SAN JUAN DE ORTEGA Y EL MILAGRO DE LA LUZ
Por Cándido de Paz
Dos estudiantes de Bellas Artes descubrieron en 1974 que en el santuario burgalés de San Juan de Ortega, en pleno Camino de Santiago, se producía un curioso fenómeno: en los equinoccios de primavera y otoño, a las cinco de la tarde, hora solar, un rayo de sol ilumina durante ocho largos minutos un capitel románico que representa la Anunciación de la Virgen.
Juan Pablo Morin y Pablo Cobreros, que eran los dos estudiantes, peregrinaban por la Ruta Jacobea pero no podían sospechar que unos años más tarde el milagro de la luz que ellos habían notado iba a convertirse en un auténtico fenómeno de masas, que atrae el 21 de marzo y el 21 de septiembre a miles de ruidosos curiosos, capaces de alterar la paz que caracteriza a este emblemático punto para quienes se dirigen a Compostela.
San Juan de Ortega no es más que un pequeño lugar, una pedanía con 18 habitantes, a veinticinco kilómetros de Burgos y en las estribaciones de los Montes de Oca. El santuario se erigió para honrar la memoria de aquel humilde monje que colaboró con Santo Domingo de la Calzada en la apertura de sendas que facilitasen a los peregrinos su caminar hacia Santiago.
Su auténtico nombre era de Juan de Quintanaortuño, por el lugar donde nació en 1080, pero pronto fue conocido como Juan de Ortega. Cuando falleció su maestro Domingo de la Calzada, en torno al 1112, peregrinó a Tierra Santa y en su viaje de regreso se salvó a duras penas en un naufragio invocando a San Nicolás de Bari.
Prometió a su protector levantar una capilla para honrarle y un albergue para los peregrinos. El lugar elegido era un punto del Camino de Santiago conocido como Ortega, por el latin Urtica (ortiga). Es el santuario que hoy conocemos.
BANDOLEROS
La zona era teatro de operaciones para bandoleros y rufianes que asaltaban a los peregrinos para arrebatar sus pertenencias. Incluso Juan y sus seguidores fueron saqueados por los ladrones. Ante tales peligros, la existencia del monasterio y el albergue eran un alivio para muchos caminantes y los religiosos aguantaron contra viento y marea.
Juan de Ortega pronto contó con colaboradores para el monasterio de San Nicolás y para ayudarle en las tareas de hospitalidad, pero el establecimiento religioso pasó a comienzos del siglo XIII a denominarse de San Juan de Ortega, en homenaje al piadoso fundador.
Antes de su fallecimiento, en aquel mismo paraje, un 2 de junio de 1163, Juan de Ortega animó la finalización de la calzada para los peregrinos entre Nájera (hoy parte de La Rioja) y Burgos, y la construcción de puentes para facilitar a los caminantes el tránsito sobre los ríos en Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Cubo de Bureba y Agés.
Cuando se notó gravemente enfermo, el religioso se encontraba en Nájera y pidió a sus colaboradores que le llevasen a su monasterio para terminar sus días. Su sepulcro, conservado en el templo, es una joya del románico por sus laboriosos relieves.
En homenaje a su tarea constructora, desde 1971 le tienen como su patrón los aparejadores y arquitectos técnicos españoles. Su festividad se celebra cada año en el día de su fallecimiento.
Tras su fundación, San Juan de Ortega era regentado por canónigos regulares que acataban la Regla de San Agustín. En 1138, el monasterio quedó bajo protección papal por decisión de Inocencio II.
Se cuenta que en 1431 se había deteriorado tanto, después de que las peregrinaciones compostelanas entrasen en declive, que sólo lo habitaban tres monjes. Para evitar que se agravase la situación, el prelado burgalés Pablo de Santa María mandó a los monjes jerónimos de Nuestra Señora de Fresdeval que se hiciesen cargo y allí siguió esa orden hasta 1835, cuando sus bienes fueron enajenados en una subasta por efecto de las desamortizaciones.
Pero antes de ello, ¿quién o quiénes idearon ese fenómeno luminoso que ahora reúne dos veces por año a miles de curiosos que turban la paz del lugar e impiden a los verdaderos peregrinos disfrutar de él? Parece más que probable que se tratase de los llamados Compañeros Constructores, auténticos artífices de la mayoría de los monumentos que jalonan la Ruta Jacobea.
Dice Rafael Alarcón, en un libro sobre los templarios y las construcciones medievales, que aquellos monjes soldados pudieron ser los arquitectos de gran número de edificios, con los conocimientos que adquirieron en Oriente, pero los obreros y maestros de obras eran gente del pueblo, aunque no gente común.
Formaron gremios, a los que llamaron logias (de aquí su más que probable condición de predecesores de la masonería) y una verdadera hermandad, con reglamentos y rituales de admisión e iniciación de aprendices, en donde se transmitía de generación en generación el saber sobre el arte y ciencia de la construcción, que comprendía aspectos materiales, intelectuales y místicos.
SÍMBOLOS LAPIDARIOS
Son los verdaderos artífices de ese estilo arquitectónico al que denominamos gótico, que se basa en el cruce de ojivas, originarias a su vez de la estrella de cinco puntas, que en la tradición esotérica representa al hombre.
Además, fueron seguramente los Compañeros Constructores los responsables de que las construcciones góticas no fuesen simplemente manifestaciones estéticas, sino que los mínimos detalles, desde la obra misma a los símbolos lapidarios grabados en los bloques de piedra y los juegos de luz de ventanas o vitrales, encerrasen auténticos mensajes para los creyentes.
Es preciso reseñar aquí que la luz equinoccial en San Juan de Ortega llega a un capitel románico del siglo XII, pero penetra a través de un ventanal gótico del siglo XV. Es un fenómeno utilizado ya en la antigüedad por los egipcios para iluminar determinados elementos sacros. Se conocen en Karnak y el templo de Ramses II. Pero también en Santa María de Tera, en Zamora.
Sabido es que los Compañeros Constructores, quizá por de su colaboración con los templarios, tuvieron acceso a las técnicas de quienes alzaron las pirámides, cuyos conocimientos llegaron hasta Pitágoras y otros grandes sabios de la antigüedad. Los Constructores aplicaron a sus obras la Ley de la Proporción Aúrica y la Numerología Pitagórica y cabalística.
En francés eran denominados “franc maçons”, es decir, albañiles francos o libres, puesto que gozaban de franquicias y privilegios que les otorgaban reyes y poderes eclesiásticos. Son, de ese modo, los precursores de la moderna masonería, que adoptó sus símbolos y rituales en muchos casos heredados del antiguo Egipto.
Si las grandes catedrales se alzaron en lugares elegidos a la vista de sus propiedades telúricas, los pequeños santuarios, los albergues y las iglesias se construyeron al borde de los caminos de peregrinación, y de modo que favoreciesen la meditación y el descanso.
Para ello se utilizaban los conocimientos sobre armonía y proporción. Y también tomaban en cuenta la posición del Sol y las estrellas en los dos solsticios y sus correspondientes equinoccios.
No parece, ni mucho menos casual, la elección de las fechas en las que se produce en San Juan de Ortega el llamado milagro de la luz. Los primitivos cristianos situaban alrededor del equinoccio de primavera la verdadera fecha en la que María recibió el anunció de que había sido elegida para concebir a Jesús (que nacería nueve meses después, el 25 de diciembre).
MENSAJE VISUAL
Aunque ahora consideramos esas fechas meros convencionalismos, la fe de quienes edificaron la iglesia burgalesa no tenía fisuras, y de ese modo debieron hacer los cálculos astronómicos precisos para dejar su mensaje visual a las generaciones venideras.
En los ocho minutos en los que, dos veces al año, se puede observar el fenómeno, la luz del sol ilumina con total nitidez las escenas esculpidas por los canteros medievales que representan sucesivamente la Anunciación, el Nacimiento, la Epifanía y el Anuncio de los Pastores. Era su modo de subrayar que ellos creían que en esa fecha María quedó encinta.
La escena está representada en un triple capitel del ábside septentrional, se relaciona con el llamado segundo maestro de Silos y exhibe un arte naturalista de gran elocuencia descriptiva.
A la izquierda se observa la Anunciación, con el Arcángel Gabriel arrodillado ante María, que lleva una cruz en la mano izquierda y la señala con el índice de la derecha. La cruz es la denominada “patada”, que podemos observar en la célebre Cruz de Hierro alemana y que en España es de tradición hispano visigoda y mozárabe. La Virgen acepta la voluntad divina con las manos abiertas.
En el siguiente relieve María recibe la visita de su prima Santa Isabel, a quien informa de su estado y con quien se abraza. La parte central del capitel está ocupada por el Nacimiento, con las dos parteras que asistieron a la Virgen y sobre todos ellos el pesebre preparado para Jesús. San José está sentado a la izquierda y adormecido y acompañado de un ángel.
El triple capitel lo remata una Epifanía, en el que un único pastor representa al resto, señalando con el índice de su mano derecha a la estrella y al Niño.
Preciso es reseñar, además, que San Juan de Ortega y quizás por ese fenómeno ha sido desde hace muchos siglos un templo visitado por mujeres que deseaban quedar embarazadas. Se dice que la propia Isabel la Católica acudió a rezar y a pedir un buen parto ante el sepulcro de San Juan cuando supo que esperaba un hijo, el futuro príncipe Juan.
Aquella soberana pidió incluso ver el cuerpo de San Juan de Ortega y se cuenta que cuando abrieron el sarcófago, que llevaba dos siglos cerrado, en su interior pudo ver el cuerpo incorrupto del religioso y que de él salió un enjambre de raras abejas blancas.
No dice la historia si la Reina Católica presenció el espectáculo visual de la luz en su visita a Ortega. Pero ahora son miles los turistas que, cámara en ristre pugnan por inmortalizarlo. Muchos, en su ignorancia, llegan a disparar sus flashes, sin comprender que de ese modo no hay milagro.
Hasta hace algo más de un año, en San Juan de Ortega vivió otro hombre bueno que hacía milagros más humildes a diario. Le llamaban el “Cura de las sopas de ajo”, pero su verdadero nombre era José María Alonso Marroquín.
Era el párroco de Ortega y con sus exiguos bienes ofrecía, en el mejor espíritu de la hospitalidad jacobea, un plato caliente de su celebrado guiso a cuantos llegaban hasta el santuario burgalés. Poco podía imaginar aquel hombre con fama de bondad que su pacífico templo, declarado monumento nacional en 1931, iba a convertirse en todo un fenómeno de masas.
Mucho mayor que la tradicional romería que cada 2 de junio, en la que las gentes de las 26 localidades cercanas, acuden hasta el santuario con sus pendones y estandartes a celebrar su fiesta mayor.
Por Cándido de Paz
Dos estudiantes de Bellas Artes descubrieron en 1974 que en el santuario burgalés de San Juan de Ortega, en pleno Camino de Santiago, se producía un curioso fenómeno: en los equinoccios de primavera y otoño, a las cinco de la tarde, hora solar, un rayo de sol ilumina durante ocho largos minutos un capitel románico que representa la Anunciación de la Virgen.
Juan Pablo Morin y Pablo Cobreros, que eran los dos estudiantes, peregrinaban por la Ruta Jacobea pero no podían sospechar que unos años más tarde el milagro de la luz que ellos habían notado iba a convertirse en un auténtico fenómeno de masas, que atrae el 21 de marzo y el 21 de septiembre a miles de ruidosos curiosos, capaces de alterar la paz que caracteriza a este emblemático punto para quienes se dirigen a Compostela.
San Juan de Ortega no es más que un pequeño lugar, una pedanía con 18 habitantes, a veinticinco kilómetros de Burgos y en las estribaciones de los Montes de Oca. El santuario se erigió para honrar la memoria de aquel humilde monje que colaboró con Santo Domingo de la Calzada en la apertura de sendas que facilitasen a los peregrinos su caminar hacia Santiago.
Su auténtico nombre era de Juan de Quintanaortuño, por el lugar donde nació en 1080, pero pronto fue conocido como Juan de Ortega. Cuando falleció su maestro Domingo de la Calzada, en torno al 1112, peregrinó a Tierra Santa y en su viaje de regreso se salvó a duras penas en un naufragio invocando a San Nicolás de Bari.
Prometió a su protector levantar una capilla para honrarle y un albergue para los peregrinos. El lugar elegido era un punto del Camino de Santiago conocido como Ortega, por el latin Urtica (ortiga). Es el santuario que hoy conocemos.
BANDOLEROS
La zona era teatro de operaciones para bandoleros y rufianes que asaltaban a los peregrinos para arrebatar sus pertenencias. Incluso Juan y sus seguidores fueron saqueados por los ladrones. Ante tales peligros, la existencia del monasterio y el albergue eran un alivio para muchos caminantes y los religiosos aguantaron contra viento y marea.
Juan de Ortega pronto contó con colaboradores para el monasterio de San Nicolás y para ayudarle en las tareas de hospitalidad, pero el establecimiento religioso pasó a comienzos del siglo XIII a denominarse de San Juan de Ortega, en homenaje al piadoso fundador.
Antes de su fallecimiento, en aquel mismo paraje, un 2 de junio de 1163, Juan de Ortega animó la finalización de la calzada para los peregrinos entre Nájera (hoy parte de La Rioja) y Burgos, y la construcción de puentes para facilitar a los caminantes el tránsito sobre los ríos en Nájera, Santo Domingo de la Calzada, Belorado, Cubo de Bureba y Agés.
Cuando se notó gravemente enfermo, el religioso se encontraba en Nájera y pidió a sus colaboradores que le llevasen a su monasterio para terminar sus días. Su sepulcro, conservado en el templo, es una joya del románico por sus laboriosos relieves.
En homenaje a su tarea constructora, desde 1971 le tienen como su patrón los aparejadores y arquitectos técnicos españoles. Su festividad se celebra cada año en el día de su fallecimiento.
Tras su fundación, San Juan de Ortega era regentado por canónigos regulares que acataban la Regla de San Agustín. En 1138, el monasterio quedó bajo protección papal por decisión de Inocencio II.
Se cuenta que en 1431 se había deteriorado tanto, después de que las peregrinaciones compostelanas entrasen en declive, que sólo lo habitaban tres monjes. Para evitar que se agravase la situación, el prelado burgalés Pablo de Santa María mandó a los monjes jerónimos de Nuestra Señora de Fresdeval que se hiciesen cargo y allí siguió esa orden hasta 1835, cuando sus bienes fueron enajenados en una subasta por efecto de las desamortizaciones.
Pero antes de ello, ¿quién o quiénes idearon ese fenómeno luminoso que ahora reúne dos veces por año a miles de curiosos que turban la paz del lugar e impiden a los verdaderos peregrinos disfrutar de él? Parece más que probable que se tratase de los llamados Compañeros Constructores, auténticos artífices de la mayoría de los monumentos que jalonan la Ruta Jacobea.
Dice Rafael Alarcón, en un libro sobre los templarios y las construcciones medievales, que aquellos monjes soldados pudieron ser los arquitectos de gran número de edificios, con los conocimientos que adquirieron en Oriente, pero los obreros y maestros de obras eran gente del pueblo, aunque no gente común.
Formaron gremios, a los que llamaron logias (de aquí su más que probable condición de predecesores de la masonería) y una verdadera hermandad, con reglamentos y rituales de admisión e iniciación de aprendices, en donde se transmitía de generación en generación el saber sobre el arte y ciencia de la construcción, que comprendía aspectos materiales, intelectuales y místicos.
SÍMBOLOS LAPIDARIOS
Son los verdaderos artífices de ese estilo arquitectónico al que denominamos gótico, que se basa en el cruce de ojivas, originarias a su vez de la estrella de cinco puntas, que en la tradición esotérica representa al hombre.
Además, fueron seguramente los Compañeros Constructores los responsables de que las construcciones góticas no fuesen simplemente manifestaciones estéticas, sino que los mínimos detalles, desde la obra misma a los símbolos lapidarios grabados en los bloques de piedra y los juegos de luz de ventanas o vitrales, encerrasen auténticos mensajes para los creyentes.
Es preciso reseñar aquí que la luz equinoccial en San Juan de Ortega llega a un capitel románico del siglo XII, pero penetra a través de un ventanal gótico del siglo XV. Es un fenómeno utilizado ya en la antigüedad por los egipcios para iluminar determinados elementos sacros. Se conocen en Karnak y el templo de Ramses II. Pero también en Santa María de Tera, en Zamora.
Sabido es que los Compañeros Constructores, quizá por de su colaboración con los templarios, tuvieron acceso a las técnicas de quienes alzaron las pirámides, cuyos conocimientos llegaron hasta Pitágoras y otros grandes sabios de la antigüedad. Los Constructores aplicaron a sus obras la Ley de la Proporción Aúrica y la Numerología Pitagórica y cabalística.
En francés eran denominados “franc maçons”, es decir, albañiles francos o libres, puesto que gozaban de franquicias y privilegios que les otorgaban reyes y poderes eclesiásticos. Son, de ese modo, los precursores de la moderna masonería, que adoptó sus símbolos y rituales en muchos casos heredados del antiguo Egipto.
Si las grandes catedrales se alzaron en lugares elegidos a la vista de sus propiedades telúricas, los pequeños santuarios, los albergues y las iglesias se construyeron al borde de los caminos de peregrinación, y de modo que favoreciesen la meditación y el descanso.
Para ello se utilizaban los conocimientos sobre armonía y proporción. Y también tomaban en cuenta la posición del Sol y las estrellas en los dos solsticios y sus correspondientes equinoccios.
No parece, ni mucho menos casual, la elección de las fechas en las que se produce en San Juan de Ortega el llamado milagro de la luz. Los primitivos cristianos situaban alrededor del equinoccio de primavera la verdadera fecha en la que María recibió el anunció de que había sido elegida para concebir a Jesús (que nacería nueve meses después, el 25 de diciembre).
MENSAJE VISUAL
Aunque ahora consideramos esas fechas meros convencionalismos, la fe de quienes edificaron la iglesia burgalesa no tenía fisuras, y de ese modo debieron hacer los cálculos astronómicos precisos para dejar su mensaje visual a las generaciones venideras.
En los ocho minutos en los que, dos veces al año, se puede observar el fenómeno, la luz del sol ilumina con total nitidez las escenas esculpidas por los canteros medievales que representan sucesivamente la Anunciación, el Nacimiento, la Epifanía y el Anuncio de los Pastores. Era su modo de subrayar que ellos creían que en esa fecha María quedó encinta.
La escena está representada en un triple capitel del ábside septentrional, se relaciona con el llamado segundo maestro de Silos y exhibe un arte naturalista de gran elocuencia descriptiva.
A la izquierda se observa la Anunciación, con el Arcángel Gabriel arrodillado ante María, que lleva una cruz en la mano izquierda y la señala con el índice de la derecha. La cruz es la denominada “patada”, que podemos observar en la célebre Cruz de Hierro alemana y que en España es de tradición hispano visigoda y mozárabe. La Virgen acepta la voluntad divina con las manos abiertas.
En el siguiente relieve María recibe la visita de su prima Santa Isabel, a quien informa de su estado y con quien se abraza. La parte central del capitel está ocupada por el Nacimiento, con las dos parteras que asistieron a la Virgen y sobre todos ellos el pesebre preparado para Jesús. San José está sentado a la izquierda y adormecido y acompañado de un ángel.
El triple capitel lo remata una Epifanía, en el que un único pastor representa al resto, señalando con el índice de su mano derecha a la estrella y al Niño.
Preciso es reseñar, además, que San Juan de Ortega y quizás por ese fenómeno ha sido desde hace muchos siglos un templo visitado por mujeres que deseaban quedar embarazadas. Se dice que la propia Isabel la Católica acudió a rezar y a pedir un buen parto ante el sepulcro de San Juan cuando supo que esperaba un hijo, el futuro príncipe Juan.
Aquella soberana pidió incluso ver el cuerpo de San Juan de Ortega y se cuenta que cuando abrieron el sarcófago, que llevaba dos siglos cerrado, en su interior pudo ver el cuerpo incorrupto del religioso y que de él salió un enjambre de raras abejas blancas.
No dice la historia si la Reina Católica presenció el espectáculo visual de la luz en su visita a Ortega. Pero ahora son miles los turistas que, cámara en ristre pugnan por inmortalizarlo. Muchos, en su ignorancia, llegan a disparar sus flashes, sin comprender que de ese modo no hay milagro.
Hasta hace algo más de un año, en San Juan de Ortega vivió otro hombre bueno que hacía milagros más humildes a diario. Le llamaban el “Cura de las sopas de ajo”, pero su verdadero nombre era José María Alonso Marroquín.
Era el párroco de Ortega y con sus exiguos bienes ofrecía, en el mejor espíritu de la hospitalidad jacobea, un plato caliente de su celebrado guiso a cuantos llegaban hasta el santuario burgalés. Poco podía imaginar aquel hombre con fama de bondad que su pacífico templo, declarado monumento nacional en 1931, iba a convertirse en todo un fenómeno de masas.
Mucho mayor que la tradicional romería que cada 2 de junio, en la que las gentes de las 26 localidades cercanas, acuden hasta el santuario con sus pendones y estandartes a celebrar su fiesta mayor.
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