sábado, 22 de junio de 2013

Poesía en el Camino

Verás la maravilla del camino de Antonio Machado
Poema comentado por Paz Díez Taboada
Verás la maravilla del camino
     Verás la maravilla del camino,
camino de soñada Compostela
-¡oh monte lila y flavo!-, peregrino,
en un llano, entre chopos de candela.
     Otoño con dos ríos ha dorado
el cerco del gigante centinela
de piedra y luz, prodigio torreado
que en el azul sin mancha se modela.
     Verás en la llanura una jauría
de agudos galgos y un señor de caza,
cabalgando a lejana serranía,
     vano fantasma de una vieja raza.
Debes entrar cuando en la tarde fría
brille un balcón en la desierta plaza.
1925
Junto con otros cuatro, este soneto se publicó por primera vez en 1925, en la revista Alfar de La Coruña; y tres años más tarde, en 1928, apareció al final de Nuevas canciones (1917-1925) -en la serie “Sonetos”, nº CLXV, II- en la 2ª edición de Poesías completas. En Los poemas de Antonio Machado (1967), Antonio Sánchez Barbudo afirmó que el lugar al que se refiere Machado en este poema podría ser Soria: “un recuerdo de Soria, a la que no se nombra. […] Una Soria estilizada, idealizada en el recuerdo, apenas reconocible; pero bellísima”; porque a dicho estudioso le sonaban otros versos machadianos que coinciden en imágenes y vocablos con algunos de este soneto. Así, por ejemplo, el soneto I de la sección “Los sueños dialogados”, también en Nuevas canciones: “¡Como en el alto llano tu figura / se me aparece…! […] / brilla un balcón de la ciudad, el mío, / el nuestro…”, en donde, como en otros poemas de Machado, hay una visión trasfundida de Leonor y Soria en el recuerdo.
En su edición de Nuevas canciones y De un cancionero apócrifo (1971), José María Valverde cree que la descripción le correspondería mejor a Segovia y apunta: “la ciudad […] se ha entendido que podría ser Soria. Pero quizá sea más exacto ver Segovia, con sus dos ríos cercando el Alcázar -el sitio que luego aparecerá en algunas poesías a Guiomar-. El balcón sería entonces el del poeta, dando a la plaza de San Esteban”. Y en su monumental y excelente estudio sobre Machado (1979), Bernard Sesé es de la misma opinión.
Pero es el caso que, durante su estancia en Baeza, Machado comenzó a escribir una serie de anotaciones teóricas y transcribió diversas poesías originales -algunas, simples bocetos- y de otros autores, a veces con breves notas críticas. Estos apuntes los continuó, tras su marcha de Baeza, en Segovia. Los escribía en grueso cuaderno conocido como Los complementarios, el cual tiene dos portadas y en la segunda de las cuales se lee: “Apuntes / Antonio Machado / 1912 / Madrid-Baeza / 1919-1924 / Segovia / Madrid”. En su libro Antonio Machado (1975), al referirse a esta obra afirma Valverde: “En el mismo cuaderno, […] aparece el borrador de uno de los sonetos añadidos a Nuevas canciones en 1928 (“Verás la maravilla del camino…”), con esta indicación A.M., 1902. ¿Significa esto que el poeta pone la fecha de su experiencia recordada, y no la de la redacción de los versos, que en este caso difícilmente sería 1902? Por si fuera poco, ocurre que la ciudad había sido vista como Soria -por Sánchez Barbudo- o como Segovia -por mí-, pero un verso tachado dice ‘Entra en León, cuando la tarde fría…’”.
Antonio Machado,  en el Café de las Salesas. Madrid, 1933
Pero, ¿cuándo estuvo el poeta en León? En el cuaderno citado anotó: “8 de noviembre de 1924. Salimos de Segovia Cardenal, Adellac y yo para Palencia y León”. Y de 1931 es esta otra nota suya: “Desde 1919 paso la mitad de mi tiempo en Segovia y en Madrid la otra mitad, aproximadamente. Mis últimas excursiones han sido a Ávila, León, Palencia y Barcelona.” No hay ningún dato más, por tanto, no se sabe si sólo estuvo en León esa vez -en 1924- o si hubo alguna otra visita anterior o posterior.
En general, las tierras que describe y canta Machado son las de Castilla -también Madrid y su provincia- y Andalucía; sólo en contadas ocasiones “sale” de estas regiones. A Valencia la cantó en Canción (“Ya va subiendo la luna…”) y, sobre todo, en Amanecer en Valencia (“Estas rachas de marzo, en los desvanes…”), pertenecientes a Otros poemas. A Galicia, Asturias, Santander, Zamora, Extremadura, Navarra, Aragón y Cataluña las nombra, simplemente, en breve alusión. Tal vez, pues, pueda afirmarse que este es el único poema que Machado dedicó a otra tierra que no fuera una de las suyas, de nacimiento o de adopción.
Las dos primeras estrofas del soneto no son los preceptivos cuartetos, de rima abrochada (ABBA), sino serventesios, con la rima alterna (ABAB), tan del gusto modernista; en cambio, los tercetos están encadenados, a la manera clásica. El poema está estructurado en tres partes, señaladas por las formas verbales “verás” (vv. 1 y 9) y “debes entrar” (v. 13). El poeta se dirige a un hipotético peregrino del Camino de Santiago y parece darle unas indicaciones para el viaje, unas señas de camino, pero ¿a quién, realmente? Si no supiéramos que Machado conoció a Guiomar, “su grande y secreto amor” -la madrileña Pilar de Valderrama- hacia 1928 y, por tanto, unos años después de la publicación de este soneto, estaríamos tentados a pensar que esas pistas poéticas se dirigían a ella. ¿Se refiere, entonces, a cualquier caminante, para prepararle e informarle de la maravilla que va a descubrir y de lo que, ante ella, ha de hacer? Lo más probable es que el autor se dirige a sí mismo y, por tanto, el poema es auto-comunicativo.
En el segundo serventesio, pondera la belleza de la Pulchra Leonina -la catedral leonesa: “gigante centinela / de piedra y luz, prodigio torreado…”-, vista desde la vega que rodea la ciudad y cuando la otoñada enrojece y amarillea los árboles -“entre chopos de candela”-, situada entre dos ríos -Torío y Bernesga- y ante el lejano monte que le impresiona por su contraste de color: el apagado lila -morado claro- y el llameante flavo -arcaísmo por anaranjado-.
El segundo “verás” centra la mirada en la llanura. Como en un  tapiz, una vieja estampa: la “jauría / de agudos galgos” y el “señor de caza” que cabalga hacia el telón de fondo de las sierras; un señor como los antiguos moradores de esta tierra, y que, por su chocante anacronismo, semeja un “vano fantasma” de otro tiempo.
En los dos últimos versos se encuentra la clave lírica de todo el poema. Machado se dirige al tú poético y le exhorta a entrar en la ciudad, arrebujada en torno de su catedral; y, aunque no dice cómo ni por dónde, sí indica cuándo se ha de entrar, cuál es la hora propicia -en una fría tarde de otoño- y cuál el lugar exacto al que se ha de llegar: final del camino y consumación del viaje. Pero no está en la Naturaleza -montaña y llano, chopos como llamas-, ni ante el prodigio del Arte -la catedral-, ni tampoco en la contemplación de la visión fantasmagórica de un hombre del ayer. Se ha de llegar hasta una recoleta y “desierta plaza” del laberinto leonés y ante un balcón iluminado en el crepúsculo.
En el soneto aparecen los habituales símbolos tan conocidos del imaginario machadiano. En primer lugar, el camino; pues, como dijo Laín Entralgo: “¿Cuántas veces ha escrito esta palabra Antonio Machado?”; y tanto que, incluso, una parte de sus poemas la tituló Del camino. Estrechamente unido al camino está el peregrino que es, en palabras de Sesé, “una de las antiguas obsesiones de Machado y que es […] como el doble de su conciencia desarraigada”. Concha Zardoya dijo que “Antonio Machado, más que andar, peregrina, pues un fervor profundo le llena el alma: ‘¿No tiemblas -se pregunta-, andante peregrino?’.” En este caso, como hemos apuntado antes, el “peregrino” es el tú al que el yo se dirige con el clásico vocativo o llamada de atención, habitual de los envíos poéticos, tan abundantes en la lírica de todos los tiempos; pero ha de tenerse en cuenta que el aquí nombrado es “un santiaguero” que marcha hacia “la soñada Compostela”, siguiendo el mítico Camino de Santiago en viaje penitencial y/o iniciático.
Además, el poema presenta otros símbolos poéticos muy queridos de Machado como son la tarde, el balcón iluminado y la desierta plaza. Y, por otra parte, también son frecuentes en su poesía los colores lila y flavo, el otoño dorado, los agudos galgos y el cazador, la lejana serranía y la vieja raza. El soneto es, pues, un breve y excelente compendio de los leit-motiv y principales elementos simbólicos de la poesía de Antonio Machado.

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