Verás la maravilla del
camino
de Antonio Machado Poema comentado por Paz Díez Taboada |
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Verás la maravilla del
camino
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Junto con otros cuatro, este soneto se publicó por primera vez en 1925, en la
revista Alfar de La Coruña; y tres años más tarde, en 1928, apareció al
final de Nuevas canciones (1917-1925) -en la serie “Sonetos”, nº
CLXV, II- en la 2ª edición de Poesías completas. En Los
poemas de Antonio Machado (1967), Antonio Sánchez Barbudo afirmó que el
lugar al que se refiere Machado en este poema podría ser Soria: “un recuerdo
de Soria, a la que no se nombra. […] Una Soria estilizada, idealizada en el
recuerdo, apenas reconocible; pero bellísima”; porque a dicho estudioso le
sonaban otros versos machadianos que coinciden en imágenes y vocablos con
algunos de este soneto. Así, por ejemplo, el soneto I de la sección “Los
sueños dialogados”, también en Nuevas canciones: “¡Como en el
alto llano tu figura / se me aparece…! […] / brilla un balcón de la ciudad, el
mío, / el nuestro…”, en donde, como en otros poemas de Machado, hay una visión
trasfundida de Leonor y Soria en el recuerdo.
En
su edición de Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo (1971), José
María Valverde cree que la descripción le correspondería mejor a Segovia y
apunta: “la ciudad […] se ha entendido que podría ser Soria. Pero quizá sea
más exacto ver Segovia, con sus dos ríos cercando el Alcázar -el sitio que
luego aparecerá en algunas poesías a Guiomar-. El balcón sería entonces
el del poeta, dando a la plaza de San Esteban”. Y en su monumental y excelente
estudio sobre Machado (1979), Bernard Sesé es de la misma opinión.
Pero es el caso que, durante su estancia en Baeza, Machado comenzó a escribir
una serie de anotaciones teóricas y transcribió diversas poesías originales
-algunas, simples bocetos- y de otros autores, a veces con breves notas
críticas. Estos apuntes los continuó, tras su marcha de Baeza, en Segovia. Los
escribía en grueso cuaderno conocido como Los complementarios,
el cual tiene dos portadas y en la segunda de las cuales se lee: “Apuntes /
Antonio Machado / 1912 / Madrid-Baeza / 1919-1924 / Segovia / Madrid”. En su
libro Antonio Machado (1975), al referirse a esta obra afirma
Valverde: “En el mismo cuaderno, […] aparece el borrador de uno de los sonetos
añadidos a Nuevas canciones en 1928 (“Verás la maravilla del
camino…”), con esta indicación A.M., 1902. ¿Significa esto que el poeta
pone la fecha de su experiencia recordada, y no la de la redacción de los
versos, que en este caso difícilmente sería 1902? Por si fuera poco, ocurre
que la ciudad había sido vista como Soria -por Sánchez Barbudo- o como Segovia
-por mí-, pero un verso tachado dice ‘Entra en León, cuando la tarde fría…’”.
Antonio Machado, en el Café de las
Salesas. Madrid, 1933
Pero, ¿cuándo estuvo el poeta en León? En el cuaderno citado anotó: “8 de
noviembre de 1924. Salimos de Segovia Cardenal, Adellac y yo para Palencia y
León”. Y de 1931 es esta otra nota suya: “Desde 1919 paso la mitad de mi
tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad, aproximadamente. Mis últimas
excursiones han sido a Ávila, León, Palencia y Barcelona.” No hay ningún dato
más, por tanto, no se sabe si sólo estuvo en León esa vez -en 1924- o si hubo
alguna otra visita anterior o posterior.
En
general, las tierras que describe y canta Machado son las de Castilla -también
Madrid y su provincia- y Andalucía; sólo en contadas ocasiones “sale” de estas
regiones. A Valencia la cantó en Canción (“Ya va subiendo la luna…”) y,
sobre todo, en Amanecer en Valencia (“Estas rachas de
marzo, en los desvanes…”), pertenecientes a Otros poemas. A
Galicia, Asturias, Santander, Zamora, Extremadura, Navarra, Aragón y Cataluña
las nombra, simplemente, en breve alusión. Tal vez, pues, pueda afirmarse que
este es el único poema que Machado dedicó a otra tierra que no fuera una de
las suyas, de nacimiento o de adopción.
Las
dos primeras estrofas del soneto no son los preceptivos cuartetos, de rima
abrochada (ABBA), sino serventesios, con la rima alterna (ABAB), tan del gusto
modernista; en cambio, los tercetos están encadenados, a la manera clásica. El
poema está estructurado en tres partes, señaladas por las formas verbales
“verás” (vv. 1 y 9) y “debes entrar” (v. 13). El poeta se dirige a un
hipotético peregrino del Camino de Santiago y parece darle unas
indicaciones para el viaje, unas señas de camino, pero ¿a quién, realmente? Si
no supiéramos que Machado conoció a Guiomar, “su grande y secreto amor” -la
madrileña Pilar de Valderrama- hacia 1928 y, por tanto, unos años después de
la publicación de este soneto, estaríamos tentados a pensar que esas pistas
poéticas se dirigían a ella. ¿Se refiere, entonces, a cualquier caminante,
para prepararle e informarle de la maravilla que va a descubrir y de lo
que, ante ella, ha de hacer? Lo más probable es que el autor se dirige a sí
mismo y, por tanto, el poema es auto-comunicativo.
En
el segundo serventesio, pondera la belleza de la Pulchra Leonina
-la catedral leonesa: “gigante centinela / de piedra y luz, prodigio
torreado…”-, vista desde la vega que rodea la ciudad y cuando la otoñada
enrojece y amarillea los árboles -“entre chopos de candela”-, situada entre
dos ríos -Torío y Bernesga- y ante el lejano monte que le impresiona por su
contraste de color: el apagado lila -morado claro- y el llameante
flavo -arcaísmo por anaranjado-.
El
segundo “verás” centra la mirada en la llanura. Como en un tapiz, una vieja
estampa: la “jauría / de agudos galgos” y el “señor de caza” que cabalga hacia
el telón de fondo de las sierras; un señor como los antiguos moradores de esta
tierra, y que, por su chocante anacronismo, semeja un “vano fantasma” de otro
tiempo.
En
los dos últimos versos se encuentra la clave lírica de todo el poema. Machado
se dirige al tú poético y le exhorta a entrar en la ciudad, arrebujada en
torno de su catedral; y, aunque no dice cómo ni por dónde, sí indica cuándo se
ha de entrar, cuál es la hora propicia -en una fría tarde de otoño- y cuál el
lugar exacto al que se ha de llegar: final del camino y consumación del viaje.
Pero no está en la Naturaleza -montaña y llano, chopos como llamas-, ni ante
el prodigio del Arte -la catedral-, ni tampoco en la contemplación de la
visión fantasmagórica de un hombre del ayer. Se ha de llegar hasta una
recoleta y “desierta plaza” del laberinto leonés y ante un balcón iluminado en
el crepúsculo.
En
el soneto aparecen los habituales símbolos tan conocidos del imaginario
machadiano. En primer lugar, el camino; pues, como dijo Laín
Entralgo: “¿Cuántas veces ha escrito esta palabra Antonio Machado?”; y tanto
que, incluso, una parte de sus poemas la tituló Del camino.
Estrechamente unido al camino está el peregrino que es, en palabras de
Sesé, “una de las antiguas obsesiones de Machado y que es […] como el doble de
su conciencia desarraigada”. Concha Zardoya dijo que “Antonio Machado, más que
andar, peregrina, pues un fervor profundo le llena el alma: ‘¿No tiemblas -se
pregunta-, andante peregrino?’.” En este caso, como hemos apuntado antes, el
“peregrino” es el tú al que el yo se dirige con el clásico vocativo o llamada
de atención, habitual de los envíos poéticos, tan abundantes en la
lírica de todos los tiempos; pero ha de tenerse en cuenta que el aquí nombrado
es “un santiaguero” que marcha hacia “la soñada Compostela”, siguiendo el
mítico Camino de Santiago en viaje penitencial y/o iniciático.
Además, el poema presenta otros símbolos poéticos muy queridos de Machado como
son la tarde, el balcón iluminado y la desierta plaza.
Y, por otra parte, también son frecuentes en su poesía los colores lila
y flavo, el otoño dorado, los agudos galgos
y el cazador, la lejana serranía y la vieja
raza. El soneto es, pues, un breve y excelente compendio de los leit-motiv
y principales elementos simbólicos de la poesía de Antonio Machado.
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sábado, 22 de junio de 2013
Poesía en el Camino
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