jueves, 6 de febrero de 2014

Curiosidades del Camino

Dos adictos al Camino se echan a andar desde Italia y quieren casarse en Fisterra

Viajan con dos burros y un perro // Les faltan dos meses para culminar su gesta de 2.800 kilómetros // Procedente del país transalpino, él era el hospitalero de Estella cuando se conocieron // Ella se había quedado en paro y sin casa

La peregrina valenciana Jessika Labrador con uno de los burros FOTO:

Hay quien se queda enganchado al Camino y no es capaz de irse nunca demasiado lejos. Algo así le ha pasado a Jessika Labrador y Massimo Baccarin. Adictos ambos al fenómeno xacobeo, sus vidas se cruzaban hace poco más de un año en Estella (Navarra) y desde entonces no se han separado.
Ahora se traen un rocambolesca aventura entre manos: completar la Ruta hasta Compostela acompañados de sus dos burros y su perro, y después casarse en una playa de Fisterra. Aún les quedan un par de meses de viaje por delante, confesaban ayer en conversación telefónica desde Torres del Río, un pequeño municipio situado muy cerca de la localidad en la que se conocieron en octubre de 2012.
Massimo era entonces hospitalero del albergue parroquial y Jessika se había puesto las botas para dejar atrás un pasado difícil y un presente todavía más incierto. Además de perder su trabajo, la valenciana acababa de quedarse sin su casa después de un duro litigio judicial que no consiguió frenar el desahucio. “Conocí el Camino y me puse a andar”, cuenta la joven de 32 años. Resultó tan reconfortante que ya ha cubierto el itinerario dos veces y pronto podrá añadir una tercera.


Massimo Baccarin con el otro bruro que les acompaña en su viaje
Al italiano no le llegó con peregrinar y, mucho antes de que Jessika entrara en su vida, experimentó su propia revolución y decidió apuntarse a un curso de hospitaleros voluntarios que se organizaba en su país. “Cuando hice el Camino en 2010 me llamó mucho la atención el papel que desempeñaba en los albergues esta figura”, recalca. Finalmente pudo convertirse en uno de ellos en uno de los refugios que gestiona la Iglesia y la experiencia no fue en balde. “Me ha cambiado la vida”, continúa el viajero de 35 años. Carpintero de profesión, en la república transalpina dejaba  esposa y dos hijas para empezar una vida nueva entre el continuo ir y venir de peregrinos. Apareció entonces una valenciana que, rumbo a Roma, hizo un alto en la acogedora Estella.
A la historia de amor solo le faltaba el sello de otro peregrinaje. Después de vender la propiedad, el pasado cuatro de julio salían de su casa de Padua –al norte de Italia– acompañados de los burros Antonella y Neroné, que son madre e hijo, y de Pedro, el perro. Por delante tenían alrededor de 2.800 kilómetros y ocho meses de periplo hasta Compostela. Han superado el ecuador de su viaje subsistiendo con las manualidades que confeccionan ellos mismos y así confían seguir hasta el final. Cierto es que la hospitalidad de los vecinos les ha salvado el día unas cuantas veces.
Pero sin duda lo más difícil es encontrar acomodo para los animales. “En los albergues no saben muy bien cómo ayudarte, aunque al final siempre encuentran una solución”, comenta Jessika mientras menciona que ya le están dando vueltas a un proyecto para publicar una guía para los que quieran recorrer la Ruta con burros. Cuando en los refugios no consiguen alojamiento, pasan al plan B y montan la tienda de campaña dónde pueden. Pese a que el trazado no siempre resulte apto, Antonella y Neroné han ido superando las dificultades con nota. “Se portan estupendamente. Son capaces de subir por senderos de rocas sin problemas”, celebra la valenciana. Alude, por ejemplo, al Alto del Perdón (Navarra). “Pensábamos que iba a estar lleno de barro y que se resbalaría mucho, pero al final no fue para tanto”, recuerda.
Pero no todo ha sido tan llevadero. Nada más empezar, se perdieron en las montañas de Italia. “Allí no hay ninguna señal y es complicado”, prosigue. En su anecdotario hay otro capítulo que les hizo saltar a las páginas prensa local nada más abandonar Roncesvalles. Agentes del Seprona les ayudaron a cruzar el río Erro, temerosos de que la pareja y sus acompañantes cayeran al cauce con todo su equipaje y hubiera que lamentar incidentes.
Con una media diaria de entre 15 y 20 kilómetros, prevén llegar a Santiago a mediados de marzo. Su ritmo se ralentiza con respecto al de otros peregrinos porque, además de organizar sus mochilas, se ocupan del cuidado de los dos burros y del perro. Su sueño es celebrar la gesta con una boda. “Al principio pensamos en el Obradoiro, pero luego se nos ocurrió que sería mejor compartir el momento con la familia en una playa de Fisterra”, relata la joven. En principio, no será nada oficial y solo les falta encontrar a algún voluntario que se encargue de poner un poco de pompa a la ceremonia.
EL REGRESO, TAMBIÉN A PIE.
Culminado el periplo xacobeo, los peregrinos quieren regresar al país transalpino a pie, cubriendo el mismo trayecto al revés y quizás utilizando como apoyo la caravana de unos amigos. Una vez allí continuarán trabajando en A Passo Lento, una asociación fundada por Massimo que organiza actividades con burros para niños discapacitados. Al italiano le regalaron uno de estos animales cuando cubrió el Camino por primera vez y, a partir de ahí, descubrió  sus cualidades. El grupo que han creado en Facebook con el nombre del colectivo tiene ya más de 1.400 seguidores.

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