Un Goncourt en el Camino
El francés Jean-Christophe Rufin edita en español su viaje a Compostela, éxito de ventas en su país
El escritor, diplomático y médico Jean-Christophe Rufin
(Bourges, 1952) hizo el camino de Santiago sin realmente planearlo. “A
mi pesar”, dice. Luego escribió sobre ello un poco por casualidad.
“También a mi pesar”, bromea. Unos amigos del premio Goncourt 2001, que ganó por Rojo Brasil,crearon
una pequeña editorial y él accedió a echar mano de sus recuerdos para
ayudarles.
El resultado es un refrescante relato desenfadado de la milenaria peregrinación, ni obra religiosa, ni de exaltación de la pasión del Camino.
Repleta de anécdotas, personajes, reflexiones y paisajes —de las postales más bellas a las carreteras y urbanizaciones masificadas—, está escrito en un tono burlesco que lo ha propulsado como segundo libro más vendido en Francia en 2013. Camino Inmortal, recién publicado en España por Duomo Ediciones, describe un camino desmitificado y “posmoderno”, al que cada peregrino aporta al final su propio significado.
La ironía del autor se palpa desde el titular, con ese adjetivo “inmortal”: una doble alusión al nombre que reciben los integrantes de la Academia Francesa, de la que Rufin es el segundo miembro más joven, y a la intemporalidad del camino.
“Realmente, lo más importante para mí es esa idea del subtítulo, Compostela a mi pesar”, relata el escritor en su despacho de París, con las maletas ya hechas para su siguiente viaje.
Preparaba un nuevo libro, La fortuna del gran Jacques Coeur, y quería tomarse un tiempo para vaciarse un poco la mente. Aficionado al montañismo, afincado en los Alpes, se dirigió a los Pirineos, que no conocía, indeciso sobre el destino. Una vez en Hendaya, se decidió por el Camino Norte, menos recorrido que el alternativo Camino Francés. “Es como si el camino te llamara y luego te atrapara”, opina. “No buscaba nada y lo encontré”, resume en el libro, galardonado en Francia con el Premio Nomads 2013. “No se trata de la misma nada”, asevera el escritor, conocido también por su novela El Abisinio (1997). “La nada que encontré es una suerte de vacío interior, como un estado particular que se alcanza a fuerza de caminar cada día. Es un proceso en el que te desprendes de todo”, ahonda.
Lo compara con las grandes peregrinaciones budistas de Oriente, una suerte de “iniciación que pasa por el cuerpo, por el dolor de pies, por dormir mal…” Al regreso, el efecto continúa. “Simplificas tu vida, tratas de hacer elecciones menos bulímicas, pero es como las vacunas: hay que ponerlas al día, porque la vida te vuelve a llenar de cosas nuevas”, resume. “Ahora me voy a África durante tres meses, donde me ocuparé de un hospital en Burundi”.
Cuando emprendió el camino, Rufin acababa de regresar de Nigeria,
donde fue embajador entre 2007 y 2010. “Allí, ser embajador francés es
como ser la reina de Inglaterra, dado el peso histórico de Francia en el
país”, enfatiza.
De tener a 300 colaboradores y todo un grupo de domésticos a su servicio, regresó a su vivienda de los Alpes y su tranquilidad. “La vuelta fue un poco rock’n’roll. Sabes que no tienes que acostumbrarte a esa vida, pero es inevitable”, admite el escritor, con una larga trayectoria en la acción humanitaria. “Era también una forma para mí de vivir ese despojo de forma voluntaria y no impuesta. Una forma de decir, no he perdido nada, al contrario”, concluye.
Jean Christophe Rufin empezó a escribir después de pasar años ejerciendo de médico. De hecho fue uno de los fundadores de “Médicos sin fronteras”. Más tarde estudió en Science Politique. Su primer destino como diplomático fue Brasil donde “no tenía mucho trabajo y gracias al dinero del gobierno francés, empecé a escribir mi primera novela”. Abisinio, publicada en 1997, ganó el Premio Goncourt y el Grand prix de la Academia Francesa. Le siguieron otras obras como Rojo Brasil (Premio Goncourt 2001), Globalia, Katiba, etc. Hasta que en 2008, Jean Christophe Rufin fue elegido miembro de la Academia Francesa.
Hace unos días, viajaba a Madrid, no solo como representante francés de la Noche de los libros, en la que ofreció una conferencia en La Real Casa de Correos sobre el viaje y la vida, sino para presentar su última obra publicada en España, El Camino inmortal, Compostela a pesar mío, (editorial Duomo). Este libro, que fue editado en una pequeña editorial francesa, cuenta en primera persona la experiencia del autor y su viaje a Santiago caminando los 850 kilómetros que recorren el llamado Camino del Norte.
-El libro tuvo un éxito tan grande en Francia, que acabó número uno en la lista de los libros más vendidos. ¿Se lo esperaba?
-En absoluto. Fue una de las grandes sorpresa de mi vida. Pienso que ha sido porque no hablo del camino desde un punto de vista religioso. Tampoco es anti religioso. Me centro, sobre todo, en el aspecto existencial del libro, lo que uno vive, lo que uno siente. Hay una reflexión espiritual pero no necesariamente cristiana. El camino no es hoy en día, un recorrido exclusivamente cristiano. Es cierto que los monumentos religiosos, las ermitas, las iglesias, son cristianas, pero, lo he ido observando por todos lados firmando el libro, hay gentes de todas las religiones que hacen el Camino de Santiago, musulmanes, budistas, agnósticos y, por supuesto, muchos católicos, es muy diverso. La mayoría de la gente hace el camino para estar en contacto con la naturaleza.
-Al principio, usted parte sin saber muy bien porque lo hace y dice en varias ocasiones que “el camino le llamaba”. ¿podría explicarnos como ocurrió?
-No me gustan los viajes, nunca he decidido hacer un viaje simplemente por placer. Si me he pasado la vida viajando ha sido por diversos compromisos laborales en mi vida. Mis hobbies son otros, como la marcha o la montaña. De hecho, me he dado cuenta con el tiempo que si quiero algo a toda costa, no suelo conseguirlo. En cambio cuando no pido nada, las ocasiones se presentan a mí. Y con el Camino de Santiago, ocurrió lo mismo. Es como sí, una vez que piensas hacerlo, la idea te persigue hasta que te lanzas a ello.
-¿Que hizo que un Embajador, Académico de la lengua, médico dejara sus honores de lado y se fuera un mes y medio a caminar solo?
Siempre he organizado mi vida para poder administrar mi tiempo yo mismo. Salvo los momentos en los que he sido Embajador, es decir que tenía restricciones, siempre he vivido así. Ahora por ejemplo, me marcho tres meses a África como médico. Necesito esos momentos de corte, de distanciamiento. Para mí, las cosas adquieren valor con el tiempo. Si uno se va tres días, no tiene nada que ver. La gente me dice que hace el Camino de Compostela en pequeñas etapas de unos días cada año. Eso, para mi, no tiene el mismo valor. Hay que vivir las cosas en “la duración”, con tiempo. Y lo que hice yo fue bastante corto. Me hubiera gustado que hubiera sido aun más largo. Es así como uno se impregna de las cosas.
-La obra cuenta su recorrido por el camino del norte de España, aquel que cruza el País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia. ¿La traducción al español es para usted un hecho importante?
-En el libro cuento exactamente lo que he visto. En uno de los capítulos, cuento mi parada en una tienda de comestibles, Casa Alvinia, y describo a la dueña como una señora bastante autoritaria, que te hace la comida, etc. ¡Pues ya he recibido varias cartas de gente desde esa misma Casa! Incluso la dueña me ha escrito para darme las gracias de hablar sobre su tienda. Volví allí, hace poco para sacar unas fotos, y tenía el libro en francés. Hay ya un contacto de los personajes con el libro y espero que ahora que lo van a poder leer en español, les siga gustando. Mi llegada a Santiago también la describo con una cierta desazón. La ciudad es preciosa pero reconozco que, como peregrino, me sentí un poco decepcionado. Pues ya he recibido una carta del Alcalde de Santiago en la que me proponía, hacerme él mismo la visita de la ciudad de Santiago para que pudiera ver lugares que no había visto. Yo cuento lo que viví. Carreteras llenas de coches en las que se puede atropellar al peregrino miles de veces. En el centro, es horrible la cantidad de turistas que hay. Santiago ha crecido de tal manera en estos últimos años que no se ha tenido en cuenta el Camino y el peregrino no se siente acogido después de los cientos de kilómetros que ha hecho para llegar hasta allí.
-Uno de los temas del viaje, es el encuentro. ¿Recuerda en particular algunas personas del camino que le llamaron la atención?
-Yo hice un Camino en solitario. No hay mucha gente que hace ese camino del Norte y fui en mayo. Mis mejores recuerdos son los de los monjes del País Vasco. Uno de ellos en particular, Gregorio, de quien hablo, es un monje que dejó el monasterio durante veinte años y se fue a recorrer el mundo. Luego volvió, hablando una mezcla de varios idiomas. Los monjes españoles me parecieron impresionantes. Con esas largas barbas y su extrema delgadez, son verdaderamente místicos en todo su ser.
-En su libro parece distinguir entre los monjes y los curas de los pueblos españoles.
-Es muy heterogéneo. Por un lado, uno visita lugares con mucha gente, mucha devoción, y, por otro lado, iglesias en las que un cura hace una misa completamente política, de hecho no se entiende bien si uno está en misa o en un programa de Talkshow en la televisión. Hay un lado postmoderno en la mezcla absoluta que uno encuentra. En los monasterios se siente esa devoción, esa profunda espiritualidad. Los monjes tienen unas instalaciones inmensas, que deben rentabilizar, y acaban alquilándolas a un grupo de jubilados yogis que vienen a adorar al sol. A nosotros los peregrinos, esos yogis nos sacaban fotos para demostrar que ellos habían estado realmente en el Camino.
-¿Hay un antes y un después en su vida tras el Camino?
-Recién llegado, le hubiera contestado que no. Es después cuando uno se da cuenta de la profundidad que alcanza. Y es escribiendo que yo hice el verdadero camino. Esta el Camino físico que es cuando uno lo realiza, y luego está el camino literario que me permitió darme cuenta de mi cambio. En el desprendimiento de las cosas. En mi deseo de querer ir a lo esencial.
-Elige el recorrido hasta Santiago por España. ¿Podría decirnos que es lo que más le sorprendió de esa parte de nuestro país?
-Todas las regiones que cruce me chocaron por su diversidad. El País Vasco me fascinó. Pienso que el litoral de Cantabria esta muy estropeado por culpa del boom inmobiliario. También se nota que cuando una región se interesa por el Camino de Santiago, hace que pase por lugares bonitos, emblemáticos, como en el País Vasco. Cuando le da lo mismo, como es el caso de Cantabria, el peregrino tiene que caminar durante horas por unas urbanizaciones, la mitad abandonadas, vacías, o la autopista. Produce una sensación de crisis, de opresión.
-¿Piensa que la sociedad en la que vivimos hoy en día, en la que no se para nunca, en la que no hay vacío, nos hace perder la dirección del camino en nuestras vidas?
-Por supuesto. El hacer el Camino de Santiago, es caminar hacía algo. Con sentido. Con destino. Santiago es un camino unidireccional. No se puede ir al revés. Una vez que se alcanza Santiago, no se puede hacer el camino a la inversa. Es un camino espiritual, una búsqueda en la vida de cada uno.
El resultado es un refrescante relato desenfadado de la milenaria peregrinación, ni obra religiosa, ni de exaltación de la pasión del Camino.
Repleta de anécdotas, personajes, reflexiones y paisajes —de las postales más bellas a las carreteras y urbanizaciones masificadas—, está escrito en un tono burlesco que lo ha propulsado como segundo libro más vendido en Francia en 2013. Camino Inmortal, recién publicado en España por Duomo Ediciones, describe un camino desmitificado y “posmoderno”, al que cada peregrino aporta al final su propio significado.
La ironía del autor se palpa desde el titular, con ese adjetivo “inmortal”: una doble alusión al nombre que reciben los integrantes de la Academia Francesa, de la que Rufin es el segundo miembro más joven, y a la intemporalidad del camino.
“Realmente, lo más importante para mí es esa idea del subtítulo, Compostela a mi pesar”, relata el escritor en su despacho de París, con las maletas ya hechas para su siguiente viaje.
Preparaba un nuevo libro, La fortuna del gran Jacques Coeur, y quería tomarse un tiempo para vaciarse un poco la mente. Aficionado al montañismo, afincado en los Alpes, se dirigió a los Pirineos, que no conocía, indeciso sobre el destino. Una vez en Hendaya, se decidió por el Camino Norte, menos recorrido que el alternativo Camino Francés. “Es como si el camino te llamara y luego te atrapara”, opina. “No buscaba nada y lo encontré”, resume en el libro, galardonado en Francia con el Premio Nomads 2013. “No se trata de la misma nada”, asevera el escritor, conocido también por su novela El Abisinio (1997). “La nada que encontré es una suerte de vacío interior, como un estado particular que se alcanza a fuerza de caminar cada día. Es un proceso en el que te desprendes de todo”, ahonda.
Lo compara con las grandes peregrinaciones budistas de Oriente, una suerte de “iniciación que pasa por el cuerpo, por el dolor de pies, por dormir mal…” Al regreso, el efecto continúa. “Simplificas tu vida, tratas de hacer elecciones menos bulímicas, pero es como las vacunas: hay que ponerlas al día, porque la vida te vuelve a llenar de cosas nuevas”, resume. “Ahora me voy a África durante tres meses, donde me ocuparé de un hospital en Burundi”.
Cuando emprendió el camino, Rufin acababa de regresar de Nigeria,
donde fue embajador entre 2007 y 2010. “Allí, ser embajador francés es
como ser la reina de Inglaterra, dado el peso histórico de Francia en el
país”, enfatiza.
De tener a 300 colaboradores y todo un grupo de domésticos a su servicio, regresó a su vivienda de los Alpes y su tranquilidad. “La vuelta fue un poco rock’n’roll. Sabes que no tienes que acostumbrarte a esa vida, pero es inevitable”, admite el escritor, con una larga trayectoria en la acción humanitaria. “Era también una forma para mí de vivir ese despojo de forma voluntaria y no impuesta. Una forma de decir, no he perdido nada, al contrario”, concluye.
De tener a 300 colaboradores y todo un grupo de domésticos a su servicio, regresó a su vivienda de los Alpes y su tranquilidad. “La vuelta fue un poco rock’n’roll. Sabes que no tienes que acostumbrarte a esa vida, pero es inevitable”, admite el escritor, con una larga trayectoria en la acción humanitaria. “Era también una forma para mí de vivir ese despojo de forma voluntaria y no impuesta. Una forma de decir, no he perdido nada, al contrario”, concluye.
De tener a 300 colaboradores y todo un grupo de domésticos a su servicio, regresó a su vivienda de los Alpes y su tranquilidad. “La vuelta fue un poco rock’n’roll. Sabes que no tienes que acostumbrarte a esa vida, pero es inevitable”, admite el escritor, con una larga trayectoria en la acción humanitaria. “Era también una forma para mí de vivir ese despojo de forma voluntaria y no impuesta. Una forma de decir, no he perdido nada, al contrario”, concluye.
Jean Christophe Rufin empezó a escribir después de pasar años ejerciendo de médico. De hecho fue uno de los fundadores de “Médicos sin fronteras”. Más tarde estudió en Science Politique. Su primer destino como diplomático fue Brasil donde “no tenía mucho trabajo y gracias al dinero del gobierno francés, empecé a escribir mi primera novela”. Abisinio, publicada en 1997, ganó el Premio Goncourt y el Grand prix de la Academia Francesa. Le siguieron otras obras como Rojo Brasil (Premio Goncourt 2001), Globalia, Katiba, etc. Hasta que en 2008, Jean Christophe Rufin fue elegido miembro de la Academia Francesa.
Hace unos días, viajaba a Madrid, no solo como representante francés de la Noche de los libros, en la que ofreció una conferencia en La Real Casa de Correos sobre el viaje y la vida, sino para presentar su última obra publicada en España, El Camino inmortal, Compostela a pesar mío, (editorial Duomo). Este libro, que fue editado en una pequeña editorial francesa, cuenta en primera persona la experiencia del autor y su viaje a Santiago caminando los 850 kilómetros que recorren el llamado Camino del Norte.
-El libro tuvo un éxito tan grande en Francia, que acabó número uno en la lista de los libros más vendidos. ¿Se lo esperaba?
-En absoluto. Fue una de las grandes sorpresa de mi vida. Pienso que ha sido porque no hablo del camino desde un punto de vista religioso. Tampoco es anti religioso. Me centro, sobre todo, en el aspecto existencial del libro, lo que uno vive, lo que uno siente. Hay una reflexión espiritual pero no necesariamente cristiana. El camino no es hoy en día, un recorrido exclusivamente cristiano. Es cierto que los monumentos religiosos, las ermitas, las iglesias, son cristianas, pero, lo he ido observando por todos lados firmando el libro, hay gentes de todas las religiones que hacen el Camino de Santiago, musulmanes, budistas, agnósticos y, por supuesto, muchos católicos, es muy diverso. La mayoría de la gente hace el camino para estar en contacto con la naturaleza.
-Al principio, usted parte sin saber muy bien porque lo hace y dice en varias ocasiones que “el camino le llamaba”. ¿podría explicarnos como ocurrió?
-No me gustan los viajes, nunca he decidido hacer un viaje simplemente por placer. Si me he pasado la vida viajando ha sido por diversos compromisos laborales en mi vida. Mis hobbies son otros, como la marcha o la montaña. De hecho, me he dado cuenta con el tiempo que si quiero algo a toda costa, no suelo conseguirlo. En cambio cuando no pido nada, las ocasiones se presentan a mí. Y con el Camino de Santiago, ocurrió lo mismo. Es como sí, una vez que piensas hacerlo, la idea te persigue hasta que te lanzas a ello.
-¿Que hizo que un Embajador, Académico de la lengua, médico dejara sus honores de lado y se fuera un mes y medio a caminar solo?
Siempre he organizado mi vida para poder administrar mi tiempo yo mismo. Salvo los momentos en los que he sido Embajador, es decir que tenía restricciones, siempre he vivido así. Ahora por ejemplo, me marcho tres meses a África como médico. Necesito esos momentos de corte, de distanciamiento. Para mí, las cosas adquieren valor con el tiempo. Si uno se va tres días, no tiene nada que ver. La gente me dice que hace el Camino de Compostela en pequeñas etapas de unos días cada año. Eso, para mi, no tiene el mismo valor. Hay que vivir las cosas en “la duración”, con tiempo. Y lo que hice yo fue bastante corto. Me hubiera gustado que hubiera sido aun más largo. Es así como uno se impregna de las cosas.
-La obra cuenta su recorrido por el camino del norte de España, aquel que cruza el País Vasco, Cantabria, Asturias y Galicia. ¿La traducción al español es para usted un hecho importante?
-En el libro cuento exactamente lo que he visto. En uno de los capítulos, cuento mi parada en una tienda de comestibles, Casa Alvinia, y describo a la dueña como una señora bastante autoritaria, que te hace la comida, etc. ¡Pues ya he recibido varias cartas de gente desde esa misma Casa! Incluso la dueña me ha escrito para darme las gracias de hablar sobre su tienda. Volví allí, hace poco para sacar unas fotos, y tenía el libro en francés. Hay ya un contacto de los personajes con el libro y espero que ahora que lo van a poder leer en español, les siga gustando. Mi llegada a Santiago también la describo con una cierta desazón. La ciudad es preciosa pero reconozco que, como peregrino, me sentí un poco decepcionado. Pues ya he recibido una carta del Alcalde de Santiago en la que me proponía, hacerme él mismo la visita de la ciudad de Santiago para que pudiera ver lugares que no había visto. Yo cuento lo que viví. Carreteras llenas de coches en las que se puede atropellar al peregrino miles de veces. En el centro, es horrible la cantidad de turistas que hay. Santiago ha crecido de tal manera en estos últimos años que no se ha tenido en cuenta el Camino y el peregrino no se siente acogido después de los cientos de kilómetros que ha hecho para llegar hasta allí.
-Uno de los temas del viaje, es el encuentro. ¿Recuerda en particular algunas personas del camino que le llamaron la atención?
-Yo hice un Camino en solitario. No hay mucha gente que hace ese camino del Norte y fui en mayo. Mis mejores recuerdos son los de los monjes del País Vasco. Uno de ellos en particular, Gregorio, de quien hablo, es un monje que dejó el monasterio durante veinte años y se fue a recorrer el mundo. Luego volvió, hablando una mezcla de varios idiomas. Los monjes españoles me parecieron impresionantes. Con esas largas barbas y su extrema delgadez, son verdaderamente místicos en todo su ser.
-En su libro parece distinguir entre los monjes y los curas de los pueblos españoles.
-Es muy heterogéneo. Por un lado, uno visita lugares con mucha gente, mucha devoción, y, por otro lado, iglesias en las que un cura hace una misa completamente política, de hecho no se entiende bien si uno está en misa o en un programa de Talkshow en la televisión. Hay un lado postmoderno en la mezcla absoluta que uno encuentra. En los monasterios se siente esa devoción, esa profunda espiritualidad. Los monjes tienen unas instalaciones inmensas, que deben rentabilizar, y acaban alquilándolas a un grupo de jubilados yogis que vienen a adorar al sol. A nosotros los peregrinos, esos yogis nos sacaban fotos para demostrar que ellos habían estado realmente en el Camino.
-¿Hay un antes y un después en su vida tras el Camino?
-Recién llegado, le hubiera contestado que no. Es después cuando uno se da cuenta de la profundidad que alcanza. Y es escribiendo que yo hice el verdadero camino. Esta el Camino físico que es cuando uno lo realiza, y luego está el camino literario que me permitió darme cuenta de mi cambio. En el desprendimiento de las cosas. En mi deseo de querer ir a lo esencial.
-Elige el recorrido hasta Santiago por España. ¿Podría decirnos que es lo que más le sorprendió de esa parte de nuestro país?
-Todas las regiones que cruce me chocaron por su diversidad. El País Vasco me fascinó. Pienso que el litoral de Cantabria esta muy estropeado por culpa del boom inmobiliario. También se nota que cuando una región se interesa por el Camino de Santiago, hace que pase por lugares bonitos, emblemáticos, como en el País Vasco. Cuando le da lo mismo, como es el caso de Cantabria, el peregrino tiene que caminar durante horas por unas urbanizaciones, la mitad abandonadas, vacías, o la autopista. Produce una sensación de crisis, de opresión.
-¿Piensa que la sociedad en la que vivimos hoy en día, en la que no se para nunca, en la que no hay vacío, nos hace perder la dirección del camino en nuestras vidas?
-Por supuesto. El hacer el Camino de Santiago, es caminar hacía algo. Con sentido. Con destino. Santiago es un camino unidireccional. No se puede ir al revés. Una vez que se alcanza Santiago, no se puede hacer el camino a la inversa. Es un camino espiritual, una búsqueda en la vida de cada uno.
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