GOLFOS, GALLOFOS, TRAPISONDISTAS Y VIVIDORES en el Camino Portugués a Santiago. Torres Villarroel, ejemplo de libro.
José A. de la Riera
No toda la peña puesta en Camino, y eso ha sido una constante también en todas las edades de la peregrinación, incluida la actual, lo hacía presa de la devoción. Los motivos que han puesto a los jacobeos sobre las viejas trochas siempre han sido dispares. Incluyendo entre ellos a la pura gallofa y a los más genuinos representantes de la picaresca pura y dura. Tal vez el Camino Portugués tenga el dudoso honor de hacer suyo a varios de los más genuinos representantes de todos ellos. Muy distintos de Nícola Albani (que si puede ser calificado de “pícaro” por muchas de sus acciones jamás estuvo exento de una autentica devoción jacobea), sus únicos objetivos – descaradamente declarados- fueron el esperperpento, la burla e incluso la mofa absoluta de todo lo referente a la peregrinación. El primero de ellos fue Bartolomé Villalba y Estaña, que en 1577 desciende desde Santiago hacia Tui (“Los veinte libros del peregrino curioso y grandezas de España).
Bartolomé Villalba, vividor incorregible, llega al esperpento total con todo lo que atañe a Galicia. Pero el culmen de la bellaquería caminera, cuando no del más puro, declarado y buscado desmadre, lo alcanza el famoso (y universalmente denostado) catedrático salmantino – y además alquimista, adivinador, bailarín, torero y un montón de cosas más- D. Diego de Torres Villarroel en su “peregrinación” de 1736. En un magnífico estudio realizado por Pablo Arribas Briones, de todo punto aconsejable: “Pícaros y Picaresca en el Camino de Santiago” (Burgos, 1993), se destacan tantos los motivos como las peripecias de su estrafalaria peregrinación, partiendo desde Salamanca hacia Portugal y caminando después desde Tui hasta Santiago. La “exposición de motivos” es significativa:
“Fue el más penoso (viaje) el que hice de ir a pie a visitar el templo del apóstol Santiago, y fue sin duda el más indignantemente cumplido, porque las indevotas, vanas y ridículas circustancias de mi peregrinación echaron a rodar parte del mérito y valor de mi promesa. Salí de Salamanca reventando de peregrino, con el bordón, la esclavina y vestido más que medianamente costoso. Acompañábame Don Agustín de Herrera, un amigo muy conforme con mi genio, muy semejante a mis ideas y muy parcial con mis inclinaciones; el que también venía tan fanfarrón, tan hueco, y tan loco como yo, afectando la gallardía, la gentileza y la pompa del cuerpo y del traje y descubriendo la vanidad de la cabeza...”
Sería prolíjo traer aquí todas las trapisondas, fiestas, trapacerías y “boutades” que el estrafalario grupo (se hacían acompañar de cuatro criados con cuatro caballos y un macho) desarrolló a lo largo de su alocada peregrinación por el Camino Portugués. El propio Torres se ocupó, además, de airear su viaje a los cuatro vientos y en romance:“Este viaje que escribo está cojo, zurdo, calvo, potroso, corcovado y tuerto...” Y, no duda, además, en dedicárselo a Don Agustín de Eura, a la sazón obispo de Ourense. Como tampoco se hurta en sentarse a la mesa del mismísimo arzobispo de Santiago. Respecto a las costumbres de Galicia, cae en el mismo esperpento desaforado que su antecesor en picaresca y desatinos, Bartolomé Villalba y Estaña:
Duermen juntos en un lecho
Hombre, Cabron, Mujer Cabra;
La Muger junto al Berraco
junto al hombre la Berraca. (Dedicado a las mujeres gallegas)
Aunque tampoco se quedó corto Juan Bautista Confalonieri (Lisboa-Santiago, s. XVI)
“... las mujeres de Galicia llevan vestidos extravagantes, y son de natural feas. Llevan en la cabeza unas toallas enrolladas, como turbantes, unas lo llevan altos, otros bajos, y algunas tan salientes que parece que tienen una gran diadema en la cabeza. En las orejas llevan unos pendientes de plata dorada, tan grandes que deberían desgarrar la oreja... y es notable que hasta las viejas decrépitas y monstruosas llevan esas bagatelas. Y cuanto mayores sean más se pavonean... y lo que es peor, se encuentran algunas que con un par de pendientes de 15 escudos – que esto cuestan los hermosos de la primera clase- y con un collar de otros 12 o 13 escudos, van por el campo descalzas; y, con poca vergüenza, no sólo van descalzas, sino también con las sayas levantadas. (Las mujeres) son sucias y desaseadas en su casa y en sus personas... en algunos lugares de Galicia, como en Pontevedra y otros, llevan unos ferreruelos con vueltas de velludo negro... lo que con aquellos turbantes, pendientes y vestidos, hace una figura bien fea.”
Palmas y pitos. Saluden, por favor, al señor Confalonieri.
Cuando, aún hoy en día, oímos las trapacerías que se cometen en el Camino de Santiago, vivencias como la de Torres Villarroel nos recuerdan que el Camino de Santiago ha sido en toda época puerta y tránsito de todo tipo de individuos, actitudes, expectativas y lances, que no hay nada nuevo bajo el sol y que, desde luego, las palabras del viejo poema medival “La Preciosa”, grabadas sobre la puerta del antiguo hospital de Roncesvalles, tienen toda su validez siglo tras siglo: “La puerta se abre a todos/ enfermos y sanos/no solo a católicos sino aún a paganos/a judios, herejes, ociosos y vanos/ y más brevemente a buenos y profanos.
Nota: la foto, y el personaje, puede no tener nada que ver con el título. ¿O tal vez si?
José A. de la Riera
No toda la peña puesta en Camino, y eso ha sido una constante también en todas las edades de la peregrinación, incluida la actual, lo hacía presa de la devoción. Los motivos que han puesto a los jacobeos sobre las viejas trochas siempre han sido dispares. Incluyendo entre ellos a la pura gallofa y a los más genuinos representantes de la picaresca pura y dura. Tal vez el Camino Portugués tenga el dudoso honor de hacer suyo a varios de los más genuinos representantes de todos ellos. Muy distintos de Nícola Albani (que si puede ser calificado de “pícaro” por muchas de sus acciones jamás estuvo exento de una autentica devoción jacobea), sus únicos objetivos – descaradamente declarados- fueron el esperperpento, la burla e incluso la mofa absoluta de todo lo referente a la peregrinación. El primero de ellos fue Bartolomé Villalba y Estaña, que en 1577 desciende desde Santiago hacia Tui (“Los veinte libros del peregrino curioso y grandezas de España).
Bartolomé Villalba, vividor incorregible, llega al esperpento total con todo lo que atañe a Galicia. Pero el culmen de la bellaquería caminera, cuando no del más puro, declarado y buscado desmadre, lo alcanza el famoso (y universalmente denostado) catedrático salmantino – y además alquimista, adivinador, bailarín, torero y un montón de cosas más- D. Diego de Torres Villarroel en su “peregrinación” de 1736. En un magnífico estudio realizado por Pablo Arribas Briones, de todo punto aconsejable: “Pícaros y Picaresca en el Camino de Santiago” (Burgos, 1993), se destacan tantos los motivos como las peripecias de su estrafalaria peregrinación, partiendo desde Salamanca hacia Portugal y caminando después desde Tui hasta Santiago. La “exposición de motivos” es significativa:
“Fue el más penoso (viaje) el que hice de ir a pie a visitar el templo del apóstol Santiago, y fue sin duda el más indignantemente cumplido, porque las indevotas, vanas y ridículas circustancias de mi peregrinación echaron a rodar parte del mérito y valor de mi promesa. Salí de Salamanca reventando de peregrino, con el bordón, la esclavina y vestido más que medianamente costoso. Acompañábame Don Agustín de Herrera, un amigo muy conforme con mi genio, muy semejante a mis ideas y muy parcial con mis inclinaciones; el que también venía tan fanfarrón, tan hueco, y tan loco como yo, afectando la gallardía, la gentileza y la pompa del cuerpo y del traje y descubriendo la vanidad de la cabeza...”
Sería prolíjo traer aquí todas las trapisondas, fiestas, trapacerías y “boutades” que el estrafalario grupo (se hacían acompañar de cuatro criados con cuatro caballos y un macho) desarrolló a lo largo de su alocada peregrinación por el Camino Portugués. El propio Torres se ocupó, además, de airear su viaje a los cuatro vientos y en romance:“Este viaje que escribo está cojo, zurdo, calvo, potroso, corcovado y tuerto...” Y, no duda, además, en dedicárselo a Don Agustín de Eura, a la sazón obispo de Ourense. Como tampoco se hurta en sentarse a la mesa del mismísimo arzobispo de Santiago. Respecto a las costumbres de Galicia, cae en el mismo esperpento desaforado que su antecesor en picaresca y desatinos, Bartolomé Villalba y Estaña:
Duermen juntos en un lecho
Hombre, Cabron, Mujer Cabra;
La Muger junto al Berraco
junto al hombre la Berraca. (Dedicado a las mujeres gallegas)
Aunque tampoco se quedó corto Juan Bautista Confalonieri (Lisboa-Santiago, s. XVI)
“... las mujeres de Galicia llevan vestidos extravagantes, y son de natural feas. Llevan en la cabeza unas toallas enrolladas, como turbantes, unas lo llevan altos, otros bajos, y algunas tan salientes que parece que tienen una gran diadema en la cabeza. En las orejas llevan unos pendientes de plata dorada, tan grandes que deberían desgarrar la oreja... y es notable que hasta las viejas decrépitas y monstruosas llevan esas bagatelas. Y cuanto mayores sean más se pavonean... y lo que es peor, se encuentran algunas que con un par de pendientes de 15 escudos – que esto cuestan los hermosos de la primera clase- y con un collar de otros 12 o 13 escudos, van por el campo descalzas; y, con poca vergüenza, no sólo van descalzas, sino también con las sayas levantadas. (Las mujeres) son sucias y desaseadas en su casa y en sus personas... en algunos lugares de Galicia, como en Pontevedra y otros, llevan unos ferreruelos con vueltas de velludo negro... lo que con aquellos turbantes, pendientes y vestidos, hace una figura bien fea.”
Palmas y pitos. Saluden, por favor, al señor Confalonieri.
Cuando, aún hoy en día, oímos las trapacerías que se cometen en el Camino de Santiago, vivencias como la de Torres Villarroel nos recuerdan que el Camino de Santiago ha sido en toda época puerta y tránsito de todo tipo de individuos, actitudes, expectativas y lances, que no hay nada nuevo bajo el sol y que, desde luego, las palabras del viejo poema medival “La Preciosa”, grabadas sobre la puerta del antiguo hospital de Roncesvalles, tienen toda su validez siglo tras siglo: “La puerta se abre a todos/ enfermos y sanos/no solo a católicos sino aún a paganos/a judios, herejes, ociosos y vanos/ y más brevemente a buenos y profanos.
Nota: la foto, y el personaje, puede no tener nada que ver con el título. ¿O tal vez si?
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