viernes, 3 de abril de 2009

Personajes del Camino

UN CUARTO DE SIGLO REGALANDO BORDONES

El Correo

Azqueta (Navarra).- Dice que para que resulte eficaz, el bordón tiene que ser más alto que el peregrino. Y algo debe saber, porque lleva un cuarto de siglo regalándolos y atendiendo a los caminantes jacobeos en su casa de Azqueta. Se llama Pablito Sanz, está jubilado y nadie le llama otra cosa que Pablito.
Sus ideales altruistas se resumen en una frase: La vida no es más que eso: asomarse al camino y echar una mano. Algunos peregrinos aguantan las primeras etapas sin bordón. A falta de ese apoyo, las caminatas son más incómodas, el esfuerzo se lleva peor, las rodillas y la espalda se resienten. Les tienta la posibilidad de comprarlo en alguna tienda de Pamplona o Estella, pero aguantan.
Prefieren aguantar. Porque saben, como sabe tanta gente por el Camino, que en Ázqueta les espera Pablito: el hombre que regala varas o bordones. Hay incluso peregrinos que llegan con modernos bastones telescópicos, con sus puños ergonómicos antideslizantes, tres tramos plegables de aluminio y cinta de ajuste a la muñeca.
Pero cuando alcanzan Ázqueta, siete kilómetros después de Estella, los cambian por una simple vara de avellano. Pablito Sanz, «el hombre que se ha hecho famoso por dar palos» -como dicen en su pueblo-, lleva 25o años regalándolos a los peregrinos. Calcula que entrega entre 800 y 1.000 al año.
En total, unas 20.000 desde principios de los años ochenta: «Yo veía que los peregrinos pasaban con palos muy malos, recogidos en cualquier sitio. Un día en la zona de Belate corté unas setenta u ochenta varas de avellano, que es resistente y ligero, y me las traje a casa en mi Seat 127. Y las empecé a repartir».
Pablito espera en la orilla del camino, en lo alto del repechón por el que llegan jadeando los caminantes. Le gusta charlar con ellos. «Hoy en día a muchas personas no les gusta hablar con los demás», dice. «No hay costumbre, no hay confianza. La gente ya no cuenta cosas. Y eso es importante».
A los que llegan sin bordones o con bastones malos les ofrece uno de las suyos. Les invita a la parte trasera de su casa, donde almacena haces de varas, calabazas que él mismo cultiva para regalar a los peregrinos y conchas que le envían desde Galicia porque éstas no, éstas no puede sembrarlas. También tiene un montoncito de raíces leñosas de consuelda, una hierba con la que prepara emplastos, cataplasmas y compresas para cicatrizar heridas y reducir inflamaciones, ideal para las rozaduras, los esguinces y las tendinitis, incluso para aliviar la artritis que el propio Pablito padece.
En un jardincito de esa parte trasera se levanta un tesoro: una estela de hace ochocientos años, en la que aún se aprecian, borrosas, una Cruz de Santiago y una Cruz de los Caballeros de Malta. «La sacó una pala del campo y me la traje. El destino ya está hecho», dice Pablito.
A los peregrinos que el destino le trae no sólo les regala una vara sino que les enseña a usarla. «Es que hay mucha ignorancia en el Camino, algunos no saben ni llevar la mochila. Y muchos vienen con bastones cortos. ¿Cómo aparece Santiago en las imágenes? ¿Con una vara larga, más alta que su cabeza! Una vara no es un bastón. Tiene que ser un palmo más alta que el peregrino. Y hay que saber agarrarlas. En el llano, hay que coger la vara a la altura del hombro. En las subidas, más abajo, a la altura del pecho. Y en las bajadas, más arriba, a la altura de la cabeza. También es importante acompasarla al andar. Mira cómo lo hago».
Y Pablito arranca con la coreografía jacobea que ha repetido miles de veces. «Empiezo con la vara apoyada en el suelo, luego la muevo hacia adelante y doy un paso, dos, tres, y al cuarto vuelvo a apoyarla. Un, dos, tres y pum; un dos, tres y pum. Y mira cómo llevo la columna vertebral: siempre recta. Muchos van encorvados y acaban con dolores de espalda, de rodillas, de todo».
Para quien camina cientos de kilómetros, cualquier mala posición o cualquier roce pueden derivar en un suplicio. Por eso Pablito mima hasta el último detalle: no sólo se fija en la altura del peregrino para decidir el tamaño de la vara, sino que le mira la mano para calcular el grosor adecuado. Y lija la parte que el peregrino va a agarrar para que el tacto sea suave.
Pablito también prepara café para los caminantes. Les da fruta y agua fresca. Les sella las credenciales con un cuño propio. Y solía acoger a los que llegaban tarde, lesionados o agotados. «Pero se corrió la voz y empezó a venir cada vez más gente a pedir varas y café y hasta sitio para dormir. Hombre, yo puedo hacer café para cuatro o cinco, pero no para cincuenta. Y regalo varas, pero no me gusta que vengan a pedírmelas para llevárselas a otras personas: que vengan al Camino, que para eso son. Hasta llegaron a llamarme por teléfono para reservar noches en mi casa. Y ahí ya tuvimos que cortar, porque algunos abusan. Pero yo sigo saliendo todos los días a esperar a los peregrinos».
Cuando llegan a Ázqueta, muchos preguntan por las varas que regala Pablo. «Y yo no me llamo Pablo, ¿yo me llamo Pablito!». Lo confirma su carné de identidad y el santoral: junto a las docenas de santos que llevan el nombre de Pablo, figuran no uno sino dos Pablitos. San Pablito niño mártir: 13 de noviembre. San Pablito mártir: 19 de diciembre.
Pablito siempre tiene una provisión de varas, aunque cada vez le pesan más los esfuerzos para traerlas: «Es que tengo 73 años. Y artrosis. Hay que entrar al monte por los caminos, que no es fácil, buscar los avellanos, cortar las ramas, cargarlas hasta el coche En cada viaje me traigo unas 150. Ahora me ayudan unos primos y unos amigos porque yo ya no puedo andar como antes».
Hay una recompensa que alivia todos los pesares: el recuerdo y el agradecimiento. El ciento por uno. A Pablito le gusta que los peregrinos se acuerden de él cuando abrazan a Santiago. Y no para de recibir cartas y paquetes de todo el mundo (a menudo con tres palabras como toda seña: Pablito. Ázqueta. Navarra).
«Me han regalado cristos, rosarios, medallas, navajas, banderas, hasta piedras preciosas Podría montar un museo». Le citan en documentales, reportajes, libros, guías, blogs: «Estoy muy escrito en Brasil, porque vienen a buscarme un montón de brasileños. Me han regalado banderas de su país y una camiseta con la que jugó Ronaldo en la selección».
La historia del hombre de Ázqueta se difunde entre los peregrinos, de albergue en albergue, desde Roncesvalles hasta Santiago, de un país a otro. Basta con buscar a Pablito en la 'blogosfera' para darse cuenta de que el encuentro con él es uno de los recuerdos que más emociona a muchos peregrinos.
Algunos relatan cómo acabaron tocando el piano en su salón y cómo la música atrajo a un montón de peregrinos, mientras Pablito preparaba café para todos. Otros tomaron con recelo la invitación para entrar en su casa y se encontraron con algo que primero extraña -porque no estamos acostumbrados- y luego conmueve: la bondad, el desinterés, la hospitalidad con el forastero, que no es más que un café, charla y una vara.
«Si la vida no es más que eso», dice Pablito, «lo demás son complicaciones. Como el dinero. Yo no quiero que me domine el dinero. Esta mañana estaba desayunando y justo han llegado unos peregrinos, pues he dejado de desayunar y he salido a atenderles. Ya está, eso es todo. De lo que más gozo es del bien. Al mal no le saco ningún lucro».
Dice un poema colgado en su casa: «Peregrino, estás en Ázqueta. / Haz un alto en este hito / que fuerte bordón de avellano / aquí te ofrece Pablito / para llevar en tu mano. / Santiago está muy lejos / para quien va caminando. / Será lanza para tu valentía, / defensa ante los miedos, / ayuda en las subidas, / sostén en el descenso / apoyo en las fatigas. / ¿Bordón, amigo / de avellano!».
El propio Pablito hizo el Camino en 1954, en bicicleta, junto a tres compañeros.


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