domingo, 21 de junio de 2009

Liber Peregrinationis ( XVI )

Capítulo IX (3ª parte)
(Características de la ciudad y basílica de Santiago Apóstol en Galicia)
EL CUERPO Y EL ALTAR DE SANTIAGO
Ya que hemos expuesto hasta aquí las características del templo, vamos a tratar ahora del venerable altar del Apóstol. Pues en esta venerable basílica, es tradición que descansa con todo los honores, el cuerpo venerado de Santiago, debajo del altar mayor que se ha levantado en su honor, guardado en un arca de mármol, en un magnífico sepulcro de bóveda, admirablemente ejecutado y de dignas proporciones. Este cuerpo se encuentra también entre los anamovibles, según el testimonio de San Teodomiro, obispo de la ciudad, que fue quien en su días lo descubrió y no le fue posible moverlo. Ruborícense, pues, los émulos transpirenaicos, que afirman poseer una parte o reliquias suyas. Porque el cuerpo del Apóstol se encuentra íntegro allí, divinamente iluminado con celestiales carbúnculos, honrado por divinos aromas que axhalan sin cesar, adornado con refulgentes luminarias celestes, y agasajado fervientemente por angélicos presentes. Sobre su sepulcro hay un pequeño altar que, dicen, fue levantado por sus discípulos, y que por amor al Apóstol y a sus discípulos, no se ha atrevido nadie a desmontar después. Sobre éste se levanta un altar grande y maravilloso de cinco palmos de altura, doce de longitud y siete de anchura. Estas medidas las he tomado yo con mis propias manos. El altar pequeño está encerrado bajo el grande por tres lados, a saber, por la izquierda, por la derecha y por detrás, pero abierto por el frente, de forma que, quitando el frontal de plata, se puede ver perfectamente el altar viejo. Si alguien, por devoción al Apóstol, quisiere regalar un mantel o un lienzo para cubrir su altar, que sea de nueve palmos de ancho y veintiuno de largo. Pero si por amor de Dios y devoción al Apóstol, alguien regala un frontal, procure que sea de siete palmos de ancho y trece de largo.
EL FRONTAL DE PLATA
El frontal que cierra el altar está bellamente trabajando en oro y plata. En el centro tiene esculpido el trono del Señor, rodeado por los veinticuatro ancianos, ordenados como San Juan, hermano de Santiago, los vio en su Apocalipsis, a saber, doce a la derecha y otros tantos a la izquierda, cin cítara y pomos de oro llenos de perfumes en sus manos. En el centro se sienta el Señor, como en trono de majestad, con el libro de la vida en la mano izquierda e impartiendo la bendición con la derecha. En torno al trono, están los cuatro evangelistas como sosteniéndolo. A derecha e izquierda, están colocados los doce apóstoles: tres a la derecha en la primera fila, y otros tres encima; lo mismo que a la izquierda, con tres en la primera fila y otros tres en la de arriba. Hay también hermosas flores en derredor y muy bellas columnas separando a los apóstoles. El frontal, de bella y fina labor, en la parte alta tiene grabados estos versos:Diego Segundo, prelado que fue de Santiago, esta tablaHizo, cuando un quinquenio su episcopado cumplió,Y del tesoro del Santo Apóstol setenta con cincoMarcos de plata, para coste de la obra contó. En la parte baja, tiene también esta inscripción:Rey era entonces Alfonso, y su yerno el Conde Raimundo,Cuando el prelado dicho, tal obra a cabo llevó.
EL TEMPLETE DEL ALTAR DEL APOSTOL
El templete que cubre el venerable altar, está decorado por dentro y por fuera con admirables pinturas y dibujos y con diversos adornos. Es cuadrado, descansa sobre cuatro columnas y de altura y medidas proporcionadas. En el interior, en primera fila, aparecen en figura de mujer las ocho virtudes particulares que cita San Pablo, dos en cada ángulo. Sobre sus cabezas, se yerguen ángeles que con sus manos alzadas sostienen el trono que ocupa el remate del templete. En el centro del trono se sitúa el Cordero de Dios que levanta la cruz con su pie. Hay tantos ángeles como virtudes. Por el exterior, en primer término, hay cuatro ángeles que con sus trompetas anuncian la resurección del día del juicio. Hay dos por delante en una cara, y dos detrás en la obra. A la misma altura hay cuatro profetas: Moisés y Abrahán en la cara izquierda, e Isaac y Jacob en la derecha. Cada uno tiene en su mano una cartela con su profecía particular. En la fila superior están sentados en círculo los doce apóstoles. En la primera cara, es decir, por delante, aparece sentando en el medio Santiago, con un libro en la mano izquierda e impartiendo la bendición con la derecha. A derecha e izquierda tiene sendos apóstoles en la misma fila. De igual forma hay tres apóstoles en el lado derecho del templete, tres a la izquierda y otros tres detrás. Sobre la cubierta, se sientan cuatro ángeles como guardando el altar, y en las esquinas del templete, en el remate de la cubierta, están esculpidos los cuatro evangelistas con sus propios símbolos. Por dentro está pintado y por fuera esculpido y pintado. En la cúspide, por el exterior, se remata en un triple arco, en el que está esculpida la Divina Trinidad. En el primer arco, el que mira a occidente está la persona del Padre; en el segundo, entre el mediodía y el oriente, la del Hijo; y en el tercero, el que mira al norte, la persona del Espíritu Santo. Y sobre este remate descansa una bola de plata resplandeciente sobre la que se alza una preciosa cruz.

LAS TRES LAMPARAS
Ante el altar de Santiago cuelgan tres grandes lámparas de plata en honor de Cristo y del Apóstol. La del medio es muy grande y está admirablemente cincelada en forma de pebetero, con siete recipientes con otras tantas luces, en representación de los siete dones del Espíritu Santo. Estos recipientes no se rellenan más que con aceite de bálsamo, de mirto, de mirobálano o de oliva. El recipiente mayor está en el centro, y cada uno de los otros seis que le rodean, lleva esculpidos por fuera dos apóstoles. ¡Que el alma del rey Alfonso de Aragón que, según se dice, fue quien la donó a Santiago, descanse en paz eterna!

DE LA DIGNIDAD DE LA IGLESIA DE SANTIAGO Y DE SUS CANONIGOS
En el altar de Santiago habitualmente no celebra misa quien no sea obispo o arzobispo, para o cardenal de la misma iglesia. Porque habitualmente acostumbra a haber siete cardenales en la misma basílica, los cuales celebran en es altar los divinos oficios. Creados y reconocidos por muchos papas, han sido además confirmados por el papa Calixto, nuestro señor. Esta dignidad que la basílica de Santiago posee por una respetable tradición, nadie debe quitársela, por amor al Apóstol.
LOS CANTEROS DE LA IGLESIA. PRINCIPIO Y FIN DE SU CONSTRUCCION
Los maestros canteros que emprendieron la construcción de la basílica de Santiago, se llamaban Don Bernardo el Viejo, maestro admirable, y Roberto, con aproximadamente otros 50 canteros que allí trabajaban asiduamente, bajo la solícitada dirección de don Wicarto, don Segeredo, prior del cabildo, y del abad don Gundesindo; durante el reinado de Alfonso, rey de las Españas, y durante el obispado de don Diego I, guerrero esforzado y varón generoso. El templo se comenzó en la Era MCXVI. Desde esta fecha hasta la muerte de Alfonso, valiente e ilustre rey de Aragón, se cuentan 59 años; y hasta el asesinato de Enrique, rey de los ingleses, 62 años; y hasta la muerte de Luis el Gordo, rey de los francos 63; y desde la colocación de la primera piedra en sus cimientos, hasta la colocación de la última, pasaron 44 años. Desde el comienzo de la obra hasta nuestros días, este templo florece con el resplandor de los milagros de Santiago, pues, en él se concede la salud a los enfermos, se restablece la vista a los ciegos, se suelta la lengua de los mudos, se franquea el oído a los sordos, se da movimiento libre a los cojos, se concede liberación a los endemoniados y, lo que es todavía más, se atienden las preces del pueblo fiel, se acogen sus ruegos, se desatan las ligaduras de los pecados, se abre el cielo a los que llaman a sus puertas, se consuela a los afligidos, y las gentes de todos los países del mundo allí acuden en tropel a presentar sus ofrendas en honor del Señor.
LA DIGNIDAD DE LA IGLESIA DE SANTIAGO
Y no se debe olvidar que el papa San Calixto, de buena memoria, transfirió desde Mérida, ciudad metropolitana en territorio sarraceno, la dignidad episcopal, concediéndosela por devoción y en honor del Apóstol a la iglesia de Santiago y a su misma ciudad. Y como consecuencia ordenó y confirmó, como primer arzobispo de la sede apostólica de Compostela, al nobilísimo Diego que con anterioridad era obispo de Santiago.

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