Espido Freire habla de sus Hijos del fin del mundo
Madrid.- Al hacer el Camino de Santiago Espido Freire desandaba otro camino, el que habían realizado mucho antes sus padres: gallegos emigrados al País Vasco. Recorrerlo desde Saint Jean Pied-de-Port hasta Finisterre era una asignatura pendiente de la adolescencia. Nada más empezar comprendió que el avance por los senderos milenarios suponía a la vez una vuelta a sus primeros años de vida, cuando forjó su identidad nómada en los viajes de retorno a la aldea familiar.
Hijos del fin del mundo (Imagine) es el relato de aquel periplo, en el que se mezcla el recuerdo de su infancia, la reflexión en torno a la vertebración territorial de España, los apuntes historiográficos y un alegato de afecto a la madre tierra.
Pregunta.- ¿Para ser escritor es necesario mantener de algún modo la perspectiva felina, propia de los niños, a la que alude en la primera página de su libro y que permite ver un mundo aún muldimensional?
Respuesta.-Para cualquiera que desee mantener una creatividad mínima, es necesario detenerse y mirar las cosas desde una óptica distinta. Puede conseguirse escuchando a los niños, o a extranjeros, a personas de una ideología política distinta o, sencillamente, leer las cartas y los diarios antiguos. Todo vale mientras nos haga salirnos de nuestros márgenes de vida.
P.- Hay muchas razones para echarse al camino, pero ¿se siente capaz de explicar las suyas?
R.- Era una promesa incumplida en mi adolescencia, y me gusta cumplir todas las promesas que me hago. Por otro lado, deseaba recuperar un poco de infancia perdida, y otro poco de silencio para mí misma.
P.-¿Cuál diría que fue el momento más duro?
R.-Mentiría si dijera que ha habido momentos duros. No tuve lesiones, soporto bien la soledad, no me vi en peligro ni tuve en ningún momento la sensación de miedo o indefensión.
P.-¿Y el de mayor disfrute: espiritual y sensorial?
R.-En la primera etapa, la del inicio... en Roncesvalles. Llovía a cántaros, y todo era verde, y las fuerzas y los ánimos estaban intactos... P.-¿Siente que "nació bajo el signo de una estrella errante"?
R.-Vasca, hija de gallegos, he vivido en cuatro países distintos y viajo veinte días al mes... yo diría que sí. Me siento extraña con la rutina, inmovilizada en un lugar o una idea.
P.-A pesar de tanto traqueteo, de tanto desplazamiento geográfico en su vida, ¿va sabiendo (o intuyendo) cuál es su lugar en el mundo?
R.-Tengo la suerte de haber sabido desde muy jovencita cual era mi lugar en el mundo. Mi patria son las palabras, y mi casa, mi propia cabeza. P.-¿Cuál es la enseñanza más valiosa que le regaló el camino?
R.-Soy habladora y extrovertida, y durante el trayecto me obligué a ser silenciosa y callada. Descubrí mucho de los otros, y aún mucho más de mí. Pero la cabra tira al monte, y mi carácter volvió a ser el mismo cuando regresé.
P.-En algunas páginas de su libro parece justificar cierto resentimiento gallego hacia Castilla. ¿Es así?
R.-No, en absoluto. Es obvio que Galicia ha sufrido deforestaciones masivas, y que una inversión adecuada en sus recursos hubiera limitado la emigración de los últimos cien años. Pero no creo que exista un responsable único o geográfico de ello.
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