¿Un Camino peregrino o de desarrollo?
Por Acacio da Paz y Juan Frisuelos
En los años noventa, quien se lanzaba al Camino afrontaba una verdadera aventura personal. Nos referimos al Camino Francés, naturalmente.
Sorprende ver el cambio radical experimentado en poco más de quince años por la ruta más conocida de cuantas conducen a Santiago.
Por supuesto hay que andar cada metro del Camino igual que antes. Como es fácil deducir aún hay que sudar cada segundo de esfuerzo y vencer muchas dosis de fatiga.
Pero si se piensa en cómo era la senda de las estrellas hace década y media –mucho más si hablamos de hace 20 o 25 años-, algunos podrían pensar que no se trata del mismo itinerario. No es tanto tiempo, si se piensa bien, para una modificación tan honda de tantas cosas. Los que caminaron entonces pueden recordar ahora cuantos pueblos hallaban a su paso sin una cabina telefónica -¡mucho menos un centro de internet!-, sin un bar y más aún sin un albergue en condiciones. E incluso sin un albergue, con o sin condiciones.
El invierno era una época prácticamente vedada al peregrino. Las acogidas sólo estaban disponibles fuera de los rigores invernales.
Ahora cualquier época es buena y, lo que llama más la atención, cualquier localidad del Camino Francés, incluso alguna con poquísimos habitantes, tienen uno, dos, tres y hasta cuatro albergues. Y además hay restaurantes, bares, tiendas y por supuesto un lugar en el que usar internet. Muchos llegan a pensar que son ya demasiados de esos establecimientos.
Algunos llaman a eso la mercantilización del Camino –y seguramente están en lo cierto-, pero otros denominan desarrollo a ese fenómeno.
Quien más quien menos se ha inventado un negocio o un negociete para sacarle los cuartos al sufrido peregrino. Incluso, a veces, para propinarle auténticos sablazos.
La picaresca, como recuerdan los expertos, ha sido una constante en el Camino desde sus inicios. Y no sólo la picaresca. También hubo siempre auténticos salteadores de caminos dispuestos a dejar al humilde peregrino en paños menores.
Ahora la picaresca y el robo han modernizado su faz. También ambos se han puesto al día del mismo modo que el peregrino, que ahora calza costosas botas, se apoya en bastones telescópicos y hasta viste ropa de alta tecnología o se guia con un GPS. Pero los primeros siguen intentando dejar sus bolsillos vacíos.
Temen muchos que eso que llaman desarrollo acabe por quitarle su auténtico sabor y la mayor parte de su atractivo al Camino, al recién renacido Camino al que acuden miles de peregrinos de todo el mundo. E incluso que esa epidemia se extienda imparable a otras rutas que están siendo recuperadas para los caminantes, cuando no directamente inventadas. El contagio de ese virus se extiende en todas direcciones.
Hay por ahí algunos y algunas que pretenden devolver al Camino a la Edad Media. Lo llaman preservar la pureza. Y hablan de cosas tan “peregrinas” como imponer las duchas de agua fría y los jergones a la antigua usanza.
A lo mejor tienen razón y es esa una de las cosas que se precisan para que el Camino no pierda el encanto que atrapa a los corazones y que cambia la vida y hasta el modo de plantarse ante ella de tanta gente.
Porque, les guste o no a las instituciones (ya sean religiosas, políticas o privadas), el verdadero atractivo está en el Camino mucho más que en Compostela o las ciudades por las que pasa la ruta. Y está en el Camino por cuanto tiene de revitalización de cosas perdidas, como la generosidad, la solidaridad o la hospitalidad. O por la recompensa que se obtiene del esfuerzo cumplido y desde luego por la sensación de encontrarse con uno mismo.
Desde el mismísimo comienzo de las peregrinaciones a Compostela o al Finisterre (lo de Fisterra, por muy gallego que sea se aleja más del latín), los mercaderes, los comerciantes, los buhoneros, y los buscavidas se plantaron a la vera del Camino para sacarle los cuartos a quienes pasaban ante ellos.
Quienes dicen que el Camino se ha mercantilizado deberían hacer memoria y comprender que siempre ha sido así. Lo que ha hecho ahora ese mundo del comercio para peregrinos es modernizarse y atender las ideas de consumismo que cada cual guarda. Y también los pícaros. Ahora muchos de estos se visten de peregrinos, exhiben una Credencial y tratan de hacerse con su parte del beneficio.
Como dice un buen amigo, te roban, pero lo hacen pasando la tarjeta de crédito por una de esas máquinas lectoras.
Además, los aprovechados, pícaros, tunantes o como queramos llamarlos, son de aquí –producto nacional- y de por ahí fuera. Estos días, con esto de la crisis y con los rigores del invierno, parecen brotar bajo las piedras, como ocurre con las setas. E invocan con habilidad a nuestras conciencias para sacar tajada. ¿Quién se resiste a un pobrecito peregrino al que han robado sus pertenencias, que dice tener hambre y frío?
Unos y otros, los comerciantes y los pícaros –algunos de ellos auténticos forajidos-, ponen en riesgo la imagen del Camino que otros muchos han tratado de acuñar desde los ochenta, empezando por D. Elías Valiña y otros como él.
Por eso, hay que volver las aguas a su cauce o lo desbordarán y anegarán todo. Y hay que tener ideas claras. Por ejemplo, los sin techo o los mendigos, no son peregrinos. Hay que aprender a distinguir a unos y a otros, porque los primeros contribuyen a enrarecer el aire del Camino. Ya hay instituciones para darles asistencia.
Además, en los pocos lugares en que aún existe el principio de la hospitalidad a cambio de la voluntad, es preciso recordar que ello no implica el “gratis total”. Hacer el Camino no puede equivaler a unas vacaciones “súper low cost” e incluso “no cost at all”. Es otra cosa. Sin el pequeño óbolo voluntario de la mayoría, sería imposible mantener muchos sitios que practican la auténtica hospitalidad del Camino.
Incluso muchos lugares de acogida particular, agradecen una ayuda que permite seguir dando hospitalidad a los caminantes que llegarán después. Y eso, aunque a muchos les sorprenda, se hace extensivo a tantos monasterios que hacen realidad lo de “dar posada al peregrino”, pero que sin una pequeña ayuda no podrían hacerlo más que a costa de severas penalidades para la propia comunidad religiosa.
Todos sabemos que hay peregrinos que quieren que la acogida sea gratuita, y además con lavadora, secadora, microondas, conexión de internet y hasta refecciones por la cara. A algunos sólo les falta pedir un masajista al final de cada etapa por cuenta del Espíritu Santo.
Del mismo modo, estamos todos al corriente de que algunos quieren convertir los centros de acogida en hoteles y hostales baratillos. En esas anda la Xunta de Galicia y algún otro. Y a esos lugares cada vez resulta más difícil reconocerles la prestación de hospitalidad. Son establecimientos de alojamiento, sólo que con dormitorios colectivos, ronquidos y hasta olor de pies o sudor incluidos en el precio.
El Camino debe ser protegido de tanta interferencia. Son los peregrinos, los hospitaleros y cuantos viven la esencia de las rutas jacobeas quienes deben tomar cartas en el asunto. Las Asociaciones de Amigos del Camino, nacidas de las ideas claras del mismísimo Valiña, deberían superar divisiones y contenciosos para hacer realidad esa misión.
No estaría mal celebrar una gran convención o congreso de las Asociaciones, estén o no federadas, para asumir la responsabilidad de salvaguardar el Camino y su verdadero espíritu peregrino. Un congreso que admita como observadoras a las instituciones que lo deseen –incluso la Iglesia, los políticos o las entidades privadas- pero siempre y cuando asuman que los auténticos “propietarios” del Camino son quienes lo transitan.
Porque si seguimos dejando a esas mismas instituciones servirse de los Caminos para promocionar negocios de todo tipo y alterando a su gusto lo que son las viejas tradiciones peregrinas, podremos hablar pronto de un nuevo declive de este fenómeno. El desarrollo, como en tantos casos, acabara con la autenticidad y la verdad.
Si el Camino no es autenticamente peregrino, que nadie se engañe, no será tal Camino de Santiago. Será una senda turística, o una vía de captación de adeptos, o de recursos, pero no lo que los peregrinos buscan y hasta ahora encuentran.
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