Castrojeriz o cómo enamorarse del Camino
Burgos.- Castrojeriz sólo tiene una calle.En realidad, tiene unas pocas más, pero es la calle Real la que nadie olvida. Ésta recorre el pueblo de Este a Oeste, al igual que hace el Camino de Santiago con el Norte de la Península Ibérica.
La verdad es que Castrojeriz (www.castrojeriz.es) está sentimental y simbólicamente unida a este sendero mágico. Lo averiguan todos aquellos que visitan el enclave burgalés en los meses templados y cálidos, cuando es, literalmente, invadido por caminantes y ciclistas. Éstos entran por el oriente, pasan junto a la Colegiata de Nuestra Señora del Manzano que cuenta con un muy entretenido museo de arte religioso a un precio irrisorio y ya quedan atrapados por la calle Real que le conduce a través de albergues, bares, la plaza Mayor y la iglesia de San Juan, gótica y con un punto inquietante, gracias al pentáculo invertido que se aprecia en uno de los ventanales y las 1.001 leyendas que la asocian a los templarios.
Por cierto, en la plaza existe una tienda. El Bazar del Peregrino se llama. La atiende con mimo y pasión Amancio. Parece pequeña pero es, en realidad, gigantesca: venden todo lo que una persona puede necesitar en su largo viaje.Parecerá que acaba de irrumpir un terremoto. Tres kilómetros antes de llegar a Castrojeriz, por la carretera que viene de Hontanas, unas ruinas se abalanzan sobre el conductor. Son las del monasterio de San Antón que, siglos atrás, fue un excelso monumento gótico. Hoy es sólo paredes y arcos desnudos, lo que no impide que se haya convertido en uno de los albergues para peregrinos más entrañables y especiales de toda la senda hacia Santiago.
Una curiosidad que ha vencido al paso del tiempo: en uno de los muros que miran a la carretera hay una hornacina en la que los religiosos depositaba los alimentos para que los caminantes nocturnos se auto sirvieran de víveres. Al edificio lo derrotó el olvido y no un movimiento de tierra.
Donde sí hubo un terremoto fue en Lisboa en 1755, uno que asoló por completo la capital portuguesa. ¿Qué tiene que ver ello con estos parajes de Burgos? Mucho: la fuerza del seísmo fue tal que el castillo de Castrojeriz sucumbió a su furia.. La ascensión merece la pena para atisbar la bella geometría triguera de los campos de Castilla. Los restos que hoy contemplamos son fruto de aquella lejana catástrofe.Muy pocos reparan en las cuatro herraduras que cuelgan de la puerta colorada de Nuestra Señora del Manzano. No son unos hierros cualquiera, sino que dice la tradición que pertenecieron al mismísimo caballo blanco de Santiago, aquel que se apareció en la batalla de Clavijo y consiguió amedrentar a los sarracenos.
La leyenda cuenta que le pidieron al jamelgo que señalara el lugar exacto en el que se había aparecido la Virgen y el animal no sólo lo señaló muy obedientemente sino que dejo, como recuerdo, sus zapatos de metal. Los fieles los recogieron y clavaron en el portón donde todavía siguen.Los que lo han recorrido saben que es absurdo tratar de describir las grandezas del Camino de Santiago. Para conocerlas, hay que hacerlo. Rara es la persona que pisa Castrojeriz, se familiariza con los peregrinos y no siente el gusanillo. Para matarlo, proponemos algo bien sencillo: calzar botas o deportivas, mochila a la espalda con alimento y agua y ponerse a caminar rumbo Occidente.
Apenas veinte kilómetros distan de Frómista, a través de suaves senderos castellanos. No hay que asustarse por el primer repecho, el del alto de Mostelares, pues el trayecto es llano y placentero, entre campos de cereal, girasoles y caminantes llegados de todas las partes del globo. Se puede realizar en una mañana y difícilmente provocará indiferencia.
La verdad es que Castrojeriz (www.castrojeriz.es) está sentimental y simbólicamente unida a este sendero mágico. Lo averiguan todos aquellos que visitan el enclave burgalés en los meses templados y cálidos, cuando es, literalmente, invadido por caminantes y ciclistas. Éstos entran por el oriente, pasan junto a la Colegiata de Nuestra Señora del Manzano que cuenta con un muy entretenido museo de arte religioso a un precio irrisorio y ya quedan atrapados por la calle Real que le conduce a través de albergues, bares, la plaza Mayor y la iglesia de San Juan, gótica y con un punto inquietante, gracias al pentáculo invertido que se aprecia en uno de los ventanales y las 1.001 leyendas que la asocian a los templarios.
Por cierto, en la plaza existe una tienda. El Bazar del Peregrino se llama. La atiende con mimo y pasión Amancio. Parece pequeña pero es, en realidad, gigantesca: venden todo lo que una persona puede necesitar en su largo viaje.Parecerá que acaba de irrumpir un terremoto. Tres kilómetros antes de llegar a Castrojeriz, por la carretera que viene de Hontanas, unas ruinas se abalanzan sobre el conductor. Son las del monasterio de San Antón que, siglos atrás, fue un excelso monumento gótico. Hoy es sólo paredes y arcos desnudos, lo que no impide que se haya convertido en uno de los albergues para peregrinos más entrañables y especiales de toda la senda hacia Santiago.
Una curiosidad que ha vencido al paso del tiempo: en uno de los muros que miran a la carretera hay una hornacina en la que los religiosos depositaba los alimentos para que los caminantes nocturnos se auto sirvieran de víveres. Al edificio lo derrotó el olvido y no un movimiento de tierra.
Donde sí hubo un terremoto fue en Lisboa en 1755, uno que asoló por completo la capital portuguesa. ¿Qué tiene que ver ello con estos parajes de Burgos? Mucho: la fuerza del seísmo fue tal que el castillo de Castrojeriz sucumbió a su furia.. La ascensión merece la pena para atisbar la bella geometría triguera de los campos de Castilla. Los restos que hoy contemplamos son fruto de aquella lejana catástrofe.Muy pocos reparan en las cuatro herraduras que cuelgan de la puerta colorada de Nuestra Señora del Manzano. No son unos hierros cualquiera, sino que dice la tradición que pertenecieron al mismísimo caballo blanco de Santiago, aquel que se apareció en la batalla de Clavijo y consiguió amedrentar a los sarracenos.
La leyenda cuenta que le pidieron al jamelgo que señalara el lugar exacto en el que se había aparecido la Virgen y el animal no sólo lo señaló muy obedientemente sino que dejo, como recuerdo, sus zapatos de metal. Los fieles los recogieron y clavaron en el portón donde todavía siguen.Los que lo han recorrido saben que es absurdo tratar de describir las grandezas del Camino de Santiago. Para conocerlas, hay que hacerlo. Rara es la persona que pisa Castrojeriz, se familiariza con los peregrinos y no siente el gusanillo. Para matarlo, proponemos algo bien sencillo: calzar botas o deportivas, mochila a la espalda con alimento y agua y ponerse a caminar rumbo Occidente.
Apenas veinte kilómetros distan de Frómista, a través de suaves senderos castellanos. No hay que asustarse por el primer repecho, el del alto de Mostelares, pues el trayecto es llano y placentero, entre campos de cereal, girasoles y caminantes llegados de todas las partes del globo. Se puede realizar en una mañana y difícilmente provocará indiferencia.
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