miércoles, 10 de marzo de 2010

Personajes del Camino

Tomás, el último templario

Manjarín.- La subida a los montes de León supone una de las más duras pruebas para el peregrino, que llega con la lengua fuera a la Cruz del Ferro, donde, según la tradición, colocará su tributo en forma de pequeña piedra. Un poco más abajo se encuentra el albergue de Manjarín, pueblo en ruinas. Uno tiene la sensación de que este lugar es de otro mundo, hace falta verlo para creerlo.
Tomás, el hospitalero, se ha ganado la enemistad de los responsables políticos de la zona. El albergue de Manjarín no figura, de hecho, en la red oficial de albergues. Tomás es, muy a su pesar, un tipo polémico... Polémico quizás sí; pero auténtico.
Vivía en Madrid, perteneció a la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT), pero dejó la capital y se vino a vivir a Ponferrada, donde en compañía de sus incondicionales Ramón y Miguel fundó la Asociación de Amigos Templarios.
Desde entonces vive en estas cumbres, entre gallinas y ocas, durante todo el año. Con anterioridad también contaba con dos perros, envenenados tiempo atrás por, según él, "algún espíritu impuro".
Lleva 18 años de hospitalero, compartiendo cena con los peregrinos que asoman el morro por el puerto, a los que llama tocando la campana del albergue, al igual que hicieran los antiguos monjes templarios, con el fin de orientar a los peregrinos en los días de espesa niebla. Al lado, en una vieja caravana, vivía su amigo Paulino, asturiano, hemipléjico y casi ermitaño.
Nacido si no recuerdo mal en Murias de Rechibaldo, Tomas Martínez de Paz, "el último templario" como gusta que le llamen, confiesa que fue una llamada espiritual la que le llevó a dedicarse a hospitalero y desde hace 17 años predica con el ejemplo en el albergue de Manjarín.
Su mayor satisfacción es poder dar posada al peregrino en pleno camino hacia Compostela. Luchador como pocos, Tomás Martínez antepone su fuerza de voluntad a cualquier contingencia, e incluso a los desplantes. Sabe que siendo honesto vivirá bien consigo mismo, y con los que acoge. Refugios y albergues en el Camino de Santiago existen en un buen número, pero pocos como el de Manjarín.
Desde el 27 de junio de 1993, Año Jacobeo, Tomás Martínez es el encargado de prestar ayuda y cobijo a los miles de peregrinos que año, tras año hacen parada en el alto. Nunca cierra las puertas a nadie.
Su vocación nace precisamente de haber recorrido el Camino de Santiago y de haber vivido toda su esencia. De ahí su adiós a Madrid y a su trabajo para
trasladarse a Manjarín y allí, predicando con la pobreza, ayudar al peregrino Camino de Santiago.
Precisamente esa pobreza de medios le lleva, como él apunta, a arreglarse con poco más de 300 euros al mes para vivir y cuidar el refugio.
“Vivimos de los donativos que nos dan voluntariamente los peregrinos y de un pequeño huerto y también de alguna que otra ayuda . Gran parte de todo eso se nos va en comida que compartimos con el peregrino. El resto, si queda algo, se reinvierte en el albergue”, dice.
No se cansa de decir que por mucho que se le ataque o descalifique él seguirá al pie del cañón,«porqué lo mío es espiritual y eso resiste a cualquier ataque ».
Aunque ha tenido sus días buenos y malos Tomás nunca ha cerrado la puerta a nadie «sólo a dos hijos de Satanás con carnet» comenta. Lleva la cuenta de cuantos peregrinos han pasado por el su casa, tanto para quedarse un día a descansar como para sellar la credencial, total unos 15.000. Su vida en Manjarín tiene innumerables anécdotas, la mayor parte de ellas buenas y una que guarda con especial recuerdo y que sólo a los amigos y a aquellos peregrinos a los que considera buena gente se la cuenta.
“Precisamente fue un día que nos habían adulterado el agua de la fuente llenándola con basura y salamandras. Harto de tanta injusticia decidí cerrar el albergue. Era el día 19 de julio de 1999 y había cuatro personas levantadas y otras trece durmiendo. Yo había salido y al volver me habían dicho que había un nuevo peregrino, una mujer que había llegado a las doce de la noche. La primera sorpresa fue cuando se dirigió a un hombre con problemas musculares y tocándole simplemente le quitó los dolores. Fue maravilloso. Pero lo mejor no había pasado. Precisamente ese día, con tanta gente, todos estábamos más tranquilos. Yo quise saber de aquella mujer y cual fue mi sorpresa cuando descubrí que había iniciado el Camino en Jerusalén el día de Navidad. Eso
y la aureola que irradiaba fue algo mágico que aún hoy recuerdo. Días más tarde recibí la visita de un amigo que me traía una espada templaria y una imagen de la aparición de la Virgen en El Escorial. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi su rostro, éste coincidía a la perfección con el de la citada peregrina”, cuenta.
Es un recuerdo de los muchos que guarda Tomás con esmero, en su albergue de Manjarín, reconstruido para ayudar a miles de peregrinos, en el que a pesar de su aparente humildad siempre encuentran un espacio para reponerse del cansancio.
Tomás Martínez de Paz es la viva imagen del auténtico hospitalero, de una persona corriente con la que es gratificante hablar, en suma, de un hombre rico en espíritu para el que su mayor orgullo es ayudar al prójimo.

(Del Boletín de los Amigos del Camino de Santiago de Sevilla-Vía de la Plata de Marzo 2010)

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