Una leyenda en torno a San Indalecio y el juego de la oca
Aunque un poco apartado del Camino, la fuente de san Indalecio bien puede decirse que se encuentra en la ruta Jacobea. Se trata de un manantial donde la tradición oral cuenta que fue martirizado este santo, primer obispo de la diócesis de Oca (Auca), nombrado –dicen— directamente por el apóstol Santiago, de quien era uno de sus más cercanos seguidores.Esas mismas leyendas, que se transmitieron de generación en generación, aseguran que el manantial surgió en el punto exacto en que cayó la sangre del santo.
Es más, las piedras que desde hace siglos se conservan en la pileta del manantial están misteriosamente salpicadas de motas rojas, como si fuera la misma sangre del santo. Es cierto que la realidad indica que las aguas son muy ricas en hierro y que las motas de las piedras son producto de la oxidación. Pero como otras tantas leyendas, ahí queda esa curiosidad que para unos se convierte en misterio y para otros tiene una clara explicación físico-química.
El pozo de San Indalecio sigue manando agua de calidad. Tanto que la cercana localidad de Villafranca se surtía directamente de este venero que se encuentra junto a la ermita de la Virgen de Oca.
Una curiosidad más conecta esta historia con el momento actual. Si San Indalecio fue el primer obispo de Auca, el último sigue vivo. No es otro que el actual Papa. Jorge Bergoglio, antes de ser elegido Sumo Pontífice y antes arzobispo de Buenos Aires, fue obispo de la desaparecida diócesis de Auca (Oca).
Muy cerca del manantial de San Indalecio se encuentran las fuentes del Oca, el río que se embalsa, por mano de la ingeniería y del hombre, unos kilómetros más allá. Se encuentran en las traseras de la ermita de
No es por casualidad el nombre de Oca. Y su relación con el Camino de Santiago, el románico y los canteros y constructores de la época. Y con un juego infantil, o no tanto, como el de la oca. Y es que existe una teoría entre los estudiosos del misterio del Camino de Santiago que explica que el juego de la oca es un recorrido simbólico y esotérico por la Ruta Jacobea.
A poco que el curioso se fije en las construcciones del románico jacobeo, se puede comprobar como en algunos de los sillares aparece una curiosa pata de oca. Si la alquimia es el proceso de generación de oro desde la tría prima (azufre, mercurio y sal), el Camino también es otro proceso de transformación interior que se opera en quien se decide a recorrerlo.
El tablero de la oca tiene forma cuadrada y lleva dibujada una espiral (como si del número áureo se tratara) que está dividida en 63 casillas, numeradas desde el 1. Cada casilla tiene un dibujo y unas reglas. Hay 24 casillas que tienen siempre, en todos los tableros, asignadas una figuras y reglas fijas. Las demás casillas varían y pueden mostrar diferentes motivos.
El origen primigenio del juego fue el Disco de Phaistos, descubierto en 1908 en las ruinas del Palacio de Creta. Tiene una antigüedad de entre los años 1580 a 1700 antes de Cristo. Consiste en un disco de arcilla, de forma circular y aproximadamente 16 centímetros de diámetro 2,1 de espesor. Ambas caras del disco contienen una espirales que están divididas en 30 y 31 casillas, en las cuales aparecen diversos dibujos, entre los que podemos apreciar la figura de ocho pájaros, que bien podían ser ocas.
Los jeroglíficos representan a hombres, mujeres y niños con cabezas desnudas y con cascos; peces, aves; plantas; flores, espigas y objetos diversos como recipientes, armas o barcos.
En trasposición de tablas, en la que conocemos como nuestra oca las casillas son similares. Una de ellas es el puente, al que identifican con la navarra localidad de Puentelarreina.
Y la oca, tantas ocas como 13, un número alquímico. Pero este elemento, este animal, ¿qué significa? Parece entonces clara la relación con la marca de los canteros.
Más allá de todo el posible significado esotérico de Oca, desde la ermita se inicia una senda entre el río de una gran belleza. El camino es breve, apenas un kilómetro, pero de gran plasticidad. Termina en la gran pared de hormigón que sostiene decenas de metros cúbicos: la presa de Alba.
Unos cientos de metros más allá de la presa está lo que queda del viejo pueblo de Alba. Sus últimos pobladores emigraron en los años 50 a Villafranca; antes, en la Guerra Civil se semidespobló a causa de un incendio. Con la construcción de la presa, los últimos restos quedaron fagocitados por el monte y la maleza que arrasó todos los restos que quedaban. Eso, unido al tortuoso paso del desfiladero, también conocido como el paso del Callejón de la Hoz, acabaron con el pueblo de Alba.
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