Caminar a Santiago, pero mejor por rutas históricas
J. Frisuelos
Las peregrinaciones a Santiago son muy antiguas y desde nuestra tierra, el antiguo Reino de Toledo y lo que hoy constituye la Comunidad de Castilla-La Mancha, se iniciaron muy pronto después del descubrimiento de la tumba del Apóstol (allá por el siglo IX) en el lugar conocido como Compostela, el Campo de las Estrellas…
No vamos a entrar a considerar cuánto de realidad y cuánto de mito o leyenda hay en todo este asunto. Lo cierto es que, verdad o invención, Santiago, su sepulcro y Compostela han sido desde entonces capaces de atraer a millones de seres humanos que no dudan en asegurar que, tras recorrer el Camino que lleva a aquellas tierras, ya no se sienten los mismos y piensan que sus vidas han experimentado un cambio, generalmente a mejor.
Y es hoy en día, recién terminado un Año Santo ( parcialmente “viciado” por intereses pecuniarios y de otro género) y, cuando faltan nada menos que 11 años hasta el siguiente, el mejor momento para asegurar sin temor a equivocarse que el Camino de Santiago, las rutas jacobeas en su conjunto, viven un cierto renacimiento que seguramente sobrevivirá si la codicia de los unos, la envidia de los otros y la indiferencia de algunos más no consiguen echar por tierra esa dinámica.
Para que algo así no suceda se precisa, entre otras cosas, respetar la historia y la tradición en las que se basa el fenómeno jacobeo, cuidarlas, casi mimarlas… Y para ello quizá ha llegado la hora de poner las cosas en su sitio y dejar claro qué es histórico y qué no lo es. Pero desde luego, de dejar de engañar a la gente, entre otras cosas inventando caminos o adaptándolos al gusto interesado de unos pocos.
Nadie duda de que, como sostiene el dicho jacobeo, “el Camino comienza a la puerta de la casa del peregrino y termina en la Plaza del Obradoiro”. Pero, admitido ese principio, hay que recordar a continuación que el éxito del Camino es haber preservado casi sin alteración durante más de mil años unos senderos tal y como los recorrían gentes de otras épocas.
Si algo buscan tantos peregrinos que se lanzan al Camino de Santiago, tanto de España como de muchos otros lugares del mundo, es autenticidad alcaminar por donde lo hicieron aquellos predecesores –y no por donde ahora les dicen “inventores de rutas” para satisfacer su arrogancia- y en los que practicar los valores que hacen de la sirga compostelana un sitio distinto al resto. Y eso pasa en nuestro caso con lo que llamamos Camino del Sureste y el pretendido camino de Levante: la historia avala al primero y desautoriza al segundo si pretende alegar una larga tradición.
Pero volvamos la vista al siglo IX y a aquellos tiempos del inicio de la peregrinación.
Eran entonces mayoría los caminantes jacobeos practicantes del rito litúrgico que conocemos como hispano-mozárabe, es decir, el que los cristianos de estas tierras conservaron incluso bajo el dominio musulmán y que preservaba con gran fidelidad el de los primeros cristianos.
¡Qué nadie dude de que en Compostela se escucharon antes que cualquier otra las antífonas y cantos del mozarabismo acompañando las misas del peregrino! ¡Las mismas que hoy en día, en determinadas parroquias y ocasiones, podemos escuchar, por ejemplo en la ciudad de Toledo!
Y se mantuvo ese rito hasta el siglo XII, cuando la influencia de los monjes benedictinos franceses llegados de Cluny, con apoyo de la Corona castellana (Alfonso VI, el rey que arrebató Escalona y Toledo al Islam, estaba casado con una princesa francesa, Constanza, muy relacionada con los monjes cluniacenses), impuso el rito romano.
Sólo la tozudez de muchos clérigos, y más tarde, en tiempo de los Reyes Católicos, el interés del mismísimo Cardenal Cisneros, permitieron preservar aquel ritual de gran hermosura, el hispano mozárabe, en el que se rezaba en la Catedral de Toledo o en la de Compostela desde el inicio de las peregrinaciones. Por tanto, no sería muy desatinado denominar a todas las rutas jacobeas del Sur, el Sureste y el Centro peninsulares como caminos mozárabes a Santiago.
Por ese tiempo, los caminos para desplazarse de un lugar a otro dentro de un reino o para acceder a otro vecino, seguían en general el trazado de las antiguas calzadas romanas. En la Edad Media las obras públicas de ese estilo fueron escasas, casi inexistentes, y por eso se recurrió a las viejas calzadas que legó el Imperio Romano a sus provincias para ir de un sitio a otro.
Esa es la razón de que hayan llegado muchos tramos hasta nuestros días en perfecto estado y por eso aún hallamos los viejos miliarios sobre todo en el Camino que conocemos como Vía de la Plata, al que nadie discute el calificativo de mozárabe.
Sólo en algunos lugares del Camino de Santiago que hoy conocemos como Francés, algunos benefactores de los peregrinos, como Santo Domingo de la Calzada y su ayudante San Juan de Ortega, mejoraron hace nueve siglos esos trazados asfaltando tramos y construyendo puentes y hospitales (albergues). De ese modo se ganaron las cartas de santidad que hoy les reconocemos.
Y no fue hasta finales de la Edad Media cuando los reyes castellanos quisieron dotar a sus súbditos de un mejor sistema de caminos. Siguiendo en casi todos los casos el trazado de las antiguas calzadas romanas, se crearon los llamados Caminos Reales de Castilla, por los que circulaban caminantes, carretas o diligencias. El ganado tenía sus propias vías de transporte, las Cañadas de la Trashumancia.
Para facilitar el conocimiento de esas rutas viajeras en el siglo XVI aparecieron los primeros “mapas o guías de carreteras”, conocidos como Repertorios de Caminos.
Un cartero real valenciano, Pedro Juan de Villuga, fue pionero en España y en toda Europa, al publicar en Medina del Campo y en 1546 la joya bibliográfica que conocemos como “Reportorio de todos los caminos de España hasta agora nunca visto en el qual allaran qualquier viaje que quieran andar muy provechoso para todos los caminantes. Compuesto por Pero Juan Villuga valenciano. Año de MDXLVI. Con privilegio Imperial”.
Treinta años más tarde, en 1576, Alonso de Meneses publicaba un nuevo Repertorio de Caminos que, realmente, aportaba pocas novedades a la obra de Villuga, quien pretendía que aquella especie de “guía Michelin” de su tiempo sirviese como obra práctica de consulta y que los viajeros pudieran llevarla consigo, puesto que sus dimensiones de 14 x 10 centímetros, le otorgan esta característica de libro de bolsillo de aquel tiempo.
En el Repertorio de Villuga, la forma en la que aparece descrito cada itinerario es la siguiente: se enuncia primeramente el título del camino expresando el número de leguas que median entre la cabecera y el final, después sigue la relación de los lugares y las ventas por las que el camino transcurre, para mencionar -tras el nombre de cada estación- el número de leguas o medias leguas, que la separa de la precedente. Los números son romanos, adoptando indistintamente la grafía de “i” o de “j” para expresar la unidad, siendo la unidad mínima de distancia la media legua, a veces representada por la letra “m”.
Santiago es en esa obra uno de los destinos más frecuentes de los diferentes caminos, lo que demuestra que muchos de los viajeros de aquel tiempo se dirigían como peregrinos a la tumba del Apóstol.
Si comparamos el actual itinerario de lo que se conoce como Camino Francés, con el que se refleja en el Repertorio de Villuga, las etapas que lo componen y los lugares de paso son los mismos de hoy. La única diferencia es que Villuga sitúa el origen del Camino número 26 en Santiago y el destino en San Jean Pied de Port. Es fácil de comprobar y no deja de ser un divertido ejercicio explorar la obra de Villuga.
Lo mismo sucede cuando se compara el Camino Real de Alicante a Santiago, que hace el número 50 y que sigue milimétricamente lo que hoy conocemos como Camino del Sureste, para desembocar en Astorga al caudal del Camino Francés.
Escalona, que tuvo varios hospitales de peregrinos y que ha recibido a lo largo de los siglos a muchos de ellos, está en ese Camino Real de Castilla que provenía del Mediterráneo. En ese Camino Real señalado por Villuga y Meneses, Escalona es un importante final de etapa que tiene su inicio en Novés. Y su destino, como en el actual trazado, no es otro que Cadalso de los Vidrios.
No sucede lo mismo con el Camino de Levante, inventado en los años 90 del pasado siglo a conveniencia de unas pocas personas. Une Valencia con Santiago de modo tortuoso, bajando hacia Chinchilla (Albacete) antes de subir por la Mancha y buscar localidades grandes que antaño no figuraban en los Caminos Reales principales.
Y aparece la cortedad de miras de políticos locales que quieren hacer pasar a cualquier precio el camino por sus pueblos, no tanto por el prestigio que les añade, sino por pensar que es una especie de gallina de los huevos de oro que les permitirá vaciar el bolsillo de los caminantes. En alianza con los inventores de rutas, la combinación es explosiva.
Además, para no coincidir con el Camino Francés, lo que parece ser una obsesión de sus inventores, esa ruta valenciana se desvía hacia lo que se conoce como Camino Sanabrés, por tierras zamoranas y orensanas. Y de ese modo, pretender darle consideración de ruta histórica es, simplemente, una temeridad o algo peor.
Puede, como sostienen sus creadores, que alguna vez anduviese por esa ruta algún peregrino que otro, pero los grandes contingentes de peregrinos valencianos actuaron entonces con mucha más lógica -mucho más que los de ahora-, buscando incorporarse a las corrientes de peregrinación existentes, unos a través de Madrid (más o menos por el trazado de la actual carretera de Valencia), y los más sirviéndose por la vieja ruta de los esquiladores de la trashumancia, lo que conocemos hoy como Ruta o Camino de la Lana, que va desde Alicante a Burgos, donde se encuentra con el Camino Francés. Los valencianos se incorporaban a través de Requena y Utiel a ese trazado, que además es de gran belleza.
Así lo reflejan Villuga y Meneses y así lo demuestran investigaciones históricas que vienen realizando desde hace tiempo los componentes de la Asociación Jacobea de Requena, localidad valenciana, que reivindica la historicidad de lo que los autores de aquellos repertorios nos legaron. Ellos, sin tantas alaracas, han descubierto numerosos testimonios, registros y señales de esa realidad.
El Camino Real de Castilla numero 67 de Villuga lo señala como el que enlaza Valencia y Santiago, o lo que es igual, el que probablemente empleaban los peregrinos para viajar hasta la tumba del Apóstol. No hay en cambio nada parecido a la ruta inventada a la que hemos aludido antes.
En la obra de Villuga podemos leer:
Ay de Valencia a santiago clxxxviij.
a quart j.
a chiua iiij.
a sietaguas [ii]ij.
a requena iij.
a hutiel ij.
alcaudete j.
ala venta nueua ij.
a pajaço j.
ala pexquera ij.
al campillo iij.
almodouar ij.
al villar de saz vj.
arcuaz j.
a cuenca ij.
a noales ,‘
media.
a chilaron media.
a n[u]eua j.
ala venta de cacidon m.
el villar domĩgo garcia. j.
a torralua ij.
a pliego iij.
a vindel iij.
ala puēte carrascosa ij.
ma çotoca media.
a cifuentes ij.
a las yuiernes ij.
a mandayona ij.
a vaydes j.
a guermedes ij.
atiença iiij.
al pedroso j.
a miedes j.
a retortillo j.
alfrecio iij.
a ylles j.
a santisteuan ij.
a huerta del rey vj.
a sancto domingo iij.
a cauarinos iij.
ala venta ďlos olmos. iiij.
a burgos iij.
a tardajos ij.
a rabe j.a hornillos j.
a hontanas j.
a castroxeriz j.
a la puente ij.
a fromesta ij.
a villa martin ij.
a carrion ij.
a alçadilla ij.
alas tiendas j.
aledinos guos j.
a moratinos ij.m.
a sant nicolas media.
a sahagun j.
a breciano ij.
al burgo j.
a reliejos j.
a mansilla j.
a villarente j.
a Leon iii.
a trabajo media.
a nra señora ďl camino, m.
a valuerde i.
a.s.miguel del camino j.
a villa dancos j.
a la puente dorbigo ii.
a la calcada i.
a santa Justa i.
a estorga i.
a palacios ď valduerno. ij.
al espital del ganso iii.
al rauanar i.
a fuenceuadon i.
aleuanta i.y media.
al azebo i.
y mediaa riego i.
a molina seca ii.
a ponferrada i.
a cacauelos ii.
a campo de narayo ii.
a villa franca j.
a ribera ď valcaçar hasta la vega iiij.
a la faua ij.
a cebreros j.
al espital ij.
a fuenfria j.
a tira castela ij.
a muntan ij.
a sarria ij.
a gujada iij.
a puerto martin j.
a gonçar ij.
a legundi ij.
ala puente campana ij.
a melid iij.
aqua iij.
a ferreyros j.
a[m ] j.ala vacolla ij.
a san marco j.
a santiago j.
Lo cual, suma en total 183 leguas castellanas, y deja claro que, como tantas veces y por tanta gente se ha escrito, la mayor parte de los peregrinos jacobeos de otro tiempo, seguían rutas seguras, como los Caminos Reales de Castilla, y buscaban sumarse como los afluentes a un río a esa corriente que se dirigía a Compostela a través de lo que hoy conocemos como Camino Francés.
Ello otorga aún mayor belleza a esa ruta medieval, con todas sus variantes, preservada milagrosamente a través de los siglos, a la que la UNESCO concedió el privilegio de ser Patrimonio de la Humanidad y el Consejo de Europa denominó Itinerario Cultural Europeo. Ruta a la que ponen en peligro no sólo los que en su incuria se atreven a “adornar” con campos de golf, polígonos industriales y otros “atributos” de un supuesto progreso, sino aquellos que para satisfacer su ego se inventan trazados sin encomendarse al Apóstol ni respetar lo que los documentos históricos indican.
Puesto que, quienes respetan los senderos medievales que afluían al Camino Francés (con pocas excepciones, como la del Camino Portugués), están incorporando esas rutas al reconocimiento del Patrimonio Mundial, pero no así quienes señalan otros caminos, disfrazándolos de senderos de Gran Recorrido (GR), que es algo que el Camino de Santiago no precisa, puesto que es mucho más antiguo, importante y serio que cualquier itinerario creado para la práctica del deporte, pongamos por ejemplo, las actuales Vías Verdes.
Y es que quienes tal pretenden parecen obviar que el Camino de Santiago a través de sus diversas rutas, es más que deporte, turismo, etc… Y que su mayor diferencia y aportación en comparación con otros caminos es su altísimo valor histórico y sobre todo espiritual.
Pero hay otras razones, incluso de carácter práctico. Los testimonios de peregrinos que han recorrido esa ruta hablan de múltiples deficiencias, comenzando por los datos de la guía que comercializan las mismas personas que diseñaron el recorrido, que a la vista de los muchos errores hacen sospechar que no han recorrido a pie ese sendero.
En Escalona, quienes asisten al peregrino, han escuchado sus quejas sobre el camino de Levante de modo reiterado, y en el portal de internet Gronze, uno de los más frecuentados por los peregrinos a la hora de preparar su andadura, una peregrina francesa que se orientó con la guía del Levante señala lo que sigue:
“nos encontramos con que: - los mapas de la guía, que son muy útiles y muy bonitos, no están actualizados. Por lo tanto, algunos tramos son difíciles de seguir, porque no hay flechas amarillas y el camino ha cambiado a causa de nuevas infraestructuras, de renovaciones agrícolas y otros. - los albergues mencionados en la guía y sobre la página Web mundicamino no existen casi nunca. Por lo tanto, es necesario encontrar cada día un hostal, una pensión, una casa rural u otra solución... - las distancias indicadas en la guía están a menudo subestimadas”.
Y añade: “El problema más importante es el del alojamiento. Cada día, se necesita más de una hora para encontrar la solución. Las informaciones más fiables son las que suministran los Ayuntamientos. Pero cierran a las dos y, entonces, hay que llegar al pueblo o a la ciudad bastante pronto para poder preguntar dónde es posible dormir y comer, y obtener un mapa. Lo mejor es llamar por teléfono el día antes de llegar. Además, hay que prever un presupuesto más importante que para los otros caminos, con motivo de estas dificultades de alojamiento”.
Por fin, recomiendan que “para hacer el camino de Levante, hay que
- saber orientarse sin flechas amarillas, con mapas que no están totalmente actualizados (una brújula puede ser útil)
- tener un buen sentido de la orientación
- hablar un poco de español (mucho es mejor que poco!!!)
- no tener miedo de salir pronto por la mañana
- tener bastante dinero...”
- saber orientarse sin flechas amarillas, con mapas que no están totalmente actualizados (una brújula puede ser útil)
- tener un buen sentido de la orientación
- hablar un poco de español (mucho es mejor que poco!!!)
- no tener miedo de salir pronto por la mañana
- tener bastante dinero...”
Otra buena razón está en el kilometraje. A lo largo de la historia los peregrinos han intentado llegar al destino compostelano por el camino más corto, más directo y más seguro. Pero no parece ser ese el ánimo de quienes han inventado la ruta desde Valencia a la que hemos aludido.
El Camino del Sureste suma 1.050,7 kilómetros, que no es moco de pavo. El de Levante, en el caso de decidir incorporarse al Francés en Astorga, llega ya a los 1.121 kilómetros, que llegan a ser 1.140 kilómetros si la decisión es seguir por Zamora y Orense, tal y como lo han diseñado sus creadores, que vienen a ser casi 100 kilómetros más que el Sureste. Y todo, lo que da que pensar, para que no coincida con el Camino Francés, el preferido de la mayor parte de los caminantes.
(J. Frisuelos es miembro de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Toledo, en Escalona)
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