Leyenda del “Misterio de Obanos”.
Según la tradición a finales
del primer milenio, Felísa, hija de los duques de Aquitania (Francia),
escucharía de algún trovador las noticias de la existencia de la tumba
del Apóstol Santiago y de la peregrinación que muchas personas
realizaban para llegar hasta ella.
Felísa era una chica acomodada, siempre
había vivido entre algodones, seguramente dedicada a las labores típicas
de una persona de tal clase social en la edad media, es decir,
aprendiendo poemas, canciones y cosiendo la mayor parte de la jornada
diaria.
Al saber de la noticia le entró la
curiosidad y empezó a preparar a su séquito para iniciar su
peregrinación. Como era de esperar, su padre y su hermano Guillén se
opusieron a tan descabellada aventura, pero aún así a ella le podían más
las ganas de realizar esta peregrinación que dejar atrás una vida llena
de lujos, abundante comida y tranquilidad.
Su familia insistió en los peligros con los
que se encontraría en el camino, pero ella hizo caso omiso y partió
junto a su séquito dirección a Compostela. En el camino tuvo la
oportunidad de ver la miseria, la pobreza y la enfermedad.
Ya de camino a su tierra, después de haber
visitado la tumba del Santo Apóstol , decidió dedicarse a la
servidumbre, pues el camino había cambiado totalmente su manera de
entender la vida. Decidió quedarse en el Caserío de Amocain, en el valle
de Egües, cerca de Pamplona, dedicándose a las tierras, animales y
demás quehaceres propios de un caserío.
Su hermano Guillén, al ver que con el paso
del tiempo no volvía y que sólo regresó su cortejo, decidió ir a
buscarla. Estuvo preguntando por todos los pueblos y aldeas que se
encontraba por el camino, hasta que la localizó en dicho caserío. Allí
intentó convencerla de que volviera al castillo, a su vida de riqueza y
placeres, le insistió en que no abandonara su futuro y que dejara pasar
su locura de atender a los más necesitados.
Guillén entristecido y al mismo tiempo
enfurecido por la decisión de su hermana, se embraveció de tal manera
que fuera de toda cordura, mató a su hermana Felicia de un tajo certero
en el cuello. Al darse cuenta hasta donde había llegado su enojo y
agresividad y arrepentido del asesinato de su hermana, pone rumbo a la
tumba de Santiago para encontrar el perdón por su pecado mortal.
En Amocain enterraron a Felicia llenos de
ira y dolor, pero cual fue la sorpresa de los lugareños, que pasado unos
días brotó del sepulcro una flor. Al abrir la tumba, se dieron cuenta
que la flor brotaba de la herida mortal que le asestó su hermano,
tomando este momento como milagroso y santo.
Los vecinos de Amocain fabricaron un arca
de roble para el cuerpo de Felísa y lo depositaron con su cuerpo dentro
en el interior de la iglesia, pero al día siguiente apareció en medio
del campo. Quisieron levantar el arca para volverla a depositar de nuevo
en la iglesia pero les fue imposible. Avisaron al cura y le explicaron
lo extraño del peso y su apego a la tierra y este ordenó acercar unas
mulas para transportar el cuerpo de Felicia hasta donde ellas pararan.
Cual fue la sorpresa que una vez allí las mulas, el féretro se volvió
más liviano y pudieron cargarlas encima de ellas.
Poco a poco las mulas fueron marchando
hasta pararse en Labiano, una localidad en el valle de Aranguren, al
lado de la iglesia de San Pablo. En esta iglesia hoy llamada de San
Pablo y San Felisa, se encuentra enterrado el cuerpo de la hija del
Duque de Aquitania.
De vuelta Guillén de Santiago, decidió
quedarse de ermitaño en la ermita dedicada a Santa María en Arnotegui,
en uun cerro próximo al pueblo de Obanos, dedicando su vida a los
peregrinos, obras de caridad y a la Virgen hasta su muerte, que fue
proclamado Santo por el pueblo.
Hoy en día es conocida esta leyenda gracias
a los actos que se celebran cada dos años en Obanos, representación
popularmente llamada “El misterio de Obanos” y que su autor el sacerdote
Santos Beguiristain escribió en 1962 con el título “Auto Sacramental
del Martirio de Santa Felicia y penitencia de San Guillermo”.
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