viernes, 14 de enero de 2011

Año Santo

Carta del Papa por la clausura del Año Santo Compostelano

Vaticano.- El Papa Benedicto XVI hizo llegar al arzobispo de Santiago de Compostela (España), monseñor Julián Barrio, la siguiente Carta con motivo de la Clausura del Año Santo Compostelano, y que hizo pública ayer por la Santa Sede:
Al Venerado Hermano, Monseñor Julián Barrio Barrio,
Arzobispo Metropolitano de Santiago de Compostela
1. Con ocasión de la solemne clausura del Año Santo Compostelano de 2010, vuelvo a pensar con emoción en la Casa del Señor Santiago, que visité recientemente con hondo gozo interior. Deseo unirme a la acción de gracias a Dios por los dones que su bondad ha derramado en estos meses en la multitud de personas que han peregrinado a ese lugar santo con fe viva, renovando la firme adhesión al mensaje transmitido por los Apóstoles y viviendo con espíritu de conversión el encuentro con la misericordia y el amor de Jesucristo. Al saludar con afecto a los Pastores, religiosos, seminaristas y fieles congregados en esa circunstancia, evocando los inolvidables momentos que vivimos junto a la Tumba del Apóstol protomártir, quisiera dirigirles una palabra de aliento, para que los frutos de vida cristiana y de renovación eclesial cosechados copiosamente en el Año Santo impulsen a los que han llegado hasta Santiago de Compostela a ser testigos de Cristo Resucitado.
2. En efecto, en el camino, compartieron preocupaciones, esperanzas y desafíos con los hermanos que encontraron a su lado, buscando escuchar al Dios que nos habla y habita en nuestro interior para salir de sí mismos y abrirse a los demás. Al llegar al Pórtico de la gloria, los esperaba la majestad amorosa y acogedora de Cristo, a cuya luz el hombre puede hallar el auténtico sentido de su existencia y sendas para una convivencia pacífica y constructiva entre los pueblos. Bajo la mirada serena del Apóstol, renovaron su profesión de fe, entonaron su alabanza e hicieron humilde confesión de sus pecados. A la profesión de fe siguió la recepción del perdón en el sacramento de la Penitencia y el encuentro con el Señor en la Eucaristía.
3. Dicho encuentro no puede dejarlos indiferentes. Los peregrinos han de volver a sus casas como regresaron a Jerusalén los discípulos de Emaús, que conversaron con Jesús por el camino y le reconocieron al partir el pan. Gozosos y agradecidos fueron a la Ciudad Santa a comunicar a todos que había resucitado y se les había aparecido vivo. Se convirtieron así en mensajeros alegres y confiados del Cristo viviente, que es bálsamo para nuestras penas y fundamento de nuestra esperanza (cf. Lc 24,13-35). También ahora, al dejar Compostela tras haber experimentado el amor del Señor que nos ha salido al encuentro, se hará sentir el anhelo de cumplir el encargo del Apóstol Pedro: "Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere" (1 P 3,15). Ello requiere el propósito de fortalecer cada día más nuestra fe, participando asiduamente en los misterios de gracia confiados a la Iglesia y dando ejemplo efi
caz y concreto de caridad. No seremos testigos creíbles de Dios si no somos fieles colaboradores y servidores de los hombres. Este servicio a una comprensión profunda y a una defensa valerosa del hombre es una exigencia del Evangelio y una aportación esencial a la sociedad de nuestra condición cristiana.
4. Con estos sentimientos, quisiera ahora dirigirme en particular a los jóvenes, con quienes tendré la dicha de reunirme el año próximo en Madrid, para la celebración de la Jornada Mundial de la Juventud. Los invito a dejarse interpelar por Cristo, entablando con Él un diálogo franco y pausado y preguntándose también: ¿Contará el Señor conmigo para ser su apóstol en el mundo, para ser mensajero de su amor? Que no falte la generosidad en la respuesta, ni tampoco aquel arrojo que llevó a Santiago a seguir al Maestro sin ahorrar sacrificios. Asimismo, animo a los seminaristas a que se identifiquen cada vez más con Jesús, que los llama a trabajar en su viña (cf. Mt 20,3-4). La vocación al sacerdocio es un admirable don del que se ha de estar orgulloso, porque el mundo necesita de personas dedicadas por completo a hacer presente a Jesucristo, configurando toda su vida y su quehacer con Él, repitiendo diariamente con humildad sus palabras y sus gestos, para ser transparencia suya
en medio de la grey que les ha sido encomendada. Aquí está la fatiga y también la gloria de los presbíteros, a quienes quisiera recordar con San Pablo, que nada ni nadie en este mundo podrá arrancarlos del amor de Dios manifestado en Cristo (cf. Rm 8,39).
5. Conservando en mi alma el recuerdo de mi grata estancia en Compostela, pido al Señor que el perdón y la aspiración a la santidad que han germinado en este Año Santo Compostelano ayuden a hacer más presente, bajo la guía de Santiago, la Palabra redentora de Jesucristo en esa Iglesia particular y en todos los pueblos de España, y que su luz se perciba igualmente en Europa, como una invitación incesante a vigorizar sus raíces cristianas y así potenciar su compromiso por la solidaridad y la firme defensa de la dignidad del hombre.
6. A la amorosa protección de la Santísima Virgen María, a cuyo corazón de Madre confió el Apóstol Santiago sus penas y alegrías, según venerable tradición, encomiendo a todos los hijos e hijas de esas nobles tierras y les imparto la Bendición Apostólica, signo de consuelo y de constante asistencia divina.
Vaticano, 18 de diciembre de 2010.
BENEDICTUS PP. XVI

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