miércoles, 25 de marzo de 2009

Opinión

EL CAMINO MÁS RECTO

Por A. Sabrido
La llegada del buen tiempo ha traído a nuestros campos la riqueza de colores, sonidos y aromas de la primavera tras un invierno frío y en algunos lugares más duro de lo que hoy es habitual. Además ha aumentado el flujo, aún tímido, de peregrinos jacobeos en nuestros senderos y veredas del Camino del Sureste. Es de prever que se mantenga e incluso aumente ese ritmo hasta el verano y el otoño.
Da alegría encontrar, cada vez con mayor frecuencia, hombres y mujeres, jóvenes y menos jóvenes, caminando con la vista puesta en el horizonte y una sonrisa en el rostro. Sin ir más lejos, el pasado fin de semana eran cuatro mujeres de mediana edad, probablemente centroeuropeas, que admiraban el espectacular royo de justicia de Almorox.
Unos y otros son nuestros peregrinos, animados por ese espíritu ya milenario de quienes caminan siguiendo las flechas amarillas en pos de un reto, de muchos sueños y también de un mundo mejor. Ayudarles a andar su camino es también un modo de realizar los ideales jacobeos que animan a las Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.
Se les puede ayudar de muchas maneras. Desde ofrecerles un poco de agua para aliviar sus resecas gargantas a ofrecerles hospitalidad en albergues o en casas particulares. También orientarles sobre los avatares del camino.
Pero la mejor manera de orientarles y ayudarles es mostrarles el camino más recto y el más seguro.
Cuando un peregrino se pone en ruta su intención primordial no es sumar kilómetros o visitar cuantas más localidades mejor. Su empeño está en llegar. Llegar cuanto antes y a salvo.
Si por el camino encuentra ciudades o pueblos hermosos, tanto mejor. Pero para hacer turismo hay otros métodos más cómodos. Por eso parece cada vez más disparatado trazar rutas de miles de kilómetros, que pasen por muchas localidades.
Quien eso hace parece ignorar que el peregrino quiere alcanzar la meta de su peregrinación, en nuestro caso Santiago de Compostela, el Obradoiro, la tumba del Apóstol. Lo demás es accesorio.
Por ello debemos concentrar esfuerzos en simplificar y allanar su camino. Podemos decir que el Camino es único para todos y lo que cambia es la ruta elegida para culminar ese propósito.
Cuando por razones religiosas o mágicas comenzaron los hombres a peregrinar al Finisterre, o a Compostela, la España cristiana era una reducida franja limitada poco más o menos al tercio septentrional de la península Ibérica. El resto era territorio musulmán o tierras de frontera, peligrosas y poco aconsejables para caminar con seguridad.
En muchos casos eran incluso territorios despoblados, donde las partidas de bandoleros imponían la única ley posible: la del más fuerte.
Por muchos años se mantuvo esa situación y en ese período se produjo el auge de lo que hoy conocemos como Camino Francés y también del Camino del Norte. Los reyes navarros y castellanos entendieron el papel repoblador y catalizador de muchos esfuerzos de la Ruta Jacobea y por eso volcaron medios para potenciar aquel fenómeno enriquecedor.
Durante mucho tiempo y aún hoy el Camino Francés ha sido el gran río o el colector al que vertían sus aguas en diferentes puntos las otras rutas jacobeas. Así debería seguir siendo.
Sólo conozco dos rutas que tienen razones históricas para no compartir con el Camino Francés otra cosa que no sea el destino: el Camino Portugués y el que llamamos Inglés. Las demás, a no ser por al antojo de algunas personas, son afluentes o tributarios del Camino Francés.
En consecuencia, sería quizás más propio hablar de un solo Camino y múltiples rutas.
Es cierto que el verdadero Camino se inicia en la puerta de la casa de cada peregrino y culmina en Santiago, cualquiera que sea el origen y la ruta elegida.
No es menos cierto que el trazado de las nuevas rutas jacobeas responde a diferentes razones, no siempre históricas. A menudo es fruto de la voluntad o interés – incluso económico-- de algunos. Otras veces tiene algunos elementos históricos que parecen otorgarle mayor validez.
Lo que se puede decir es que no deja de ser oportuno y conveniente diseñar rutas para descongestionar las más transitadas y también para facilitar las posibilidades a todos aquellos que no residen cerca de los caminos septentrionales.
Está sucediendo incluso fuera de nuestras fronteras. A las rutas históricas reconocidas de Francia o Italia se están sumando otras que llegan de lugares mucho más distantes y que canalizan un creciente flujo de peregrinos de remotos puntos, pero siempre originadas en la puerta de sus respectivas casas.
La ruta jacobea del Sureste, en la que vivimos y trabajamos algunos es una de ellas. Es difícil pensar que durante los grandes siglos de la peregrinación, cuando Murcia, Valencia, Alicante y gran parte del sur peninsular eran tierra de moros, hubiese peregrinos caminando hacia Santiago. Todo lo más, desde tierras toledanas pudo emprender su camino algún devoto del Apóstol, ya que Toledo fue incorporado a Castilla en 1085.
Las referencias históricas más claras que tenemos de un camino organizado entre Alicante y Santiago (Repertorio de Villuga) datan del siglo XVI, cuando ya las peregrinaciones habían caído en el desinterés, entre otras razones por el rechazo de Martín Lutero al ideal compostelano.
Pero la ruta del Sureste tiene sentido ahora, en el siglo XXI, para propiciar que los peregrinos de una buena parte del sur y del este de la Península transiten hasta Santiago. Nuestro deber es ayudarles a hacerlo. Pero debemos atender ciertas premisas.
En primer término, es preciso señalizar lo mejor posible la ruta. Las flechas amarillas del cura Elías Valiña nos sirven a todos. A los del norte y los del sur, los del este y el oeste… Y afortunadamente ya abundan en postes, señales, árboles, aceras y cunetas. Debemos asumir el compromiso de repasarlas de cuando en cuando y hacerlas siempre visibles.
Pero aún cabe hacer algo mejor por ellos. Por un lado mejorar la seguridad sacándoles siempre que sea posible de las carreteras o en todo caso encaminándoles por las menos transitadas. Para ello, nada sería más conveniente que recuperar los viejos caminos caídos en desuso.
Hay que negociar con administraciones de todos los niveles la apertura de caminos históricos cerrados, al menos para unos peregrinos que por regla general son respetuosos con la propiedad ajena y el entorno. Eso mejorará sin duda la seguridad. Y ahí tienen las Asociaciones que dejar oír su voz.
Además, hay que trazar el camino más recto hacia su destino. El trazado diseñado de nuestra ruta tiene desde su comienzo múltiples variantes. Ese es uno de los elementos que más puede ayudar a confundir al peregrino, que no es un turista al uso.
El camino debe circular por la ruta más directa y segura. Todo lo demás es accesorio. Hay que aliviar el camino del peregrino eliminando alternativas, por más que alguno se sienta molesto de ver que su pueblo queda algo más apartado de lo que esperaba de una ruta.
Los trazados actuales del Sureste parecen una colección de alternativas desde poco después de su inicio. Esa tónica se mantiene a lo largo de casi toda la ruta y llega al colmo cuando se coloca al peregrino ante la necesidad de elegir por unirse al Camino Francés, en Astorga, o marcharse por el llamado Camino Sanabrés.
También, es preciso decirlo moleste a quien moleste, contribuye a disuadir a personas que pudiesen optar por esas rutas. No hace mucho conocí a un caminante holandés en su tercera peregrinación y se quejaba de varios aspectos en comparación con el Camino Francés: la longitud del trazado total, la abundancia de variantes, la distancia entre finales de etapa, la dureza en los meses del fin de primavera, verano y comienzos de otoño, así como la escasez de hospitalidad organizada.
Lo de las variantes es como esas películas para minorías que durante la proyección te arman un lío al ofrecerte varias alternativas de lo que habría podido pasar en el argumento e incluso te dejan abiertos distintos finales.
Esta puede ser una de las causas por las que muchos potenciales peregrinos de esta ruta se desaniman y optan por coger sus bártulos y marcharse al Camino Francés. Allí hay pocas dudas y pocas alternativas. Sigamos su ejemplo.
No olvidemos, también, que la ruta del Sureste es una de las más largas (aún tiene más kilómetros el Camino de Levante, al que me resisto a llamar valenciano, porque ese, caso de existir, debería ir por Cuenca a Burgos).
Cualquier reducción de kilómetros hará a una ruta mucho más apetecible. El Camino Francés está pensado para un mes. El tiempo de unas vacaciones normales. ¿Ha reparado alguien en que nuestra ruta precisa bastante más que un mes?
¿Hemos pensado en que hay etapas de 40 kilómetros en un trazado que en verano es como una caldera?
El Año Santo está muy cerca y si ofrecemos una ruta segura y directa, mayores facilidades y mejores servicios, puede que un número creciente de peregrinos elija la Ruta del Sureste para ir a Compostela.

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