La Catedral de León quiere abrir su capilla ‘secreta’
El mausoleo del conde de Rebolledo, una de las salas más bellas, se utiliza desde hace años como trastero.
La
capilla del Conde de Rebolledo es una de las estancias ‘secretas’ de la
Catedral de León. Inaccesible al público y ‘sellada’ por una gruesa reja que
impide atisbar desde el claustro su interior, amontona decenas de
pequeños tesoros, así como objetos que no han encontrado acomodo en otro
lugar. Lleva décadas convertida en trastero. Nadie sabe exactamente
desde cuándo.
La esfera del penúltimo reloj que lució la fachada principal de la Catedral, de 1788, que un anticuario vendía en Internet por 15.000 euros y rescatado por la Guardia Civil, lápidas funerarias medievales de gran valor o las cuatro tallas de madera del primitivo órgano barroco forman ahora parte del abigarrado ‘mobiliario’ de esta capilla.
Mario González, administrador de la Catedral, la tiene en su ‘lista’ de intervenciones. No necesita más que una mano de limpieza y vaciarla de los enseres que se han ido acumulando durante años.
Es la última capilla que se construyó en el templo gótico, en el siglo XVII, por encargo del conde de Rebolledo, empeñado en que aquí estuviera su última morada. Su sarcófago es una «joya», según el historiador y responsable del Sueño de la Luz José Manuel Rodríguez Montañés, defensor de la apertura de esta capilla, porque en su opinión, «es una de las más bellas de la Catedral». De hecho, la estancia está coronada por una espléndida bóveda estrellada.
La tumba de piedra del célebre militar está adornada por su efigie, con una rodilla hincada en el suelo y orando ante un cristo; un sarcófago único, pese a la infinidad de ellos que alberga la Catedral. Pese a que la capilla está dedicada a la Purísima Concepción, es conocida por el nombre de su promotor, Bernardino de Rebolledo y Villamizar (1597-1676), cuyo escudo nobiliario decora la puerta con el lema: Vivit post funera.
La capilla, que al conde le costó 39.000 reales, fue realizada por los maestros cántabros Juan de la Vega, Juan de Rucabado y Pedro del Hoyo. El mausoleo, como estipula el contrato del 2 de junio de 1667 y extractado por el antiguo archivero de la catedral, Raimundo Rodríguez, se hizo con piedra de Boñar y se abre hacia el claustro mediante una portada «que será cerrada por una reja de hierro como la de la capilla de Santa Teresa». Por ello hubo que desmontar y trasladar los sepulcros de los Pedrosas, reubicados en otro tramo del claustro.
La estancia no sólo cobija piezas valiosas. Es, además, el almacén de las piedras que han ido desprendiéndose del edificio gótico. La peatonalización de la calle de los Cubos, donde la Catedral poseía una pequeña la franja de terreno que la circundaba, acotada por una valla y utilizada como ‘desguace’ para restos de gárgolas, pináculos y elementos ornamentales de antiguas reformas, fue cedida por el Cabildo al Ayuntamiento, así que estos restos acabaron en la capilla del claustro. El administrador del templo es consciente de que no es un lugar idóneo, pero se lamenta de que el edificio carece de espacios libres donde guardar lo que en ocasiones no son más que ‘cascotes’, pero que difícilmente se pueden tirar a la basura.
El historiador leonés Fernando Llamazares Rodríguez, en su artículo La capilla del conde de Rebolledo en el claustro de la catedral de León (1667-1669), publicado en 1984 en la revista Tierras de León, que edita la Diputación, da cuenta de otros dos enterramientos en el suelo de la sala. Son las tumbas de Pedro Quijada Rojas y Quiñones, deán de la Catedral; y de Luis Quijada (con los huesos de sus padres, abuelos y bisabuelos), que regidor de León.
El retablo de la sala más misteriosa del claustro es obra de José de Margotedo, de estilo prechurrigueresco, con una «mediocre» pintura de San Bernardino, patrón del conde. El sarcófago, de un artista desconocido, según Llamazares, podría ser obra del autor de la imagen de la Inmaculada del retablo, el santanderino Juan Lainz Carrera.
No hay nada más tentador que una sala cerrada. De ahí que la capilla del conde de Rebolledo despierte el interés de cuantos visitan el claustro. No hay fecha de apertura, pero figura entre los planes futuros del Cabildo.
La esfera del penúltimo reloj que lució la fachada principal de la Catedral, de 1788, que un anticuario vendía en Internet por 15.000 euros y rescatado por la Guardia Civil, lápidas funerarias medievales de gran valor o las cuatro tallas de madera del primitivo órgano barroco forman ahora parte del abigarrado ‘mobiliario’ de esta capilla.
Mario González, administrador de la Catedral, la tiene en su ‘lista’ de intervenciones. No necesita más que una mano de limpieza y vaciarla de los enseres que se han ido acumulando durante años.
Es la última capilla que se construyó en el templo gótico, en el siglo XVII, por encargo del conde de Rebolledo, empeñado en que aquí estuviera su última morada. Su sarcófago es una «joya», según el historiador y responsable del Sueño de la Luz José Manuel Rodríguez Montañés, defensor de la apertura de esta capilla, porque en su opinión, «es una de las más bellas de la Catedral». De hecho, la estancia está coronada por una espléndida bóveda estrellada.
La tumba de piedra del célebre militar está adornada por su efigie, con una rodilla hincada en el suelo y orando ante un cristo; un sarcófago único, pese a la infinidad de ellos que alberga la Catedral. Pese a que la capilla está dedicada a la Purísima Concepción, es conocida por el nombre de su promotor, Bernardino de Rebolledo y Villamizar (1597-1676), cuyo escudo nobiliario decora la puerta con el lema: Vivit post funera.
La capilla, que al conde le costó 39.000 reales, fue realizada por los maestros cántabros Juan de la Vega, Juan de Rucabado y Pedro del Hoyo. El mausoleo, como estipula el contrato del 2 de junio de 1667 y extractado por el antiguo archivero de la catedral, Raimundo Rodríguez, se hizo con piedra de Boñar y se abre hacia el claustro mediante una portada «que será cerrada por una reja de hierro como la de la capilla de Santa Teresa». Por ello hubo que desmontar y trasladar los sepulcros de los Pedrosas, reubicados en otro tramo del claustro.
La estancia no sólo cobija piezas valiosas. Es, además, el almacén de las piedras que han ido desprendiéndose del edificio gótico. La peatonalización de la calle de los Cubos, donde la Catedral poseía una pequeña la franja de terreno que la circundaba, acotada por una valla y utilizada como ‘desguace’ para restos de gárgolas, pináculos y elementos ornamentales de antiguas reformas, fue cedida por el Cabildo al Ayuntamiento, así que estos restos acabaron en la capilla del claustro. El administrador del templo es consciente de que no es un lugar idóneo, pero se lamenta de que el edificio carece de espacios libres donde guardar lo que en ocasiones no son más que ‘cascotes’, pero que difícilmente se pueden tirar a la basura.
El historiador leonés Fernando Llamazares Rodríguez, en su artículo La capilla del conde de Rebolledo en el claustro de la catedral de León (1667-1669), publicado en 1984 en la revista Tierras de León, que edita la Diputación, da cuenta de otros dos enterramientos en el suelo de la sala. Son las tumbas de Pedro Quijada Rojas y Quiñones, deán de la Catedral; y de Luis Quijada (con los huesos de sus padres, abuelos y bisabuelos), que regidor de León.
El retablo de la sala más misteriosa del claustro es obra de José de Margotedo, de estilo prechurrigueresco, con una «mediocre» pintura de San Bernardino, patrón del conde. El sarcófago, de un artista desconocido, según Llamazares, podría ser obra del autor de la imagen de la Inmaculada del retablo, el santanderino Juan Lainz Carrera.
No hay nada más tentador que una sala cerrada. De ahí que la capilla del conde de Rebolledo despierte el interés de cuantos visitan el claustro. No hay fecha de apertura, pero figura entre los planes futuros del Cabildo.
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