lunes, 14 de diciembre de 2009

Campus Stellae

Al final de la Vía Láctea
Por Paco Nadal
En Compostela se oyen las campanas. Y el granito de las iglesias, de los conventos y de los palacios, animado por ese tañir interminable, destila la humedad y la nostalgia de una ciudad sumida en la niebla. Compostela, la capital política y cultural de Galicia, la genuina ciudad universitaria, lleva once siglos creciendo en capas concéntricas de arte y riqueza en torno al sepulcro del apóstol Santiago, su verdadera razón de ser.
Santiago es el epílogo de una peregrinación de origen medieval, la Jacobea (el Camino de las Estrellas), que ha resurgido de sus cenizas para convertirse en un fenómeno de masas 1.100 años después. ¿Qué mueve a miles de personas de todo tipo y condición a caminar en duras condiciones hasta esta ciudad esquinada en el noroeste de la Península? ¿Turismo, devoción, deporte, un poco de todo a la vez? ¡Si ni siquiera hay unanimidad en la procedencia de los restos guardados en esa urna del altar mayor! Aunque en el fondo, qué más da. Compostela es el destino, la meta a conseguir, y lo de menos son las razones terrenales; cada cual encuentra las suyas en esos largos soliloquios por las carvalleiras lucenses, por los pueblos abandonados de León o por las corredoiras que suben al Cebreiro.
Un esfuerzo que cobra sentido cuando, tras esas duras jornadas a pie o en bici, se vislumbran en lontananza las torres de la catedral compostelana. Los dolores musculares desaparecen y de repente, Compostela, el campus stellae de la leyenda, se hace cuerpo pétreo. La ciudad construida en torno al sepulcro que descubrió de manera milagrosa un tal Pelayo fagocita al peregrino y le encandila con sus galanterías de vieja dama. Aquí "las horas son una misma hora, eternamente repetida bajo el cielo lluvioso", decía Valle-Inclán. Un tiempo inalterable que se pega a las losas de piedra de la Rúa do Franco, a los soportales de la Rúa do Villar, a las escalinatas de la Praza do Quintana.
El callejero del casco histórico de Compostela ha variado muy poco en los últimos 200 años, la misma planimetría inalterada que lleva centurias viendo llegar a peregrinos, viendo pasar el tiempo, dejándose empapar por las vanguardias pero sin contaminarse de ellas. Incluso el camino de entrada que recorren hoy los modernos romeros es calcado del que hacían los antiguos peregrinos: Porta do Camiño, Casas Reales, calle de la Azabachería, Vía Sacra, Praza do Quintana y, por fin, el Obradoiro.
La catedral
"Siempre he creído, y lo sigo creyendo", escribió el novelista Gabriel García Márquez, "que no hay en el mundo una plaza más bella que la de Siena. La única que me ha hecho dudar es la de Santiago de Compostela, por su equilibrio y su aire juvenil, que no permite pensar en su edad venerable, sino que parece construida el día anterior por alguien que hubiera perdido el sentido del tiempo". El Obradoiro es el eje copernicano de Compostela. Cuando el orvallo se posa sobre la ciudad y una lluvia mansa desdibuja los perfiles, sus medidas se estiran hasta el infinito. Por la noche, perfectamente iluminado, ya en el silencio de la piedra compostelana, cuando se han ido las hordas de visitantes que corren alocados de un extremo al otro de la plaza, el Obradoiro se siente más grande y celestial aún, como si los claroscuros que forman las farolas lo despojaran de su condición terrena.
Una vez frente a la barroquísima fachada de la catedral, al peregrino, al viajero en general, sólo le resta subir los 33 escalones de las escalinatas que dan acceso al templo, pasar bajo el Pórtico de la Gloria y rendir por fin cuentas de su largo viaje ante el apóstol. Un momento -se avisa- tenso y lacrimógeno. Porque ¿quién es capaz de no conmoverse después de haber atravesado media España a pie y verse por fin envuelto en aquel escenario de ópera barroca, hecho para impresionar? Ya lo dijo Torrente Ballester, "sólo quienes sean capaces de emocionarse, entren en Compostela".
La sola contemplación del Pórtico de la Gloria del maestro Mateo, la más bella y célebre portada románica de toda Galicia (y quizá del mundo entero), bastaría para ablandar el más duro de los corazones. Un pórtico que si nadie lo remedia va a estar todo el Año Santo cubierto de andamios, urgencias mundanas para lavarle la cara, pero que afeará sin duda la llegada a la meta de los peregrinos precisamente este año que se esperan cifras récord de visitantes.
Lo de la nocturnidad no es sólo una figura poética; empieza a ser un recurso práctico. En determinadas épocas -verano sobre todo-, el casco antiguo de Santiago es territorio de forasteros. Y la vorágine de gente que sube por la Rúa do Franco, que baja por la Rúa Nova, que toma un ribeiro en la Rúa da Raiña impide disfrutar de una ciudad que requiere cierto sosiego, una pizca de encantamiento. Pero como al llegar la noche esas masas desaparecen como por encanto, la quietud y el silencio reaparecen.
La Quintana
Y entonces puedes sentarte junto a la fuente que hay al pie de la Berenguela (una de las torres de la catedral) a escuchar el rumor del agua. O puedes pasear casi solo por la Praza do Quintana, un gran espacio abierto en la trasera de la catedral, piedra dorada y verdosa por los cuatro costados, de un color especial que sólo existe aquí. En la Praza do Quintana hizo danzar Federico García Lorca a la Luna en sus poemas galegos, quizá porque la piedra, de nuevo protagonista, exuda aquí un color inquietante durante los días grises del invierno gallego. La Quintana son en realidad dos espacios separados por una escalinata; Quintana de los Vivos, por encima de las escaleras; Quintana de los Muertos, por debajo, en recuerdo de un cementerio que ocupó este lugar hasta que la piqueta barroca de la última reforma urbana transmutó el perfil de la plaza. Fue entonces cuando se reformó también la Puerta Santa, la que sólo se abre en años jacobeos y que da a esta plaza. El portón original románico queda ahora retranqueado tras una fachada barroca a la que se añadieron 12 figuras de otros tantos personajes bíblicos pertenecientes al antiguo coro de piedra tallado por el maestro Mateo para la vieja catedral románica.
Un pazo urbano
Muy cerca de la Praza do Quintana está la Casa do Deán, uno de los más soberbios edificios civiles del barroco gallego y sede de la oficina del peregrino. En el argot bordonero es "donde dan la compostela", ese documento en latín que acredita haber peregrinado bajo pietatis causa (motivado por la devoción, el voto o la piedad). La Casa do Deán será una de las novedades estrella de este Xacobeo. Tras 14 meses de obras y 600.000 euros de presupuesto se han puesto en valor varias dependencias de este gran pazo urbano que llevaban cerradas y abandonadas desde que en 1960 el último deán de la catedral dejó de usarlo. En lo que fueron las caballerizas se ha preparado una gran sala de estar para que los peregrinos puedan descansar a su llegada a Santiago, con servicios adaptados a minusválidos y taquillas para las mochilas. A otro de los edificios rehabilitados se espera trasladar la oficina del peregrino, mejorada y con nuevas funciones. Ambos pabellones se asoman al patio de la Parra, el claustro interior del pazo, que presenta ahora un aspecto muy parecido al que hubo que tener cuando los presidentes del cabildo catedralicio deambulaban por sus estancias.
Otras paradas
Aún quedan más espacios vividos en este cogollo central de Compostela. Queda el recuerdo de la Porta do Caminho, la principal de las siete con las que contaba la ciudad y a la que Aymeric Picaud, monje francés que escribió la primera guía del Camino en 1139, llamaba el "primus introitus" de Compostela. Queda la calle de Casa Reales y la plaza de Cervantes. Y la Azabachería, donde en la Edad Media los artesanos del azabache ofrecían a los viajeros vieiras y cruces como recuerdo de Compostela. Lo de los souvenirs no es patrimonio del turista moderno.
Desperdigados en este casco viejo quedan otros muchos edificios soberbios, como el monasterio de San Martiño Pinario, otro de los conjuntos barrocos más fabulosos de esta ciudad ya de por sí barroca; San Martiño fue construido por los benedictinos, que llegaron a este lugar poco después del descubrimiento del sepulcro del apóstol. O el hostal de los Reyes Católicos, que cierra uno de los laterales de la plaza del Obradoiro, antiguo hospital de peregrinos y hoy parador. Por cierto, el hostal de los Reyes Católicos tuvo siempre encomendada la caridad con los viajeros compostelanos y mantiene esta costumbre dando de desayunar, comer y cenar a los diez primeros peregrinos que acuden cada día. Eso sí, se le pide una fotocopia de la Compostela..., y que entren por el garaje.
Compostela está hecha en capas concéntricas en torno a la catedral. Esta que hemos visto hasta ahora es la capa más antigua, la del obispo Xelmírez y las losas desgastadas. La Compostela de Zapatones, un personaje habitual de la plaza del Obradoiro que ataviado de peregrino, con barba larga y blanca, gorro y vieira al uso y unos gigantescos zapatos deambula por la plaza regalando conversación y dejándose fotografiar junto a quien se lo proponga. Unos dicen que está loco, otros que empina demasiado el codo; los menos, que lo pone la oficina de turismo para dar ambiente a la plaza. Él mismo reconoce que fue un crápula y que el Camino le redimió. Sea como sea, el Obradoiro no es el mismo el día que Zapatones no acude.
El Ensanche
Por la Porta Faxeira se deja esta ciudad medieval y se entra en la Compostela del siglo XIX y principios del XX, la del Ensanche y la del parque de la Alameda, un jardín romántico desde el que se tiene una de las mejores vistas generales de la ciudad y las agudas torres de la catedral. La Compostela del café Derby, un clásico de tertulias literarias y meriendas abierto desde 1929 en la Rúa das Orfas, o la del dédalo que forman las calles Doutor Teixeiro, Xeneral Pardiñas y Alfredo Brañas. Lugares donde ya no hay turistas sino compostelanos, donde queda espacio para el comercio tradicional y donde los fines de semana los parroquianos acuden a holgar a sus muchos bares y restaurantes.
Entre la iglesia de San Fiz y la iglesia de Santo Agostiño está la Praza do Abastos, un espectáculo visual y organoléptico, el segundo lugar más visitado de la ciudad después de la catedral, según su propia web. Un mercado de productos frescos que tiene algo de rural y aldeano. Pescantinas y maruxas de las aldeas cercanas, vestidas de rigoroso luto, llaman la atención de los posibles clientes con piropos y galanterías. Éstos se dejan seducir, miran la mercancía, amagan con irse, vuelven para regatear... y les siguen el juego. Hay pimientos de Padrón, carnes de ternera gallega, bacallau, mariscos frescos de las rías, quesos, carne salgada de Lugo, grelos...
Siglo XXI
Nos quedaría una tercera Compostela. La última capa concéntrica. La de finales del siglo XX y principios del XXI, donde mandan los grandes espacios abiertos, lineas puras y enormes ventanales. La primera gran intervención fue la avenida de Xoán XXIII, un acceso a la plaza del Obradoiro dotado de marquesina acristalada, obra de Albert Viaplana y Helio Piñón. Luego se le encargó al portugués Álvaro Siza la reforma del parque de Bonaval y la construcción del Centro Galego de Arte Contemporánea. Siza firmó también el proyecto de la Facultad de Ciencias de la Información.
El arquitecto estadounidense Peter Eisenman trabaja ahora mismo en el controvertido y ambicioso proyecto de la Ciudad de la Cultura, una iniciativa que lleva fagocitado mucho tiempo y dinero y de la que se espera que este año santo de 2010 puedan usarse ya al menos un par de edificios: la biblioteca y el archivo histórico de Galicia.
Todo esto es Compostela. Una ciudad vibrante que nació sobre una tumba. Por las noches, las campanas de las iglesias duermen por unas horas, pero el bullicio sigue hasta el amanecer en los bares de copas del casco viejo. Y es que, como dijo Suso de Toro, éste es un sepulcro muy vivo.
GUÍA
» Centro Galego de Arte Contemporánea (http://www.cgac.org/; 981 54 66 19). Valle Inclán, s/n. De martes a domingo,de 11.00 a 20.00. Entrada gratuita.
» Ciudad de la Cultura de Galicia (http://www.cidadedacultura.org/).
» Oficina del peregrino, Casa del Deán (981 56 88 46; http://www.peregrinossantiago.com/). Rua do Vilar, 1.
» Restaurante A Curtidoría (http://www.acurtidoria.com/; 981 55 43 42). Rúa da Conga, 2-3. Precio medio, unos 35 euros.
Información
» Turismo de Santiago de Compostela (981 55 51 29 y http://www.santiagoturismo.com/).
» http://www.caminosantiago.org/
» http://www.xacobeo.es/
» http://www.caminodesantiago.consumer.es/

(Publicado en El País de 12-12-2009)

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