Saint Jean Pied-de-Port, ciudad de peregrinos
Por A. Sabrido
Desde su estratégica situación en la antesala de los Pirineos, la ciudad guarda la llave de los grandes puertos que abren el camino hacia la península Ibérica. Fue el paso de la importante calzada romana Dax-Astorga el que inició el despegue de la comarca de Saint Jean.
Durante la Edad Media, Saint-Jean-Pied-de-Port se convirtió en la capital de los dominios navarros al norte de los Pirineos. El favor real y el paso de millones de peregrinos en camino hacia Santiago, hicieron de la ciudad el lugar carismático y entrañable que conocemos ahora.
La calle principal de la vieja ciudad medieval asciende desde la iglesia hasta la ciudadela. El templo-fortaleza es una hermosa obra gótica donde queda patente su pertenencia al reino navarro en las cadenas del escudo que aparecen esculpidas en el altar. Las casas y palacios que jalonan el resto de la empinada calle crean un hermoso collage donde se funden el blanco encalado con los coloridos entramados de madera.
En muchas de ellas se pueden ver inscripciones en la fachada y el año de construcción esculpido en los dinteles de las puertas. Llama especialmente la atención el viejo caserón que ocupa el número 32; se trata del edificio más antiguo de la villa, datado en 1510.
Poco más arriba nos topamos con la Casa de los Obispos y, a su lado, la famosa Prisión de los Obispos, en la que, pese a su denominación, nunca se encarceló a altos mandatarios eclesiásticos. Su sala subterránea, de bóveda ojival, y las inscripciones labradas en los marcos de sus puertas dan a esta vieja cárcel un toque siniestro. Las losas ligeramente inclinadas de la cripta servían de lecho a los prisioneros, a cuyo cuello se ataban las gruesas cadenas fijadas a los muros.
Mucho menos siniestra, la planta baja alberga una exposición sobre la ruta jacobea. Se levanta en lo más alto de la calle del mismo nombre, en el emplazamiento de la antigua fortaleza de los reyes de Navarra. El edificio actual, del siglo XVII, acoge una escuela. Desde esta atalaya perfecta se domina toda la verde comarca de Garazi, desde los renombrados viñedos de Irulegi hasta las altas cimas de los Pirineos. Una mesa de orientación ayuda a identificar las aldeas, bosques y montañas que forman un magnífico cuadro ante los ojos de los visitantes.
Situada junto a la ciudadela, la puerta superior es el lugar por el que tradicionalmente entraban los peregrinos en la villa. Otro de los accesos medievales que se conservan es la Puerta de Notre Dame, que se abre hacia un esbelto puente del siglo XVII sobre el Errobi. En la otra orilla se extiende el antiguo barrio de los gremios, surcado por la rue d'Espagne, cuyos numerosos y hermosos edificios del siglo XVIII albergan la zona comercial de la villa.
Nexo de unión entre la ciudad vieja y los barrios más modernos, la plaza se halla presidida por el Ayuntamiento, un interesante edificio del siglo XVII. En ella se celebra cada lunes el mercado semanal, que inunda las calles de colores y aromas inconfundibles. Quesos, embutidos, vinos, frutas del tiempo y otras delicias de la comarca ocupan los puestos.
El Camino de Santiago abandona Saint Jean (Donibane Garazi, en euskera) por la rue d'Espagne para encaminarse hacia el collado de Lepoeder. La ascensión, que trepa hasta casi tocar el cielo, es una difícil prueba de resistencia que deben salvar los peregrinos antes de entrar en la península Ibérica. Tras muchos kilómetros entre parajes de alta montaña, nieblas y, a menudo, nieve, la ruta llega a lo más alto para comenzar el corto descenso hacia Roncesvalles.
Vigilando sus pasos desde muchos siglos antes de que se descubriera la tumba del apóstol, la torre romana de Urkulu se recorta sobre las montañas. Las razones de su construcción en lo alto de un picacho rocoso son aún una incógnita, pero las teorías apuntan a una atalaya de vigilancia que al mismo tiempo serviría de homenaje al poder de Roma. Una preciosa ruta trepa desde el collado de Arnostegi hasta el viejo torreón.
Tan apasionante como el propio paseo, la aproximación desde Saint-Jean-Pied-de-Port se realiza por una bucólica -pero empinada- carreterilla que serpentea durante diez kilómetros entre pastos y bordas solitarias.
Desde su estratégica situación en la antesala de los Pirineos, la ciudad guarda la llave de los grandes puertos que abren el camino hacia la península Ibérica. Fue el paso de la importante calzada romana Dax-Astorga el que inició el despegue de la comarca de Saint Jean.
Durante la Edad Media, Saint-Jean-Pied-de-Port se convirtió en la capital de los dominios navarros al norte de los Pirineos. El favor real y el paso de millones de peregrinos en camino hacia Santiago, hicieron de la ciudad el lugar carismático y entrañable que conocemos ahora.
La calle principal de la vieja ciudad medieval asciende desde la iglesia hasta la ciudadela. El templo-fortaleza es una hermosa obra gótica donde queda patente su pertenencia al reino navarro en las cadenas del escudo que aparecen esculpidas en el altar. Las casas y palacios que jalonan el resto de la empinada calle crean un hermoso collage donde se funden el blanco encalado con los coloridos entramados de madera.
En muchas de ellas se pueden ver inscripciones en la fachada y el año de construcción esculpido en los dinteles de las puertas. Llama especialmente la atención el viejo caserón que ocupa el número 32; se trata del edificio más antiguo de la villa, datado en 1510.
Poco más arriba nos topamos con la Casa de los Obispos y, a su lado, la famosa Prisión de los Obispos, en la que, pese a su denominación, nunca se encarceló a altos mandatarios eclesiásticos. Su sala subterránea, de bóveda ojival, y las inscripciones labradas en los marcos de sus puertas dan a esta vieja cárcel un toque siniestro. Las losas ligeramente inclinadas de la cripta servían de lecho a los prisioneros, a cuyo cuello se ataban las gruesas cadenas fijadas a los muros.
Mucho menos siniestra, la planta baja alberga una exposición sobre la ruta jacobea. Se levanta en lo más alto de la calle del mismo nombre, en el emplazamiento de la antigua fortaleza de los reyes de Navarra. El edificio actual, del siglo XVII, acoge una escuela. Desde esta atalaya perfecta se domina toda la verde comarca de Garazi, desde los renombrados viñedos de Irulegi hasta las altas cimas de los Pirineos. Una mesa de orientación ayuda a identificar las aldeas, bosques y montañas que forman un magnífico cuadro ante los ojos de los visitantes.
Situada junto a la ciudadela, la puerta superior es el lugar por el que tradicionalmente entraban los peregrinos en la villa. Otro de los accesos medievales que se conservan es la Puerta de Notre Dame, que se abre hacia un esbelto puente del siglo XVII sobre el Errobi. En la otra orilla se extiende el antiguo barrio de los gremios, surcado por la rue d'Espagne, cuyos numerosos y hermosos edificios del siglo XVIII albergan la zona comercial de la villa.
Nexo de unión entre la ciudad vieja y los barrios más modernos, la plaza se halla presidida por el Ayuntamiento, un interesante edificio del siglo XVII. En ella se celebra cada lunes el mercado semanal, que inunda las calles de colores y aromas inconfundibles. Quesos, embutidos, vinos, frutas del tiempo y otras delicias de la comarca ocupan los puestos.
El Camino de Santiago abandona Saint Jean (Donibane Garazi, en euskera) por la rue d'Espagne para encaminarse hacia el collado de Lepoeder. La ascensión, que trepa hasta casi tocar el cielo, es una difícil prueba de resistencia que deben salvar los peregrinos antes de entrar en la península Ibérica. Tras muchos kilómetros entre parajes de alta montaña, nieblas y, a menudo, nieve, la ruta llega a lo más alto para comenzar el corto descenso hacia Roncesvalles.
Vigilando sus pasos desde muchos siglos antes de que se descubriera la tumba del apóstol, la torre romana de Urkulu se recorta sobre las montañas. Las razones de su construcción en lo alto de un picacho rocoso son aún una incógnita, pero las teorías apuntan a una atalaya de vigilancia que al mismo tiempo serviría de homenaje al poder de Roma. Una preciosa ruta trepa desde el collado de Arnostegi hasta el viejo torreón.
Tan apasionante como el propio paseo, la aproximación desde Saint-Jean-Pied-de-Port se realiza por una bucólica -pero empinada- carreterilla que serpentea durante diez kilómetros entre pastos y bordas solitarias.
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