miércoles, 16 de enero de 2013

Historias del Camino

 Los Antonianos y Castrojeriz

Castrojeriz.- Los ‘antonianos’ formaban parte de una de las órdenes más desconocida y relevante de la Cristiandad, que tuvo en Castrojeriz (Burgos) su principal Encomienda.
Hábitos negros y cruces azules poblaron durante seis siglos las tierras castellanas. Eran los símbolos de una de las órdenes religiosas más desconocidas de la Cristiandad e íntimamente ligada al Camino de Santiago: los ‘antonianos’, seguidores de San Antonio Abad, del que hoy domingo se celebra su festividad en todo el mundo. Los ‘antonianos’ tramaron una notable red hospitalaria y recibieron privilegios de diferentes monarcas desde su fundación por Alfonso VII de Castilla en 1146. En el municipio burgalés de Castrojeriz fundaron su primer convento en España, que llegó a convertirse en la cabeza de todas las encomiendas del Reino de Castilla, Andalucía, Portugal y Nueva España (Méjico).
Hoy, unas imponentes ruinas apenas permiten adivinar la gran repercusión de la Orden, que se extendió por Francia, España e Italia y dio a la Iglesia numerosos eruditos y prelados. Poco o nada queda de aquel convento, de la iglesia o del hospital donde los peregrinos encontraban alivio a las dolencias ocasionadas por la ruta jacobea. Y pese a ello, es lo único que se mantiene en pie del que fuera su patrimonio en Castilla y León, conservado gracias al tesón, entre otros, de Ovidio Campo, el responsable del actual ‘Albergue de peregrinos de San Antón’ en Castrojeriz.
Apasionado por los ‘antonianos’, no ha dudado en organizar cursos y buscar a los mayores expertos en este ámbito para sacarlos del ostracismo al que la historia parecía haberles condenado. Sin embargo, la documentación existente es poca y muy dispersa. “El último comendador de la orden, el navarro García Hoyo, compitió con otro por el puesto, y el monje que no salió elegido quemó el archivo del hospital y por eso queda tan pocos documentos. Algo hay en Las Clarisas de Castrojeriz, aunque son papeles sobre los litigios que tenían los monjes con la parroquia de aquí, o sea documentación jurídica muy específica”, lamenta Campo.
Para comprender su trascendencia resulta imprescindible retrotraerse a sus orígenes. La antigua orden de los ‘antonianos’ debe su nombre a Antonio Abad, un santo eremita que vivió en Egipto en el siglo III después de Cristo, y cuyo culto se extendió prácticamente tras su fallecimiento, y con mayor rapidez en Occidente que en Oriente.
Sus reliquias fueron llevadas desde Bizancio hasta Francia, a la localidad de Saint Antoine de Bienios, en el Delfinado, durante la segunda mitad del siglo XI por un barón cuyo hijo sanó milagrosamente de una virulenta enfermedad que apareció por aquel entonces, conocida como ‘fuego sagrado’, y para cuya curación se encomendaban las gentes a San Antonio.
Siete caballeros galos fundaron entonces la Orden Hospitalaria de San Antonio en 1074 para atender a los enfermos, y se caracterizaron por vestir hábito negro y lucir una cruz Tau de color azul, un símbolo de vida o longevidad (San Antón falleció a los 101 años) y que tiene un estrecho vínculo con la cruz ansada de los egipcios. “Los antiguos faraones utilizaban la cruz ansada como símbolo de vida, y no hay que olvidar que San Antonio vivió en Egipto”, explica Ovidio Campo.
Setenta y dos años después de su fundación en Francia, en 1146, Alfonso VII crea la Encomienda Mayor de Castrojeriz. El profesor Sánchez Domingo recuerda que su fundación obedecía a un principio estratégico: “Estamos en periodo de Reconquista y esta orden estaba formada por monjes y caballeros guerreros que luchaban por la expansión del cristianismo. El Rey quería avanzar en el territorio próximo al río Pisuerga. Poco a poco, al estar en el Camino de Santiago fue adquiriendo mucha importancia, en el sentido político, religioso y asistencial”.
La Encomienda fue consolidando su señorío gracias a los privilegios que obtenían de los distintos monarcas, todos ellos confirmados por los Reyes Católicos. De la Encomienda Mayor de Castrojeriz dependían las Encomiendas de Salamanca, Medina del Campo, Toro, Valladolid, Benavente, Segovia, Murcia, Albacete, Jaén, Baeza, Córdoba, Sevilla, Toledo, Ciudad Real, Talavera, Cadalso, Atienza, Cuenca, Madrid y Alfaro, entre otras. Todas las Encomiendas, además, llevaban anejo un hospital.
La atención a los enfermos fue una de sus principales funciones dada su inclinación por la medicina. Especialmente se centraron en los afectados por el ‘ignis sacer’, o ‘fuego sagrado’ -también conocido como ‘fuego de San Antón’-, y que tenía su origen en el cornezuelo del centeno que aparecía con frecuencia en el pan. Se trataba de una enfermedad cardiovascular manifestada a través de brotes, y que se propagó durante los siglos X y siguientes por Europa.
La terrible dolencia derivaba en la grangrena de las extremidades, que en los casos más graves se momificaban y se tornaban de color negro, como si hubiesen sido consumidas por el fuego. Además, como síntoma común, presentaban fiebre muy elevada. Pero los ‘antonianos’ sabían como hacerle frente.
Según Rafael Sánchez Domingo, profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Burgos e investigador de esta orden, la virulencia del ‘ignis sacer’ provocada una elevada mortalidad, y los enfermos recorrían muchos kilómetros para ser atendidos por los ‘antonianos’. A su llegada, hacían sonar una matraca o campanilla, debían ir con la cabeza cubierta para no ser reconocidos y la boca tapada para evitar “el fedor de su respiramiento malo”. En sendas alacenas, que aún se conservan frente a la portada de la iglesia de Castrojeriz, los antonianos colocaban pan de trigo y vino para saciar a los peregrinos.
En su libro ‘La encomienda de San Antón de Castrojeriz. Derecho de asistencia en el Camino de Santiago’, Sánchez Domingo recoge que les suministraban el llamado ‘vino santo’, elaborado de uvas de ‘la santa viña’ y derramadas sobre las reliquias de San Antonio, que posteriormente se bebía solo o mezclado con agua bendita. También poseían conocimientos de cirugía. “Sabían que amputando los miembros afectados se curaba o dejaba de extenderse la enfermedad, y lo hacían. O que debía evitarse el pan de centeno, o que el zumo de naranja tenía propiedades vitamínicas. Esa instrucción que tenían, esos vínculos con la medicina egipcia, eran casi impropios e impensables en la sociedad medieval, y la propia Iglesia católica no veía con buenos ojos que una orden religiosa los utilizase”, apunta Ovidio Campo.
En los vestigios que hoy quedan en Castrojeriz, un rosetón nos recuerda su advocación. Luce doce Tau, el mismo número de camas de tuvo el hospital en el siglo XVIII, según el ‘Catastro de la Ensenada’, y el mismo que se mantiene en el actual albergue. El cerdito que sostiene una de las pilastras -los ‘antonianos’ pedían limosna acompañados de este animal- y el escudo de un delfín que evoca la comarca francesa donde nació, son las huellas de un glorioso pasado.
Por motivos que se desconocen, en 1775, Carlos III solicitó una bula papal a Pío VI para la extinción de la Orden de los antonianos en España y encomiendas dependientes de América, principalmente en México. “Hoy sólo podemos basarnos en hipótesis para hablar de su desaparición”, recuerda Sánchez Domingo. No obstante, tanto él como Ovidio Campo no descartan que las supersticiones de la gente, las envidias y ciertos intereses políticos formaran el cóctel que propició la extinción de los monasterios antonianos. “No sabemos a ciencia cierta donde fueron a parar todos los bienes que habían custodiado desde el siglo XII, por ejemplo”, señala Sánchez Domingo, quien para documentarse ha consultado archivos del Vaticano o Méjico. Aquella bula aducía como argumentos para la extinción de la Orden la “dispersión de monjes, la existencia de muchos sirvientes laicos en los hospitales, y que los bienes no eran bien administrados”. En 1778 desaparece la Encomienda de Castrojeriz. Sólo quedaban nueve monjes.

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