Como a un clavo ardiendo
Por Javier G. Méndez, periodista
Supongo que no venían hasta aquí por el “Pelegrín”, esa criatura que dio a luz mi amigo Luís Carballo, cuyo certificado de muerte natural acaba de firmar el conselleiro de la cosa. Tampoco creo que hubiese sido buena idea convertir en la nueva mascota del Xacobeo a Bono y U-2, esos señores que sólo están de paso, cogen el dinero y se largan con la música a otra parte, inspirando otra comedia a algún discípulo de Woody Allen. La mascota ha muerto, pero mi Señor Santiago espera con los brazos abiertos a los peregrinos conversos de Paulo Coelho y a los guiris despistados para fundirse en millones de abrazos, castos y puros, naturalmente. La música de U-2 ya no pondrá cachondo al personal durante unas horas, pero las agujas de la Catedral de Santiago, la Torre de Hércules, el Faro de Finisterre, símbolos fálicos de esos a los que les dura el efecto del viagra por los siglos de las siglas, mantendrán ése permanente estado de erección cultural e histórico que excita a tanto peregrino en celo. Y, chico, si hay que vender humo, mejor gastarse la pasta en incienso para el Botafumeiro. Algunos es que han empezado a confundir el mítico e imperecedero camino de las estrellas de la Vía Láctea, con un prosaico y fugaz camino de las estrellas del pop.
Si les caemos en gracia a nuestros visitantes, no nos engañemos, es porque, hemos roto tan pocos platos a lo largo de nuestra historia, que se acercan hasta aquí con la morbosa curiosidad de averiguar si en realidad somos una especie de sangre caliente. Sobre todo, en Años Xacobeos, devoran nuestro pulpo, nuestros bivalvos, nuestros monstruosos crustáceos, y luego regresan a sus respectivos territorios, vuelven a tomar posesión de sus rentas per cápita y ni siquiera describen el exótico milagro nuestro de cada día, en el que se multiplican los peces pero menguan los panes. Nosotros los gallegos, somos los anónimos habitantes al oeste de un edén venido a menos llamado España, que caemos de puta madre porque jamás hemos dado la lata. Nuestro acento es cantarín; los sonidos de nuestras gaitas son versiones chillout de dramáticos gritos del silencio. Pero, pasa la vida, pasa la historia, pasan los Xacobeos y, salvo algunos currículos de nuestros dirigentes, cada día de un gallego dirigido es menos esperanzador que el anterior pero más que el siguiente.
No seré yo el que se empeñe en contemplar la botella xabobea medio vacía, pero tampoco soy capaz de contemplarla medio llena, la verdad. La primera de las actitudes se la dejo a los políticos que ejercen la oposición y, la segunda, a los que no pueden apartar de si el amargo cáliz del gobierno, mientras seguimos subiendo por el monte Calvario de la crisis. Los gallegos somos muy libres de aferrarnos al hipotético efecto llamada del Xacobeo como a un clavo ardiendo.
Supongo que no venían hasta aquí por el “Pelegrín”, esa criatura que dio a luz mi amigo Luís Carballo, cuyo certificado de muerte natural acaba de firmar el conselleiro de la cosa. Tampoco creo que hubiese sido buena idea convertir en la nueva mascota del Xacobeo a Bono y U-2, esos señores que sólo están de paso, cogen el dinero y se largan con la música a otra parte, inspirando otra comedia a algún discípulo de Woody Allen. La mascota ha muerto, pero mi Señor Santiago espera con los brazos abiertos a los peregrinos conversos de Paulo Coelho y a los guiris despistados para fundirse en millones de abrazos, castos y puros, naturalmente. La música de U-2 ya no pondrá cachondo al personal durante unas horas, pero las agujas de la Catedral de Santiago, la Torre de Hércules, el Faro de Finisterre, símbolos fálicos de esos a los que les dura el efecto del viagra por los siglos de las siglas, mantendrán ése permanente estado de erección cultural e histórico que excita a tanto peregrino en celo. Y, chico, si hay que vender humo, mejor gastarse la pasta en incienso para el Botafumeiro. Algunos es que han empezado a confundir el mítico e imperecedero camino de las estrellas de la Vía Láctea, con un prosaico y fugaz camino de las estrellas del pop.
Si les caemos en gracia a nuestros visitantes, no nos engañemos, es porque, hemos roto tan pocos platos a lo largo de nuestra historia, que se acercan hasta aquí con la morbosa curiosidad de averiguar si en realidad somos una especie de sangre caliente. Sobre todo, en Años Xacobeos, devoran nuestro pulpo, nuestros bivalvos, nuestros monstruosos crustáceos, y luego regresan a sus respectivos territorios, vuelven a tomar posesión de sus rentas per cápita y ni siquiera describen el exótico milagro nuestro de cada día, en el que se multiplican los peces pero menguan los panes. Nosotros los gallegos, somos los anónimos habitantes al oeste de un edén venido a menos llamado España, que caemos de puta madre porque jamás hemos dado la lata. Nuestro acento es cantarín; los sonidos de nuestras gaitas son versiones chillout de dramáticos gritos del silencio. Pero, pasa la vida, pasa la historia, pasan los Xacobeos y, salvo algunos currículos de nuestros dirigentes, cada día de un gallego dirigido es menos esperanzador que el anterior pero más que el siguiente.
No seré yo el que se empeñe en contemplar la botella xabobea medio vacía, pero tampoco soy capaz de contemplarla medio llena, la verdad. La primera de las actitudes se la dejo a los políticos que ejercen la oposición y, la segunda, a los que no pueden apartar de si el amargo cáliz del gobierno, mientras seguimos subiendo por el monte Calvario de la crisis. Los gallegos somos muy libres de aferrarnos al hipotético efecto llamada del Xacobeo como a un clavo ardiendo.
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