sábado, 9 de febrero de 2013

Testimonios Peregrinos

PARA TI, PEREGRINO EN COMPOSTELA.
 
 Por José de la Riera
Un paso, y otro, y otro más. Miles de pasos. Has dejado atrás montañas donde podías tocar el cielo con las manos, parameras abrasadas, bosques ancestrales antesala de tu deseado Finisterre. Un paso, y otro, y otro más. Con el alma colgada del bordón es posible que haya habido momentos en que sólo habrás podido conjugar un verbo lacerante: llegar. Tal vez te has emocionado con aquel rotundo amanecer en Estella, con la soledad – y el abandono- de docenas de pequeñas iglesias, has dejado tu piedra en la Cruz de Ferro, has reído, has llorado y, tras resucitar en O Cebreiro, has entrado en Compostela en un amanacer brumoso, expectante, asiendo nervioso tu viejo bordón Rúa de San Pedro arriba.
El peregrino en Compostela.... nos ha pasado a todos, o a casi todos, una sensación rara, de pérdida de no sé qué, de soledad, de ¿y ahora qué?, envueltos en una riada de turistas, rodeados de gente con la que poco tenemos que ver, mientras el botafumeiro se despendola por las antiguas naves de la catedral, todavía con el polvo del Camino en las ropas. Y nos replegamos en nosotros mismos, ¡ Mañana, Dios, mañana vuelvo al mundo, a un mundo que dejé hace cinco siglos, cinco años, treinta días, mil semanas, yo qué sé, en Roncesvalles, en Saint Jean, en el Somport ! ¡ Mañana vuelvo al mundo! E inconscientemente buscamos entre el gentío algún colega con el que podamos compartir la clave, las claves, en medio de aquella multitud que nos es ajena, al lado de aquella catedral que nos enfría el ánimo, inmersos en una ciudad que se nos presenta sobrecogedora, altiva, distante, imponente...
Pero no. Hay otra Compostela. Otro Santiago que quiero compartir contigo. Te paso los secretos, y algunas claves, de una ciudad maravillosa, mágica, eterna. Es fácil, es gratis, solo hay que apelar al alma de niño que todos llevamos dentro, volver, con Rilke, a nuestra patria, esa infancia perdida que todos llevamos en el hondón del alma, dejarnos asombrar, seducir, llevar...
Verás, cuando caiga la noche sobre Compostela, acércate en soledad hasta la Quintana de Mortos. Siéntate y espera. Poco a poco las campanadas graves de la Berenguela romperán la noche. Su tañido se extenderá pronto por los tejados, por las chimeneas, por las estrechas rúas de la antañona ciudad. Y entonces verás a todos, te será fácil reconocerlos. Lo anunciarán los clarines, delante van cinco heraldos, es la comitiva del gran duque Cosimo del Medici que entra en Compostela con una lujosa acompañamiento, van a ver al personaje que desde aquel fin de la tierra atrae a todos los poderosos del mundo. El gran duque, jinete en un tordo ricamente enjaezado en carmesí, reparte limosna entre los pobres que se cuelgan de su estribo.
Pasan ante ti como en un sueño, pero pronto te distrae una sombra, furtiva, liviana, humilde. Es el infeliz Jean Bonnecaze que, abandonado por sus compañeros, siempre a punto de la mayor catástrofe, ha culminado su camino solo, descalzo y enfermo. Atraviesa las sombras de la Quintana en busca de su recompensa, un abrazo al Apóstol y un trozo de pan. Escucharás también el griterío de la juerga que arman Delorme, Hermand y La Couture, mitad gallofos mitad devotos, peregrinos al fin, que han llegado a Compostela después de mil trapisondas por el Camino. Y verás también otra sombra leve y furtiva, rota en sollozos, con hábito de peregrina. Es Isabel de Portugal “a Rainha Santa”, que ha caminado en secreto con el alma rota por los devaneos de su gran amor, el rey trovador D. Denis. Pasará también Aymeric refunfuñando, está a punto de inventar el chauvinismo, se ha quedado sin caballos en el Salado, que le den. Entre rezos, rematando a grito pelado un Te-Deum, camina hacia la catedral el seráfico Domenico Laffi. Se perdió en Montes de Oca y tuvo que sobrevivir pastando yerbajos. En el Burgo Ranero cerró los ojos a un peregrino devorado por los lobos.
Pero Laffi, como todos, está feliz ha llegado .Si oyes, sin embargo, un estrépito inaudito, un clamor rabioso y atávico, ni te muevas, ni un respigo. Ha llegado la comitiva del Barón Leo de Rozmithal y de Blatna y la han liado. Resulta que se han encontrado la catedral cercada, el arzobispo preso y la ciudad en entredicho. A un escudero del Barón, llamado Fletcher, no se le ha ocurrido mejor idea que curar la herida “per sagita percusus” que ha sufrido uno de los sitiadores, Bernal Yañez de Moscoso. Así que, fulminantemente excomulgados, solo han conseguido entrar en la catedral descalzos, penitentes y con cirios en las manos.
Pasarán todos, amigo, pasarán todos, es fácil, sólo hay que cerrar los ojos y dejarse llevar. Y mientras las beatas acuden a misa de primera mañana, también es posible que oigas al mirlo, has de saber que en Compostela hay un mirlo que canta en San Martín Pinario. ¿Sabes que el canto de un mirlo puede llenar el mundo por si solo? El mirlo de San Martín Pinario también llena los amaneceres con su canto, pero es un pillabán, hace horas extras por los jardines de Compostela a cambio de una ración diaria de migas de pan de millo, en eso los compostelanos son muy mirados, y el mirlo de San Martín es “picholeiro” cabal.
Las campanas madrugadoras de Compostela también te traerán el recuerdo de las viejas leyendas. Alguna forma parte de la memoria viva de la ciudad, como la del pobre Juan Tuorum. Así que, con el alba, te dejo con Juan Tuorum, no te cuento su historia, o leyenda, o conseja - pues todo ello es- , encuéntrala tu mismo, piérdete por las calles de la ciudad y pregunta por “A Virxen de Ven e Váleme” o, si quieres, por “A Virxen de Bonaval. Cerca muy cerca de tu Camino y de la Porta do Camiño se levanta el Monasterio de Bonaval. El pórtico de Bonaval, que da entrada al romántico cementerio del Rosario, está presidido por una inscripción: “Esta image he aquí posta por alma de Juan Tuorum . Era MCCCLXVIII”. Sí los peregrinos lo supieran, dejarían una humilde flor del Camino en recuerdo del pobre herrador. Ah, las viejas leyendas del Camino, las antiguas leyendas de Compostela.... peregrino, no olvides, hay otra Compostela.
Amigo, hasta siempre, toma de nuevo el bordón, ahora viene tu Camino más importante, tal vez el más duro, espero haberte ayudado a “ver” una ciudad nueva, distinta a todas, Santiago de Compostela. Piérdete por las Algalias, por Bonaval, por la Troya, echa a andar por donde te lleve el instinto. A lo mejor tienes la inmensa suerte de dar con O Castrón de Ouro (El Bellocino de Oro). Una ciudad que dispone de una calle con tal nombre ha de ser forzosamente maravillosa. Busca a Santiago. Hay un lema por ahí, no hay que hacerles mucho caso a los lemas, pero en este caso acierta. Busca a Santiago... te prometo que encontrarás Compostela. Buen Camino.

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