UN GRAN LIBRO: EL CAMINO INMORTAL (Jean-Chistophe Rufin)
Por José de la Riera
El Camino no es otra cosa que una alquimia del tiempo sobre el alma. Una maduración, un proceso que no puede ser inmediato. Por eso Rufin no concibe los Caminos de una semana, para agregar (con acierto) que los peregrinos raramente se preguntan unos a otros los “porqués”, ni “quién eres”, ni “a dónde vas”. La pregunta, clave, definitoria, definitiva es: “desde dónde has salido”. Con eso basta, con eso sobra.
Doble ganador del premio Gouncourt (“El abisinio”, 1997, “Rojo Brasil,
2001)), miembro de la Academia Francesa, escritor laureado, ex embajador
en Senegal, fundador de Médicos sin Fronteras, leer a Rufin es
sumergirse de cabeza en su mundo literario. Un extraordinario y
enriquecedor mundo, por otra parte. Ello exige, al menos, dos lecturas
del “Camino Inmortal”, dos aproximaciones, varios tanteos. Ninguno
defrauda. Rufin se desnuda en el Camino, lo que no es óbice para que
declare, no sin cierta coquetería, que estuvo tentado de hacer la gran
travesía pirenaica atravesando los pirineos de este a oeste y que sólo
una especie de cara o cruz de última hora le impulsó al Camino.
El hecho de hacer el Camino Norte, comenzando en Hendaya, sólo se debe a que, desde ahí, comienza también la travesía pirenaica. Lo que no es óbice para que, desde el primer minuto, Rufin viva y se sienta como peregrino. Y, como todos, lo primero que pasa por su cabeza es una obviedad que comienza a vivir en cuerpo y alma: la obviedad de la marcha frente a la multitud de pensamientos previos y la confusión de motivos que pueden haber motivado realizar el Camino, “se ha partido, eso es todo” En paralelo, Rufin, decide vivir plenamente su experiencia. Y esta le lleva, conscientemente, a una evidente transformación. Bajando a San Sebastián debe cagar entre los parterres de un parque público, lo que le lleva a la absoluta hilaridad pensando en lo que podría ocurrir si trasciende que un miembro de la Academia ha sido sorprendido y detenido por gamberro haciendo tal cosa. Ya en la ciudad, lo tiene claro: el peregrino es invisible, la apariencia de mendigo en el Camino se alcanza muy rápido, la gente no les “ve”, pasa ante ellos impávida, el peregrino se vuelve un individuo desdeñable ajeno a la rutina diaria, un tipejo sucio, desAliñado que camina curvado bajo su mochila ladeada. En paralelo, comienza el proceso de desprendimiento, un desposeimiento que Rufin disfruta “ante lo útil de perderlo todo".
Su Camino lo hace duro, entre otras cosas porque no soporta los albergues, lleva una tienda de vivac de un kilo y tiende su estera donde le parece oportuno. Y lo detalla explicando que quería vivir la inmersión en el Camino en soledad, alimentarse solo. Menos aún soporta a los “gurus” que regentan algunos de ellos. Singulares y sin desperdicio son sus descripciones de la acogida en la primera fase de su Camino en Zenarruza y San Vicente de la Barquera, de donde sale literalmente huyendo del albergue privado tras recuperar su credencial, verdaderamente aterrado y harto de las predicaciones “del gurú”. Toda la primera parte de su peregrinación transcurre en soledad e introspección, macerando el cuerpo y el alma, buscando siempre a primera hora el latigazo de cafeína que le devuelva al mundo, solitario, sucio, feliz y sin preguntarse nada ante las respuestas que van llegando solas. Adora el itinerario en el País Vasco, lo considera insufrible en Cantabria (“me gustaría descubrir otra Cantabria que el Camino no muestra”), renace en Asturias, busca la fe en las iglesias, la rechaza, y enfrentado ya al Primitivo se descubre como un ser nuevo: “no era ya ni yo mismo ni otro, tan sólo una máquina de avanzar”. En tanto, va desgranando certezas: “la peregrinación concuerda con una peregrinación contemporánea más sincrética, más fluctuante y mucho menos encuadrada por la Iglesia)
Y con el Primitivo, tras la soledad, la mugre, la interiorización profunda de las primeras semanas, llega la transformación, la integración con sus compañeros de batalla. Y ahí vienen las mejores escenas, un relato por veces implacable sobre la fauna que transita el actual Camino de Santiago del que no está exenta la ternura y la aceptación. Como no podía ser menos, el peregrino integral que es Rufin al llegar a Compostela se horroriza y se siente ajeno en los callejones turísticos repletos de souvenirs, sintiéndose allí más solo y extraño que nunca en todo el Camino. Inenarrable también su descripción de los ciclistas en las escaleras de la Oficina del Peregrino: “los peregrinos pertenecen a dos categorías que no se comunican en absoluto: los caminantes y los ciclistas…” Antes, sus invectivas contra al horroroso monumento a Juan Pablo II que preside el Monte del Gozo son apoteósicas. Su calificativo final es hilarante: “kitsch católico”
Bien, el relato de Rufin es una joya, una aproximación a la peregrinación en los tiempos modernos de una altura literaria única, aunque a veces uno se pregunta qué Camino hizo Rufin cuando indica que recogió su Compostela en las oficinas “del ayuntamiento” o, peor aún, cuando señala que sobre las reliquias compostelanas “una catedral gótica (sic) lo engloba todo”.
Ficha:
Título original: “Inmortelle randonnee.Compostelle malgré moi”
Titulo en español: “
“El Camino inmortal”
Rústica, 219 p.p.
Duomo Ediciones, Barcelona 2014
ISBN 9788415945291
El hecho de hacer el Camino Norte, comenzando en Hendaya, sólo se debe a que, desde ahí, comienza también la travesía pirenaica. Lo que no es óbice para que, desde el primer minuto, Rufin viva y se sienta como peregrino. Y, como todos, lo primero que pasa por su cabeza es una obviedad que comienza a vivir en cuerpo y alma: la obviedad de la marcha frente a la multitud de pensamientos previos y la confusión de motivos que pueden haber motivado realizar el Camino, “se ha partido, eso es todo” En paralelo, Rufin, decide vivir plenamente su experiencia. Y esta le lleva, conscientemente, a una evidente transformación. Bajando a San Sebastián debe cagar entre los parterres de un parque público, lo que le lleva a la absoluta hilaridad pensando en lo que podría ocurrir si trasciende que un miembro de la Academia ha sido sorprendido y detenido por gamberro haciendo tal cosa. Ya en la ciudad, lo tiene claro: el peregrino es invisible, la apariencia de mendigo en el Camino se alcanza muy rápido, la gente no les “ve”, pasa ante ellos impávida, el peregrino se vuelve un individuo desdeñable ajeno a la rutina diaria, un tipejo sucio, desAliñado que camina curvado bajo su mochila ladeada. En paralelo, comienza el proceso de desprendimiento, un desposeimiento que Rufin disfruta “ante lo útil de perderlo todo".
Su Camino lo hace duro, entre otras cosas porque no soporta los albergues, lleva una tienda de vivac de un kilo y tiende su estera donde le parece oportuno. Y lo detalla explicando que quería vivir la inmersión en el Camino en soledad, alimentarse solo. Menos aún soporta a los “gurus” que regentan algunos de ellos. Singulares y sin desperdicio son sus descripciones de la acogida en la primera fase de su Camino en Zenarruza y San Vicente de la Barquera, de donde sale literalmente huyendo del albergue privado tras recuperar su credencial, verdaderamente aterrado y harto de las predicaciones “del gurú”. Toda la primera parte de su peregrinación transcurre en soledad e introspección, macerando el cuerpo y el alma, buscando siempre a primera hora el latigazo de cafeína que le devuelva al mundo, solitario, sucio, feliz y sin preguntarse nada ante las respuestas que van llegando solas. Adora el itinerario en el País Vasco, lo considera insufrible en Cantabria (“me gustaría descubrir otra Cantabria que el Camino no muestra”), renace en Asturias, busca la fe en las iglesias, la rechaza, y enfrentado ya al Primitivo se descubre como un ser nuevo: “no era ya ni yo mismo ni otro, tan sólo una máquina de avanzar”. En tanto, va desgranando certezas: “la peregrinación concuerda con una peregrinación contemporánea más sincrética, más fluctuante y mucho menos encuadrada por la Iglesia)
Y con el Primitivo, tras la soledad, la mugre, la interiorización profunda de las primeras semanas, llega la transformación, la integración con sus compañeros de batalla. Y ahí vienen las mejores escenas, un relato por veces implacable sobre la fauna que transita el actual Camino de Santiago del que no está exenta la ternura y la aceptación. Como no podía ser menos, el peregrino integral que es Rufin al llegar a Compostela se horroriza y se siente ajeno en los callejones turísticos repletos de souvenirs, sintiéndose allí más solo y extraño que nunca en todo el Camino. Inenarrable también su descripción de los ciclistas en las escaleras de la Oficina del Peregrino: “los peregrinos pertenecen a dos categorías que no se comunican en absoluto: los caminantes y los ciclistas…” Antes, sus invectivas contra al horroroso monumento a Juan Pablo II que preside el Monte del Gozo son apoteósicas. Su calificativo final es hilarante: “kitsch católico”
Bien, el relato de Rufin es una joya, una aproximación a la peregrinación en los tiempos modernos de una altura literaria única, aunque a veces uno se pregunta qué Camino hizo Rufin cuando indica que recogió su Compostela en las oficinas “del ayuntamiento” o, peor aún, cuando señala que sobre las reliquias compostelanas “una catedral gótica (sic) lo engloba todo”.
Ficha:
Título original: “Inmortelle randonnee.Compostelle malgré moi”
Titulo en español: “
“El Camino inmortal”
Rústica, 219 p.p.
Duomo Ediciones, Barcelona 2014
ISBN 9788415945291
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