martes, 16 de marzo de 2010

Reflexiones Peregrinas

Caminos y más caminos… Pero no siempre con rigor histórico

Por J. Frisuelos
Seguramente no es culpa del Año Santo, pero su llegada y el largo plazo hasta el próximo, han animado a los amigos de inventarse caminos a Santiago a trazar más y más rutas. El problema es que no siempre lo hacen con criterios de solvencia histórica y rigor.
Es bien cierto que el Camino, el verdadero Camino, que son todos, comienza a la puerta de la casa de cada peregrino y conduce por cualquier itinerario a la Plaza del Obradoiro. O hasta el lugar donde muere el sol, en Finisterre, como quieren aquellos que remontan la tradición mucho más allá del Apóstol y entroncan con las antiquísimas rutas de quienes caminaban hasta esos paisajes rotundos muchos siglos antes incluso del Cristo.
Desde el reconocimiento de que cualquier camino (véase bien que se dice CUALQUIERA) es igualmente válido para la voluntad del peregrino si su destino es Compostela o el occidente donde se pone el sol, cabe decir también que esta proliferación de rutas organizadas, que se pretenden históricas, no tiene solvencia documental y puede resultar en un fenómeno que acabe por perjudicar a la nueva edad de oro del Camino de Santiago que vivimos.
Ya hay más de un camino inventado que, con la oportuna guía y hasta documentos para su pre homologación como “GR” (gran ruta o grande randonée), ha merecido por parte de algunas autoridades respaldo y estímulo. Y ello cuando a menudo entraba en contradicción con rutas basadas en la historia y en el paso comprobado de cientos de peregrinos (en la antigüedad por razones históricas fáciles de deducir no pasaban miles casi por ningún trazado).
Pero debería ser responsabilidad de las personas que velan por la verdad histórica, al margen de intereses crematísticos –que los hay y muchos-, establecer una diferencia entre aquellas rutas recuperadas en base a la historia y la tradición, y las que se han definido a conveniencia de sus autores o autoras.
Desde esta tribuna quisiéramos aportar unas pequeñas ideas en pro de aclarar lo que decimos. Por ejemplo, mencionar con claridad que el primer camino conocido a Santiago –decimos bien a Santiago- fue el ahora llamado Primitivo. Es decir, el que llevó a Alfonso II desde Oviedo a Compostela después de que le hablasen del hallazgo del sepulcro atribuido al Apóstol.
A continuación cabe referir que desde que Alfonso VI se sirvió del Camino para repoblar los territorios recuperados a los musulmanes e implantar en ellos las ideas que venían de Francia, el Camino de Santiago se identificó con el Camino Real Francés o como ahora le llamamos, Camino Francés.
Ahora bien, desde tiempos realmente antiguos, reyes, nobles y gentes corrientes de Portugal recorrían su propia ruta hasta Compostela, puesto que hubiese sido ridículo hacerlo de otro modo. O sea, que el Camino Portugués tiene que ser considerado otra ruta verdaderamente histórica.
De la misma manera, mucho antes incluso de que se identificase a Compostela como el lugar del supuesto enterramiento de Santiago, hubo una corriente de peregrinación a Finisterre, que hoy en día se mantiene y cobra nueva fuerza.
Y también, incluso durante la dominación del Islam en el sureste y sur peninsulares, muchos peregrinos, por las razones que fuesen, caminaron hasta la tumba del Apóstol, puesto que en eso los invasores sarracenos fueron bastante respetuosos con los cristianos sometidos.
Para esos fines había rutas más o menos frecuentadas que se basaban en las antiguas calzadas romanas –caso de la Vía de la Plata-, o más tarde en la red de Caminos Reales de Castilla, bien definida desde 1546 por el Repertorio del cartero real valenciano Pedro Juan de Villuga. O la Ruta de la Lana, seguida por los esquiladores y trashumantes.
A una buena parte de esas rutas, como la de la Plata, o lo que ahora conocemos como Camino Manchego, podemos añadirles con rigor el apelativo de Caminos Mudéjares, porque los cristianos que peregrinaban por ellos eran gentes que conservaron el rito mudéjar en sus ceremonias litúrgicas.
Es un auténtico milagro histórico que ese rito se haya conservado hasta hoy, a pesar de que fuese impuesto y extendido el rito romano a la liturgia merced a los monjes y obispos franceses que entraron de la mano de Alfonso VI, con la complicidad del arzobispo Gelmírez, una de las figuras más relevantes del culto compostelano.
Después de las rutas que hemos mencionado, lo demás son variantes o  pequeños afluentes al gran río peregrino, cuando no invenciones carentes de razón de ser, por más guías, señales y consideraciones que hagan quienes se lucran o esperan obtener beneficios de esos caminos nacidos de su imaginación, entre ellos administraciones locales de distinto nivel.
Pero esa multiplicación indeseable de rutas, variantes y más variantes puede contribuir a poner en peligro lo que se ha conseguido desde que D. Elías Valiña Sampedro –el mítico Cura del Cebreiro- y un puñado de entusiastas lograsen infundir nuevo aire al Camino, hasta lograr que se convirtiese en una ruta de espiritualidad que crece geométricamente cada año en número de peregrinos.
Si por cada sendero por el que hay un registro del paso de un peregrino se nos ocurre diseñar una ruta, prácticamente todos las vías pecuarias de España se convertirán en una potencial senda hasta Santiago. Pero que no nos pidan que apoyemos esa idea que diluye lo que el Camino de Santiago representa.
Por muy verdad que sea que el Camino Francés está demasiado congestionado, no podemos aliviar la presión inventando 300 caminos. O más. Y menos aún, cuando la única razón es el deseo de cada cual de tener una senda jacobea a la puerta de su casa, señalizada, equipada y publicitada.
Esa pretensión es la traslación al Camino de Santiago del fenómeno que conocemos en algunas zonas turísticas españolas, donde el deseo de vender terrenos ha acabado con la belleza que atraía a los turistas y amenaza incluso con arruinar el desarrollo racional de esos sitios. ¡No hagamos otro tanto con el Camino!
Que no se extrañen, en consecuencia, si los peregrinos siguen optando por el Camino Francés, con todos sus inconvenientes, o por las rutas que se apoyan en documentos históricos de peso, como son el Primitivo, el del Norte, el Portugués, la Vía de la Plata, Ruta de la Lana, el del Sureste (que bien pudiera llamarse Mozárabe del Sureste), etc.
No hay más que mirar a Francia, nuestro vecino, de donde provienen grandes contingentes de peregrinos. Hay tres rutas o vías (Podiensis, Turonensis y Lemovicensis) y a nadie se le ocurre ponerse a inventar otras nuevas para hacer negocio, aunque exista constancia de que algún peregrino pasó por esos lugares. Si quieren lucrarse hay alternativas, como los senderos pedestres o las vías verdes.
Lo que hay que hacer no es inventar más y más caminos, sino preocuparse de que se doten oportunamente de servicios los históricos, para que peregrinar no se acabe convirtiendo en sinónimo de inconvenientes, colas y malos sabores de boca. Más y mejores albergues, normas de higiene y control para éstos, mejores señales, sombras, fuentes y andaderos seguros, es lo que se precisa. No más caminos. Ni más rufianes apostados en ellos como antaño hacían los salteadores y bandoleros.
Y ese debería ser el trabajo unido de las Asociaciones jacobeas, pero claro, para eso debería superarse –haciendo los esfuerzos que sean precisos- las actuales desuniones que hay entre ellas.
Porque resulta difícil entender que haya varias pugnando en el mismo territorio, en lugar de sumar fuerzas en pro de los peregrinos y del propio Camino. Pero es más difícil de aceptar que la Federación de Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago no incorpore a todas las que existen y ponga más dificultades para admitir a las que van creándose que los más estrictos clubes sociales londinenses para recibir a nuevos socios.

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