lunes, 4 de febrero de 2013

Testimonios Peregrinos



Construyendo sueños

Ramón Nómada
La tarde era fría, pero fría de hielo, de escarcha sin levantar, gris, bella. Bajo los plásticos todo estaba en calma. Cinco o seis peregrinos, cada uno solo en compañía, cada uno ensimismado en su vida, en su vivencia, ocupábamos todo el espacio de lo que se podría considerar un extraño híbrido entre carpa, invernadero y comedor... más o menos. La tierra bajo nuestros piés, un banco en el que descansar, unas mesas largas llenas de esas cosas que los que caminamos siempre llevamos: cuadernos, una botella con agua, unas flores secas en un rincón, polvo, riñoneras.
Y paz, mucha paz, tensa paz, acogedora paz. No se necesitaba más, nadie pedía más, éramos afortunados por tener todo aquéllo que necesitábamos.
La estufa, al fondo, crepitaba con un puñado de castañas puestas a asar. Algún osado levantaba sus pies y apoyaba sus botas en el borde de hierro. Un ligero olorcillo a goma quemada se mezclaba con el aroma de las castañas.
El patrón de la casa nos propuso un reto, un precioso y loco reto: “vamos a levantar en este lugar una casa para peregrinos...” Pasados los primeros minutos de incredulidad y estupor se formó un corro de caras iluminadas por una mezcla de sorpresa y ¿por qué no? de ilusión.
Estaba naciendo un sueño...
... Al principio nadie se atrevía a romper el momento encantado. Nos mirábamos, eludíamos los ojos, mis frías manos empezaron a sudar, nuestros corazones comenzaban a acelerarse, pero nadie decía nada; el torbellino de nuestros pensamientos se podría oir con toda seguridad hasta más allá de la puerta, pero nadie se atrevía a preguntar.
Muchas castañas después me atreví a preguntar mirándole fijamente a los ojos: "¿Qué has dicho?"
El, con los ojos brillantes y su hablar cerrado, muy sereno, volvió a repetir lo que ninguno de nosotros se atrevía a pensar: "Vamos a construir aquí una casa para peregrinos" y añadió: "¿Me vais a ayudar o no?"
Aquello, de repente fue un torbellino de palabras. Todas las que no podíamos articular hasta entonces, se agolpaban ahora en nuestras gargantas: "¿Qué podemos hacer? ¿Aquí, ahora? ¿Puedo ayudar? ¿Cómo se hace eso?"
Aquél hombre se levantó y desapareció tras una vieja cortina en lo que parecía un pequeño cuarto en un extremo de la carpa. En pocos minutos, apareció con las enormes manazas llenas de rollos de papel que, con gesto orgulloso, no tardó ni diez segundos en desplegar cuidadosamente sobre la mesa, extendiéndolos y apoyando unas olorosas manzanas en cada uno de los ángulos.
Ante nuestros ojos ávidos y asombrados, apareció todo un sin número de dibujos de frente, de perfil, en secciones, de escorzo y de cuantas maneras podréis imaginaros de lo que parecía ser un edificio de un par de alturas, las paredes de piedra, los tejados de madera, difícil de definir con palabras normales, pero que desprendía un halo de calidez, una belleza inmaterial que nos atrapó desde el primer instante y del que no podíamos levantar la mirada.
"¿Qué es ésto?" preguntó alguien resumiendo lo que todos nosotros queríamos decir y no acertábamos a ello.
"Esto es un Hospital de Peregrinos, vuestro nuevo Hospital de Peregrinos, y lo vamos a hacer entre todos, si me ayudáis"...
... Ninguno de nosotros podía creer lo que estaba oyendo.
"¿Y todo eso se puede hacer?". "¡Claro, no solamente se puede sino que ¡lo voy a hacer!". "Pero ¿por qué?".
Los ojos de aquél hombre, brillantes hasta entonces, se cubrieron de un leve velo húmedo. "Porque es el sueño de mi vida, porque era el sueño de mi madre ... Me crié en esa casa que podéis ver al fondo, y allí, siempre vi un caldero humeante puesto al fuego. En él se cocía todo aquéllo que se podía: huesos, algún trozo de gallina, muchas berzas, garbanzos, una punta de unto y patacas, muchas patacas... Nunca vi apagarse aquél fuego y nunca conocí el fondo de aquél caldero. Cuando un caminante asomaba por lo alto de la cuesta, yo corría y me lo traía de la mano, se sentaba donde podía y, antes de que se quitara el morral, ya tenía un cacillo ante sus ojos y un buen pedazo de pan bruno, de aquél moreno y compacto entre sus manos. Eso hizo mi madre durante toda su vida; eso quiero hacer yo. Pero no quiero que, como antaño, el caminante tenga que aparejarse un jergón con paja nueva al arrimo del calor de los animales. Yo lo que quiero es que duerman, que durmáis en una cama, al calor de la estufa y con unas paredes limpias y secas, y que tengáis una manta para abrigaros..."
"Pero ... eso no es necesario, ya tenemos lo que necesitamos..." "Nunca se tiene todo lo que se necesita, si eso fuera así no buscaríais, nunca es bastante. Hay que hacer las cosas bien, y así se harán..."
... Sus palabras eran firmes, no dejaban el menor resquicio a la duda. Y allí estábamos nosotros, con la boca abierta, empapándonos de la seguridad, la ilusión y la firmeza que aquél hombre transmitía.
"Bueno, y ¿qué puedo hacer yo? ¿cómo puedo ayudar?". "¿Cómo? Con tus manos" "¿Yo?, pero yo nunca he trabajado en la construcción: Creo que no podría...". "Chaval, ¿tienes manos? ¿tienes ganas? ¿tienes tiempo?" Así todo en vendaval...
... "Un momento, tengo manos, tengo ganas, pero el tiempo no me pertenece, es mío y de mi familia...". "Tienes lo principal, ya sacarás tiempo... Quiero construirlo con mis propias manos, y con las de peregrinos. No utilizaremos máquinas, todo lo tenemos que hacer nosotros, como se construía en el siglo XI, como se construyó la Iglesia de Santiago, esa que está ahí justo al lado, lo haremos con la piedra que conseguiremos en el monte, igual que ellos, y tardaremos lo que haga falta... ¡pero lo haremos!"
No dejaba de mover las manos sobre los dibujos. Cómo lo haría, cómo hablaría que ninguno de los que allí nos encontrábamos dudamos en ningún momento que esa Casa se haría, ¡vaya si se haría!, y la haríamos nosotros, y los que vinieran detrás, nunca faltarían manos ni voluntad, aquél proyecto saldría adelante, sin duda, el Señor Santiago ayudaría...
En ese momento tomé la decisión: en cuanto acabara mi camino, en cuanto llegara a Santiago, volvería para ver sino se trataba de una alucinación, de un sueño. Sólo faltaban siete días y, en cuanto volviera al trabajo, el primer fin de semana que tuviera libre allí que me plantaría. Una de dos, o el Camino me había vuelto loco o aquella tarea era lo que estaba esperando, una tarea en la que trabajar por un sueño, una forma de devolver tanto y tanto como llevaba recibido y acumulado.
Miré a aquél hombre, le tendí la mano y éste me la estrechó entre sus dos enormes manazas. Un calor nada común, una corriente de energía como nunca había experimentado me invadió de los brazos a los pies. Supe entonces que aquella obra se iba a realizar, y que yo la vería hecha, sin ninguna duda...
... A partir de ese momento, el Camino ya no era el mismo. Se había llenado de ilusión, color, promesas, objetivos, ya había algo importante que hacer, ya nada volvería a ser igual.
Sellamos un compromiso de corazón: Luis y su esposa, comerciantes de Lugo, Jean Pierre el pequeño montañés que hablaba con los osos, Francine la bella niña recién casada, y el resto de los peregrinos, nueve en total, que nos encontrábamos allí en aquél momento: la Casa se haría, la haríamos nosotros y cuantos fueran llegando pues el proyecto apuntaba a años de trabajo.
Y, una vez terminado aquél Camino, volvimos, volvimos muchas veces. Primero había que conseguir unos planos adecuados, unos planos legalmente realizados por un arquitecto y compulsarlos para poder hacer un proyecto serio y solicitar los oportunos permisos. Y comenzó el calvario de despacho en despacho.
El dueño de todo y el promotor in pectore lo tenía muy claro, no quería nada para él, no quería figurar como propietario de nada, quería donar el terreno y su trabajo sin ninguna contrapartida, aquella tierra de la que vivía plantando flores de invernadero, aquel suelo que constituía todo su patrimonio, solamente quería hacer realidad su sueño. Luego de muchas horas de discusiones y de reflexionar profundamente sobre el tema, se decidió crear una Asociación para diversificar los trabajos, los riesgos y las responsabilidades. Así que el primer reto era formar una Asociación que llevara adelante el proyecto, darle cuerpo jurídico. Se convocó una reunión fundacional y se redactaron unos estatutos en los que se dejaron bien especificados todos los puntos: La Asociación se haría cargo de la construcción de la Casa y administraría su funcionamiento posterior.
Pero todo eso no era más que la cara material. Lo importante era lo que se avecinaba: una gran Casa para los peregrinos, construida exclusivamente por peregrinos y financiada por aportaciones que no existían pero que no nos cabía la menor duda de que irían llegando. Ese era el reto y a él nos entregamos todos en cuerpo y alma.
El tiempo se encargaría de enseñarnos muchas cosas: que las dificultades iban a ser muy grandes, pero muy grandes, y lo más importante... que nunca nos iba a faltar de nada, que el Camino nos iba a proveer de todo lo necesario, que las manos nunca iban a escasear y que siempre vale la pena luchar y entregarse por aquello que se sueña ...
... El sueño ya estaba en marcha. Ya teníamos la primera parte de la infraestructura legal que haría posible dar los primeros pasos para la realización de "nuestro" (porque ya era nuestro, ya había dejado de ser personal y se había convertido en colectivo) sueño.
Así que, con los planos legalizados y en la mano (por favor, no preguntéis cómo se pagaron; se pagaron y basta, ya os decía que nada nos iba a faltar, era una labor destinada a hacerse, simplemente) y la Asociación creada y legalizada en el Registro Nacional de Asociaciones, comenzó la ardua, inmensa, desoladora a veces y enervante tarea de conseguir los permisos correspondientes, tanto en el Ayuntamiento como en el organismo correspondiente de la Administración Autonómica.
Eso casi merece un relato aparte, pero os ahorro el calvario. Porque fue un auténtico calvario, cualquiera de vosotros que haya tenido la remota idea de construir algo en un lugar cualquiera conoce ya la forma de actuar de estas administraciones. El Ayuntamiento no tragaba: que era un lugar calificado como rural, que la nueva construcción afeaba el entorno, que no estaba claro el tema de la propiedad futura, que ... todo un rosario de impedimentos y de pruebas al tesón y a la voluntad de aquél puñado de atrevidos. Por supuesto que en el fondo latían rencillas y envidias ancestrales hacia el alma del proyecto y la persona que lo encarnaba. De manera que recurrimos a la astucia y solicitamos un reunión con todo el pleno municipal para presentarles el proyecto en vivo y en directo por peregrinos venidos de varias partes de España acompañando a peregrinos de varias nacionalidades que vinieron expresamente para ese Acto.
Una vez más, la intervención del Señor Santiago obró el milagro y, lo que se presentaba como una batalla más, se convirtió en una gloriosa mañana en la que todos los presentes nos volcamos con todas nuestras fuerzas y nuestra ilusión en mostrar a los concejales y al pueblo presente un proyecto que haría llevar el nombre de esa localidad por los cinco continentes allí representados. Acompañamos la presentación de infinidad de adhesiones llegadas de todas las partes del mundo y algo debió de tocarles el corazón o la codicia (que de todo se veía en sus rostros) pero el caso es que se aprobó por aclamación el proyecto y se recibió la solemne promesa de recibir toda clase de ayuda y apoyo, intelectual y no material, eso si, de toda la Villa.
Salimos del Ayuntamiento henchidos de alegría y cargados con todo tipo de obsequios: bolígrafos, planos y mapas del pueblo y hasta con un escudo de cerámica de la Villa cada uno de nosotros.
El transcurso de los meses y los años nos haría ver que aquello fue un espejismo y que el apoyo inicial se convirtió en una carrera de obstáculos que aún no ha terminado ...
... Y comenzó la verdadera tarea, planificar el desmontaje de todo lo que había instalado en el terreno que ocuparía la futura Casa de Peregrinos y el ponerse manos a la obra. Nadie sabía cómo se haría, con qué se haría ni quién realmente la haría pero varias cosas estaban absolutamente claras y marcadas: solamente intervendrían peregrinos voluntariamente, sin remuneración alguna y cada uno aportando el tiempo de que dispusiera, se haría siguiendo siempre las instrucciones y a dirección del hombre que lo soñó y que tenía todo el proyecto grabado intensamente en su cabeza, y se emplearían materiales de la propia zona, sin máquinas, a mano, y con los mismos métodos que se emplearon en construir la vecina iglesia de Santiago. De esta manera la Casa se convertiría en una prolongación natural de aquél recinto sagrado del que tendría, en su centro, el pozo que alimentaba y energetizaba todo el entorno...
Ni que decir tiene que todos estos trabajos iniciales ocuparon unos meses durante los cuales una dedicación, y no la menor, consistió en explicar el proyecto a todo aquél que paraba en el lugar, al tiempo que se les atendía como siempre, nunca debería dejar de atenderse la hospitalidad durasen lo que duraran las obras.
Muchas fueron las personas que en ese tiempo pasaron por allí y nos dejaron su huella, su apoyo y, lo que es más importante, su impronta y su recuerdo. No perdamos de vista que era un trabajo vivo, interactivo.
Un lejano día una joven de largo cabello brillante, piel cobriza y ojos intensamente oscuros pasó por la casa. Venía de tierras muy lejanas, de más allá del gran mar y estaba haciendo realidad una ilusión largamente acariciada: recorrer el Camino. Estaba convencida de que aquello le cambiaría la vida y tuvo que dejar muchas cosas atrás para lograr su quimera. Nos contaba cómo sufrió los primeros días allá en los Pirineos para vencer su vértigo, cómo otro peregrino la ayudaba y le tendía su bastón para que lo agarrara y poder dar los pasos más aéreos, cómo se sentía desfallecer y cómo remontó con garra y valor para continuar adelante. Nos relataba cómo numerosos amigos y conocidos, algunos sin rostro hasta entonces, la acompañaron, la animaron, la guiaron y la siguieron en su periplo. Y cómo se encontraba ya allí, en su Camino, como si estuviera en su casa y la ilusión que la impulsaba a continuar adelante. Seguramente volvería pues para ella, esto era ya su casa.
El trabajo comenzaba, pero la ilusión y el impulso no hacían más que incrementarse a medida que se empezaron a removerse los primeros obstáculos y a verse camino despejado por el que empezar a transitar... La vereda se iba desbrozando...
... Aquél invierno se empezaron a dar los primeros pasos. Había que esperar a que llegara la primavera para comenzar a desmontar, el frío era muy intenso, la tierra estaba especialmente dura y helada, los peregrinos eran un constante gotear, seis, diez, uno, ninguno, pero había que seguir haciendo frente cada día a las necesidades de mantener la hospitalidad intacta, esa era la principal razón de la existencia de aquélla casa y nunca permitiríamos que los nuevos proyectos impidieran esa labor.
Largas tardes de invierno junto a la estufa, conversaciones y discusiones hasta bien entrada la madrugada, siempre el Camino como tema, como monotema, analizando las posibilidades, buscando la forma de ir un poco más allá, inventando formas, soñando en fin ...
Aquellos largos meses no pasaron en balde, aprendimos mucho unos de otros, leíamos en voz alta después de la comida y después de la cena pasajes del Evangelio de Tomás, ese texto vivo tan querido para el alma del proyecto, y discutíamos sobre aquéllos textos hasta la extenuación, hasta que ya rendidos nos metíamos en nuestros sacos.
De esas tardes grises, largas, frías e inolvidables, recuerdo a nuestro compañero Jean Louis. Era un pequeño personaje más parecido a un hobbit que a un humano. Menudo, magro, nervudo y silencioso, absolutamente silencioso. No le gustaba hablar con los humanos, prefería hacerlo con las bestias. Quizá fuera por eso que me tomó como confidente en las largas veladas. Y me confió su preciosa forma de vida allá en los Pirineos, del lado de Francia, su interés en confraternizar con los lobos y los osos, cómo se acercaba a ellos, les dejaba comida, permitía que se confiaran y les hablaba, si, les hablaba. Todo esto me lo contaba, chillaba, reía, recitaba con una voz preciosa y cantarina, en un idioma difícilmente reconocible, mezcla de francés, euskara, catalán, pero absolutamente expresivo y entendible, sin parar de moverse y gesticular a mi alrededor. Todos los años, antes de que la primavera empezara a hacer despertar los brotes de los campos, Jean Louis aparecía como un reloj. Venía caminando desde los Pirineos, desde su casa. Nunca se alojaba en Albergues ni ciudades, no lo soportaba. Necesitaba la soledad de los campos para poder descansar. No sabía leer ni escribir, no le hacía falta, era sabio. Jamás utilizó ningún documento ni credencial, no los necesitaba, pero llevaba consigo un viejo cuaderno lleno de comentarios en todos los idiomas y con mil letras diferentes. En él se plasmaban frases de aliento, cariñosas, deseos de felicidad, saludos variados de todo tipo de personas coincidentes en algún punto de un Camino, y algún sello no habitual, generalmente de conventos por los que a veces se dejaba caer en solicitud de ayuda. Se empeñó en que yo conservara esa joya, su cuaderno de viaje, su cuaderno de Camino. Lo mantengo como un preciado tesoro.
Aún tengo otro recuerdo físico de aquél pequeño Gran Hombre. Me dejó grabados con un hierro calentado en la estufa, dos bastones cruzados con sus calabazas que adornan mi pequeño bastón de madera. Siempre que lo agarro lo llevo en mi mente. Un año no volvió. Explotó la primavera, pasó el verano y Jean Louis no apareció. Suponemos que continuó su camino. La huerta y la cabaña en la que dormía cuando estaba entre nosotros le echaron de menos. Nosotros más, mucho más ...
... Y como dijo Sabina, el invierno duró lo que tarda en llegar la primavera, más o menos, y el proyecto que nos había unido, aquélla ilusión que conservábamos como un preciado tesoro en nuestro interior, sintió, al igual que todo el mundo exterior, los primeros síntomas de que había que empezar a vivir, a hacer algo material, que no nos habíamos juntado para rebozarnos en nuestros recuerdos y añoranzas sino que estábamos allí, juntos, para construir, para materializar un sueño, para hacer realidad una esperanza: todo estaba por hacer.
Así que nos desperezamos de un largo letargo y nos dispusimos a abandonar el capullo que había protegido la larva y a estirar cuidadosa pero impetuosamente nuestras alas y trabajar, la tarea era larga y no podía demorarse más.
Lo primero que decidimos es colocar una primera piedra de la obra como siempre se hace con las cosas perdurables. Para ello elegimos un lugar: sería junto al pozo, ese pozo sagrado, alma del entorno. Cuidadosamente hicimos el hoyo y lo dejamos una noche estrellada velando la ceremonia que se celebraría al día siguiente.
A ella asistieron varias personas venidas de toda la geografía española y algunos convocados de Alemania, Francia e Italia, así como dos peregrinos de Nueva Zelanda y un canadiense que se encontraban allí en ese mágico momento.
En la zanja colocamos primorosamente varias piedras: una traída por el Obispo de una gran ciudad alemana, procedente de la cripta de la catedral, unos fragmentos de azulejos del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial obtenidos rebuscando entre las basuras y deshechos de unas obras de acondicionamiento que se realizaban en ese lugar, un pequeño fragmento de suelo de la Plaza del Obradoiro, un gran cuarzo de las minas frente al pueblo y una piedra de un desierto neozelandés que uno de los peregrinos había transportado en su mochila desde allí para depositarla en la Catedral de Santiago. Traía dos, una la dejó en la Cruz de Ferro, y la otra decidió él mismo que cumpliría una mejor misión en aquél lugar en vez de en Compostela.
Todo ello acompañado de una caja metálica con el periódico del día, unas monedas de la época, duros y pesetas y un ejemplar del Evangelio de Tomás junto a una hermosa vieira.
El Obispo alemán roció la tierra con agua del Jordán y, por fin, tomó cuerpo el sueño, ya nada lo pararía ... o si ...
... Ya estaba iniciada la obra, no había marcha atrás. O eso, al menos creíamos nosotros. Se acordó empezar a construir por la parte más cercana a la iglesia, por el Este. Era una decisión que venía dada por el interés en hacerlo todo como en la Edad Media, era el mejor principio siguiendo el movimiento del Sol, y por la necesidad de no entorpecer la labor diaria de acogida, mientras ésto fuera posible.
Se empezó a desmontar el terreno y a acumular materiales para la construcción. La piedra saldría, en su mayor parte, de los montes cercanos. Allá que nos íbamos con el tractor y el remolque y día a día una inmensa pila de piedras se fue formando frente a la obra. La pizarra para el tejado apareció sin más un buen día. Así, como os lo digo, apareció frente al refugio. Un gran camión la descargó ante nuestro asombro y apiló los palés ordenadamente. La enviaba Luis, el amigo y peregrino de Lugo que tantas sobremesas compartía con nosotros en las tardes de invierno. Unas gestiones muy afortunadas del dueño del lugar nos proporcionaron las vigas de madera para la techumbre. Poco a poco fueron tomando su lugar junto a los demás materiales una ingente cantidad de traviesas de tren, con su olor característico, y unos hermosos postes de teléfonos bien pulidos por la intemperie.
Y se comenzó la construcción en sí. Todas las instrucciones las daba el alma del lugar, era ingeniero, capataz, albañil y paleta, todo en uno. Tenía todo el proyecto en su cabeza y nunca le vi mirar un sólo plano a partir de entonces. Quizá eso fuera lo que, en el devenir del tiempo, empezara a crear problemas...
... Las zanjas comenzaron a ocupar todo el espacio, y quien dice zanjas dice mover la tierra, desenterrar... y eso es lo que empezó a suceder. Comenzaron a encontrarse fragmentos de piedra, de cerámica, clavos herrumbrosos ... y más cosas. Se trató todo lo que salía de la tierra con mimo, se apartaba, se limpiaba y se almacenaba aparte. Pero no era suficiente.
Entonces cayó inevitablemente la primera orden de suspensión de las obras. Se alegó que había que investigar a fondo los restos encontrados, que no se podía mover ni una piedra hasta que los expertos no dictaminaran sobre el valor de lo hallado ... así hasta un sinfín de argumentos legalistas y poco realistas.
Ante nuestra desolación, hubo que interrumpirlo todo. De nada valieron nuestras promesas de respetar todo lo que se encontrara, de guardarlo y entregarlo. Había que parar. Un soplo frío de desaliento cubrió nuestras ilusiones.
Pero nada iba a quedar ahí, no nos íbamos a rendir, por el proyecto valía la pena poner toda la carne en el asador y nos conjuramos de nuevo a salvar todos los escollos, todas las dificultades, todas las zancadillas. La Casa se iba a construir, por supuesto ...
... Se visitó al delegado de Cultura de la Junta, y resultó ser un asiduo del Camino que había pasado varias noches en el Refugio, enamorado del espíritu que allí había encontrado y de la acogida que había recibido siempre. Se puso de nuestro lado y nos prometió tratar de remover obstáculos para que la idea siguiera adelante.
Así que se levantó la prohibición de construir bajo la promesa de respetar todo lo que se hallara, dar cuenta de ello y estar dispuestos a parar en el momento que apareciera algo realmente importante, y bajo la amenaza de terribles sanciones si no se cumplían estas instrucciones. Todo ello aderezado de un guiño de ojo del consejero y una sonrisa de oreja a oreja al darle un buen apretón de manos.
Y todo siguió, y la tierra empezó a desvelar el pasado ... Y comenzaron a aparecer restos de un asentamiento ya olvidado y abandonado, de lo que tenía todas las trazas de ser una gran construcción anterior dedicada al cuidado de los peregrinos. Se investigó a través de todos los medios (en aquélla época no existía Internet), en todas las bibliotecas, y se encontraron vestigios de todas las edades que indicaban que: "Pasada la Iglesia de Santiago, la primer casa a la izquierda estaba ocupada por un Hospital para Peregrinos en los que nunca faltó agua, sal y paja donde reposar los cansados huesos ..."
Este descubrimiento supuso el espaldarazo definitivo a nuestros anhelos, volveríamos a levantar esa Casa y se recuperaría su utilidad de siempre.
Y proseguimos con las obras, apareció una pequeña piscina de piedra donde en la antigüedad se debía lavar a los enfermos, se identificaron sin ninguna duda la antigua entrada al edificio, la cocina con sus restos de piedras calcinadas del hogar, las conducciones de agua, y la tierra nos fue devolviendo uno a uno los recuerdos de un pasado como si fueran notas de una partitura que, una vez recompuesta, nos traería la MUSICA, las voces ancestrales que animaron aquél lugar...
Los milagros empezaron a fluir: un día había que remover las antiguas duchas y lavabos para continuar la obra; sin problemas, aparecía un peregrino que dominaba el arte de la fontanería y en dos días nos desmontaba todo lo existente y lo trasladaba unos metros más allá... otro día había que levantar la instalación eléctrica para continuar con las obras; ¿quién diríais que se alojaba ese día en el Refugio? pues claro, un experto electricista que no tenía inconveniente en trabajar todo un día para ello y así aprovechar la circunstancia para permanecer con nosotros unas horas más... así funcionaban las cosas entonces, con complicidad, con cariño, con QUÍMICA ...
... Y por eso un día apareció una furgoneta con una docena de lavabos nuevos, con su grifería y todo, que nos enviaba una pareja de peregrinos valencianos, justo el día en que habíamos terminado las conducciones nuevas de agua; y por eso un artista de la piedra caminando hacia Santiago hizo un alto en su Camino para labrarnos el símbolo que preside la puerta de entrada a la Casa, justo el día que se estaba levantando el muro principal y se coronaba la puerta de entrada ... y tantas y tantas causalidades que nos convencieron de que estábamos en el buen camino y que aquello era imparable ... Eso creímos ...
... La obra continuaba a todo trapo. Las paredes iban creciendo, nunca faltaron manos ni talento, muchos peregrinos, al pasar por allí, prometían volver a ayudar, y así se fue creciendo, día tras día: parecía que todo iba a resultar, la Casa iba apareciendo ante nuestros ojos como una isla de paz en medio del mar rizado y tenebroso.
Nunca pensamos que uno de los mayores inconvenientes estuviera dentro de la misma obra, en su propia alma y esencia ... Me estoy refiriendo a la forma de construir. Ya dije antes que nunca se sacaron los planos, se construía siguiendo las consignas y la dirección de aquél que primero soñó la obra, aquél que lo tenía todo en su cabeza. Y aquí vino el problema, inevitablemente.
Se materializó cuando un funcionario de la Junta se presentó para precintar las obras. Asi de claro. ¿Qué había ocurrido? Sencillo. Lo que se estaba construyendo se parecía como un huevo a una castaña a los planos compulsados por el Colegio de Arquitectos que se había depositado junto con la solicitud de licencia de obras. Donde había un muro, se construyeron dos hermosísimas ventanas góticas... donde debía ir una puerta se hizo un gran portalón capaz de permitir la entrada a una recua de mulas... donde iba un tejado de piedra se tapó con una preciosa celosía de alabastro ... y así una tras otra. Nada era como debía ser. Todo se improvisaba y ni la belleza de la obra podía superar las irregularidades.
Fue más costoso convencer al jefe de obras que a la propia Junta. No se podía continuar así, las Normas estaba para cumplirlas, no de adorno. Buenos disgustos costó el asunto, buenas horas de intercambio de todo, desde intensos diálogos a alguna bronca con salida por pies incluida ...
... Finalmente se impuso la cordura y se acordó no desmontar nada, sino tapar las preciosas ventanas con piedra nueva sin desmontarlas, por si algún día cambiaban las normas y se imponía la belleza sobre la practicidad. Y con esos pequeños grandes retoques y el pago de las correspondientes multas por infracciones se pudo obtener el permiso para seguir las obras con el aviso serio de interrupción inmediata y definitiva a la siguiente infracción.
¿Se produciría ésta? Nos conjuramos para que no ocurriese sabiendo en nuestro fuero interno que tratar de mantener a nuestro maestro dentro de la Norma era tarea tan complicada como contener al océano en una galerna ... Pero lo intentamos y todo siguió ...
... Por aquél entonces la obra iba bien crecidita, pronto se pudo habilitar el ala este de la Casa y se preparó con esmero la inauguración de la misma. El comedor nuevo ya lucía en todo su humilde esplendor y lo que nació como un sueño ya se podía tocar ... Una de los recuerdos que permanecen de aquélla época es el pasmo que causaba a algunos peregrinos el comprobar que, como ellos creían, no se trataba de un edificio en ruinas. Más de una vez alguien nos decía con pena: "¡Qué bonita casa, lástima que se esté cayendo! ¡Señora, no se está cayendo, la estamos haciendo!" era nuestra respuesta, y lo decíamos llenos de orgullo, pues la Casa era idéntica en material y forma de construcción que la vecina Iglesia del siglo XI ...
... Y la vida siguió y con ella todos crecimos.
Y creció la casa, esa casa que nunca se acabó, que nunca se acaba, que nunca se acabará ¿acaso se acaban los sueños?
Lo que si hubo fue un lento despertar de muchos de nosotros. Poco a poco otros asuntos, otras vidas, fueron reclamando nuestra atención, y lo que ya estaba en marcha fue dando paso a nuevos caminos, nuevos retos, nuevos proyectos...
... Y allí queda el sueño hecho realidad, allí lo podéis contemplar, junto a la iglesia y el cementerio, sobre el castillo y al pie de la gran montaña que lo une con la tierra meiga ...
Si tenéis ocasión, disfrutadlo. Si no os apetece, pasad a verlo y comprobaréis cómo la ilusión, el impulso de un sueño, el trabajo en común, llegan a hacer milagros ... Y todo ello al borde del Camino, de este Camino vuestro al que amamos como se ama a una cuna, a un hogar, a un sueño...

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