De Lisboa a Santiago por el camino portugués
Entramos a Lisboa por el puente 25 de Abril y establecimos en
campamento base en la Doca de Belem, muy recomendable por su fácil
acceso, además de pefecto para quien no lleve baño en su vehículo, ya
que pueden utilizarse las instalaciones de la Estación Marítima.
Recorriendo el bonito paseo que bordea el Tajo en esa zona se asiste a mucha gente haciendo deporte. Avezados expertos en el culto al cuerpo, van de uno al otro lado, caminando, corriendo, en bici, patines... De allí nos vamos a dar una vuelta por Lisboa y conocer su Sé, punto de partida oficial del Camino de Santiago. No sin antes visitar, Alfama y el barrio Alto de Lisboa, lugares donde se aprecia lo del pedaleo asistido.
Ya en marcha y adentrándonos en el corazón de Portugal, los paisajes se presentan diferentes. Desde la bicicleta se perciben más relajados, con menos ruido, más espontáneos, más coloridos y alegres. Al paso, aparecen mayores y niños disfrutando juntos, riendo con el corazón.
Nos detenemos en tascas con menús de 4,5€, con caldo verde, bifanas, porco alentajana, dulces, y un rico café o un carioca de limão. A pesar de la dura situación del país, compartimos unas risas con gente simpática y abierta. Por esta zona, el turismo no está tan masificado.
Los días van caminando con los paisajes, muy lentamente vamos pasando de las casas blancas a las de color. La velocidad del tiempo se acomoda a los sillines. Juan, casi ajeno a lo que ocurre a su alrededor, busca el encuadre perfecto y hace algunas fotografías del Puente Viejo, sobre el río Marnel, con su tablero contracurvado.
La edificación ya pasa al granito, se nota que vamos hacia el norte.
Pernoctamos pegados al Puente D. Zameiro del río Ave. Disfrutamos al ver cómo algunos vecinos alimentan con pan y maíz a los patos. La aparente rudeza de los hombres del campo contrasta con su sensibilidad y no nos deja indiferentes.
Hacemos una pequeña incursión en el santuario de Fátima aunque no está en el Camino. Subir las empinadas cuestas de la vieja Coimbra es una odisea bien llevada por nuestras bicis. Ir a la Universidad es obligado. La bici, esta bici eléctrica, anima a meterte por lugares complicados...
Llegamos a Vila Nova de Gaia, donde los tejados de las bodegas entusiasman al
fotógrafo y qué decir de las vistas desde el Mosteiro da Serra do Pilar, las mejores de la Ribera de Porto, con sus siempre animados bares llenos de guiris coloraos. Pasear caminando o en bici sobre el puente Dom Luís I es un regalo de lujo para la vista; su estructura metálica conmueve. Después (cómo no), visitamos la Librería Lello e Irmao de 1906, considerada la más bella de Europa.
Casi al amanecer, un baño desnudos en el Atlántico es suficiente activador para la nueva jornada. Pedalear te reaviva y te hace sentir la alegría de ver y tocar la tierra. Ya en Valença, nos damos un homenaje con una comida miñota, que nos deja como nuevos. Al atravesar la antigua frontera, uno tiene la sensación natural de alcanzar la meta, de llegar ya a casa, Santiago ya está al alcance de la rueda. En la carretera no suenan las gaitas, pero se huele, se nota y siente Galicia.
Ya sólo queda abrazar al santo, e incluso prosegir rumbo a Finisterre, donde muchos piensan que verdaderamente termina el camino. (De Ocholeguas.com)
Recorriendo el bonito paseo que bordea el Tajo en esa zona se asiste a mucha gente haciendo deporte. Avezados expertos en el culto al cuerpo, van de uno al otro lado, caminando, corriendo, en bici, patines... De allí nos vamos a dar una vuelta por Lisboa y conocer su Sé, punto de partida oficial del Camino de Santiago. No sin antes visitar, Alfama y el barrio Alto de Lisboa, lugares donde se aprecia lo del pedaleo asistido.
Ya en marcha y adentrándonos en el corazón de Portugal, los paisajes se presentan diferentes. Desde la bicicleta se perciben más relajados, con menos ruido, más espontáneos, más coloridos y alegres. Al paso, aparecen mayores y niños disfrutando juntos, riendo con el corazón.
Nos detenemos en tascas con menús de 4,5€, con caldo verde, bifanas, porco alentajana, dulces, y un rico café o un carioca de limão. A pesar de la dura situación del país, compartimos unas risas con gente simpática y abierta. Por esta zona, el turismo no está tan masificado.
Los días van caminando con los paisajes, muy lentamente vamos pasando de las casas blancas a las de color. La velocidad del tiempo se acomoda a los sillines. Juan, casi ajeno a lo que ocurre a su alrededor, busca el encuadre perfecto y hace algunas fotografías del Puente Viejo, sobre el río Marnel, con su tablero contracurvado.
La edificación ya pasa al granito, se nota que vamos hacia el norte.
Pernoctamos pegados al Puente D. Zameiro del río Ave. Disfrutamos al ver cómo algunos vecinos alimentan con pan y maíz a los patos. La aparente rudeza de los hombres del campo contrasta con su sensibilidad y no nos deja indiferentes.
Hacemos una pequeña incursión en el santuario de Fátima aunque no está en el Camino. Subir las empinadas cuestas de la vieja Coimbra es una odisea bien llevada por nuestras bicis. Ir a la Universidad es obligado. La bici, esta bici eléctrica, anima a meterte por lugares complicados...
Llegamos a Vila Nova de Gaia, donde los tejados de las bodegas entusiasman al
fotógrafo y qué decir de las vistas desde el Mosteiro da Serra do Pilar, las mejores de la Ribera de Porto, con sus siempre animados bares llenos de guiris coloraos. Pasear caminando o en bici sobre el puente Dom Luís I es un regalo de lujo para la vista; su estructura metálica conmueve. Después (cómo no), visitamos la Librería Lello e Irmao de 1906, considerada la más bella de Europa.
Casi al amanecer, un baño desnudos en el Atlántico es suficiente activador para la nueva jornada. Pedalear te reaviva y te hace sentir la alegría de ver y tocar la tierra. Ya en Valença, nos damos un homenaje con una comida miñota, que nos deja como nuevos. Al atravesar la antigua frontera, uno tiene la sensación natural de alcanzar la meta, de llegar ya a casa, Santiago ya está al alcance de la rueda. En la carretera no suenan las gaitas, pero se huele, se nota y siente Galicia.
Ya sólo queda abrazar al santo, e incluso prosegir rumbo a Finisterre, donde muchos piensan que verdaderamente termina el camino. (De Ocholeguas.com)
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