Camino espiritual
Por Susana Arizaga (Leído en La Opinión de Zamora)
Sin pretenderlo, se convirtió en peregrino incansable y convencido de la bondad del Camino de Santiago. Le liberó, confiesa: «Es como si hubiera tenido un peso y, de repente, me deshiciera de él». Y le devolvió «el sentido de la vida que quizás había perdido en mi taller», donde este mecánico zamorano permaneció 35 años sin tomarse un respiro, sin saber lo que eran unas vacaciones.
Manolo Díez, que salió a los 18 años de su tierra para buscarse el pan -primero en Alemania, luego en Madrid- recorre este año por primera vez el Camino de los suyos, el propio, el de la Ruta de la Plata. El martes, a la una de la tarde alcanzaba su capital, tras andar 33,6 kilómetros, los que separan El Cubo del Vino de Zamora, donde viven su madre, tres hermanos y primos.
Se había levantado a las seis y media de la mañana. Llegó extenuado, como otros que fueron arribando. Y le enojó, como al resto, que el albergue no acoja hasta las cuatro de la tarde a los que se dejan las fuerzas por esos senderos de Dios. «¡Pero, hombre, es fundamental que lo abran a las doce o la una, que es cuando normalmente terminamos la ruta diaria y venimos agotados y sedientos!. Es lo normal en otras ciudades. Lo único que quieres es ducharte y descansar. ¡Esperar hasta las cuatro de la tarde es terrible!». Y hasta contraproducente, puesto que traen consigo el sudor del camino, las ropas empapadas «y si no puedes cambiarte, te puedes coger un catarro terrible», como ya le ocurrió a él. Queda constancia de una protesta que aplaudían el resto de los llegados a Zamora. La misma pasión que para reivindicar una mejor atención, se le escapa a Manolo cuando se dispone a relatar su experiencia como peregrino.
«El Camino me limpia el espíritu, es el camino espiritual». Por eso le gusta recorrerlo solo, sin nadie al lado, «porque quiero meditar, estar en mi mundo... es mi camino». Lo recomienda, «es una experiencia vital». Tanto que a él le transformó por completo. Bastaron 23 días, los que separan Burgos de Santiago de Compostela: «A partir de ahí mi vida ha cambiado». Cuando entró en la Catedral de Santiago, «me había reconvertido».
Después de 25 años sin hablar con un cura, buscó ansiosamente, «y no había ni uno para confesar». Sólo estaba el sacerdote que sella las "compostelas", los certificados de peregrino. Fue quien le escuchó. La vuelta a Madrid ya no fue igual. Manolo había decidido no abandonar ya el Camino.
De nuevo el año pasado dejó su negocio en manos del encargado que había contratado y decidió empezar esta vez su andadura desde Lourdes, a una media de 35 kilómetros diarios de recorrido hasta alcanzar Santiago de Compostela y abrazar al santo. Sevilla fue el punto de partida. Cuando llegó a Zamora había caminado 1.000 kilómetros en 38 días: Lo dice su pequeña libreta amarilla, donde va anotando las anécdotas de cada jornada y las reflexiones que le inspira el camino.
Este, el de la Ruta de la Plata, es «el más peregrino y el menos explotado turísticamente», añade. En un pueblo de Extremadura «tuvimos que dormir en el salón de plenos del Ayuntamiento, en unas colchonetas que nos dejó el alcalde». Nada que ver este Ruta de la Plata con el francés, «masificado, comercial, es una romería», por el que pasaron 150.000 peregrinos el año pasado.
Este que cruza Zamora es también «el camino más duro» por el clima, ya en este mes de mayo resulta difícil cruzar los campos de Extremadura y los castellanos, el sol arrecia y «sin una guía estás perdido. Yo tuve que dar agua a un extranjero que se había perdido».
Por eso subraya la trascendencia de que se señalice, «es fundamental. Me he tenido que salir de los caminos de concentración parcelaria a la carretera porque te pierdes, no está bien indicado el Camino. Está complicado». El ejemplo a seguir en Zamora, en Castilla y León, sería el de Extremadura, donde la Junta ha colocado «unos mojones».
También la entrada y salida de las ciudades están mal indicadas, critica. Este zamorano, que «nunca» podrá «olvidar Valorio, los baños en los Tres Arboles o el Cristo de Morales», reivindica el vetusto Camino de más de 3.000 años de antigüedad, «el más salvaje» de los que existen. Pide a las autoridades «que lo cuiden», como lo está haciendo Extremadura, porque tiene a su favor el clima, lo que facilita que pueda hacerse no sólo en otoño y primavera.
La Ruta de Fonseca hacia arriba se puede recorrer en cualquier época del año. Puede ser un revulsivo para Zamora, considera, sin tener que llegar a desvirtualización del más conocido. Sin perder la sonrisa y el entusiasmo, su espíritu solidario con el resto de peregrinos, Manolo se echa la mochila, unos doce kilos, al hombro y se dispone a retornar al Camino.
En Zamora, sus hermanos le agasajaron con una merienda de bienvenida. Pero la noche le esperaba en el albergue. Como un peregrino más.
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