religioso, y
nos inserta también en planos culturales donde se describen los objetos
que resultan fascinantes y distintos a su mundo. Paul Freedman considera
que estas especias, piedras preciosas y curiosidades, son objetos que
resultan fascinantes para la sociedad occidental, tanto así que su valor
se mide en su exotismo, virtud y rareza.[35]
De ello no cabe duda, ya que estos mismos objetos representan cosas
lujosas y extravagantes. Son especias carísimas. Tal como expresa John
W. Parry, los mismos mercaderes obtienen grandes ganancias y lucro.[36]
Sin embargo, esto más allá de responder a un efecto económico de oferta
y demanda, nos da cuenta del nivel cultural que posee el desplazamiento
en sí. A través del viaje se despierta una fascinación por este tipo de
objetos maravillosos y disímiles que se tornan un nuevo motor para
emprender estas marchas a las tierras orientales, donde el mundo europeo
no sólo se asombra por lo diferente de estas culturas, sino que logra
definirse en contraste con una otredad única y distinta.[37]
En
definitiva, si retornamos a nuestra problemática sobre la concepción del
viaje en el mundo medieval, podremos notar la multiplicidad de motivos
que poseen los viandantes para llevar a cabo sus desplazamientos. De
esta manera, el viaje medieval se configura principalmente en base a su
ambigüedad conceptual, en la medida que el Homo Viator, este
hombre que viaja, oscila entre su carácter espiritual, en cuanto se
mueve de manera existencial hacia un orden eterno, como también en su
carácter temporal, ya sea con objetivos políticos, económicos,
diplomáticos, religiosos, entre otros, que permiten establecer
diferentes relaciones y contactos con otros lugares. En cierta medida,
el viajero medieval se constituye a partir de un traslado inmaterial que
puede significar un regocijo o una redención en el alma, o bien un
movimiento físico que puede dar cuenta de la búsqueda de algún objetivo
concreto y terrenal. De todas maneras, ambos desplazamientos van a
conllevar un viaje simbólico en su interior que va a definir el espíritu
del viajero, esto es, un hombre que se encuentra in statu viatorum,
en un tránsito en la vida, donde el viaje representa un desplazamiento
del alma. En otras palabras, la noción del viaje va estar dada
justamente como el vaivén entre su sentido material e inmaterial, donde
la unidad se manifiesta en la idea simbólica del Homo Viator, un
viandante que establece una ruptura con su realidad para ingresar a
nuevos mundos. Un viaje que no deja de tener múltiples motivos, pero que
conserva la curiosidad y el anhelo de conocer la realidad, sus confines
y maravillas, el universo creado por Dios. Es así como el hombre
medieval define el viaje como una exploración hacia lo desconocido, pero
sobre todo como una búsqueda para comprender las verdades del mundo,
del hombre y de sí mismo.
***
* Pablo
Castro Hernández es Licenciado en Historia de la Pontificia Universidad
Católica de Chile y Magíster © en Historia con mención en Arte y Cultura
de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.
[1]
Tal como manifiesta Pamela White, el mismo movimiento que se genera en
las tierras orientales con la conquista de los mongoles de Asia y el
Este de Europa, crea una oportunidad para que los europeos puedan
extender su horizonte hacia el levante [White, Pamela, Exploration in the World of Middle Ages, 500-1500,
Chelsea House Publishers, Nueva York, 2010, p.64]. Incluso, tal como
indica Pierre Chaunu, la expansión europea de estos siglos representa el
take off, la puesta en marcha de un proceso irreversible y autoalimentado, un motor de apertura y despegue [Chaunu, Pierre, La expansión europea (siglos XIII al XV),
Labor, Barcelona, 1972, p.5]. El mundo occidental se abre a nuevos
territorios, ampliando sus contactos y redes políticas, sociales y
culturales por nuevos lugares, como también generando una ruptura con su
vida cotidiana, integrando una cultura material exótica y diferentes
novedades a su realidad.
[2] Echauri, Eustaquio, Diccionario Esencial VOX Latino-Español, Larousse, Barcelona, 2008, p.241
[3] Ibíd., p.505. Sobre el particular, también nos encontramos con la expresión Homo Viator:
«Hombre caminante». Se dice tanto en sentido literal, como en el
sentido figurado, referido al paso del hombre por la vida [Herrero
Llorente, Víctor José, Diccionario de expresiones y frases latinas, Gredos, Madrid, 1980, p.105].
[4] Chevalier, Jean y Gheerbrant, Alain, Diccionario de Símbolos, Herder, Barcelona, 1986, pp.1065-1067
[5] Cirlot, Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos, Siruela, Madrid, 2005, p.463
[6] Jung, Carl Gustav, Símbolos de transformación, Paidós, Barcelona, 1998, p.218
[7] Kappler, Claude, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media, Akal, Madrid, 2004, p.88
[8] Zumthor, Paul, La medida del mundo. Representación del espacio en la Edad Media, Cátedra, Madrid, 1994, p.163
[9] El sentido primero de la palabra griega symbolon,
se refiere a un signo de reconocimiento materializado por las dos
mitades de un objeto que dos personas han compartido. Para el
pensamiento medieval, tanto para el más especulativo como para el más
común, cada objeto, cada elemento, cada ser vivo es, pues, la figuración
de otra cosa que se corresponde con él en un plano superior e inmutable
y del cual es símbolo [Pastoureau, Michel, Una historia simbólica de la Edad Media Occidental,
Katz, Buenos Aires, 2006, p.18]. En este sentido, el carácter simbólico
conforma parte esencial dentro de la vida cotidiana del hombre
medieval, quien vive rodeado de estos símbolos que reflejan planos
superiores, inmateriales y eternos dentro de la realidad.
[10] Ladner, Gerhart B., “Homo Viator: mediaeval ideas on alienation and order”, Speculum, vol. 42, núm. 2, 1967, p.233
[11] García de Cortázar, José Ángel, “El hombre medieval como ‘Homo Viator’: peregrinos y viajeros”, IV Semana de Estudios Medievales, Nájera, 1994, p.11
[12] Dinzelbacher, Peter, “The Way to the Other World in Medieval Literature and Art”, Folklore, vol. 97, núm. 1, 1986, pp.79-80
[13] Turner, Victor, “The Center out There: Pilgrim’s Goal”, History of Religions, vol. 12, núm. 3, 1973, p.197
[14] Alfonso X El Sabio, Las Siete Partidas, Primera Partida, Título XXIV, Ley 1 (Compañía General de Impresores y Libreros del Reino, tomo I, Madrid, 1843, p.365)
[15]
Codex Calixtinus: Liber Sancti Jacobi, Libro I, Cap. XVII (Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, Santiago de Compostela, 1951,
p.204)
[16] Novoa Portela, Feliciano, “Los viajeros de Dios en la Edad Media”. En AA.VV., Viajes y Viajeros en la Europa Medieval, Lunwerg Editores, Barcelona, 2007, p.159
[17] Marín Riveros, José, “Espacio sagrado y peregrinación. Símbolos y tradición véterotestamentaria”, Tiempo y Espacio, 7-8, Universidad del Bío-Bío, Chillán, 1997-1998, p.93 y ss.
[18]
Cabe señalar que existen decenas de estudios sobre las peregrinaciones
en la Edad Media. Dentro de los trabajos más interesantes que definen la
idea de peregrinatio, nos encontramos con la obra de Paul
Alphandéry y Alphonse Dupront, quienes vislumbran en la peregrinación un
rito de penitencia, donde este viaje es una ocasión única para
enmendarse y crear una vida nueva. Mediante la peregrinación existe una
conciencia de una marcha para el cumplimiento de un sacrificio, ofrenda
propiciatoria y redentora del alma [Alphandéry, Paul y Dupront,
Alphonse, La Cristiandad y el Concepto de Cruzada, UTEHA, México, 1959, pp.7-8].
Según Diana Webb, la larga distancia que se recorría en una
peregrinación, no era una experiencia cotidiana. La norma, tanto de la
aristocracia como los campesinos, era mucho más regionalizada, es decir,
se visitaban y veneraban las reliquias de los monasterios e iglesias
locales [Webb, Diana, Pilgrims and Pilgrimages in the Medieval West,
I. B. Tauris, Londres, 2001, p.16]. Tal como establece Steven Runciman,
si bien las peregrinaciones se encontraban presentes desde los
comienzos del cristianismo, la gran era de estos desplazamientos se
inicia con el siglo X, momento que desarrolla de manera fuerte la idea
de que determinados santos lugares poseían una virtud espiritual
definida que se transmitía a aquellos que los visitaban y podían incluso
concederles el perdón del pecado [Runciman, Steven, “Los peregrinos de
Cristo”, en Historia de las Cruzadas. La primera cruzada y la fundación del reino de Jerusalén,
vol. 1, Alianza, Madrid, 1980, p.56]. Para Franco Cardini, el hombre
cristiano se encuentra en un estado de viaje constante, una
peregrinación que conforma parte de su vida, en la cual busca acceder a
la sede definitiva del Paraíso para escapar del mundo y refugiarse en
Dios [Cardini, Franco, “Il Pellegrinaggio in Terrasanta”. En Bonita
Clero, Homo Viator: nella fede, nella cultura, nella storia,
QuattroVenti, Urbino, 1996, p.9]. Sin duda, una postura que va de la
mano con la propuesta de J. R. Ruiz Domènec, para quien la peregrinación
es un viaje que se convierte en la búsqueda del locus sanctus
que relaciona el cielo y la tierra, donde el peregrino significa un
esfuerzo desenfrenado por buscar a Dios en medio de sus múltiples
hierofanías [Ruiz Domènec, J.E., “El viaje y sus modos: peregrinación,
errancia, paseo”. En Miguel Ángel García Guinea, Viajes y viajeros en la España medieval, Polifemo, Madrid, 1997, pp.262-263].
Ya José Marín Riveros manifiesta que el hombre que se hace peregrino
asume una postura existencial; es un cristiano que debe vivir en la
tierra como un desterrado, en exilio, vivir en el extranjero como un
extranjero, donde su propósito es acompañar a Cristo desterrado de este
mundo [Marín Riveros, José, Cruzada, Guerra Santa y Yihad. La Edad Media y Nosotros, Ediciones Universitarias de Valparaíso, Valparaíso, 2003, pp.52-53].
Finalmente, Joaquín Rubio Tovar, considera que el cristianismo
medieval, convierte el viaje a un lugar sagrado en un itinerario que
hace posible el encuentro con una realidad trascendente y purificadora.
De este modo, surge la imagen del cristiano como viajero y extranjero en
la tierra, pero sobre todo en cuanto considera el modelo bíblico de
Cristo y los apóstoles, que van de aldea en aldea, sin casa ni morada
propia. La peregrinación rescata el modelo de itinerante de Cristo, su
exilio y vía dolorosa [Rubio Tovar, Joaquín, “La peregrinación como
encuentro”, Liébana y Letras, 2008, pp.69-70].
Bajo nuestra perspectiva, la peregrinación va a significar justamente
ese desplazamiento espiritual del hombre, que en su destierro debe
desprenderse de toda materialidad, con el fin de liberarse de toda
atadura con lo terreno, para sanar y purificar el alma y así acceder al
reino celestial.
[19]
Durante todo este periodo los reyes trasladan su corte y los nobles su
casa con una frecuencia que llega a ser monótona, empujados por razones
de estado, por la pasión de ir en peregrinación, por el deseo de visitar
los cazaderos preferidos o simplemente por aburrimiento. Muchos hombres
de clase alta están acostumbrados a viajes largos, e incluso continuos,
en calidad de cruzados o diplomáticos, o porque son aventureros jóvenes
e inquietos para los que no se ha establecido un hueco en la jerarquía
social y deciden viajar en busca de fortuna. Los eclesiásticos de mayor
importancia visitan su diócesis, participan en concilios de la Iglesia o
en parlamentos seculares. Los viajes de las damas de clase alta son más
limitados, pero también en este caso existe movilidad. Las reinas y
damas de compañía participan en muchos viajes oficiales y en los
traslados de la casa real desde un palacio, o un pabellón de casa, a
otro [Labarge, Margaret Wade, Viajeros medievales: los ricos y los insatisfechos,
Nerea, Madrid, 1992, p.14]. Incluso, esta amplitud del viaje se puede
vislumbrar en los viajeros de ida y vuelta, como reyes, embajadores,
soldados, comerciantes o pastores; viajeros de ida, como los emigrantes;
viajeros estacionales, como los estudiantes o pastores de los rebaños
trashumantes; viajeros de ficción, como los caballeros andantes; y
viajeros muertos, como los cadáveres de reyes y nobles o las reliquias
[García de Cortázar, José Ángel, Los viajeros medievales, Santillana, Madrid, 1996, p.9].
[20] Ladero Quesada, Miguel Ángel, El mundo de los viajeros medievales, Anaya, Madrid, 1992, p.14
[21]
Tal como expresa Robert Sabatino Lopez, durante los siglos XI y XII se
da un despegue de la revolución comercial, esto basado principalmente en
el crecimiento demográfico que constituye el motor esencial del
progreso agrícola, lo que permitía asegurar la propia subsistencia de
campesinos y señores, al tener más alimentos, mejorar la dieta de las
personas y su esperanza de vida. Asimismo, con los excedentes agrícolas
las ciudades salen de su prolongada depresión, expandiendo sus contactos
y redes comerciales. Es así como los progresos de Venecia, Amalfi,
Génova y Pisa desplazan lentamente el centro del poderío económico y
naval desde las costas bizantinas y musulmanas hasta las orillas del
Mediterráneo [Lopez, Robert Sabatino, La revolución comercial en la Europa medieval, El Albir, Barcelona, 1981, pp.93-105].
Sumado a esta visión, Henri Pirenne sostiene que con el fenómeno de las
cruzadas y la toma de Jerusalén, las relaciones con el Mediterráneo
oriental se multiplicaron rápidamente. Ya en 1104, Génova posee en San
Juan de Acre una colonia y Pisa se dedica con un creciente entusiasmo al
abastecimiento de los Estados fundados en Siria por los cruzados.
Incluso, en 1136 Marsella ocupa un lugar en dicha costa ya que sus
burgueses fundan un establecimiento en Tierra Santa. En tal forma, el
Mediterráneo se abría a la navegación occidental, permitiendo
posteriormente la difusión de especias traídas por las caravanas de
China y de India hacia el Oeste, hacia las regiones sirias, donde las
recogían los barcos italianos [Pirenne, Henri, Historia económica y social de la Edad Media,
Fondo de Cultura Económica, México D.F., 1990, p.29]. De este modo, es
posible apreciar como durante este período se da un gran crecimiento en
el mundo occidental, lo que va a consolidar a la población, las ciudades
y las redes y caminos que interconectan dichos puntos urbanos,
permitiendo mayores desplazamientos e intercambios comerciales. Es así
como el mundo europeo se expande y establece relaciones con nuevos
lugares, ampliando sus contactos y realidad cultural.
[22] Hodgett, Gerald A.J., Historia social y económica de la Europa medieval, Alianza, Madrid, 1982, p.110
[23] Le Goff, Jacques, Mercaderes y banqueros de la Edad Media, Eudeba, Buenos Aires, 1962, p.11
[24] Ladero Quesada, Miguel Ángel, Op.cit., p.24
[25] Richard, Jean, “Le debut des relations entre la Papauté et les Mongols de Perse”. En Les relations entre l’Orient et l’Occident au Moyen Age. Etudes et documents, Variorum Reprints, Londres, 1977, pp.291-293
[26]
Cabe mencionar que la primera generación de misioneros incluye a Juan
de Pian Carpino (1245), Nicolás Ascelín (1246), Simón de Saint-Quentin
(1247), Guillermo de Rubruck (1253). Por otro lado, una segunda oleada
de religiosos que llega posteriormente por rutas terrestres y marítimas,
incluye a Juan de Montecorvino (1289), Odorico de Pordenone (1314),
Jordán Catalán de Séverac (c.1320), Pascal de Victoria (c.1338) y
Giovanni de Marignoli (1342) [Kappler, Claude, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media, Op.cit., pp.51-52].
[27] John of Montecorvino, Letters and Reports of Missionary Friars,
First Letter of John of Montecorvino, 1 (The Hakluyt Society, Cambridge
University Press, Cambridge, 1914, p.45). La traducción es mía.
[28]
Folker Reichert señala que con las campañas militares de los mongoles
se abrió por primera vez la posibilidad de un contacto directo entre
Europa y Asia central. Los devastadores estragos y las inauditas
atrocidades cometidas habían dado motivo para ello; lo primero que
interesaba era saber algo más sobre el origen de este pueblo desconocido
e informarse sobre sus intenciones, ya que se pensaba que venían del
Tártaro o que se identificaban con los pueblos de Gog y Magog, que
precederían a la llegada del Anticristo en el fin de los tiempos. A
pesar de las diferentes misiones enviadas a los monarcas mongoles, la
conclusión de los diplomáticos fue una sola: los mongoles querían
dominar el mundo, y en esas circunstancias resultaría muy difícil
sumarlos a la cristiandad [Reichert, Folker, “Los viajes políticos:
embajadas y diplomacia”. En AA.VV., Viajes y Viajeros en la Europa Medieval, Lunwerg Editores, Barcelona, 2007, pp.201-208]
[29] Sanfuentes, Olaya, Develando el Nuevo Mundo. Imágenes de un proceso, Ediciones UC, Santiago, 2009, p.28
[30]
Ya durante los siglos XIV y XV también notamos otra gran cantidad de
viajeros que se desplazan hacia el Este: Hans Schiltberger (1396), Ruy
González de Clavijo (1403), Guillebert de Lannoy (1413), Nicolò de Conti
(1419), Pero Tafur (1436), Josaphat y Ambrogio Contarini (1473),
Bernhardt de Breydenbach (1483), entre otros. [Kappler, Claude, Monstruos, demonios y maravillas a fines de la Edad Media, Op.cit., pp.52-53].
Sin duda alguna, el espíritu que impulsa a estos viajeros está dado no
sólo por sus fines políticos, diplomáticos o religiosos, sino que
también por la ferviente curiosidad que estimula estos desplazamientos,
una necesidad de conocer y plasmar en sus relatos la verdad de lo que
han visto con sus propios ojos.
[31] Pierre de Ailly, Ymago Mundi, XVI (Alianza, Madrid, 1992, p.60)
[32] Friar Jordanus, Mirabilia Descripta. The wonders of the East, V, 13-16 (Hakluyt Society, Londres, 1863, pp.30-31). La traducción es mía.
[33] Wolfzettel, Friedrich, “Relato de viaje y estructura mítica”. En Leonardo Romero Tobar y Patricia Almarcegui Elduayen (ed.), Los libros de viaje: realidad vivida y género literario, Akal, Madrid, 2005, p.11
[34] Córdoba, Joaquín M., “La atracción por Oriente”. En AA.VV., Viajes y Viajeros en la Europa Medieval, Lunwerg Editores, Barcelona, 2007, p.92
[35] Freedman, Paul, “Spices and Late-Medieval European Ideas of Scarcity and Value”, Speculum, vol. 80, núm. 4, 2005, p.1213
[36] Parry, John W., “The story of spices”, Economic Botany,
vol. 9, núm. 2, 1955, p.198. Cabe mencionar también cómo Marco Polo se
refiere al comercio, las especias y riquezas de otras regiones: «Saliendo
de la ciudad de Quisai, se encuentra en el reino de Fugiu. Tras seis
jornadas hacia el sudeste, se encuentran ciudades y muchas aldeas. Sus
habitantes son idólatras, súbditos del Gran Kan y dependientes de la
señoría de Fugiu. Viven del comercio y de sus oficios y tienen gran
abundancia de todo, y en especial de jengibre y galanga, pues por un
veneciano se puede tener más de una libra de jengibre. También tienen un
fruto, que da un color semejante al del azafrán, aunque no lo es, pero
vale tanto o más que él. […] En el curso de estas jornadas hállase
Quellafu, ciudad grande y noble, que pertenece al Gran Kan. En ella hay
tres puentes de piedra, los más hermosos del mundo, de una milla de
longitud y de ocho pasos de anchura; están sostenidos por columnas de
mármol y son tan hermosos que costaría un tesoro la construcción de uno.
Los naturales viven del comercio y de sus oficios. Tienen mucha seda,
jengibre y galanga Hay bellas mujeres. Hay gallinas que no tienen
plumas, sino pelo como los gatos, todas son negras y ponen huevos
iguales que las nuestras y son muy sabrosas» [Marco Polo, Il Milione,
Cap. CXXXIV, p.165 (Iberia, Barcelona, 1957)]. Claramente podemos
percibir la abundancia que se retrata en general sobre las ciudades
orientales. Asimismo, las especias adquieren un valor importante para el
comercio, reflejando características propias e inusuales, como es el
caso del fruto semejante al azafrán que posee un valor similar o más
alto que aquél o las gallinas que no tienen plumas y dan huevos
sabrosos. Lo novedoso y lo diferente rompen con la mera utilidad de los
productos. Se van creando imágenes de una cultura espléndida y fabulosa
que posee enormes riquezas y maravillas.
[37] Ya lo señala de manera clara Fray Jordán Catalán de Séverac: «En realidad, todo es maravilloso en esta India: es verdaderamente otro mundo» [Friar Jordanus, Mirabilia Descripta. The wonders of the East,
V, 36, p.37. La traducción es mía]. Claramente podemos observar cómo se
vislumbra la India como otro mundo: es una tierra que maravilla y
deslumbra por su diferencia. Incluso, cabe destacar cómo esta búsqueda
de lo novedoso y lo distinto también se encuentra en el relato ficticio
de John Mandeville: «Hay en otra isla una clase de gentes muy
maravillosas que son a la vez hombres y mujeres, porque juntos y pegados
están sus cuerpos, y no tienen más que una teta por un lado, pues del
otro no tienen nada, y cada uno de ellos lleva órganos de hombre y de
mujer […] En otra isla, las gentes siempre andan de rodillas, de una
manera sorprendente, y parece que se van a caer a cada paso, porque
tienen seis brazos y seis manos, con seis dedos en cada mano y seis
dedos en cada pie. Otra suerte de hombres tienen en medio de la frente
cuatro ojos y ven con cualquiera de ellos» [John Mandeville, El Libro de las Maravillas del Mundo,
Libro II, XXIV (Siruela, Madrid, 2002, p.209)]. Sin duda alguna,
notamos la extravagancia y particularidad de estas criaturas que se
vislumbran y que resultan ser completamente disímiles al mundo
occidental. No hay que perder de vista que son culturas que se
encuentran fuera de la órbita del mundo cristiano, por lo cual, son
propensas a salir de las nociones ordinarias e ingresar a campos
monstruosos y sobrenaturales. Ahora bien, más allá de representar un
viaje ficticio o imaginario en su narrativa, el contenido no deja de
expresar una mentalidad propia de su tiempo, dando cuenta de la
importancia que posee el espíritu del viaje para conocer nuevos espacios
y ampliar la noción del mundo y sus maravillas, pero sobre todo para
reconocer una identidad propia del mundo europeo a partir de los
contrastes y diferencias con las otras culturas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario