lunes, 20 de diciembre de 2010

Nota del Correo

El anonimato, o de como tirar la piedra escondiendo la mano

Se ha recibido en esta redacción un curioso anónimo, acerca de un suelto sobre la falta de presencia de José Luis Rodríguez Zapatero en los actos del Año Santo compostelano.

Aunque se sospecha la identidad del “valiente”, vamos a dejarle seguir donde a él le gusta, es decir escondido. Y aunque no buscamos la polémica, tampoco queremos dejar impune la "fechoría".

Dice el personajillo de marras lo que sigue:

Es obligatorio cumplir un ritual por una persona sin las convicciones religiosas de una minoría? ¿Es más ético cumplir con las tradiciones impuestas sin creer en ellas y recrear una farsa? ¿Por qué imponer creencias? Saludos”.

Pues bien, quizá ignore el del anónimo -seguidor sin duda de Zapatero o temeroso de hundirse en el anunciado naufragio de su admirado-, que un jefe de Gobierno tiene obligaciones que van más allá de sus propios gustos y sus convicciones religiosas, que en este caso, mal que le pese a quien sea, no son tan minoritarias.

Quizás ignore, igualmente, que la vida política está llena de tradiciones impuestas, unas veces laicas y otras religiosas, y qué decir de la vida de una sociedad moderna, como se pretende la nuestra. Se diría que vivir en sociedad incluye una buena dosis de aceptación de convencionalismos, costumbres y hasta hechos religiosos, de manera especial para quienes desean representar a la sociedad. Y ese es el caso de los políticos. Porque ni Zapatero, ni cualquier alcalde de pueblo pueden abdicar de representar a todos, incluidos aquellos con quienes no comparten en plenitud ideales, convicciones o creencias. Son, digamoslo así, gajes del oficio. Y por ello, a diario, los ciudadanos presencian farsas y ritos más o menos antiguos practicados por los políticos, con más o menos arte y convicción. Para muchos de los que se pretenden "servidores del pueblo", la simulación figura en el abecé del oficio.

Pero es que además, merced a ritos, como el compostelano, las arcas públicas ingresan una pila de millones, que ayudan a cuadrar las cuentas descuadradas por una crisis en la que algunos no quisieron creer, cuando no se dedicaron a dilapidar fortunas para reorientar las encuestas. Y en lo que atañe a las peregrinaciones jacobeas no todo son ritos o tradiciones. Hay también muchas decisiones a tomar para el mejor funcionamiento de esa maquinaria de la que España obtiene prestigio y ganancias (no todo va a ser que Zapatero participe en el G-22 o se de la mano con Obama, acompañado de la familia). Cuando ha tenido que "orar" en la plegaria que organiza el inquilino de la Casa Blanca, bien se ha aplicado. Al fin y al cabo, Washington bien vale una misa.

El hecho es que Compostela, como tradición o devoción, o como simple fenómeno de masas ha sido ciertamente desatendida hasta la fecha por aquel que debería ser el primer responsable de respetar los gustos de los ciudadanos y de aparcar sus criterios personales hasta el día, cada vez más cercano en apariencia, en que se marche a su casa a cuidar de otros asuntos. Lo peor es que lo hará con sueldo vitalicio, porque hasta en eso los políticos españoles se buscan las mañas para prepararse un buen colchón.

Pero entre tanto, sea político de segunda división, civil o lego, el del comentario debiera aprender una lección: es de mal político y de peor ciudadano ampararse en el anonimato. Porque equivale al tan traído y llevado tirar la piedra y esconder la mano, que no es otra cosa que sinónimo de cobardía. Y de eso, de cobardes, España está muy sobrada.

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