LA VIEIRA O VENERA
Redacción
La venera o vieira en gallego, del Latino venera, tiene su relación con la diosa Venus, y los supuestos efectos afrodisíacos de la concha, molusco típicamente atlántico, que abunda en las costas de Galicia, conocido con el nombre de “Pecteu iacobaeus”, cuya valva superior es plana y la inferior cóncava, como una mano generosa.
En antiguos sepulcros paganos aparecen sepultadas conchas, porque se les asignaba efectos misteriosos.
Es, seguramente, el más antiguo icono relacionado con la peregrinación a Santiago. El peregrino más tradicional suele representarse portándola ostensiblemente cosida al sombrero, la esportilla y ángulos de la esclavina.
La vieira, por su abundancia, fue un recuerdo propio o para familiares y amigos, conocida como concha de Galicia y certificado de su paso por Compostela Su uso aparece y en el Codice Calixtino (siglo XII), la primera guía de viajes sobre la Ruta Jacobea.
Su comercialización, por los concheiros, tanto si son naturales como la concha Metálica, que pronto comenzó a producirse, llegó a tener gran importancia económica, siendo necesario su reglamentación.
Todas las peregrinaciones, sin excepción, poseían toda clase de objetos y atributos característicos, recuerdos de las mismas, en muchos casos objetos santos o santificados. A veces eran piedras de los edificios santos, piedras de las tumbas, agua del Jordán, aceite de las lámparas que ardieron ante sus altares, velas quemadas ante la tumba de Cristo, limaduras de hierro de las cadenas de San Pedro, etc.
La peregrinación a Santiago durante los siglos XI y XII posee enseñas propias, entre las que sobresale el uso de vieiras o conchas como gran atributo jacobeo. Son conchas de vieiras que se pueden encontrar desde Madeira hasta Noruega.
El uso de tal motivo fue tan pródigo en el peregrino jacobeo, que no solo enía la presumible funcionalidad de ayudarse con ella para beber, sino que formaba parte de su indumentaria decorativa en el traje de romero, en la esclavina, en el sombrero.
Incluso comprada como regalo se podían encontrar en plomo, hueso, marfil y metales preciosos, que se vendían en mercado floreciente en la puerta de Azabachería.
La vieira parece que ya había sido anteriormente utilizada en ofrendas mortuorias en ritos prehistóricos, y en la antigüedad era considerada como símbolo del amor, atribuyéndosele efectos afrodisíacos.
También están esculpidas en los sarcófagos de los primeros cristianos de las iglesias coptas, recomendadas también en brujería contra el mal de ojo, mala suerte, enfermedades, etc. Pero no figuran en ningún caso asociadas a la iconografía cristiana antes del culto a Santiago, y cuya aplicación al mismo está sin una clara explicación.
El mito de que los peregrinos se acercaban a las playas para recoger tales enseñas para regresar después a sus países con la demostración de haber realzado la peregrinación es falso, por cuanto la venta de estos objetos fue fruto de un ascendiente negocio en la ciudad de Santiago, en la puerta de Azabachería, de tal modo que tuvo que ser regulado contractualmente por la iglesia que se queda con el 33% del negocio, y la venta fuera de la villa estaba prohibida bajo excomunión.
La vieira indicaba fundamentalmente la peregrinación a Santiago, pero por extensión se adjudicó a todo tipo de peregrinación, y por consiguiente era objeto de devoción local en otros santuarios, generalmente cerca del mar, como en Francia en el santuario de Saint-Michel, donde la efigie del santo ha de aparecer grabada en las representaciones de plomo, como lo hacía el Santiago matamoros en las de Compostela.
El estudio de las vieiras naturales descubiertas en las excavaciones nos informa de la extensión e importancia del culto a Santiago a través de Europa y sus caminos, de las rutas de peregrinación, de los hábitos funerarios, de la evolución de los vestidos con que se enterraban los peregrinos, de las supersticiones, de las prácticas de la medicina popular, y otros muchos desarrollos de minuciosa atención.
La mayoría de las vieiras que aparecen en las tumbas no pueden ser consideradas como ofrendas mortuorias, aunque después de la Edad Media y hasta el siglo XVIII formaban parte del traje del peregrino enterrado con ellas. Se encuentran estas tumbas fundamentalmente fuera de España, sobre todo en Francia, en las rutas principales, pero también en las secundarias o de acceso, formalizando de ese modo el Camino a través de sus enseñas.
Hay restos en el Schleswig alemán, en Amsterdam, en Breslau, en Ginebra, en Londres, en Lyon, en Malinas, en Salisbury. Los ejemplos de enseñas más antiguas en el subsuelo se encuentran en la segunda mitad del siglo XII extendiéndose por los países citados en los siglos en los que la peregrinación era más numerosa e importante.
El significado de la vieira en el transcurso de los siglos y de los caminos pasó a ser el signo de reconocimiento de peregrinación y dificultad, por lo que al portante de las mismas se le ofrecía ayuda en la consideración de su esfuerzo y santificación para sobrellevar las fatigas y peligros, siendo a la vez beneficiarios de las obras de caridad que ofrecían las instituciones hospitalarias, las cofradías y otras gentes que en ellos reconocían al peregrino y a Cristo, como era el indicativo evangélico extendido en esa época, y a lo que nos hemos referido en semanas anteriores.
Podemos así concluir que la vieira es el signo por excelencia de la peregrinación jacobea, pero que en ningún caso nació como signo telúrico en el Camino, aunque si fue donde más importancia y desarrollo tuvo.
Pero es igualmente simbólica en otras culturas. A. Beaumont refiere que es “uno de los ocho emblemas de la buena suerte del budismo chino, utilizado en las alegorías de la realeza y como signo de viaje próspero”.
Este sentido favorable procede de hallarse la concha asociada a las aguas, como fuente de fertilidad. Las conchas según Eliade, tienen relación con la luna y con la mujer. El simbolismo de la perla está intimamente emparentado con el de la concha. El mito del nacimiento de Afrodita de una concha tiene una evidente conexión.
Además, según Marius Sheneider, la concha es un símbolo místico de la prosperidad de una generación a base de la muerte de la generación precedente. Con toda probabilidad, su sentido favorable relacionado con el agua es, como en el caso del pozo y de la botella, por una consecuencia obvia de la necesidad que el caminante y el peregrino sienten del agua, lo que explica su significado en las alegorías medievales.
En su “Gárgoris y Habidis” (Una Historia Mágica de España), F. Sánchez Dragó recuerda que, “El otro símbolo exclusivo del culto jacobeo es la concha. Y, de igual forma, que hubo azabacheros para las higas, habrá concheros para fabricar y vender manoseadas, tenaces e indispensables vieiras de peregrino. Las dos corporaciones, de estatutos y personalidad muy parecidos, terminarán fundiéndose a mediados del siglo XIV. Sorprende esta decisión en organismos que hasta entonces se habían mostrado hiperestésicamente celosos de la propia independencia. ¿Agrupaban, quizás, a gentes de la misma cuerda?
No parece imposible. Si la higa era mágica y sexual, sexual y mágica era la concha. Ambos objetos responden a filiación pagana. En latín, venerea viene de Venus, diosa de la fecundidad y patrona de los cabos, de los promontorios marinos, de los navegantes… Es la Cariño de los gallegos viejos, el numen femenino de Bares, del Ortegal, del Finisterre, de Muxía, de la última playa pisada por los mortales, del primer litoral encontrado por los sabios que escaparon al diluvio. Gran sacerdotisa del océano, manceba de Hércules, refugio de náufragos con chica en el caletre.
Y esa concha Veneriae dará en gallego vieira, que a muchos les parecerá propio de las vías, de caminos, del Camino, y que en castellano dejará un derivado popular -vera, fonéticamente orientado nada menos que hacia la verdad- y una voz culta: venera, que parece indicativo o imperativo de venerar.
No me gusta hacer malabarismos con las palabras, pero ésta se las trae. Dueña de un significado muy concreto, apunta contemporáneamente a encrucijadas semánticas que parecen hechas a medida del Apóstol. Verdad, Venus, vía, venerar: he aquí las retaguardias conceptuales atrincheradas en el símbolo.
La concha, por si fuera poco, simula una mano extendida y, en cuanto tal, fue amuleto corriente por todo el orbe pagano. Higa, puño cerrado, sexo de mujer. Vieira: dedos abiertos, emblema del amor carnal. ¿Cómo no hilar convergencias?
Hay otra. En la Vida Nueva, Dante llama palmeros a los visitantes de Jerusalén, romeros a los de Roma y peregrinos únicamente a los de Compostela. Lo que en esta clasificación sorprende es la casualidad de que palmas y conchas - dos figuras emparentadas- sirvan de insignia casi común a los primeros y a los últimos, mientras los fieles encaminados a la ciudad de Pedro van como desnudos.
Quiero decir: despojados de símbolos y, por ello, de antigüedad, de prestigio, de subconsciente, de vituallas sincretistas, de benevolencia por parte de Quienes moran en las alturas. Son los advenedizos del sacro deambular, los que carecen de meta y -en definitiva- de intención.
La palma del palmero y la concha del peregrino repiten, floreándolo, poniéndole encarnadura, un símbolo aún más antiguo y universal: la pata de oca. En seguida haremos por desentrañarlo…
Otros han visto en la vieira una imagen de los senderos del mundo convergiendo líricamente en el aleph de Compostela. Vale. Y vale también suponerla alegoría del bautismo, esto es, de evangelización.
Falta un lugar en el tierra y un concepto en el mapa de las religiones o la filosofía al que no pueda llevarnos este yerto detritus empujado a las arenas por el vaivén del mar. Los budistas del Gran Vehículo incluyen la concha entre los ocho emblemas de la buena suerte y la interpretan como signo premonitorio de próximo viaje (no andan, pues, los bonzos tan divorciados de los jacobípetas). Eliade la entiende en relación con la luna y, por supuesto, con la mujer. Lo mismo hace Botticelli en el más famoso de sus cuadros. Scheneider la considera símbolo místico del bienestar de una generación conseguido a costa de la precedente. Es, también, vaso para apagar la sed y a ello atribuye Cirlot su popularidad entre los caminantes…
La leyenda jacobea, tan hábil en buscarle a cada pieza una casilla, se apresuró a ubicar las vieiras en el seno de la santa madre iglesia e inventó una candorosa (y encantadora) fábula para justificar su terca presencia en el Camino:
La barca del Apóstol, arrastrada desde los bajíos del Ulla hasta el grado de Iria Flavia, habría aparecido con el estrave imbricado de pechinas. Otra versión casi paralela, humaniza el suceso al añadir que dos caballeros se adentraron cortésmente en el río para empujar la embarcación y salieron de él como arrebujados en un manto de conchuelas. Ben trovato, vive Dios.
Así, de reliquia en reliquia, subiéndose al pescante de la imaginación ajena y sin parar mientes en fetichismos ni cristianerías, los avispados de turno vieron el negocio, lo organizaron, lo acapararon, se instituyeron en gremio o mester y una vez más arrebañaron para el César lo que del César no era. El trapicheo empezó con la manufactura de conchas artificiales vaciadas en plomo que por simple contacto sanaban -es un decir- a los enfermos. Tal fue el origen de la venera de ley, respaldada por un sello de las autoridades y con garantía de fabricación in situ. O sea: en Compostela…”
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