Llegan los catarros
Escalona.- Es más inofensivo que la gripe, pero el resfriado no tiene vacuna ni cura. Dura una semana y la medicina no ha conseguido acortarlo ni un solo día.Aunque el catarro parece el hermano menor e inofensivo de la gripe, la medicina del siglo XXI carece de recursos para hacerle frente.
Contra el resfriado común, a diferencia de lo que ocurre con la gripe, no hay ni vacunas ni tratamientos que valgan. Todos los conocimientos sobre los virus acumulados por la biología no han conseguido reducir un solo día su duración. La gran diversidad de medicamentos que se venden para el catarro sirven, en el mejor de los casos, para aliviar sus síntomas, ya sea la congestión y la secreción nasales, el dolor de cabeza o la fiebre. Si dejado a su evolución natural un resfriado dura normalmente una semana, tomando medicinas dura siete días.
Quizá no haya nadie en el mundo que se haya librado de sufrir un resfriado. Cada año, los adultos tienen entre dos y cuatro resfriados, y los niños, entre cuatro y ocho, y son muy pocas las personas que no padecen al menos uno por temporada. Para la mayoría de la gente son más una molestia que un auténtico problema de salud, pero para algunos grupos de riesgo (bebés, enfermos inmunodeprimidos, ancianos) puede complicarse con una infección bacteriana y llegar a ser mortal.
Aparte del impacto en la calidad de vida de quienes los sufren, el gran problema de los catarros se deriva de su frecuencia, de los millones de episodios que hay cada año y de los millones de jornadas de trabajo y escolares que se pierden. Sólo en EE UU se estima que representan un gasto de 3.500 millones de dólares anuales, unos 2.400 millones de euros.
¿Cómo es posible que la todopoderosa medicina de hoy no pueda curar un simple catarro? En realidad, los resfriados se curan solos. Son lo que se llaman infecciones autolimitadas, que duran lo que tarda el sistema inmunológico en controlar la multiplicación de los virus. Esto ocurre normalmente en una semana, y en la cuarta parte de los casos, en dos.
La principal razón de que no haya ni vacuna ni tratamiento curativo para el resfriado es que no se trata de una sola enfermedad, sino de un complejo de infecciones causadas por dos centenares de virus distintos. Encontrar un remedio para el catarro sería tan complicado como curar a la vez la varicela, las paperas, el sarampión y una larga lista de infecciones distintas.
Entre la dificultad del reto terapéutico y la benignidad de la infección, la medicina parece haber dejado de lado el catarro. Por eso, el resfriado ha sido desde antiguo un territorio abonado para la prevención, recurriendo a todo tipo de remedios naturales o alternativos, entre los que destacan la vitamina C, la equinácea y el ajo, entre otros muchos. Pero ¿funcionan estos remedios? La medicina ha buceado recientemente en las evidencias científicas para dar respuesta a estas preguntas.
Respecto al ajo, hay muchos libros y referencias que sostienen que el consumo habitual de este bulbo previene la aparición del resfriado. Esta afirmación se basa en diversos estudios de laboratorio y otras observaciones, pero al hacer una revisión rigurosa y exhaustiva de las pruebas disponibles resulta que esta afirmación no está ni mucho menos demostrada.
La idea de que tomar diariamente dosis elevadas de vitamina C previene el catarro viene de lejos, al menos de mediados del siglo pasado. Su principal paladín fue el dos veces premio Nobel Linus Pauling (1901-1994), que difundió en un famoso libro su fe casi religiosa en las bondades de la vitamina C. Además predicó con el ejemplo, tomando cada día entre 6 y 18 gramos de vitamina C (la dosis equivalente a entre 60 y 180 vasos de zumo de naranja). Mucha gente le ha imitado, principalmente en EE UU, sin ningún problema porque esta vitamina es hidrosoluble y se elimina fácilmente por la orina.
La controversia ha seguido viva hasta hace un par de años, cuando las supuestas bondades preventivas de esta vitamina fueron desmentidas por la ciencia. Una revisión de 30 estudios realizados con 11.000 personas, publicada en The Cochrane Library en 2007, mostró que el único efecto positivo de esta vitamina se observa en personas sometidas a un estrés físico extremo, como los corredores de maratones o los soldados, en quienes tomar dosis suplementarias de vitamina C parece reducir en un 50% la posibilidad de sufrir un catarro.
Paralelamente, la revista The Lancet Infectious Diseases publicaba en 2007 otra revisión de los estudios sobre los efectos preventivos de la equinácea sobre el resfriado. De los 700 trabajos publicados, la revisión se centró en los 14 que eran ensayos clínicos realizados aleatoriamente y controlados con placebo. La investigación concluía que este remedio herbal reduce en un 58% el riesgo de coger un resfriado, a la vez que acorta ligeramente su duración. Sin embargo, la metodología de esta revisión ha sido cuestionada por algunos investigadores, que dudan de sus conclusiones. En cualquier caso, la medicina alternativa parecen haber ganado la batalla del mercado de la prevención del catarro.
Comer de forma saludable, hacer ejercicio físico, dormir lo suficiente y evitar el estrés, que afecta al sistema inmunitario, son probablemente cuatro buenas medidas para prevenir los resfriados, además de lavarse las manos con frecuencia y evitar tocarse la boca y los ojos.
Aunque se usan indistintamente, el término resfriado (alude a enfriamiento) es menos adecuado a la luz de la ciencia que el de catarro (alude a secreción): enfriar el cuerpo no aumenta el riesgo de sufrir un catarro o agrava sus síntomas. Lo que ocurre es que el enfriamiento de la piel y la mucosa de la nariz puede provocar estornudos, y esto ha conducido a relacionar el frío con el catarro. Sin embargo, lo único seguro para se produzca la infección es que el virus debe llegar la nariz.
Los virus del catarro se encuentran en suspensión en el aire, en pequeñas gotitas de agua expulsadas por los enfermos. Para que se produzca la infección es preciso que entren en contacto con la mucosa nasal, la fina capa celular que recubre el interior de la nariz, y que penetren en esas células. Los catarros no se transmiten tanto por un beso como por llevarse los dedos a la nariz tras haber tocado el pomo de una puerta, un libro o cualquier objeto contaminado con las gotitas que contienen los virus.
Los niños son los principales afectados y el foco más importante de transmisión. El principal virus del catarro, causante de entre el 30% y el 40% de los resfriados en los adultos, es el rinovirus (etimológicamente, virus de la nariz), del que hay más de un centenar de serotipos o variedades. Mide unos 20 nanómetros (en un solo milímetro pueden ponerse en fila 50.000 rinovirus), un tamaño unas 100 veces menor que el de las células de la nariz a las que infecta y parasita para multiplicarse. Los coronavirus, el virus respiratorio sincitial e incluso el virus de la gripe son otros de los agentes infecciosos implicados habitualmente en los catarros.
¿Por qué hay más catarros en otoño e invierno? Por un lado, el aire frío hace que los virus se repliquen más fácilmente en la nariz. Y por otro, en los meses fríos se pasa más tiempo dentro de casas y oficinas, que normalmente están peor ventiladas y en las que hay más contacto directo con otras personas. También influye la menor radiación ultravioleta del sol que ayuda a eliminar los virus. La mayoría de los contagios ocurren en el hogar o en el trabajo y justo cuando aparecen los primeros síntomas catarrales estamos en la fase más infectiva.
Contra el resfriado común, a diferencia de lo que ocurre con la gripe, no hay ni vacunas ni tratamientos que valgan. Todos los conocimientos sobre los virus acumulados por la biología no han conseguido reducir un solo día su duración. La gran diversidad de medicamentos que se venden para el catarro sirven, en el mejor de los casos, para aliviar sus síntomas, ya sea la congestión y la secreción nasales, el dolor de cabeza o la fiebre. Si dejado a su evolución natural un resfriado dura normalmente una semana, tomando medicinas dura siete días.
Quizá no haya nadie en el mundo que se haya librado de sufrir un resfriado. Cada año, los adultos tienen entre dos y cuatro resfriados, y los niños, entre cuatro y ocho, y son muy pocas las personas que no padecen al menos uno por temporada. Para la mayoría de la gente son más una molestia que un auténtico problema de salud, pero para algunos grupos de riesgo (bebés, enfermos inmunodeprimidos, ancianos) puede complicarse con una infección bacteriana y llegar a ser mortal.
Aparte del impacto en la calidad de vida de quienes los sufren, el gran problema de los catarros se deriva de su frecuencia, de los millones de episodios que hay cada año y de los millones de jornadas de trabajo y escolares que se pierden. Sólo en EE UU se estima que representan un gasto de 3.500 millones de dólares anuales, unos 2.400 millones de euros.
¿Cómo es posible que la todopoderosa medicina de hoy no pueda curar un simple catarro? En realidad, los resfriados se curan solos. Son lo que se llaman infecciones autolimitadas, que duran lo que tarda el sistema inmunológico en controlar la multiplicación de los virus. Esto ocurre normalmente en una semana, y en la cuarta parte de los casos, en dos.
La principal razón de que no haya ni vacuna ni tratamiento curativo para el resfriado es que no se trata de una sola enfermedad, sino de un complejo de infecciones causadas por dos centenares de virus distintos. Encontrar un remedio para el catarro sería tan complicado como curar a la vez la varicela, las paperas, el sarampión y una larga lista de infecciones distintas.
Entre la dificultad del reto terapéutico y la benignidad de la infección, la medicina parece haber dejado de lado el catarro. Por eso, el resfriado ha sido desde antiguo un territorio abonado para la prevención, recurriendo a todo tipo de remedios naturales o alternativos, entre los que destacan la vitamina C, la equinácea y el ajo, entre otros muchos. Pero ¿funcionan estos remedios? La medicina ha buceado recientemente en las evidencias científicas para dar respuesta a estas preguntas.
Respecto al ajo, hay muchos libros y referencias que sostienen que el consumo habitual de este bulbo previene la aparición del resfriado. Esta afirmación se basa en diversos estudios de laboratorio y otras observaciones, pero al hacer una revisión rigurosa y exhaustiva de las pruebas disponibles resulta que esta afirmación no está ni mucho menos demostrada.
La idea de que tomar diariamente dosis elevadas de vitamina C previene el catarro viene de lejos, al menos de mediados del siglo pasado. Su principal paladín fue el dos veces premio Nobel Linus Pauling (1901-1994), que difundió en un famoso libro su fe casi religiosa en las bondades de la vitamina C. Además predicó con el ejemplo, tomando cada día entre 6 y 18 gramos de vitamina C (la dosis equivalente a entre 60 y 180 vasos de zumo de naranja). Mucha gente le ha imitado, principalmente en EE UU, sin ningún problema porque esta vitamina es hidrosoluble y se elimina fácilmente por la orina.
La controversia ha seguido viva hasta hace un par de años, cuando las supuestas bondades preventivas de esta vitamina fueron desmentidas por la ciencia. Una revisión de 30 estudios realizados con 11.000 personas, publicada en The Cochrane Library en 2007, mostró que el único efecto positivo de esta vitamina se observa en personas sometidas a un estrés físico extremo, como los corredores de maratones o los soldados, en quienes tomar dosis suplementarias de vitamina C parece reducir en un 50% la posibilidad de sufrir un catarro.
Paralelamente, la revista The Lancet Infectious Diseases publicaba en 2007 otra revisión de los estudios sobre los efectos preventivos de la equinácea sobre el resfriado. De los 700 trabajos publicados, la revisión se centró en los 14 que eran ensayos clínicos realizados aleatoriamente y controlados con placebo. La investigación concluía que este remedio herbal reduce en un 58% el riesgo de coger un resfriado, a la vez que acorta ligeramente su duración. Sin embargo, la metodología de esta revisión ha sido cuestionada por algunos investigadores, que dudan de sus conclusiones. En cualquier caso, la medicina alternativa parecen haber ganado la batalla del mercado de la prevención del catarro.
Comer de forma saludable, hacer ejercicio físico, dormir lo suficiente y evitar el estrés, que afecta al sistema inmunitario, son probablemente cuatro buenas medidas para prevenir los resfriados, además de lavarse las manos con frecuencia y evitar tocarse la boca y los ojos.
Aunque se usan indistintamente, el término resfriado (alude a enfriamiento) es menos adecuado a la luz de la ciencia que el de catarro (alude a secreción): enfriar el cuerpo no aumenta el riesgo de sufrir un catarro o agrava sus síntomas. Lo que ocurre es que el enfriamiento de la piel y la mucosa de la nariz puede provocar estornudos, y esto ha conducido a relacionar el frío con el catarro. Sin embargo, lo único seguro para se produzca la infección es que el virus debe llegar la nariz.
Los virus del catarro se encuentran en suspensión en el aire, en pequeñas gotitas de agua expulsadas por los enfermos. Para que se produzca la infección es preciso que entren en contacto con la mucosa nasal, la fina capa celular que recubre el interior de la nariz, y que penetren en esas células. Los catarros no se transmiten tanto por un beso como por llevarse los dedos a la nariz tras haber tocado el pomo de una puerta, un libro o cualquier objeto contaminado con las gotitas que contienen los virus.
Los niños son los principales afectados y el foco más importante de transmisión. El principal virus del catarro, causante de entre el 30% y el 40% de los resfriados en los adultos, es el rinovirus (etimológicamente, virus de la nariz), del que hay más de un centenar de serotipos o variedades. Mide unos 20 nanómetros (en un solo milímetro pueden ponerse en fila 50.000 rinovirus), un tamaño unas 100 veces menor que el de las células de la nariz a las que infecta y parasita para multiplicarse. Los coronavirus, el virus respiratorio sincitial e incluso el virus de la gripe son otros de los agentes infecciosos implicados habitualmente en los catarros.
¿Por qué hay más catarros en otoño e invierno? Por un lado, el aire frío hace que los virus se repliquen más fácilmente en la nariz. Y por otro, en los meses fríos se pasa más tiempo dentro de casas y oficinas, que normalmente están peor ventiladas y en las que hay más contacto directo con otras personas. También influye la menor radiación ultravioleta del sol que ayuda a eliminar los virus. La mayoría de los contagios ocurren en el hogar o en el trabajo y justo cuando aparecen los primeros síntomas catarrales estamos en la fase más infectiva.
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