viernes, 4 de junio de 2010

Historias del Camino

Un ensayo sobre las enfermedades del Camino

León.- El catedrático emérito de la Universidad de León, veterinario y erudito, Miguel Cordero del Campillo, acaba de publicar en gallego su ensayo «Las enfermedades en el Camino de Santiago». Con este tema ha cerrado el curso del Programa Universitario de la Experiencia en el aula San Isidoro. Un total de 84 personas se han graduado este curso, 42 en León, 38 en Ponferrada y cuatro en Astorga.
El Camino de Santiago se convirtió desde su nacimiento en un itinerario de intercambios culturales y también de enfermedades. Cordero ha estudiado los males y dolencias que durante la Edad Media proliferaron en la Ruta Jacobea.
-¿Cuáles eran las enfermedades más frecuentes en el camino?
-La lepra, por supuesto, había muchas leproserías. Piojos, tifus, fiebres pútridas, tiñas enfermedades venéreas (gonocócea, especialmente). También era frecuente el mal sagrado ( igni sacer) producido por el cornezuelo de centeno, era muy frecuente entre los peregrinos que venían de tierras al norte de los Pirineos. Era una anemia derivada de la alteración de la circulación sanguínea por un alcaloide que contiene el cornezuelo del centeno y que producía sensación de quemazón en las extremidades de las personas afectadas. Cuando entraban en la zona de Castilla y comían pan de trigo se aliviaban mucho. De ahí vienen tradiciones como la del Hospital San Antonio Abad de León de los cotinos (panecillos de trigo) el día 17 de enero, una tradición que venía de Castrojeriz (Burgos) donde se ve al santo con estas ofrendas de pan.
-La mayoría relacionadas con la falta de higiene...
-Y con las condiciones de vida. Los templos servían de acomodo para pasar la noche. De hecho en la de Santiago, el botafumeiro se instala como una forma de espantar los hedores que dejaban aquellas gentes. Pero también había crímenes y problemas en los albergues, donde las mujeres tenían que estar separadas de los hombres porque ya se sabe que entre santa y santo, cal y canto. Aunque, como decía mi madre, calienta más el muslo de un varón que cien kilos de carbón. También hubo costumbres, como la del bucle polónico (un tirabuzón que no se lavaba) que eran fuente de enfermedades por hongos y piojos y que, por ser costumbre de nobles, afectaba más a éstos a que los pobres gañanes.
-¿Paralelamente a las enfermedades surgieron remedios?
-Había muchos hospitales. Es curioso que en el Bierzo los hubo específicos para peregrinos ingleses y también los franceses tuvieron los suyos. Muchos se colaban a la sopaboba y se inventó el sistema de hacer una muesca en el bordón para evitar esta picaresca. Además, estaba la farmacopea de los conventos. En el hortus sanitatis crecían al lado de las verduras plantas con indicaciones terapéuticas, unas eficaces y otras que sólo producían efecto placebo, que también cura puesto que tiene efectos sobre la psique. En la plaza de Santiago se expendían fármacos indicados para determinadas dolencias, como el mirto para la duela del hígado, quiste producido por el caracolillo que se pegaba a los berros de las fuentes a donde llegaban las defecaciones de animales rumiantes. Este remedio viene de Teofrasto (Grecia, año 372 a. C.). Santa Hildegarda de Bingen hizo el tratado De Fisica, en el que vienen muchos de estos remedios. Los eclesiásticos tenían la costumbre de utilizar este tipo de libros (el doctor Cabello tradujo el Macer Floridus de San Isidoro de León) que recopilan una floresta interesantísima de elementos que se utilizaban, primero vegetales y luego minerales. Se habla de filacterias u objetos con propiedades terapéuticas. Alfonso X El Sabio escribió Lapidarium, que atribuye virtudes terapéuticas a muchas piedras. Y también se recurría a invocaciones.

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