Los Antonianos y Castrojeriz
Castrojeriz.- Los ‘antonianos’ formaban parte de una de las órdenes más desconocida y
relevante de la Cristiandad, que tuvo en Castrojeriz (Burgos) su
principal Encomienda.
Hábitos
negros y cruces azules poblaron durante seis siglos las tierras
castellanas. Eran los símbolos de una de las órdenes religiosas más
desconocidas de la Cristiandad e íntimamente ligada al Camino de
Santiago: los ‘antonianos’, seguidores de San Antonio Abad, del que hoy
domingo se celebra su festividad en todo el mundo. Los ‘antonianos’
tramaron una notable red hospitalaria y recibieron privilegios de
diferentes monarcas desde su fundación por Alfonso VII de Castilla en
1146. En el municipio burgalés de Castrojeriz fundaron su primer
convento en España, que llegó a convertirse en la cabeza de todas las
encomiendas del Reino de Castilla, Andalucía, Portugal y Nueva España
(Méjico).
Hoy, unas imponentes ruinas apenas permiten adivinar la
gran repercusión de la Orden, que se extendió por Francia, España e
Italia y dio a la Iglesia numerosos eruditos y prelados. Poco o nada
queda de aquel convento, de la iglesia o del hospital donde los
peregrinos encontraban alivio a las dolencias ocasionadas por la ruta
jacobea. Y pese a ello, es lo único que se mantiene en pie del que fuera
su patrimonio en Castilla y León, conservado gracias al tesón, entre
otros, de Ovidio Campo, el responsable del actual ‘Albergue de
peregrinos de San Antón’ en Castrojeriz.
Apasionado por los
‘antonianos’, no ha dudado en organizar cursos y buscar a los mayores
expertos en este ámbito para sacarlos del ostracismo al que la historia
parecía haberles condenado. Sin embargo, la documentación existente es
poca y muy dispersa. “El último comendador de la orden, el navarro
García Hoyo, compitió con otro por el puesto, y el monje que no salió
elegido quemó el archivo del hospital y por eso queda tan pocos
documentos. Algo hay en Las Clarisas de Castrojeriz, aunque son papeles
sobre los litigios que tenían los monjes con la parroquia de aquí, o sea
documentación jurídica muy específica”, lamenta Campo.
Para
comprender su trascendencia resulta imprescindible retrotraerse a sus
orígenes. La antigua orden de los ‘antonianos’ debe su nombre a Antonio
Abad, un santo eremita que vivió en Egipto en el siglo III después de
Cristo, y cuyo culto se extendió prácticamente tras su fallecimiento, y
con mayor rapidez en Occidente que en Oriente.
Sus reliquias
fueron llevadas desde Bizancio hasta Francia, a la localidad de Saint
Antoine de Bienios, en el Delfinado, durante la segunda mitad del siglo
XI por un barón cuyo hijo sanó milagrosamente de una virulenta
enfermedad que apareció por aquel entonces, conocida como ‘fuego
sagrado’, y para cuya curación se encomendaban las gentes a San Antonio.
Siete
caballeros galos fundaron entonces la Orden Hospitalaria de San Antonio
en 1074 para atender a los enfermos, y se caracterizaron por vestir
hábito negro y lucir una cruz Tau de color azul, un símbolo de vida o
longevidad (San Antón falleció a los 101 años) y que tiene un estrecho
vínculo con la cruz ansada de los egipcios. “Los antiguos faraones
utilizaban la cruz ansada como símbolo de vida, y no hay que olvidar que
San Antonio vivió en Egipto”, explica Ovidio Campo.
Setenta y
dos años después de su fundación en Francia, en 1146, Alfonso VII crea
la Encomienda Mayor de Castrojeriz. El profesor Sánchez Domingo recuerda
que su fundación obedecía a un principio estratégico: “Estamos en
periodo de Reconquista y esta orden estaba formada por monjes y
caballeros guerreros que luchaban por la expansión del cristianismo. El
Rey quería avanzar en el territorio próximo al río Pisuerga. Poco a
poco, al estar en el Camino de Santiago fue adquiriendo mucha
importancia, en el sentido político, religioso y asistencial”.
La
Encomienda fue consolidando su señorío gracias a los privilegios que
obtenían de los distintos monarcas, todos ellos confirmados por los
Reyes Católicos. De la Encomienda Mayor de Castrojeriz dependían las
Encomiendas de Salamanca, Medina del Campo, Toro, Valladolid, Benavente,
Segovia, Murcia, Albacete, Jaén, Baeza, Córdoba, Sevilla, Toledo,
Ciudad Real, Talavera, Cadalso, Atienza, Cuenca, Madrid y Alfaro, entre
otras. Todas las Encomiendas, además, llevaban anejo un hospital.
La
atención a los enfermos fue una de sus principales funciones dada su
inclinación por la medicina. Especialmente se centraron en los afectados
por el ‘ignis sacer’, o ‘fuego sagrado’ -también conocido como ‘fuego
de San Antón’-, y que tenía su origen en el cornezuelo del centeno que
aparecía con frecuencia en el pan. Se trataba de una enfermedad
cardiovascular manifestada a través de brotes, y que se propagó durante
los siglos X y siguientes por Europa.
La terrible dolencia
derivaba en la grangrena de las extremidades, que en los casos más
graves se momificaban y se tornaban de color negro, como si hubiesen
sido consumidas por el fuego. Además, como síntoma común, presentaban
fiebre muy elevada. Pero los ‘antonianos’ sabían como hacerle frente.
Según
Rafael Sánchez Domingo, profesor de Historia del Derecho en la
Universidad de Burgos e investigador de esta orden, la virulencia del
‘ignis sacer’ provocada una elevada mortalidad, y los enfermos recorrían
muchos kilómetros para ser atendidos por los ‘antonianos’. A su
llegada, hacían sonar una matraca o campanilla, debían ir con la cabeza
cubierta para no ser reconocidos y la boca tapada para evitar “el fedor
de su respiramiento malo”. En sendas alacenas, que aún se conservan
frente a la portada de la iglesia de Castrojeriz, los antonianos
colocaban pan de trigo y vino para saciar a los peregrinos.
En su
libro ‘La encomienda de San Antón de Castrojeriz. Derecho de asistencia
en el Camino de Santiago’, Sánchez Domingo recoge que les suministraban
el llamado ‘vino santo’, elaborado de uvas de ‘la santa viña’ y
derramadas sobre las reliquias de San Antonio, que posteriormente se
bebía solo o mezclado con agua bendita. También poseían conocimientos de
cirugía. “Sabían que amputando los miembros afectados se curaba o
dejaba de extenderse la enfermedad, y lo hacían. O que debía evitarse el
pan de centeno, o que el zumo de naranja tenía propiedades vitamínicas.
Esa instrucción que tenían, esos vínculos con la medicina egipcia, eran
casi impropios e impensables en la sociedad medieval, y la propia
Iglesia católica no veía con buenos ojos que una orden religiosa los
utilizase”, apunta Ovidio Campo.
En los vestigios que hoy quedan
en Castrojeriz, un rosetón nos recuerda su advocación. Luce doce Tau, el
mismo número de camas de tuvo el hospital en el siglo XVIII, según el
‘Catastro de la Ensenada’, y el mismo que se mantiene en el actual
albergue. El cerdito que sostiene una de las pilastras -los ‘antonianos’
pedían limosna acompañados de este animal- y el escudo de un delfín que
evoca la comarca francesa donde nació, son las huellas de un glorioso
pasado.
Por motivos que se desconocen, en 1775, Carlos III
solicitó una bula papal a Pío VI para la extinción de la Orden de los
antonianos en España y encomiendas dependientes de América,
principalmente en México. “Hoy sólo podemos basarnos en hipótesis para
hablar de su desaparición”, recuerda Sánchez Domingo. No obstante, tanto
él como Ovidio Campo no descartan que las supersticiones de la gente,
las envidias y ciertos intereses políticos formaran el cóctel que
propició la extinción de los monasterios antonianos. “No sabemos a
ciencia cierta donde fueron a parar todos los bienes que habían
custodiado desde el siglo XII, por ejemplo”, señala Sánchez Domingo,
quien para documentarse ha consultado archivos del Vaticano o Méjico.
Aquella bula aducía como argumentos para la extinción de la Orden la
“dispersión de monjes, la existencia de muchos sirvientes laicos en los
hospitales, y que los bienes no eran bien administrados”. En 1778
desaparece la Encomienda de Castrojeriz. Sólo quedaban nueve monjes.
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