DIGNIDAD,
VALOR, CORAJE.
Por
José de La Riera (en la muerte de Antxón González Gabarain, “Bolitx”)
Me
pidió el prólogo a su primer libro. Y me añadió “siento pedírtelo así, pero
tenemos que darnos prisa, me estoy muriendo, tengo ELA”. Y así siguió una
carrera desesperada, contra el tiempo, contra la vida que se iba apagando,
inexorable, contra una muerte que llegaba con pisadas de hierro. Los dos
últimos capítulos fueron al dictado, ya casi exánime.
Antxón
González Gabarain, “Bolitx”, peregrino a Compostela, increíble escribidor, toda
una lección.... jamás me costó tanto, arrancar ante una página en blanco, nunca
dudé tanto ante el prólogo al amigo que ya no estaba con nosotros... un libro
mágico, cercano, imprescindible para comprender lo que es el Camino de Santiago
en la modernidad de la mano de un magnífico ser humano que dejo de caminar a
los treinta y nueve años pero nos dejó este extraordinario relato.
Los
posibles beneficios del libro son para las dos hijas pequeñas que dejó Antxón.
Por mi parte sólo añadir (y sé lo que digo) que es una obra no sólo para peregrinos,
también para todo aquel que sepa valorar lo más íntimo y lo mejor que, tal vez,
todos llevamos dentro. Antxón, gracias tío, eskerrik asko, “Que la tierra se
vaya haciendo camino ante tus pasos... que Dios te lleve en la palma de su
mano”
(Ayer sábado su familia presentó el libro en Zumaia. Para todo el que quiera la obra de Antxón, podéis solicitarla en: http://elgrancaminante.com/ No os vais a arrepentir de ello, es un puro disfrute)
PRÓLOGO A “EL GRAN CAMINANTE”
P R Ó L O G O
“Donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa”
(Rabindranath Tagore, Gitanjali)
Sonó el teléfono aquel once de febrero de 2011, y volvió a sonar, impertinente y testarudo. Al otro lado mi amigo Mario Clavell, catedrático y crítico de literatura y presidente del jurado del premio anual de la AGACS. Su voz sonaba amable desde su querida Compostela: “te comunico que hemos fallado el premio de relatos, el ganador es Antxón González Gabarain, ya le he comunicado el fallo, como presidente de la AGACS imagino que le darás la enhorabuena hoy mismo. Reitérale la mía. Por cierto, por primera vez ha habido rara unanimidad, es bueno, muy bueno, te lo paso ahora mismo, el relato se llama... se llama... Pallozas en la niebla... con Dios, presidente.”
Di un respingo y luego estallé en carcajadas, Antxón, el muy jodido, no me había dicho nada. Siempre dueño de una clase exquisita, se había callado que se presentaba al premio de la asociación jacobea que servidor presidía en aquellos momentos. Y es que mi relación con Antxón venía de muy cerca, una relación fraternal de admiración mutua, amistad y confidencias literarias desde que un día alguien me recomendó entrar en su blog y leer a un chaval que contaba “cosas interesantes”. ¿Cosas interesantes? Aquel tipo era un puntazo con la escribidera. Así que me acerqué a él con un primer mail y comenzamos a hablar, a hablar del Camino, de la vida y de literatura. Le fascinaba algo que yo había escrito sobre un pobre peregrino del siglo XVIII, Jean Bonnecaze, se había quedado también prendido del relato sobre Álvaro Cunqueiro y el pobre poeta German Nouveau, que llegó desde la Provenza a Compostela pidiendo limosna a la puerta de las iglesias y practicando “don de lenguas” , Antxón (o “Bolitx”, tal como solía firmar sus relatos) tenía dudas sobre su propia capacidad, extraordinariamente tímido, humilde con la humildad digna del hombre que se mide fundamentalmente consigo mismo, que se conoce y se reconoce en sus dudas, tenía, sin embargo, la grandeza de alma de los valientes. Este mensaje era del uno de octubre del 2010:
“Antxón: ahora probablemente no te das cuenta, y algunos otros nos hemos preguntado lo mismo muchas veces, tal vez demasiadas. Aleja de ti nubes negras, lo que tú haces, lo que transmites y como lo transmites, no está al alcance de todo el mundo (y sé lo que me digo), además es tuyo, algo que nadie te va a poder quitar jamás y por lo que otros se dejarían cortar un brazo. Tira palante, no te quiebres, sigue, la "técnica" está al alcance de muchos. El alma, el ritmo, la magia, eso nunca, eso no se aprende, ni se adquiere, ni está en el "mercado", se tiene o no se tiene, cabalga con uno o no. Tú tienes todo eso. Lo llevas contigo y no permitas jamás que nada ni nadie te descabalgue de esa yegua blanca. Sigue, ayudarás a más gente de la que te puedas creer pero, sobre todas las cosas, te hará crecer. Ya lo verás.”
La respuesta de Antxón me dio una primera clave:
“Hola José Antonio. He de reconocerte que estoy un poco flipado y no sé ni que ni como responder. Nunca antes nadie me ha hablado en los términos en los que tu lo haces en este mensaje. Quiero decir que nunca he recibido una opinión tan favorable y a este nivel... en cualquier caso tengo entre manos algo que me está costando parirlo, demasiada ambición, y tus mensajes me llegan en un momento especialmente oportuno. Tus inesperadas palabras me servirán para coger un nuevo impulso; para intentarlo. Las aprovecharé aún siendo excesivamente benévolas...gracias infinitas por el detalle, por tus palabras, por tus ánimos, por tus consejos y por tu tiempo .Un abrazo de agradecimiento.”
Magnífico, el bueno de Antxón tenía “algo entre manos”. Hasta que punto sólo lo supe siete meses más tarde. Antxón me comunicaba que estaba escribiendo un libro sobre la peregrinación que había realizado desde su casa, en Zumaia, hasta el Finisterre. Ya había pasado el ecuador de su contenido y esperaba culminarlo en el otoño. Me pedía permiso para trasladar parte de mi historia sobre Bonnecaze y un texto sobre Elías Valiña. Y añadía que me pedía, además, que le prologara su libro. Lo que seguía me conmocionó: me contaba que escribía contra reloj, con un programa especial para ayudarle con el parpadeo de sus ojos, una terrible enfermedad le había dejado con las horas contadas y las cartas marcadas. Me aseguraba que el libro era su último sueño y me rogaba que no se lo trasladara absolutamente a nadie.
¿Su último sueño? Aquello me pareció una injusticia absoluta, una mierda todo, una cabronada, ¡no podía ser, coño, no podía ser! Y a continuación llegó una de las más hermosas lecciones que uno ha podido recibir de ser humano alguno, algo que ha dejado en mi una huella que no va a desaparecer jamás, una lección de valentía, coraje, serenidad, paz interior y con el mundo y de una elegancia espiritual mayor que mil catedrales juntas: penosamente, pero con puntualidad extrema, durante cuatro meses Antxón me iba enviando letra a letra, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, lo que él había calificado como su último sueño, un sueño que había que transcribir a toda prisa, la luz se apagaba, el cabo de la vela no daba prórrogas, un paso más, un paso más, por favor un paso más... los últimos capítulos, ya incapaz de escribir, los hizo al dictado, entre ellos la increíble catarsis “yo soy” y los párrafos finales de “el sueño”, su verdadera llegada al Finisterre, que dictó a su familia tres días antes de fallecer, ya casi exánime y asegurándose de que le habían entendido perfectamente. Luego, subió arriba (¡sus eia!) y más, más arriba aún, de eso cielo de Castilla que tanto amó
¿Sigues ahí, peregrino, lector, amigo? Mil gracias. Uno, con docenas de conferencias encima, con publicaciones por ahí, gastando tinta a diario, nunca ha sufrido tanto ante una maldita página en blanco, agolpándose atropelladamente y al galope los recuerdos del amigo, mientras la lluvia bate inmisericorde las ventanas de este remoto rincón en la noche oscura de Galicia. Cuesta, pero se lo debo. Sobre todo, y entre otros muchos, por un motivo: literariamente, estamos ante una obra que marcará época, un monumento de la literatura de viajes contemporánea, eso que los remirados y relamidos llaman “literatura odepórica”. Y lo digo sin reparos, me equivoco en muchas cosas pero en esto no me voy a equivocar, lo tengo muy claro: “El Gran Caminante” es obra imprescindible, una gran lumbre encendida, para todo el que quiera acercarse al Camino de Santiago en la modernidad. Anticipaba antes que la técnica, casi cualquier técnica, se adquiere. La magia y el ritmo no, no hay escuela alguna, eso va prendido en el alma, se adhiere a la piel y no suelta presa, el lector, página tras página, llega a sentir que el pie parece que sigue el compás como si un viejo gaiteiro acompañara la lectura con una hermosa muiñeira.
Y Antxón-Bolitx fue bendecido y agraciado con un ritmo donde todos los dioses, y probablemente los diablos, baten palmas al unísono. Pero, a su vez, el autor es perfectamente capaz de pasar de un rock clásico a un rap frenético para volver a un fado melancólico cuando le viene en gana o tirar de bombo desesperado cuando es menester, maneja perfectamente los tiempos. Las descripciones de personajes son magníficas, algunas antológicas, Antxón- Bólixt no entra en un café, como en tantos relatos manidos al uso y abuso del lector: “entro en un café, me cobran un euro, está caliente, vuelvo al albergue...”. Antxón monta una fiesta, se regodea, dispara a todo lo que se mueve, pregunta y repregunta, se emociona, pide otro café por si acaso se pierde algo, vive intensamente su Camino... hace literatura. Y la hace, con honradez total y del hocico al rabo, desde que describe sus miedos y la emoción de la salida, aquella lejana madrugada de Zumaia, para resolver “un asunto que debía zanjar con honestidad conmigo mismo”. Sale de su casa a oscuras y en silencio, afirma que lo hace como un ladrón de guante blanco, tal vez pensando en su admirado Jean Bonnecaze que, tres siglos antes y como tantos jóvenes en toda Europa, había salido de sus casa casi de puntillas, sin despertar a su familia, para echarse a ese extraño camino que lleva a occidente, para acunarse con la extraña llamada que, por los siglos, ha hecho a tantos y tantos seres humanos dejar lo mejor de si mismos en ese espacio sagrado que es el Camino de Santiago.
Pero desde la salida en Zumaia todo, absolutamente todo, es un desprendimiento. Desprendimiento físico (tiene que largar parte del equipaje, como casi todos) y desprendimiento moral, no se deja nada dentro, desde el primer momento asistimos a un striptease total, por veces desgarrado, sigue fielmente a Benedetti: “... no te salves ahora, ni nunca. No te salves, no te llenes de calma...”. Al par que el peregrino va desgranando metros y metros va haciendo desfilar su vida ante si y ante nosotros en un Camino que quiere duro por dentro y por fuera donde todo es “ un pueblo más, un día más, una hora más, un momento más, otro paso más, y otro paso más, un pasito más, un suspiro más...una gota de lluvia más”. Por otra parte, y en su itinerario por el Camino Vasco del Interior, todo es épica: soledad absoluta (y deseada), ampollas despiadadas, lluvia y más lluvia, encuentros alucinados y alucinantes como la increíble estampa del mendigo de Briñas, el recuerdo del fabuloso loro Pepe, los partidos de frontón mientras ahí va un paso y otro más, desesperanza (“estoy en una habitación gris donde el futuro no existe”), dudas, rebelión interior y triunfo cara a Santo Domingo de la Calzada, reventando cara a la torre lejana y burlona (“ahora verás, maldita hija de la gran puta”) por un Camino imposible donde lo más amable que se encuentra es una pobre yonqui perdida en la nada y el barro. En Santo Domingo tenía una cita con lo que más quería, y llega, ¿no iba a llegar?, como un náufrago asido al resbaladizo tablón de esperanza de este “Camino iniciático para locos”
Y a partir de ahí, todo ya es coral, el inmenso coro, gallinero desafinado, del gran Camino Francés a Santiago. Y Antxón se mete y nos mete de cabeza en el coro, primero con reparo, luego con resignación, pero siempre teniendo claro que “...si te duermes sin sueño, y te salvas ahora, y te llenas de calma... y te quedas inmóvil, al borde del Camino, y te salvas... entonces no te quedes conmigo”. Y tira, y tira, y tira mientras, como en un friso enloquecido, un gran fresco como para adornar de amarillo fosforito toda la Oficina del Peregrino, hace pasar ante nosotros el gran espectáculo del Camino en los tiempos actuales, donde muchos se reconocerán y conocerán: alemanes robotizados, monjas adustas, princesas vikingas, jetas memorables, plastas irredentos, ingenuos conmovedores, colombianos despistados, tiroleses fumados, peregrinos veteranos y amables, peregrinos veteranos e imbéciles patológicos, la niña que hace pulseras en Tierra de Campos “¡te la regalo!”, hospitaleros generosos, hospitaleros idiotas sin remedio, vagabundos echando cortes de manga y mandado a tomar por el saco a los curas... el gran friso del Camino ante el que pasa el gran caminante siempre azotado por el viento enloquecido del páramo, un viento inmisericorde sobre el que cabalga el diablo atizando con su gran tridente el culo a los alemanes robotizados que siguen a Antxón en las rectas infinitas de un invierno inacabable, inabarcable como la gran recta de Calzadilla de la Cueza.
Y, en medio, en un gigantesco totus revolutum, risas hilarantes, gente solidaria, saludos en el vacío, manos amigas, más risas (Antxón puede ser un auténtico payaso hasta cuando, alma gemela, sufre como un perro entre la nieve camino de San Juan de Ortega), el polvo del siglo en Sahagún de aquella pareja que les jodió el sueño a todos, menús de huésped del Dómine Cabra en Astorga, más risas, vengan lágrimas... mientras siguen y siguen los encuentros, la búsqueda interior que no cesa, no cesa, no cesa... uno de esos encuentros es paradigmático: la conversación amena con Colmillo Negro, el perrillo patético, hecho una calamidad, que encuentra antes de Mansilla, y al que promete encomendar al Apóstol para que se tire a la perrita más bombón de Castilla y León al reconocer en el pobre animal, pese a su lamentable aspecto o precisamente por ello, su condición hermana de guerrero y luchador mientras el gran caminante medita ser una persona normal, tal como hacerse socio de la Real o presidente de una asociación de vecinos, en tanto ambos, perrillo y caminante, se defienden apostados tras un tapial del viento que azota ululante en el páramo.
¿Yo no digo mi canción sino a quién conmigo va? El peregrino viaja siempre en su burbuja, y Antxón no es ajeno a ello, el peregrino parece vivir en un periodo liminal, sumergido en un fanal de agua clara y ajeno a casi todo, durante un viaje donde ritos y símbolos cobran una importancia fundamental. Ritos, mitos y símbolos del pasado y del presente que han hecho suyos El peregrino navega en una burbuja de difícil acceso, donde todo es posible, pero burbuja al fin y al cabo, sólo accesible para sus conmilitones, raramente se abre fuera del momento mágico que está viviendo, fuera de su Camino. Y esto es algo fácil de percibir para cualquiera que, desde fuera, se acerque a un peregrino en Camino. Y dentro de los mitos, con una potentísima función simbólico, está el propio itinerario, “El Camino”. Para muchos peregrinos el propio Camino es, en si, la meta y en una sociedad que se percibe a si misma en estado crítico, el Camino de Santiago proporciona un espacio sagrado, otra especie de “tregua de Dios” medieval trasladada al presente, donde el hombre actual, sobrecogido y alienado por la época que le ha tocado vivir, vuelve a introducirse en sus interior, a conocerse y reconocerse, a buscarse casi con desesperación y, tal vez, a quererse de nuevo. Para Antxón la cuestión es clara, su Camino es la propia meta, cada paso es su destino. Y aplica con rigor los viejos códigos, es decir, vive en y sobre el Camino, lo recorre de sol a sol, se deja mecer y golpear por él, lo padece intensamente, lucha contra él, hasta que, mil veces muerto, resucita para reconocer y asimilar la lección más simple: “si llueve, llueve”.
Pero lo extraordinario de esta obra es la universalidad que trasciende al propio Camino y que hace que este libro cabalgue desbocado mucho más allá de lo que significaría el simple relato de un humilde peregrino jacobeo. Antxón transmite sentimientos, pasión, dudas, ternura, miedos, derrotas aplastantes, victorias cotidianas comunes a todos los seres humanos, en un diálogo permanente consigo mismo y con el lector que resulta, al cabo, conmovedor y apasionante, que salta de las trochas y los caminos embarrados para instalarse sin ambages en el baúl común que todos llevamos, tal vez hecho un pingajo, en el hondón del alma. Y, en Galicia, cuando ya ha resucitado, Antxón deja de luchar consigo mismo y se da la absolución. Se ha vaciado, lo percibe y está contento. Y se deja llevar por las corredoiras infinitas... si llueve, llueve.
Peregrino, lector, amigo... la lluvia sigue golpeando cadenciosa los cristales en la madrugada de Galicia y esto ha ido de un tirón, sólo podía ser así y así he cumplido la encomienda de un amigo. Uno podría dejarse llevar por la rabia, las maldiciones, el ¡no puede ser!, también podría llorar (eso siempre está bien, ya lo he hecho, ¡por qué no se puede llorar, coño!), pero sólo me queda una sonrisa de gratitud, un ¡muchas gracias! al magnífico ser humano que me ha llevado, con su enorme bordón y la pulsera de tobillo de la niña de Boadilla, por el gran Camino de occidente. Toma tú también la mano de Antxón, llegó su hora, te dejo ya con él, hazlo sin miedo, te llevará por San Adrián, sentirás con él la fascinación del cielo de Castilla, reirás, te llenarás de barro, tal vez, como él, tengas un sueño en Compostela. Y no olvides que Antxón sigue ahí, sigue ya para siempre en el Camino, como su querido Jean Bonnecaze, como tantos y tantos que han dejado ahí su huella para siempre, oirás sus risas, percibirás su total determinación en las montañas donde podrás tocar el cielo con tus manos, en la sirga, en los bosques brumosos de Galicia, en las encrucijadas... y, también como él, puede que llegues a tener claro que si llueve, llueve.
“Lo he conseguido, soy libre”, así termina su sueño y así lo percibirán dos mujeres que, cuando lean a su padre dentro de unos años, no podrán dejar de sonreír de orgullo, incluida la preciosa niña de mofletes sonrosados y gorro de lana de color rosa que llenaba de pompas de jabón la tarde limpia de Santo Domingo de la Calzada. Antxón, gracias tío, gracias por todo y que, como en la bendición irlandesa “Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos... que Dios te lleve en la palma de su mano”
José Antonio de la Riera
(Ayer sábado su familia presentó el libro en Zumaia. Para todo el que quiera la obra de Antxón, podéis solicitarla en: http://elgrancaminante.com/ No os vais a arrepentir de ello, es un puro disfrute)
PRÓLOGO A “EL GRAN CAMINANTE”
P R Ó L O G O
“Donde las veredas antiguas se borran, aparece otra tierra maravillosa”
(Rabindranath Tagore, Gitanjali)
Sonó el teléfono aquel once de febrero de 2011, y volvió a sonar, impertinente y testarudo. Al otro lado mi amigo Mario Clavell, catedrático y crítico de literatura y presidente del jurado del premio anual de la AGACS. Su voz sonaba amable desde su querida Compostela: “te comunico que hemos fallado el premio de relatos, el ganador es Antxón González Gabarain, ya le he comunicado el fallo, como presidente de la AGACS imagino que le darás la enhorabuena hoy mismo. Reitérale la mía. Por cierto, por primera vez ha habido rara unanimidad, es bueno, muy bueno, te lo paso ahora mismo, el relato se llama... se llama... Pallozas en la niebla... con Dios, presidente.”
Di un respingo y luego estallé en carcajadas, Antxón, el muy jodido, no me había dicho nada. Siempre dueño de una clase exquisita, se había callado que se presentaba al premio de la asociación jacobea que servidor presidía en aquellos momentos. Y es que mi relación con Antxón venía de muy cerca, una relación fraternal de admiración mutua, amistad y confidencias literarias desde que un día alguien me recomendó entrar en su blog y leer a un chaval que contaba “cosas interesantes”. ¿Cosas interesantes? Aquel tipo era un puntazo con la escribidera. Así que me acerqué a él con un primer mail y comenzamos a hablar, a hablar del Camino, de la vida y de literatura. Le fascinaba algo que yo había escrito sobre un pobre peregrino del siglo XVIII, Jean Bonnecaze, se había quedado también prendido del relato sobre Álvaro Cunqueiro y el pobre poeta German Nouveau, que llegó desde la Provenza a Compostela pidiendo limosna a la puerta de las iglesias y practicando “don de lenguas” , Antxón (o “Bolitx”, tal como solía firmar sus relatos) tenía dudas sobre su propia capacidad, extraordinariamente tímido, humilde con la humildad digna del hombre que se mide fundamentalmente consigo mismo, que se conoce y se reconoce en sus dudas, tenía, sin embargo, la grandeza de alma de los valientes. Este mensaje era del uno de octubre del 2010:
“Antxón: ahora probablemente no te das cuenta, y algunos otros nos hemos preguntado lo mismo muchas veces, tal vez demasiadas. Aleja de ti nubes negras, lo que tú haces, lo que transmites y como lo transmites, no está al alcance de todo el mundo (y sé lo que me digo), además es tuyo, algo que nadie te va a poder quitar jamás y por lo que otros se dejarían cortar un brazo. Tira palante, no te quiebres, sigue, la "técnica" está al alcance de muchos. El alma, el ritmo, la magia, eso nunca, eso no se aprende, ni se adquiere, ni está en el "mercado", se tiene o no se tiene, cabalga con uno o no. Tú tienes todo eso. Lo llevas contigo y no permitas jamás que nada ni nadie te descabalgue de esa yegua blanca. Sigue, ayudarás a más gente de la que te puedas creer pero, sobre todas las cosas, te hará crecer. Ya lo verás.”
La respuesta de Antxón me dio una primera clave:
“Hola José Antonio. He de reconocerte que estoy un poco flipado y no sé ni que ni como responder. Nunca antes nadie me ha hablado en los términos en los que tu lo haces en este mensaje. Quiero decir que nunca he recibido una opinión tan favorable y a este nivel... en cualquier caso tengo entre manos algo que me está costando parirlo, demasiada ambición, y tus mensajes me llegan en un momento especialmente oportuno. Tus inesperadas palabras me servirán para coger un nuevo impulso; para intentarlo. Las aprovecharé aún siendo excesivamente benévolas...gracias infinitas por el detalle, por tus palabras, por tus ánimos, por tus consejos y por tu tiempo .Un abrazo de agradecimiento.”
Magnífico, el bueno de Antxón tenía “algo entre manos”. Hasta que punto sólo lo supe siete meses más tarde. Antxón me comunicaba que estaba escribiendo un libro sobre la peregrinación que había realizado desde su casa, en Zumaia, hasta el Finisterre. Ya había pasado el ecuador de su contenido y esperaba culminarlo en el otoño. Me pedía permiso para trasladar parte de mi historia sobre Bonnecaze y un texto sobre Elías Valiña. Y añadía que me pedía, además, que le prologara su libro. Lo que seguía me conmocionó: me contaba que escribía contra reloj, con un programa especial para ayudarle con el parpadeo de sus ojos, una terrible enfermedad le había dejado con las horas contadas y las cartas marcadas. Me aseguraba que el libro era su último sueño y me rogaba que no se lo trasladara absolutamente a nadie.
¿Su último sueño? Aquello me pareció una injusticia absoluta, una mierda todo, una cabronada, ¡no podía ser, coño, no podía ser! Y a continuación llegó una de las más hermosas lecciones que uno ha podido recibir de ser humano alguno, algo que ha dejado en mi una huella que no va a desaparecer jamás, una lección de valentía, coraje, serenidad, paz interior y con el mundo y de una elegancia espiritual mayor que mil catedrales juntas: penosamente, pero con puntualidad extrema, durante cuatro meses Antxón me iba enviando letra a letra, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo, lo que él había calificado como su último sueño, un sueño que había que transcribir a toda prisa, la luz se apagaba, el cabo de la vela no daba prórrogas, un paso más, un paso más, por favor un paso más... los últimos capítulos, ya incapaz de escribir, los hizo al dictado, entre ellos la increíble catarsis “yo soy” y los párrafos finales de “el sueño”, su verdadera llegada al Finisterre, que dictó a su familia tres días antes de fallecer, ya casi exánime y asegurándose de que le habían entendido perfectamente. Luego, subió arriba (¡sus eia!) y más, más arriba aún, de eso cielo de Castilla que tanto amó
¿Sigues ahí, peregrino, lector, amigo? Mil gracias. Uno, con docenas de conferencias encima, con publicaciones por ahí, gastando tinta a diario, nunca ha sufrido tanto ante una maldita página en blanco, agolpándose atropelladamente y al galope los recuerdos del amigo, mientras la lluvia bate inmisericorde las ventanas de este remoto rincón en la noche oscura de Galicia. Cuesta, pero se lo debo. Sobre todo, y entre otros muchos, por un motivo: literariamente, estamos ante una obra que marcará época, un monumento de la literatura de viajes contemporánea, eso que los remirados y relamidos llaman “literatura odepórica”. Y lo digo sin reparos, me equivoco en muchas cosas pero en esto no me voy a equivocar, lo tengo muy claro: “El Gran Caminante” es obra imprescindible, una gran lumbre encendida, para todo el que quiera acercarse al Camino de Santiago en la modernidad. Anticipaba antes que la técnica, casi cualquier técnica, se adquiere. La magia y el ritmo no, no hay escuela alguna, eso va prendido en el alma, se adhiere a la piel y no suelta presa, el lector, página tras página, llega a sentir que el pie parece que sigue el compás como si un viejo gaiteiro acompañara la lectura con una hermosa muiñeira.
Y Antxón-Bolitx fue bendecido y agraciado con un ritmo donde todos los dioses, y probablemente los diablos, baten palmas al unísono. Pero, a su vez, el autor es perfectamente capaz de pasar de un rock clásico a un rap frenético para volver a un fado melancólico cuando le viene en gana o tirar de bombo desesperado cuando es menester, maneja perfectamente los tiempos. Las descripciones de personajes son magníficas, algunas antológicas, Antxón- Bólixt no entra en un café, como en tantos relatos manidos al uso y abuso del lector: “entro en un café, me cobran un euro, está caliente, vuelvo al albergue...”. Antxón monta una fiesta, se regodea, dispara a todo lo que se mueve, pregunta y repregunta, se emociona, pide otro café por si acaso se pierde algo, vive intensamente su Camino... hace literatura. Y la hace, con honradez total y del hocico al rabo, desde que describe sus miedos y la emoción de la salida, aquella lejana madrugada de Zumaia, para resolver “un asunto que debía zanjar con honestidad conmigo mismo”. Sale de su casa a oscuras y en silencio, afirma que lo hace como un ladrón de guante blanco, tal vez pensando en su admirado Jean Bonnecaze que, tres siglos antes y como tantos jóvenes en toda Europa, había salido de sus casa casi de puntillas, sin despertar a su familia, para echarse a ese extraño camino que lleva a occidente, para acunarse con la extraña llamada que, por los siglos, ha hecho a tantos y tantos seres humanos dejar lo mejor de si mismos en ese espacio sagrado que es el Camino de Santiago.
Pero desde la salida en Zumaia todo, absolutamente todo, es un desprendimiento. Desprendimiento físico (tiene que largar parte del equipaje, como casi todos) y desprendimiento moral, no se deja nada dentro, desde el primer momento asistimos a un striptease total, por veces desgarrado, sigue fielmente a Benedetti: “... no te salves ahora, ni nunca. No te salves, no te llenes de calma...”. Al par que el peregrino va desgranando metros y metros va haciendo desfilar su vida ante si y ante nosotros en un Camino que quiere duro por dentro y por fuera donde todo es “ un pueblo más, un día más, una hora más, un momento más, otro paso más, y otro paso más, un pasito más, un suspiro más...una gota de lluvia más”. Por otra parte, y en su itinerario por el Camino Vasco del Interior, todo es épica: soledad absoluta (y deseada), ampollas despiadadas, lluvia y más lluvia, encuentros alucinados y alucinantes como la increíble estampa del mendigo de Briñas, el recuerdo del fabuloso loro Pepe, los partidos de frontón mientras ahí va un paso y otro más, desesperanza (“estoy en una habitación gris donde el futuro no existe”), dudas, rebelión interior y triunfo cara a Santo Domingo de la Calzada, reventando cara a la torre lejana y burlona (“ahora verás, maldita hija de la gran puta”) por un Camino imposible donde lo más amable que se encuentra es una pobre yonqui perdida en la nada y el barro. En Santo Domingo tenía una cita con lo que más quería, y llega, ¿no iba a llegar?, como un náufrago asido al resbaladizo tablón de esperanza de este “Camino iniciático para locos”
Y a partir de ahí, todo ya es coral, el inmenso coro, gallinero desafinado, del gran Camino Francés a Santiago. Y Antxón se mete y nos mete de cabeza en el coro, primero con reparo, luego con resignación, pero siempre teniendo claro que “...si te duermes sin sueño, y te salvas ahora, y te llenas de calma... y te quedas inmóvil, al borde del Camino, y te salvas... entonces no te quedes conmigo”. Y tira, y tira, y tira mientras, como en un friso enloquecido, un gran fresco como para adornar de amarillo fosforito toda la Oficina del Peregrino, hace pasar ante nosotros el gran espectáculo del Camino en los tiempos actuales, donde muchos se reconocerán y conocerán: alemanes robotizados, monjas adustas, princesas vikingas, jetas memorables, plastas irredentos, ingenuos conmovedores, colombianos despistados, tiroleses fumados, peregrinos veteranos y amables, peregrinos veteranos e imbéciles patológicos, la niña que hace pulseras en Tierra de Campos “¡te la regalo!”, hospitaleros generosos, hospitaleros idiotas sin remedio, vagabundos echando cortes de manga y mandado a tomar por el saco a los curas... el gran friso del Camino ante el que pasa el gran caminante siempre azotado por el viento enloquecido del páramo, un viento inmisericorde sobre el que cabalga el diablo atizando con su gran tridente el culo a los alemanes robotizados que siguen a Antxón en las rectas infinitas de un invierno inacabable, inabarcable como la gran recta de Calzadilla de la Cueza.
Y, en medio, en un gigantesco totus revolutum, risas hilarantes, gente solidaria, saludos en el vacío, manos amigas, más risas (Antxón puede ser un auténtico payaso hasta cuando, alma gemela, sufre como un perro entre la nieve camino de San Juan de Ortega), el polvo del siglo en Sahagún de aquella pareja que les jodió el sueño a todos, menús de huésped del Dómine Cabra en Astorga, más risas, vengan lágrimas... mientras siguen y siguen los encuentros, la búsqueda interior que no cesa, no cesa, no cesa... uno de esos encuentros es paradigmático: la conversación amena con Colmillo Negro, el perrillo patético, hecho una calamidad, que encuentra antes de Mansilla, y al que promete encomendar al Apóstol para que se tire a la perrita más bombón de Castilla y León al reconocer en el pobre animal, pese a su lamentable aspecto o precisamente por ello, su condición hermana de guerrero y luchador mientras el gran caminante medita ser una persona normal, tal como hacerse socio de la Real o presidente de una asociación de vecinos, en tanto ambos, perrillo y caminante, se defienden apostados tras un tapial del viento que azota ululante en el páramo.
¿Yo no digo mi canción sino a quién conmigo va? El peregrino viaja siempre en su burbuja, y Antxón no es ajeno a ello, el peregrino parece vivir en un periodo liminal, sumergido en un fanal de agua clara y ajeno a casi todo, durante un viaje donde ritos y símbolos cobran una importancia fundamental. Ritos, mitos y símbolos del pasado y del presente que han hecho suyos El peregrino navega en una burbuja de difícil acceso, donde todo es posible, pero burbuja al fin y al cabo, sólo accesible para sus conmilitones, raramente se abre fuera del momento mágico que está viviendo, fuera de su Camino. Y esto es algo fácil de percibir para cualquiera que, desde fuera, se acerque a un peregrino en Camino. Y dentro de los mitos, con una potentísima función simbólico, está el propio itinerario, “El Camino”. Para muchos peregrinos el propio Camino es, en si, la meta y en una sociedad que se percibe a si misma en estado crítico, el Camino de Santiago proporciona un espacio sagrado, otra especie de “tregua de Dios” medieval trasladada al presente, donde el hombre actual, sobrecogido y alienado por la época que le ha tocado vivir, vuelve a introducirse en sus interior, a conocerse y reconocerse, a buscarse casi con desesperación y, tal vez, a quererse de nuevo. Para Antxón la cuestión es clara, su Camino es la propia meta, cada paso es su destino. Y aplica con rigor los viejos códigos, es decir, vive en y sobre el Camino, lo recorre de sol a sol, se deja mecer y golpear por él, lo padece intensamente, lucha contra él, hasta que, mil veces muerto, resucita para reconocer y asimilar la lección más simple: “si llueve, llueve”.
Pero lo extraordinario de esta obra es la universalidad que trasciende al propio Camino y que hace que este libro cabalgue desbocado mucho más allá de lo que significaría el simple relato de un humilde peregrino jacobeo. Antxón transmite sentimientos, pasión, dudas, ternura, miedos, derrotas aplastantes, victorias cotidianas comunes a todos los seres humanos, en un diálogo permanente consigo mismo y con el lector que resulta, al cabo, conmovedor y apasionante, que salta de las trochas y los caminos embarrados para instalarse sin ambages en el baúl común que todos llevamos, tal vez hecho un pingajo, en el hondón del alma. Y, en Galicia, cuando ya ha resucitado, Antxón deja de luchar consigo mismo y se da la absolución. Se ha vaciado, lo percibe y está contento. Y se deja llevar por las corredoiras infinitas... si llueve, llueve.
Peregrino, lector, amigo... la lluvia sigue golpeando cadenciosa los cristales en la madrugada de Galicia y esto ha ido de un tirón, sólo podía ser así y así he cumplido la encomienda de un amigo. Uno podría dejarse llevar por la rabia, las maldiciones, el ¡no puede ser!, también podría llorar (eso siempre está bien, ya lo he hecho, ¡por qué no se puede llorar, coño!), pero sólo me queda una sonrisa de gratitud, un ¡muchas gracias! al magnífico ser humano que me ha llevado, con su enorme bordón y la pulsera de tobillo de la niña de Boadilla, por el gran Camino de occidente. Toma tú también la mano de Antxón, llegó su hora, te dejo ya con él, hazlo sin miedo, te llevará por San Adrián, sentirás con él la fascinación del cielo de Castilla, reirás, te llenarás de barro, tal vez, como él, tengas un sueño en Compostela. Y no olvides que Antxón sigue ahí, sigue ya para siempre en el Camino, como su querido Jean Bonnecaze, como tantos y tantos que han dejado ahí su huella para siempre, oirás sus risas, percibirás su total determinación en las montañas donde podrás tocar el cielo con tus manos, en la sirga, en los bosques brumosos de Galicia, en las encrucijadas... y, también como él, puede que llegues a tener claro que si llueve, llueve.
“Lo he conseguido, soy libre”, así termina su sueño y así lo percibirán dos mujeres que, cuando lean a su padre dentro de unos años, no podrán dejar de sonreír de orgullo, incluida la preciosa niña de mofletes sonrosados y gorro de lana de color rosa que llenaba de pompas de jabón la tarde limpia de Santo Domingo de la Calzada. Antxón, gracias tío, gracias por todo y que, como en la bendición irlandesa “Que la tierra se vaya haciendo camino ante tus pasos... que Dios te lleve en la palma de su mano”
José Antonio de la Riera
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