Año Internacional de la Astronomía y nueva sección
Los peregrinos jacobeos seguimos una senda que nos conduce hasta el Campo de las Estrellas. Lo hacemos bajo esa gran cubierta sideral que por las noches, sobre todo en verano, admiramos sin descanso y que no es otra cosa que la Vía Láctea, nuestra galaxia, en la que ocupa un humilde rincón nuestro sistema solar y dentro de él nuestra pequeña astronave redonda, a la que llamamos la Tierra.
Hace tres años, la Unión Astronómica Internacional, designó a 2009 como Año Internacional de la Astronomía (IYA2009). La ONU se sumó en 2007 a la iniciativa. Se pretendía, sobre todo, celebrar los 400 años transcurridos desde que Galileo Galilei apuntó por vez primera un telescopio a los cielos.
Gracias a las observaciones de Galileo y otros muchos –como Johannes Kepler, Nicolás Copérnico, Konstantin Tsiolkovski, Robert Goddard, Herman Oberth etc.- el mundo progresó porque a partir de sus observaciones aprendimos a conocer el Universo y nuestro propio planeta.
Fue Galileo quien, entre otras muchas cosas y a partir de sus observaciones astronómicas, comprendió que, contra lo que se pensaba en la antigüedad, la Tierra giraba en torno al Sol, y no al contrario. Y de ese modo pudimos saber muchas más cosas acerca de la mecánica celeste y hasta del movimiento de las mareas y otros fenómenos naturales.
Aquellos hombres sabios a los que ahora recordamos toparon con el cerrilismo y obstinación de los estamentos. Fundamentalmente de la Iglesia católica, incapaz de ver lo evidente y también de renunciar a sus dogmas caducos. Esa cerrazón ha llegado en algunos casos a nuestros días.
Aún hoy, cuando es patente que nuestra modesta nave redonda gira en torno al Sol, nadie ha salido a pedir perdón por el mal causado en nombre de la intransigencia disfrazada de fe a los hombres de ciencia que abrieron horizontes al ser humano. Un gesto de humildad sería bienvenido, aunque hayan pasado cuatro siglos desde la muerte de Galilei.
La Iglesia ha sido con frecuencia demasiado injusta con el propio ser humano. Lo fue con los caballeros templarios, con Miguel Servet, con los astrónomos y con un alto número de personas cuyo único pecado ha sido no pensar como la jerarquía. O tener los ojos abiertos a la realidad.
En el mundo jacobeo ha sucedido otro tanto. No hay más que recordar a Prisciliano y a unos pocos más.
Además, desde siempre y a su modo los peregrinos han sido una especie de humildes astrónomos. Y los viajes y exploraciones espaciales tienen algo de peregrinaje para ir más allá de donde otros llegaron.
Como un pequeño homenaje a todos ellos, astrónomos y peregrinos, inauguramos una nueva sección en este Correo de las gentes del Camino, en la que incluiremos con toda la frecuencia que nos sea posible una foto de la Vía Láctea –que dará nombre al conjunto- o de otros rincones del Universo que aún nos maravillan.
Este Editor tuvo no hace mucho tiempo la fortuna de escuchar al estadounidense Neil Armstrong explicar en tono didáctico a una maravillada audiencia cómo sería un viaje hacia los confines del Universo. No se limitó a contar las batallitas de su viaje a la Luna. Fue mucho más allá y muchos pudimos soñar despiertos con esas aventuras imaginarias que un día serán realidad. ¡Qué nadie lo dude!
Por cierto, este mismo año, en julio, se van a celebrar los 40 años de la llegada del hombre, representado por Armstrong y su compañero Aldrin, a la superficie de nuestro satélite.
Quizá con las hermosas fotos que se sucederán aquí un niño o niña, un día de estos, se animará a mirar a las estrellas y acaso descubra así la vocación de sumarse al selecto club de los grandes autores de hallazgos más allá del confín de nuestra atmósfera.
Pedro Duque, nuestro peregrino espacial más cercano, sin duda fue una vez un niño que miraba a las estrellas y quiso verlas más de cerca. De esa pasión por mirar a lo alto vendría luego ser un estudiante modelo y un hombre capaz de hacer realidad su sueño. El Universo jacobeo está lleno de personas curiosas y de gentes en pos de un sueño. Nuestra nueva sección es para ellas.
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