Testimonios Peregrinos
PARA TI, PEREGRINO EN COMPOSTELA.
Por José de la Riera
Un paso, y otro, y otro más. Miles de pasos. Has dejado atrás montañas donde podías tocar el cielo con las manos, parameras abrasadas, bosques
ancestrales antesala de tu deseado Finisterre. Un paso, y otro, y otro
más. Con el alma colgada del bordón es posible que haya habido
momentos en que sólo habrás podido conjugar un verbo lacerante: llegar. Tal vez te has emocionado con aquel rotundo amanecer en Estella, con la
soledad – y el abandono- de docenas de pequeñas iglesias, has dejado tu
piedra en la Cruz de Ferro, has reído, has llorado y, tras resucitar en
O Cebreiro, has entrado en Compostela en un amanacer brumoso,
expectante, asiendo nervioso tu viejo bordón Rúa de San Pedro arriba.
El peregrino en Compostela.... nos ha pasado a todos, o a casi todos,
una sensación rara, de pérdida de no sé qué, de soledad, de ¿y ahora
qué?, envueltos en una riada de turistas, rodeados de gente con la que
poco tenemos que ver, mientras el botafumeiro se despendola por las
antiguas naves de la catedral, todavía con el polvo del Camino en las
ropas. Y nos replegamos en nosotros mismos, ¡ Mañana, Dios, mañana
vuelvo al mundo, a un mundo que dejé hace cinco siglos, cinco años,
treinta días, mil semanas, yo qué sé, en Roncesvalles, en Saint Jean,
en el Somport ! ¡ Mañana vuelvo al mundo! E inconscientemente buscamos
entre el gentío algún colega con el que podamos compartir la clave, las
claves, en medio de aquella multitud que nos es ajena, al lado de
aquella catedral que nos enfría el ánimo, inmersos en una ciudad que se
nos presenta sobrecogedora, altiva, distante, imponente...
Pero no. Hay otra Compostela. Otro Santiago que quiero compartir
contigo. Te paso los secretos, y algunas claves, de una ciudad
maravillosa, mágica, eterna. Es fácil, es gratis, solo hay que apelar al
alma de niño que todos llevamos dentro, volver, con Rilke, a nuestra
patria, esa infancia perdida que todos llevamos en el hondón del alma,
dejarnos asombrar, seducir, llevar...
Verás, cuando caiga la
noche sobre Compostela, acércate en soledad hasta la Quintana de Mortos.
Siéntate y espera. Poco a poco las campanadas graves de la Berenguela
romperán la noche. Su tañido se extenderá pronto por los tejados, por
las chimeneas, por las estrechas rúas de la antañona ciudad. Y entonces
verás a todos, te será fácil reconocerlos. Lo anunciarán los clarines,
delante van cinco heraldos, es la comitiva del gran duque Cosimo del
Medici que entra en Compostela con una lujosa acompañamiento, van a ver
al personaje que desde aquel fin de la tierra atrae a todos los
poderosos del mundo. El gran duque, jinete en un tordo ricamente
enjaezado en carmesí, reparte limosna entre los pobres que se cuelgan de
su estribo.
Pasan ante ti como en un sueño, pero pronto te
distrae una sombra, furtiva, liviana, humilde. Es el infeliz Jean
Bonnecaze que, abandonado por sus compañeros, siempre a punto de la
mayor catástrofe, ha culminado su camino solo, descalzo y enfermo.
Atraviesa las sombras de la Quintana en busca de su recompensa, un
abrazo al Apóstol y un trozo de pan. Escucharás también el griterío de
la juerga que arman Delorme, Hermand y La Couture, mitad gallofos mitad
devotos, peregrinos al fin, que han llegado a Compostela después de mil
trapisondas por el Camino. Y verás también otra sombra leve y furtiva,
rota en sollozos, con hábito de peregrina. Es Isabel de Portugal “a
Rainha Santa”, que ha caminado en secreto con el alma rota por los
devaneos de su gran amor, el rey trovador D. Denis. Pasará también
Aymeric refunfuñando, está a punto de inventar el chauvinismo, se ha
quedado sin caballos en el Salado, que le den. Entre rezos, rematando a
grito pelado un Te-Deum, camina hacia la catedral el seráfico Domenico
Laffi. Se perdió en Montes de Oca y tuvo que sobrevivir pastando
yerbajos. En el Burgo Ranero cerró los ojos a un peregrino devorado por
los lobos.
Pero Laffi, como todos, está feliz ha llegado
.Si oyes, sin embargo, un estrépito inaudito, un clamor rabioso y
atávico, ni te muevas, ni un respigo. Ha llegado la comitiva del Barón
Leo de Rozmithal y de Blatna y la han liado. Resulta que se han
encontrado la catedral cercada, el arzobispo preso y la ciudad en
entredicho. A un escudero del Barón, llamado Fletcher, no se le ha
ocurrido mejor idea que curar la herida “per sagita percusus” que ha
sufrido uno de los sitiadores, Bernal Yañez de Moscoso. Así que,
fulminantemente excomulgados, solo han conseguido entrar en la catedral
descalzos, penitentes y con cirios en las manos.
Pasarán
todos, amigo, pasarán todos, es fácil, sólo hay que cerrar los ojos y
dejarse llevar. Y mientras las beatas acuden a misa de primera mañana,
también es posible que oigas al mirlo, has de saber que en Compostela
hay un mirlo que canta en San Martín Pinario. ¿Sabes que el canto de un
mirlo puede llenar el mundo por si solo? El mirlo de San Martín Pinario
también llena los amaneceres con su canto, pero es un pillabán, hace
horas extras por los jardines de Compostela a cambio de una ración
diaria de migas de pan de millo, en eso los compostelanos son muy
mirados, y el mirlo de San Martín es “picholeiro” cabal.
Las
campanas madrugadoras de Compostela también te traerán el recuerdo de
las viejas leyendas. Alguna forma parte de la memoria viva de la ciudad,
como la del pobre Juan Tuorum. Así que, con el alba, te dejo con Juan
Tuorum, no te cuento su historia, o leyenda, o conseja - pues todo ello
es- , encuéntrala tu mismo, piérdete por las calles de la ciudad y
pregunta por “A Virxen de Ven e Váleme” o, si quieres, por “A Virxen
de Bonaval. Cerca muy cerca de tu Camino y de la Porta do Camiño se
levanta el Monasterio de Bonaval. El pórtico de Bonaval, que da entrada
al romántico cementerio del Rosario, está presidido por una inscripción:
“Esta image he aquí posta por alma de Juan Tuorum . Era MCCCLXVIII”. Sí
los peregrinos lo supieran, dejarían una humilde flor del Camino en
recuerdo del pobre herrador. Ah, las viejas leyendas del Camino, las
antiguas leyendas de Compostela.... peregrino, no olvides, hay otra
Compostela.
Amigo, hasta siempre, toma de nuevo el bordón,
ahora viene tu Camino más importante, tal vez el más duro, espero
haberte ayudado a “ver” una ciudad nueva, distinta a todas, Santiago de
Compostela. Piérdete por las Algalias, por Bonaval, por la Troya, echa a
andar por donde te lleve el instinto. A lo mejor tienes la inmensa
suerte de dar con O Castrón de Ouro (El Bellocino de Oro). Una ciudad
que dispone de una calle con tal nombre ha de ser forzosamente
maravillosa. Busca a Santiago. Hay un lema por ahí, no hay que hacerles
mucho caso a los lemas, pero en este caso acierta. Busca a Santiago...
te prometo que encontrarás Compostela. Buen Camino.
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