lunes, 10 de enero de 2011

Editorial

Ahora el Camino

Las matemáticas de la peregrinación jacobea en este Año Santo recién concluido son cuando menos preocupantes desde el punto de vista del propio Camino y de los caminantes. Y naturalmente de los hospitaleros.
No parece que sea así desde la óptica de los políticos, sobre todo de los que mandan en Galicia, y de la jerarquía eclesiástica compostelana.
Unos y otra se frotan las manos mientras cuentan y recuentan el número de visitantes que se han dejado caer por Santiago con el reclamo del Xacobeo 2010. Porque esos visitantes, fuesen lo que fuesen, se han ido dejando distintas cifras pecuniarias, que a la postre es lo que parece interesar a los mercaderes. Su idea del éxito seguramente difiere de la de las gentes del Camino.
La verdad, lo vistan como lo vistan, es que los turistas se han acercado a Compostela por aquello de que no habrá otro Año Jubilar hasta 2021, pero no así los auténticos peregrinos. Seguramente tenían miedo de ser confundidos con los turistas y de sufrir las consecuencias de una pésima planificación en materia de acogida en tierras gallegas, que ha generado colas e incomodidad. Muchos se han quedado en sus casas o se han dirigido a rutas menos transitadas.
De una cifra que los cálculos oficiales sitúan por encima de los nueve millones de visitantes, sólo unos 270.000 (ni siquiera llegan a los trescientos mil), eran lo que pudiéramos considerar peregrinos, que son –y que nadie lo dude- la sal del Camino, de una ruta jacobea que aguanta después de muchos siglos y a pesar de las agresiones de todo género que se le propinan.
Lo demás eran turistas, por más que la televisión pública asegurase que nueve millones de “peregrinos” visitaron la tumba del Apóstol. Ser turista no es una vergüenza, pero confundir a los turistas con peregrinos sí que entraña un cierto insulto a la inteligencia.
Y lo peor del asunto es que de esos 270.000 peregrinos, sólo unos 38.000 empezaron su peregrinación en Roncesvalles y en cambio fueron la inmensa mayoría los que optaron por hacer el “Camino de mínimos”, es decir, desde Sarria, cubriendo los últimos 100 kilómetros que dan derecho a conseguir la Compostela. ¡Qué no se froten tanto las manos porque eso no es defender el Camino!
Con estos números, también hemos asistido a la paradoja de que, mientras en Galicia los albergues y alojamientos estaban a rebosar la mayor parte del año, en el resto del Camino se registraba una menor presencia de peregrinos que en cualquier otro año. Los hospitaleros de la mayor parte de las rutas pueden dar fe de ello. Galicia ha salido bien parada, si así lo quieren, pero no el Camino.
Y la verdad muchos no aciertan a explicarse cómo ha sido así, toda vez que en muchos sitios de Galicia se ha asistido al saqueo despiadado del bolsillo de los peregrinos o lo que fuesen, y en Compostela se ha llegado al atropello, si no ultraje, de obligar al peregrino, al de verdad, al que llega sudoroso y emocionado a su meta después de un notable esfuerzo, a prescindir en su Misa de la Catedral de sus atributos, la mochila o morral y el bordón. Casi de milagro no se les ha forzado a guardar en taquillas (ahí está el nuevo negocio catedralicio) la vieira o la calabaza. ¿No va a cambiar esa actitud? ¿O es que quieren que los peregrinos den la espalda al templo que guarda los restos del Apóstol o de que quien sea?
Pero concluido el Año Santo, que se empeñan en llamar Xacobeo por aquello de las marcas (y el comercio, naturalmente), llega la hora del Camino. Vamos a ver si este año y en los sucesivos se recupera de verdad la normalidad en las rutas jacobeas y se reducen a sus números normales los “turigrinos” y otras especies de visitantes compostelanos, todos ellos respetables, pero no peregrinos.
¿Será cierto que los peregrinos de largo recorrido van a volver a disfrutar de la autenticidad de su ruta? ¿O seguirán espantándoles a lo largo del recorrido con todo tipo de putadas? ¿Será que hay alguien que piense que no son tales las obras y más obras que siembran la sirga compostelana de campos de golf, nudos de autopistas, campos de aerogeneradores, etc., etc... Sobre todo por tratarse de un sendero que se había conseguido preservar bastante bien desde la Edad Media?
¿Qué son, si no se trata de putadas, los robos más o menos legales a que se somete al peregrino, los engaños, estafas, abusos, timos, y hasta acoso o agresiones en el caso de las peregrinas? ¿Qué otra cosa es vender guías que no se corresponden con la realidad u orientarles indebidamente?
Porque lo que se debe pensar es que el Camino de Santiago, todas las rutas que conducen a Compostela, no pueden convertirse en un parque temático –en el que parte de las atracciones son los propios peregrinos-, ni en producto turístico de marca, ni en rutas de senderismo o en cualquiera de esas alteraciones que amenazan con liquidar su auténtico atractivo, su verdad, que dirían algunos.
El Camino, y ahora es la hora de ese Camino, es un espacio propicio a la espiritualidad, al esfuerzo, a la generosidad, a la solidaridad, y naturalmente a la hospitalidad, conceptos todos estos que chocan frontalmente con los propósitos de quienes quieren sacar de él ingresos por turismo o hacer negocio.
Ya que, de otro modo, pretendiendo sacarle hasta la última gota, sólo conseguirán que los peregrinos se harten y el Camino caiga de nuevo en el letargo del que le sacaron gentes de buena fe, como Elías Valiña Sampedro.
La defensa del Camino requiere el esfuerzo de todos aquellos que verdaderamente se interesan por él: ciertas administraciones (una minoría), la mayor parte de las asociaciones de Amigos del Camino (no todas, lamentablemente), la gente de la hospitalidad y, más que nadie, los propios peregrinos.
Porque ahora, cerrada la Puerta Santa compostelana, lo que queda es el Camino, que pertenece a los peregrinos.

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