Si la envidia fuese tiña…
La Ruta Jacobea es un universo abierto a todos y a prácticamente todo. Pero desde hace tiempo trata de adueñarse de él un grupo de iluminados, autoproclamados “expertos”, que se afanan en señalar normas, decidir reglas, fijar límites o en proporcionar –incluso sin que se les demande- patentes de buen peregrino y, más aún, “bendiciones” o reprobaciones de lo qué otros escriben sobre el Camino, lo que pintan o lo que ruedan.
Desde hace algún tiempo venimos leyendo en publicaciones que se benefician de ayudas generosas, concedidas por los políticos que mandan en las regiones por las que atraviesa el Camino, críticas más o menos veladas a quien escribe un libro, pinta cuadros, filma películas o documentales o que se atreve a comunicar a los otros sus experiencias sobre la Ruta Jacobea.
La obra creativa de cualquiera, sea cual sea el soporte elegido, se expone a ser vapuleada si obtiene un éxito capaz de despertar la envidia de esos cuatro iluminados o iluminadas, con el derecho que piensan que les otorga su caradura para sacar cuartos a las Juntas para imprimir sus insidias.
Esos severos jueces de lo ajeno –hay también alguna severa jueza entre ellos-, creyéndose en posesión de la verdad, ponen a caldo el modo en que otros escriben, sobre todo si se trata de personajes célebres o si tienen éxito. Hemos leído de un tiempo a esta parte sus opiniones envidiosas sobre cómo pinta sus cuadros Christina Oiticica, como rueda sus películas Emilio Estévez o como han escrito sus libros exitosos Paulo Coelho, Hape Kerkeling o Espido Freire. Y decimos que son opiniones envidiosas porque sólo la envidia puede mover a quien escribe con poco respeto sobre “Hijos del fin del mundo”, de Espido Freire, reconociéndole oficio pero sosteniendo que su obra deja un “retrogusto amargo”.
Primero porque “retrogusto” no existe en el castellano en el que se expresa Freire (aunque sí en el italiano de quien se atreve a ponerla en solfa). Y segundo porque desde su primera novela, la escritora vasca de raíces gallegas se ha convertido en un referente indiscutible de las letras españolas y ahora no va a venir cualquiera a sembrar la menor duda sobre su calidad.
Pero el “gusto amargo”, que debe ser a lo que se refiere quien siembra el veneno, lo deja en nuestros paladares que gente como esa se atreva, aunque pocos les hagan caso, a convertir (o intentarlo) en objeto de befa, mofa y ridículo a quienes los lectores de muchos países eligen como preferidos suyos.
Hay una particular inquina de esos personajes de opereta, historiadores sin historias que contar, profesores con poco que enseñar y propietarios del Camino sin títulos de propiedad para aquellas figuras socialmente reconocidas, que se atreven con la peregrinación, la adaptan a sus capacidades y, en algunos casos, hasta nos relatan sus experiencias. Hay un término castellano que define bien a personajes como los que describimos: papanatas. Y papanatismo no es otra cosa que compartir sus teorías.
En su papanatismo, ese puñado de “cachondos” (por llamarles algo leve) son capaces de meterse con personajes célebres que, por la razón que sea –cada cual tiene las suyas propias- eligen el Camino para recorrerlo en busca de algo. Aluden a éstos con un genérico el “famoseo”, con el que quieren denigrar a gente que no les gusta.
En ese saco meten a los David Bisbal, José Ortega Cano y a todo aquel que a ellos no les cuadre en su esquema de quién puede y quién no puede lanzarse hacia Santiago, para recorrer la distancia que les resulta asequible y usando el vehículo que más les gusta.
Es como si a esos grotescos personajes, que parecen creerse propietarios del Camino y de una serie de esencias peregrinas, les “jodiese” (y perdonen el término) que gente mucho más conocida que ellos aparezca por la Ruta Compostelana sin pedirles a ello permiso o asesoramiento.
Es evidente que se ven los demonios de la envidia detrás de la ofuscación que parece apoderarse de esos auténticos “neo saqueadores” del mundo jacobeo ante la presencia del “famoseo” en lo que ellos juzgan territorio propio y exclusivo.
Lo que sucede es que esos espíritus críticos (que tan fácilmente olvidan la dignidad que reclaman a los otros cuando van a mendigar de despacho en despacho para mantener vivos sus chiringuitos), no toleran más que un Camino y unos peregrinos como a ellos les parece bien. Y claro, “famoseo” y autores de éxito les pueden dejar a ellos en la evidencia de su mediocridad en el oficio de crear o contar historias.
Ni Hape Kerkeling les pidió a ellos permiso para escribir un libro del que lleva vendidos ya casi cuatro millones de ejemplares -¿se dan cuenta de lo que eso representa en términos de éxito?-, ni Paulo Coelho les consultó sobre la oportunidad de relatar su mundo mágico jacobeo (también calculado en números millonarios), ni ahora ha venido a conocer su opinión Emilio Estévez sobre el rodaje de la película que va a protagonizar su padre, Martin Sheen.
¿Y por qué iban a hacerlo?
Gracias a nombres como los que reseñamos y otros muchos personajes más, el Camino se hace más y mejor conocido para muchos dentro y fuera de las fronteras de España. Que no dude nadie que han hecho más por la promoción del Camino Paulo Coelho, Freire o Kerkeling, que mil sesudos “expertos” conocidos en su casa a la hora del almuerzo. O la muchas veces denostada Shirley MacLaine. ¿Pero es que se puede dudar de eso?
Las dudas sólo les caben a quienes hacen bueno aquel refrán castellano de que “si la envidia fuese tiña, andarían muchos sin pelo”. Lo malo es que estos auténticos “neo pícaros” del Camino han logrado engatusar a unos cuantos políticos hasta el punto de sacarles miles de euros de lo que paga el contribuyente para rellenar páginas de mediocridad y autobombo. Así imprimen publicaciones de tres al cuarto, carentes de criterio informativo e interés para el lector, que pagamos todos y en las que dan caña a los autenticos escritores, a los de verdad, a los que elijen los lectores y no necesitan auto elegirse a si mismos.
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