jueves, 21 de mayo de 2009

Liber Peregrinationis ( IX )

CAPITULO VIII (2ª parte)

(Cuerpos de santos que descansan en el Camino de
Santiago y que han de visitar los peregrinos)

Igualmente hay que visitar, con ojos muy atentos, el gloriosísimo cuerpo de San Gil, piadosísimo confesor y abad. Efectivamente, al bienaventurado San Gil, famosísimo en todas las latitudes, deben venerarle todos, deben todos dignamente celebrarle, invocarle y visitarle. Después de los profetas y los apóstoles, nadie más digno que él entre los santos, nadie más santo, nadie más glorioso, nadie más rápido en auxiliar. Pues ha sido habitual en él venir, más rápido que los demás santos, en ayuda de los necesitados, de los afligidos y de los angustiados que le invocan. ¡Qué hermoso y qué provechoso es visitar su sepulcro! El día en que alguien le invoque de todo corazón, no hay duda de que recibirá dichosa ayuda.
Por mí mismo he comprobado lo que digo: en cierta ocasión vi, en su misma ciudad, a una persona que el día en que invocó al santo y por gracia suya, abandonó la casa de un zapatero llamado Peyrot; poco después la casa, que era muy vieja, se derrumbó completamente. ¡Ay, quién pudiese seguir contemplando su morada! ¡Ay, quién pudiese adorar a Dios en su sacratísima iglesia! ¡Ay, quién pudiese abrazar su sepulcro! ¡Ay, quién pudiese besar su venerable altar o narrar su piadosísima vida! Se pone un enfermo su túnica,
y se cura; una persona mordida por una serpiente, se cura gracias a su indeficiente poder; otro se ve libre del demonio; se calma la tempestad en el mar; recupera la salud tanto tiempo anhelada la hija de Teócrita; a un enfermo que no tenía parte sana en su cuerpo, le llega la tan largamente ansiada curación; por su mandato se domestica y amansa una cierva antes
indómita; se incremente su orden monástica bajo su mandato de abad; un energúmeno se ve libre del demonio; se le perdona a Carlomagno el pecado que un ángel le había revelado; vuelve un muerto a la vida; recobra un paralítico su primitiva salud; y hasta dos puertas talladas en madera de ciprés, con las imágenes de los príncipes de los apóstoles, llegan desde Roma al puerto del Ródano flotando sobre las aguas, sin que nadie las guíe, con sólo su poderoso mandato.
Me duele que la memoria no me consienta narrar todos sus venerables hechos, por ser tantos y tan notables. Aquella resplandeciente estrella venida de Grecia, después de iluminar con sus rayos a los provenzales, se puso espléndidamente entre ellos, pero no eclipsándose, sino incrementando su brillo; no perdiendo su resplandor, sino ofreciéndolo con doble intensidad
a todos; no descendiendo a los abismos, sino ascendiendo a las cumbres del Olimpo; con su muerte no se apagó su luz, sino que, gracias a sus insignes fulgores, es el más resplandeciente de todos los santos astros, en los cuatro puntos cardinales. En efecto, a la media noche del domingo, uno de septiembre, se puso este astro que un coro angélico llevó consigo a la
celestial morada. El pueblo godo junto con el orden monacal le dio hospitalidad, con honrosa sepultura, en un campo libre, entre la ciudad de Nimes y el Ródano.
Detrás del altar, sobre su cuerpo venerable, se alza una enorme arca de oro, que en la parte izquierda, en la primera franja, lleva esculpida la efigie de los seis apóstoles, ocupando la imagen de la bienaventurada Virgen María la primera posición; en una segunda franja, más arriba, aparecen los veinte signos solares por este orden: Aries, Tauro, Géminis, Cáncer, Leo, Virgo, Libra, Escorpio, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis. Por medio de ellos corren ramos dorados en forma de sarmientos de vid. En la tercera franja, la de más arriba, aparecen las imágenes de doce de los veinticuatro ancianos, sobre cuyas cabezas están escritos estos versos:
"He aquí el esplendoroso coro de los ancianos 2 veces 12, que con sus sonoras cítaras entonan dulces cantos".
En la parte derecha, en la primera franja, hay igualmente otras siete imágenes: seis son de apóstoles y la séptima de un discípulo de Cristo. Sobre las cabezas de los apóstoles están esculpidas además a ambos lados del arca, en figura de mujer, las virtudes de que estuvieron adornados: Benignidad, Mansedumbre, Fe, Esperanza, Caridad, etc. En la segunda franja de la derecha hay esculpida vegetación a modo de sarmientos de vid. En la tercera franja, más arriba, al igual que en la parte izquierda, aparecen las otras doce figuras de los veinticuatro ancianos, con estos versos sobre sus cabezas:
"Esta urna egregia, adornada de gemas y oro, contiene las reliquias de San Gil; a quien la rompa, Dios le maldiga por siempre, maldígale Gil y la corte celestial en pleno".
La cubierta del arca, en su parte superior, está ejecutada a ambas aguas, a modo de escamas de peces. En el remate hay engarzadas trece piedras de cristal de roca, unas a modo de escaques, otras en forma de manzanas o de granadas. Uno de los cristales es enorme y tiene la forma de un gran pez erguido, una trucha, con la cola vuelta hacia arriba. El primer cristal, semejante a una gran olla sobre la que reposa una preciosa cruz de oro muy resplandeciente, es enorme.
(continuará)

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