Un Camino y mil rutas
Por Acacio da Paz y J. Frisuelos
Asistimos en estos días a una carrera de las administraciones públicas para preparar lo que entienden que es preciso antes de que comience el Año Santo Jacobeo de 2010, el último antes de 2021, o lo que es igual, en más de una década.
En tiempos de crisis se presupuestan gastos, se planean acciones y se multiplican los estudios más con el ánimo de hacer negocio a costa de peregrinos y turistas que de dar facilidades a quienes son el verdadero espíritu del Camino: los propios caminantes.
La conversión en negocio del Camino es una más de las consecuencias del crecimiento geométrico y aritmético del interés por el Camino, no ya en Europa, sino en el resto del mundo. Un éxito que se debe sobre todo a las experiencias que los propios peregrinos viven en su caminar, más que a cualquier circunstancia de promoción o publicidad.
Esas experiencias han sido plasmadas de diferentes modos en los diarios de tantos caminantes y de modo especial en los libros de algunos escritores y personajes que se aventuraron por la Ruta de las Estrellas, como el brasileño Paulo Coelho, el español Sánchez Dragó, o más recientemente el alemán Hape Kerkerling (4 millones de ejemplares vendidos) y Espido Freire, con su relato premiado con el Premio Llanes.
Con diferentes estilos y enfoques, todos ellos han hecho más por el Camino que miles de campañas de promoción sufragadas de las arcas públicas.
Pese a las críticas con las que vilipendian a esos autores los que se autodenominan “expertos” o “estudiosos” –pretendidos paladines de la pureza y las esencias, como si fuesen un moderno sanedrín-, son ellos quienes han puesto en las Rutas Jacobeas a miles de nuevos peregrinos, que desean descubrir por si mismos la verdad que encierran las peregrinaciones compostelanas, sobre todo la posibilidad de hacer una búsqueda interior en tiempos difíciles.
Son estos los elementos que deberían valorar las autoridades competentes, del mismo modo que deberían analizar otros factores. Por ejemplo, hasta que punto es o no conveniente multiplicar las rutas de peregrinación para atender intereses no siempre acordes con el espíritu del Camino. O para desvirtuar su apariencia con locales comerciales y luces de neón. No todo vale en el universo jacobeo y menos en aras del beneficio crematístico.
Cuantos vivimos de cerca el fenómeno Jacobeo, unos como caminantes, otros como hospitaleros y otros más consagrados a aportar ayuda a los unos y los otros, repetimos con frecuencia que el Camino, el auténtico Camino, comienza en la puerta de la casa de cada peregrino y culmina en el Obradoiro, ante la fachada de la Catedral compostelana.
Cada peregrino escoge en consecuencia su Camino, y ese es tan valido como el que más. No importa que ese Camino no coincida con rutas históricas u otras más o menos comerciales. Es el espíritu del peregrino lo que conforma el Camino. Y eso es así, porque sólo hay un Camino y lo demás son mil rutas que conducen a un mismo destino.
Ahora bien, una de esas rutas es generalmente reconocida como la que desde la Edad Media ha sido elegida y seguida por un mayor número de peregrinos, entre ellos grandes personajes de las distintas épocas.
Naturalmente esa ruta es lo que denominamos Camino Francés, desde Roncesvalles –si se comienza en España- a Santiago, con su variante aragonesa desde Somport.
Al ser la ruta preferida, es la mejor equipada en todos los sentidos, en señales y en albergues, por lo que debiera ser la que recibe más interés y ayudas para que, sin que pierda sus señas de identidad, siga ofreciendo al peregrino todo aquello que precisa para materializar su esfuerzo.
Se da la circunstancia, de que a la vista del renacimiento de ese Camino Francés han comenzado a renacer –cuando no a ser inventadas- otra serie de rutas que se pretenden históricas y quizá lo sean, que surcan la geografía española en todas direcciones.
Las hay, como el Camino del Norte y el Camino Primitivo, que ya se han consolidado o están cerca de conseguirlo. Es lo que sucede con la Ruta de la Plata, el Camino o caminos portugueses y con el Camino Inglés. De todas ellas hay noticias de que fueron transitadas desde hace tiempo.
Algo más atrás les siguen en nivel de aceptación rutas como el Camino de San Jaume o Catalán, la Ruta de la Lana, el Camino del Sureste, el Mozárabe, el de Madrid y el de Levante, este último nacido de la voluntad de algunos peregrinos valencianos por trazar su propia ruta, con independencia de la historia y a veces del sentido común.
Por último asistimos a una eclosión de pequeños caminos o alternativas, como el llamado Camino de Invierno, que no parece que sean otra cosa que el deseo de algunas zonas geográficas de no quedar demasiado apartadas del Camino o de que les alcance la economía modesta que lleva aparejada la peregrinación.
Todo bien, siempre y cuando las autoridades tengan claro que el Camino de Caminos no es otro que el Camino Real Francés. Y sobre todo que además de tenerlo claro, lo respalden. Porque se puede decir sin ambigüedad, que el Camino Francés es como un río que se va haciendo más caudaloso a medida que se acerca a su desembocadura en Santiago. Y eso es así con las aportaciones de esos afluentes interesantes que van vertiendo sus aguas. Por un lado, catalanes, valencianos, conquenses o sorianos, que se incorporan en Burgos o cerca de la ciudad. Por otro los que vierten su caudal peregrino en Astorga y más tarde los del Norte, que se unen en Arzúa... A todos esos caminos afluentes debería serle exigido, como mínimo, que se inspiren en los históricos Caminos Reales de Castilla, que articularon la red de carreteras de nuestra antigüedad. Las “guías Michelín” de ese tiempo aún están disponibles Son los llamados repertorios de Pedro Juan Villuga y Alonso de Meneses, ambos del siglo XVI y marcando las distancias en leguas. En la obra del primero, es curioso observar que el Camino Francés coincide con exactitud con su actual trazado, sin alternativas de invierno, verano, primavera u otoño.
No obstante, tengamos en cuenta que en el siglo XVI, después del surgimiento de la Reforma y de la enemistad de Lutero al fenómeno jacobeo, las peregrinaciones estaban ya en declive, aunque no se extinguieron jamás del todo. Incluir alternativas contribuye a despistar al peregrino.
Antes de nada, todos aquellos que dicen querer promover el renacimiento de caminos, deberían concentrar su esfuerzo en la creación de infraestructuras, como los albergues o los lugares seguros de paso para los peregrinos, evitando el peligro de las carreteras y marcando con señales adecuadas los senderos de tránsito. Ahí están las vieiras y las flechas amarillas y lo que tienen que hacer es señalizar debidamente.
Para ello deberían no sólo mirar la señalización en el Camino Francés, sino en el resto de Europa, donde los afluentes del Camino de Caminos abundan en señales para que ningún peregrino extravíe la ruta. Eso sí es trabajar por el espíritu compostelano, y no sólo tratar de empujar al peregrino por uno u otro lado para que se deje los cuartos en tabernas o comercios. Los peregrinos no son simples mochileros.
Porque al fin y al cabo, somos muchos los que creemos que Camino sólo hay uno y lo demás son mil rutas con un mismo destino.
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