domingo, 26 de junio de 2011

Testimonios Peregrinos

JEAN BONNECAZE



por Jose A.de la Riera
"Lo esencial no lo sabéis expresar. Algunas veces, inmóviles en vuestra cama, con los ojos bien abiertos en la noche, os parece que todavía andáis, como esos perros dormidos delante del hogar, que persiguen en sueños cualquier simulacro de pieza mayor. En esos momentos, cuando el Camino os vuelve a tomar entre sus olas, algo os aprieta el corazón".
Una aventura inolvidable, que permanece para siempre en el corazón de sus protagonistas, los peregrinos. Así lo manifestaban Pierre Barnet y Jean Noël Gurgand al final de su "Priez por nous à Compostelle". Barnet y Gurgand realizaron el Camino desde Vezelay a mediados de los setenta , antes de escribir su extraordinario libro. No sabían casi nada del Camino y muchísimo menos de los antiguos peregrinos. Pero declararon que en las viejas encrucijadas, en las anochecidas gélidas de los pueblos de Castilla, entre las nieblas de La Faba y las brétomas de Leboreiro, supieron reconocer las pisadas, los merodeos, la ansiedad, el júbilo o el desánimo de los miles y miles de jacobeos que les habían precedido en el Camino. Por todas partes estaban sus sombras, el eco antiguo de los bordones herrados todavía sonaba en Eunate, en Estella, en el viejo mercado de León, en las ruinas desoladas de Foncebadón...
Salían por docenas, por centenares, desde las aldeas de la Europa profunda, desde los antiguos burgos. Llevaban consigo la bendición de todos, los encargos, las oraciones - ¡ Priez pour nous á Compostelle!- Partían para una singladura difícil, se agrupaban por gremios, por vecindad, por necesidad. La primavera los veía partir para un largo viaje - para muchos sin retorno-. A la salida de los pueblos, con todas las campanas tocando a rebato, una multitud acudía a despedir a los jacobeos. Singular aventura la suya, en épocas en que nadie se solía mover del entorno inmediato de la aldea, donde las vidas trascurrían siguiendo la rutina de las estaciones, donde la única noticia del mundo exterior la solía aportar el cura párroco. Recibidos como héroes a su vuelta, eran luego protagonistas de intensas veladas junto a la lumbre en las largas noches de invierno. Así, el humo de las chimeneas de media Europa dibujaba las figuras de la Virgen de Rocamadour, de Carlomagno, del maravilloso Grial de O Cebreiro, de los gallos de Santo Domingo... mientras otra tropa de gañanes, de locos, de aventureros, de gente prendida en la fe del carbonero, hacía acopio de mendrugos en las menguadas alforjas preparando ya el gran viaje.
Lo normal era la salida en grupos, con todas las bendiciones, con todos los salvoconductos posibles ante la larga marcha que se avecinaba. Pero también se dio el caso contrario, la aventura por la aventura, el lanzarse al Camino casi como una huida, peligrosa huida, hacia la lejana tumba en el occidente. Sobre todo entre mucha gente joven, ávida de conocimientos, de aventuras, de respuestas que no encontraban en las humildes aldeas, en sus vidas monótonas, acotadas, con la frontera del bosque próximo como barrera inaccesible tras la que esperaban peligros incontables, lobos de dos y cuatro patas, herejes despiadados, guerras, hambre, sed, fatiga, piojos, enfermedad y muerte.
Pero nada los detenía. Es el caso de Jean Bonnecaze, de Pardies-en-Bearn. Estamos en 1748 y el joven Bonnecaze es de los que no se arredran. Menudo, desprovisto de casi todo, sin decirle nada a sus padres (le hubieran tachado de loco), está a punto de partir para Compostela. Vamos a seguir su viaje, merece la pena. Ha quedado con sus tres compañeros Gomer, Pétrique y Pierre Laplace, para abandonar la aldea y la casa de sus padres. Ha preparado un paquete con algunas camisas y libros y lo oculta en una finca de trigo detrás del jardín. Bonnecaze es de salud frágil, apenas lleva nada consigo, desconoce lo que le espera, pero es un soñador, y además es valiente. Un anochecer recoge el pequeño morral y, sin despedirse de nadie, salta la valla de la casa de sus padres. Al otro lado esperan sus compañeros. Todos ellos podían cantar, sin duda a grito pelado y con toda la razón del mundo, la vieja canción de los peregrinos:
Quand nous fúmes à Saint Jacques
Nous n'avions denier ni maille
Ni moi ni mes compagnons
Je vendis ma calebasse
Mon compagnon son bourdon
Pous avoir du fallotage
De Saint Jacques le baron.
(Cuando hemos llegado a Santiago, no teníamos blanca ni yo ni mis compañeros. Yo vendí mi calabaza, mi compañero su bordón, para comprar algún recuerdo, de Santiago)
Ha comenzado la gran aventura, vamos a seguirle, él nos lo cuenta:
Va sin dinero, sin bendición alguna, sin certificados: "Me entrego por completo a la Providencia". El pequeño bearnés pronto empieza a padecer la dureza del Camino y la falta de medios. Debe vender su boina por doce soles para comprarse un sombrero por treinta soles. La ruina total. Pero la fiesta acaba de empezar. En Roncesvalles la nieve les impide avanzar eso no es nada:
" Había un destacamento de soldados que venían a ver si podían sorprender a algún francés para enrolarlo. Y como yo no entendía su idioma, hablaban entre si de los medios de enrolarme, diciendo que era joven y osado para el servicio, que yo tenía bastante buen aspecto. Me preguntaron si sabía escribir y les dije que no".
Un peregrino de Auch le iba traduciendo la conversación de los soldados al infeliz Bonnecaze. Aterrorizado, ruega a sus amigos que se preparen y todos ponen pies en polvorosa en medio de la noche y de la nieve. Una marcha terrible:
" Esta marcha forzada entre la nieve, mezclada de frío y de sudor, me hizo daño, me produjo una hemorragia de sangre por la nariz y por la boca".

Un peregrino italiano le echa un cable:
" Me ha dicho que mi bolsa me causaba esta hemorragia y me la acondiciona con unas cintas para poderlas colocar sobre el pecho; entonces la sangre cesó y yo me quedé más libre para caminar"
Días terribles, se esconden, duermen al raso, avanzan penosamente con nieve hasta las rodillas. Pero el repertorio de calamidades no ha hecho más que comenzar. El pequeño bearnes se queda en Pamplona sin zapatos, no han aguantado más:
" Luego de esto, hice como mínimo 200 leguas con los pies desnudos".
Desprovisto de casi todo, enfermo, descalzo, en país extraño, Bonnecaze sobrevive como puede:
"Cuando llegamos a Viana, nos asignamos cada uno un barrio para pedir limosna"
Su relato estremece:
"La lluvia por un lado, la miseria y el hambre por el otro, todo me agobiaba. Mis camaradas se aburrían de mi y recelaban que yo muriese en el camino".
Bonnecaze pide limosna, por el amor de Dios Nuestro Señor, en la calle principal y luego se va a la salida de Viana a esperar a sus amigos. Anochece. Muerto de miedo, enfermo y solo, se acuesta a esperar en la oscuridad. Espera inútil: "Me han abandonado".
Proseguirá solo. Pero en medio de tanta calamidad, al pequeño Bonnecaze, como a miles y miles de jacobeos a través de los siglos le mantendrá en pie una inmensa fuerza, una tenacidad constante, un anhelo permanente, algo que dicho en otro contexto sería difícil de comprender, pero que entienden perfectamente muchos de los que tienen la paciencia de leer estas líneas: ¡ Llegar!, ¡llegar a Compostela !. Su destino podría ser, como el de otros muchísimos pobres peregrinos, cualquiera de los cementerios que jalonaban la ruta. Dejarse caer, dejarse ir, morir en Camino... Pero Bonnecaze es de los que no se arredran. Sigue y sigue, una paso, y un paso más, y otro, y otro. Remedios de urgencia, todo vale, hay que sobrevivir, hay que llegar:
" La fiebre volvía todos los días a la misma hora... entramos en el hospital, que es miserable. La hospitalera me dijo si yo quería sufrir un remedio para curar la fiebre. Consentí por el deseo que tenía de llegar a León... Ella fue a buscar un grueso puñado de ortigas, después me quitó la camisa y me acostó con el vientre para abajo encima de la cama y me restregó los riñones de maravilla con las ortigas; padecí y chillé como un desgraciado; enseguida me puso la camisa y me cubrió de mantas, tanto que sudé ocho o diez camisas de agua, desde las seis o siete de la mañana hasta las tres de la tarde; entonces me hizo pasar el sudor, destapándome un poco. Al día siguiente la fiebre desapareció. Mi compañero, habiendo visto mis sufrimientos no quiso ser frotado con ortigas: prefirió sufrir la fiebre"
¡Ultreia ! El pequeño bearnés es imparable. Aunque todavía le quedan las mayores pruebas. Tal parece, efectivamente, que toda la organización hospitalaria del Camino de Santiago se justifica sólo por él. Si el Camino era duro, las buenas gentes no, había hospitalidad. En su Camino de regreso, todavía atemorizado por el recuerdo de los soldados, se para de nuevo en Roncesvalles: " se dan tres comidas en este hospital real, media libra de pan para desayunar, una libra de pan, media de carne y un cuartillo de vino y sopa para comer y otro tanto para cenar" ¿Cuánta miseria, cuánto sufrimiento cotidiano habrán visto las buenas gentes del Camino? ¿Cuánta ayuda anónima, cuántos ánimos habrán tenido que dar?. Pero también ¿Cuánto abuso? ¿Cuánta indiferencia?:
" Una noche, estando en Castilla, no habíamos encontrado donde alojarnos y estábamos mojados por la lluvia hasta la piel. Hubimos de acostarnos en una barraca llena de agua y fango, pagando tres sueldos cada uno para disponer de un cañizo para ponerlo sobre el fuego y dormir encima de él. Tiemblo, al escribir esto, acordándome del frío que pasé aquella noche"
¿Alguien da más? Si, alguna más, aquejado de una inflamación, nuestro héroe da con sus huesos en el hospital de León (el de San Antonio) donde pasan los días sin que se cure. Ve morir a cuatro de sus vecinos enfermos, tres en su hilera y uno en la cama de enfrente. El pobre bearnés está aterrorizado: " Yo tenía miedo de morir aquella noche, prefería morir fuera a morir en el hospital. Después del mediodía me esforcé por levantarme e ir hasta la ventana y sufría mi corazón al respirar el aire, le supliqué al mayordomo que me trajese mis pingajos, no quería hacerlo, me dijo que moriría si salía. Salí enseguida, sosteniéndome con mi bastón".
¡ Ultreia, adelante, hay que seguir y seguir, y seguir...! Bonnecaze lo hizo:
"Caminé, caminé mucho y llegué a Compostela un día antes que los compañeros que me habían abandonado, de suerte que ya me había confesado y comulgado cuando llegaron. Todos venían enfermos y entonces yo estaba bastante bien!":
Toute le troupe impatiente
Par dévotion
Courut prende
la patente
De confession,
(Todo el grupo impaciente, por devoción, corrió a tomar la patente, de confesión)
¿Todos? Pues no. Al pobre bearnés le tocaban todas.... Como había aprendido a hablar bastante bien el español, el secretario de la catedral no le quería da la patente como francés, pretendía que era español. Sólo cuando apela a su confesor y este testifica a su favor consigue la Compostela. No permanece más de tres días en Compostela (como la inmensa mayoría de los peregrinos) son exactamente tres noches las que se permite a estos pernoctar en el hospital.
Bonnecaze marcha ahora rápido. En Logroño una viuda se compadece de él y le regala unos zapatos:
" No me paraba más que a pedir pan para vivir. A la entrada de la primera aldea de Francia, al pie del puerto, hay un arroyo que separa los dos reinos. Hice una cruz con mi bastón y prometí no volver para ir a Santiago....crucé Navarra, hacia Navarreux y Oloron y, habiendo llegado a las fuentes, me senté bajo un árbol y me despojé de mis hábitos para lavarlos; saqué la mugre de los piojos para no llevar a casa de mi padre estas reliquias de España"
Lleva tres meses andando y llega a su casa. Escuchémoslo con respeto:
" Al llegar encontré a mi hermana en el arroyo de Luy, cerca de la aldea; yo le saludé y ella me abrazó, eran casi las tres de la tarde; tomó mi morral, que no pesaba porque había vendido mis camisas para vivir. Encontré a mi padre y a mi madre abrumados de tristeza por mi culpa, pues les dijeron que yo había muerto y, en ese momento, hablaban de mi. Los abracé, llorando, y ellos también derramaron lágrimas; yo temía su cólera, me arrodillé y les pedí perdón por mis locuras y les supliqué que diesen su bendición; me la dieron llorando de alegría y de contento. No mataron el ternero cebado porque no lo tenían, ni el cordero cebado porque no lo tenían".
Por eso peregrino, cuando tiras una piedra en la Cruz de Ferro, cuando te paras en la más humilde iglesia del Camino, cuando cruzas Foncebadón, cuando ya no puedes con tu alma... percibirás las sombras de Bonnecaze, de Petrique, de Gomer, de Pierre Laplace y de los miles y miles de jacobeos humildes que pisaron el Camino antes que tú, que lo recorrieron con tu mismo espíritu. Y por eso, cuando tires una piedra en la Cruz de Ferro, cuando te pares en la más humilde iglesia del Camino, cuando cruces Foncebadón y cuando ya no puedas con tu alma... reza una oración por todos ellos. Ellos, como tú, "hicieron" el Camino de Santiago.
Bueno, cuando hablo de peregrinos siempre termino cantando. Por favor, hacedlo conmigo:
Dieu qu'elles sont loin, ma mie, ma belle,
Les mille étoiles de Compostelle.


José Antonio de la Riera
Nota: El diario de Jean Bonnecaze ha sido tomado de la maravillosa obra "Priez pour nous à Compostelle (en la edición española "La Aventura del Camino de Santiago" ) de los fallecidos Barret & Gurgand. Hace muchos años que no se reedita. Es lamentable, cuando se publica tanta vacuidad alrededor del Camino, que una obra fundamental, mágica, esclarecedora, sobre el Camino de Santiago no sea reeditada. Hago votos por ello, ayudará a mucha gente.

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