El último personaje mágico que le quedaba a Compostela, Juan Carlos Lema Balsas (Camariñas, A Coruña, 1954), de profesión peregrino, marchó sin avisar, cuando comprendió que su trato se había vuelto insoportable, “casi agresivo”. Sabía que había llegado su final y quiso apurarlo, después de haber sido huérfano, ladrón, preso y rebelde, y con el tiempo entrañable figura pública, símbolo porque sí de los caminos a Santiago de Compostela, estampa pintoresca en álbumes de todo el planeta, semblante que inspiró toda una serie de souvenirs para turistas. En temporada alta, aseguraba, recaudaba unos 100 euros diarios de la gente que se le acercaba para fotografiarse. Otros le pagaban una ronda. Y todos marchaban con el recuerdo, y alguna información inédita sobre el corazón de piedra de esta ciudad.
Zapatones, o mejor dicho su alter ego humano, temeroso, escondido en sí
mismo, consumido y amoratado por el alcohol y el tabaco, fue hallado
muerto en Pontevedra el pasado día 15. En 2011 fue desahuciado por su
casero y pasó por un centro de desintoxicación. En 2013, atropellado en
pleno Camino Francés, a 55 kilómetros de Santiago, se fracturó las dos
piernas, pero se recuperó, aunque ya nunca volvió a ser el mismo.
El Rey lo invitó a comer
No tenía ningún amigo íntimo, pero se retrató con casi todos los políticos y celebridades que arribaron a la ciudad en las últimas dos décadas, incluido el rey Juan Carlos I, que al ver su capa marrón deshilachada, descolorida de lluvias y soles, le prometió un traje nuevo de romero y lo invitó a comer. Nunca conoció a sus padres y un buen trecho de su vida no tuvo claros ni sus apellidos, por eso pudo inventarse desde el prólogo. Aunque en ocasiones lo negaba, más tarde supo que en Ponte do Porto (Camariñas) tenía un hermano, José, que intentó ayudarle y lo acompañó en su último peregrinaje al camposanto. De su vida se sabía lo que él relataba, y relataba cosas contrapuestas según el día. Nunca se desdecía, sin embargo, cuando contaba que fue depositado en la casa cuna de A Coruña, que fue inscrito como hijo de José y María, igual que Jesucristo, y que de ahí pasó a los Salesianos, que de chico le procuraron trabajo al ver que no era buen estudiante. Se empleó en las viñas de Cambados (Pontevedra) y fue camarero. Aseguraba que los robos por los que cumplió prisión fueron sin violencia y que en la mili también fue condenado por desacato. Al fin, poco antes de cumplir los 40, Zapatones encontró el camino de su vida en la plaza del Obradoiro, ante la catedral.
El Rey lo invitó a comer
No tenía ningún amigo íntimo, pero se retrató con casi todos los políticos y celebridades que arribaron a la ciudad en las últimas dos décadas, incluido el rey Juan Carlos I, que al ver su capa marrón deshilachada, descolorida de lluvias y soles, le prometió un traje nuevo de romero y lo invitó a comer. Nunca conoció a sus padres y un buen trecho de su vida no tuvo claros ni sus apellidos, por eso pudo inventarse desde el prólogo. Aunque en ocasiones lo negaba, más tarde supo que en Ponte do Porto (Camariñas) tenía un hermano, José, que intentó ayudarle y lo acompañó en su último peregrinaje al camposanto. De su vida se sabía lo que él relataba, y relataba cosas contrapuestas según el día. Nunca se desdecía, sin embargo, cuando contaba que fue depositado en la casa cuna de A Coruña, que fue inscrito como hijo de José y María, igual que Jesucristo, y que de ahí pasó a los Salesianos, que de chico le procuraron trabajo al ver que no era buen estudiante. Se empleó en las viñas de Cambados (Pontevedra) y fue camarero. Aseguraba que los robos por los que cumplió prisión fueron sin violencia y que en la mili también fue condenado por desacato. Al fin, poco antes de cumplir los 40, Zapatones encontró el camino de su vida en la plaza del Obradoiro, ante la catedral.
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