Fue
el 21 de marzo por la mañana y frente al Santuario de Nuestra Señora de
la Encina de Arceniega (Álava) donde Ginés López inició, a sus casi 65
años, un viaje de ida y vuelta que le llevará, a pie, hasta Santiago de
Compostela.
Hacía años —cerca de dos décadas— que Ginés había programado emprender la aventura en la que ahora se haya inmerso, pero las obligaciones laborales le impidieron hacerlo. Ahora, jubilado, lo ha conseguido y recorre junto a su burra Marina y a su perro Scotty el trayecto que enlaza su pueblo con Compostela para luego volver al punto de partida.
Prevé invertir en su particular Camino entre cinco y seis meses, aunque es consciente de que las dificultades a las que se enfrenta un peregrino —más si sus acompañantes son animales— pueden alejar la meta.
Precisamente a una de ellas tuvo que hacerle frente ayer, a su llegada a Cacabelos. Ginés, Marina y Scotty salieron temprano del albergue de peregrinos de Ponferrada con destino, en principio a Cacabelos. Su paso es más lento que el de un peregrino cualquiera porque es la borrica quien marca el ritmo. «Voy a paso de burra, como se suele decir», bromeó Ginés, explicando que la burra no puede hacer más de tres kilómetros por hora y eso le lleva a completar una media de unos quince kilómetros diarios.
Nunca sabe donde la fatiga va a atacar a su fiel compañera de aventura, por eso va provisto de una tienda de campaña. Duerme donde sea necesario, siempre que haya una pradera para que Marina llene el estómago. Con Scotty es más sencillo, pero la compañía de un asno no es usual entre los peregrinos. También le compra manzanas y pide pan duro.
Llegó a la villa del Cúa a primera hora de la tarde pero se topó de bruces con la «barricada» —como él la denominó— en el puente sobre el río. Las obras obligan a desviar el paso pero su caso es excepcional. Con la borrica y el perro no puede utilizar el vehículo fletado para sortear las obras y se ve en la obligación de hacer a pie los seis kilómetros del desvío. «Esto me llevará casi otras cuatro horas más», se lamentó, tratando de contener el enfado. «Como le dijo el perro al hueso: tú estarás duro pero no no tengo prisa», parafraseó.
Sabía que no iba a ser fácil y no está dispuesto a rendirse.
Lo que no puede entender es que lo pongan tan díficil cuando alguien quiere hacer el Camino «a la antigua usanza». «Donde va mi burra voy yo», afirmó. Se hizo cargo en Marina en 2007. Se había quedado huérfana y él se decidió a cuidarla. Desde entonces no se separan y no concibe una forma mejor de hacer el Camino a Santiago. Un largo tiempo fuera de casa en el que irá recibiendo la visita de familiares —está casado y tiene tres hijos— y amigos.
Hacía años —cerca de dos décadas— que Ginés había programado emprender la aventura en la que ahora se haya inmerso, pero las obligaciones laborales le impidieron hacerlo. Ahora, jubilado, lo ha conseguido y recorre junto a su burra Marina y a su perro Scotty el trayecto que enlaza su pueblo con Compostela para luego volver al punto de partida.
Prevé invertir en su particular Camino entre cinco y seis meses, aunque es consciente de que las dificultades a las que se enfrenta un peregrino —más si sus acompañantes son animales— pueden alejar la meta.
Precisamente a una de ellas tuvo que hacerle frente ayer, a su llegada a Cacabelos. Ginés, Marina y Scotty salieron temprano del albergue de peregrinos de Ponferrada con destino, en principio a Cacabelos. Su paso es más lento que el de un peregrino cualquiera porque es la borrica quien marca el ritmo. «Voy a paso de burra, como se suele decir», bromeó Ginés, explicando que la burra no puede hacer más de tres kilómetros por hora y eso le lleva a completar una media de unos quince kilómetros diarios.
Nunca sabe donde la fatiga va a atacar a su fiel compañera de aventura, por eso va provisto de una tienda de campaña. Duerme donde sea necesario, siempre que haya una pradera para que Marina llene el estómago. Con Scotty es más sencillo, pero la compañía de un asno no es usual entre los peregrinos. También le compra manzanas y pide pan duro.
Llegó a la villa del Cúa a primera hora de la tarde pero se topó de bruces con la «barricada» —como él la denominó— en el puente sobre el río. Las obras obligan a desviar el paso pero su caso es excepcional. Con la borrica y el perro no puede utilizar el vehículo fletado para sortear las obras y se ve en la obligación de hacer a pie los seis kilómetros del desvío. «Esto me llevará casi otras cuatro horas más», se lamentó, tratando de contener el enfado. «Como le dijo el perro al hueso: tú estarás duro pero no no tengo prisa», parafraseó.
Sabía que no iba a ser fácil y no está dispuesto a rendirse.
Lo que no puede entender es que lo pongan tan díficil cuando alguien quiere hacer el Camino «a la antigua usanza». «Donde va mi burra voy yo», afirmó. Se hizo cargo en Marina en 2007. Se había quedado huérfana y él se decidió a cuidarla. Desde entonces no se separan y no concibe una forma mejor de hacer el Camino a Santiago. Un largo tiempo fuera de casa en el que irá recibiendo la visita de familiares —está casado y tiene tres hijos— y amigos.
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