miércoles, 20 de mayo de 2009

Liber Peregrinationis ( VIII )

CAPITULO VIII (1ª parte)

Cuerpos de santos que descansan en el Camino de Santiago y que han de visitar los peregrinos


El primero que tienen que visitar quienes se dirigen a Santiago por el camino de Saint-Gilles, es el cuerpo del bienaventurado Trófimo, confesor, en Arlés. En su carta a Timoteo, hace mención de él San Pablo, que le ordenó obispo y le envió como primer predicador del evangelio de Cristo a la ciudad de Arlés. Él es la fuente cristalina, como dice el papa Zósimo, de la que toda la Galia recibió los arroyos de la fe. Su festividad se celebra el día 29 de
diciembre.
Se ha de visitar también el cuerpo de San Cesáreo, obispo y mártir, que en la misma ciudad instituyó una regla monástica femenina. Su festividad se celebra el día 1 de noviembre.
En el cementerio de la misma ciudad hay que implorar también la protección de San Honorato, obispo, cuya festividad se celebra el 16 de enero. En su venerable y magnífica basílica descansa el cuerpo de San Ginés, mártir excelso.
En las afueras de Arlés hay un suburbio situado entre los dos brazos del Ródano, que se llama Trinquetaille, donde se levanta una columna de mármol magnífica, muy alta, levantada directamente sobre el suelo y detrás de la iglesia, columna a la que, según la tradición, la chusma infiel ató a San Ginés y le degolló; la columna aparece, hasta hoy en día, teñida de púrpura por su rosada sangre. Tras ser degollado, el santo en persona tomó su propia
cabeza en las manos y la arrojó al Ródano y su cuerpo fue transportado por el río hasta la basílica de San Honorato, en la que yace con todos los honores. Su cabeza, en cambio, flotando por el Ródano y el mar, llegó guiada por los ángeles a la ciudad española de Cartagena, donde en la actualidad descansa gloriosamente y obra numerosos milagros. Su festividad se celebra el 25 de agosto.
Se ha de visitar luego, junto a la ciudad de Arlés, un cementerio situado en el lugar llamado Aliscamps, para suplicar, como es costumbre, por los difuntos, con oraciones, salmos y limosnas. Tiene una longitud y una anchura de una milla. En ningún otro cementerio podrán encontrarse con éste, tantas y tan grandes tumbas de mármol alineadas en el suelo. Están
decoradas con diversos motivos, tienen inscritos textos latinos, y son antiguas como se desprende de su redacción ininteligible. Todo lo lejos que mires, seguirás viendo sarcófagos. En el recinto del cementerio hay siete capillas. El presbítero que celebre, en cualesquiera de ellas, la eucaristía por los difuntos, o el seglar que devotamente encargue a un sacerdote que
celebre, o el clérigo que recite el salterio, el día de la resurrección, en verdad que tendrá a todos aquellos piadosos difuntos que allí reposan, como abogados de su salvación ante el Señor. Pues son muchos los cuerpos de santos mártires y confesores que allí descansan, y cuyas almas gozan ya con Dios en el Paraíso. Su conmemoración es costumbre celebrarla el lunes de la octava de Pascua.

(Continuará)

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