El Caramelero de Villovieco
Villovieco.- Algunos recordarán aquellos consejos que nos daban nuestros mayores cuando éramos pequeños, que además escuchábamos y atendíamos, no como los jóvenes de ahora, que ni escuchan ni entienden. En ellos nos decían aquello de «si viene un señor y te da un caramelo, no se le cojas y no te vayas con él». Bueno, pues cuando llegué a Villovieco, sentado en el pretil del puente que cruza el río Ucieza, me encontré a un señor que daba caramelos a todo el que pasaba. Además, si eras peregrino, te ponía un sello.
Ante el ofrecimiento, rápidamente me puse en guardia, pues se me disparó la memoria histórica, el gracejo y la confianza que daban la persona y la personalidad de Pepe Garrachón. Conocido ya en el Camino de Santiago como 'el caramelero de Villovieco', hizo que me parara a charlar con él, además de con su pequeña nieta y tres peregrinas húngaras de Budapest a las que daba palique, mientras todos chupábamos encantados sus ricos caramelos de cristal.
La escena puede parecerles imaginada, pero como verán por la foto es verídica. Pero si a pesar de todo no se lo creen, váyanse a dar una vuelta por Villovieco, que ya verán cómo allí está Pepe con su cestillo de caramelos y el tampón para poner los sellos.
Además, pueden hacerlo mañana, pues allí van a celebrar la comida del pueblo, donde por 4 euros te puedes poner como 'el Quico', que por cierto he preguntado en Villovieco y nadie sabe quién fue.
También pregunto a las jóvenes peregrinas húngaras, que me dijeron que eran de Budapest, la perla del Danubio, aunque yo creo que eran de un pueblo de al lado. Una de ellas, Úrsula -la de los ojos bonitos-, habla perfectamente castellano. Me dice que han iniciado la ruta jacobea en la localidad francesa de Saint Jean Pied de Port y que quieren llegar hasta Finisterre. Se las ve cansadas y me dicen que no lo llevan muy bien, pues parece que ha aumentado mucho el número de peregrinos que utilizan los albergues, y más de una noche les ha tocado dormir en el suelo, pues no había literas suficientes para todos los que allí buscaban refugio.
Me despido de Pepe 'el caramelero' y de las esforzadas peregrinas prometiéndoles que las mandaré por correo electrónico la página del periódico para que se vean, y me voy para el pueblo a ver lo que hay por allí.
Cuando llego, medio vecindario sale de misa, incluidos algunos de los hermanos Herrero, con uno de los cuales estudie Bachillerato. Ellos fueron los que rápidamente me organizaron una foto de familia en el pórtico de la iglesia.
Gente maja y hospitalaria esta de Villovieco, pues se sabe que ya en tiempos históricos tuvo un hospital dedicado a Nuestra Señora, San Sebastián, San Roque y Todos los Santos, donde se prestaba hospedaje a pobres y forasteros, aunque es de suponer que también diese asistencia a los peregrinos del Camino.
Y como yo era forastero, rápidamente la hermana del alcalde se me ofreció a enseñarme la iglesia parroquial, que también forma parte del grupo de templos que permanecen abiertos durante el verano en la ruta jacobea. Santa María de Villovieco es un sencillo edificio de una sola nave y crucero, construido en estilo renacentista avanzado y en el que sobresale su retablo mayor del XVIII, un buen Crucificado gótico al que le sobran las melenas, y la cajonería de nogal de su sacristía, una de las mejores de la provincia de Palencia, obra de Alonso de Hoz, de finales del siglo XVI.
Ante el ofrecimiento, rápidamente me puse en guardia, pues se me disparó la memoria histórica, el gracejo y la confianza que daban la persona y la personalidad de Pepe Garrachón. Conocido ya en el Camino de Santiago como 'el caramelero de Villovieco', hizo que me parara a charlar con él, además de con su pequeña nieta y tres peregrinas húngaras de Budapest a las que daba palique, mientras todos chupábamos encantados sus ricos caramelos de cristal.
La escena puede parecerles imaginada, pero como verán por la foto es verídica. Pero si a pesar de todo no se lo creen, váyanse a dar una vuelta por Villovieco, que ya verán cómo allí está Pepe con su cestillo de caramelos y el tampón para poner los sellos.
Además, pueden hacerlo mañana, pues allí van a celebrar la comida del pueblo, donde por 4 euros te puedes poner como 'el Quico', que por cierto he preguntado en Villovieco y nadie sabe quién fue.
También pregunto a las jóvenes peregrinas húngaras, que me dijeron que eran de Budapest, la perla del Danubio, aunque yo creo que eran de un pueblo de al lado. Una de ellas, Úrsula -la de los ojos bonitos-, habla perfectamente castellano. Me dice que han iniciado la ruta jacobea en la localidad francesa de Saint Jean Pied de Port y que quieren llegar hasta Finisterre. Se las ve cansadas y me dicen que no lo llevan muy bien, pues parece que ha aumentado mucho el número de peregrinos que utilizan los albergues, y más de una noche les ha tocado dormir en el suelo, pues no había literas suficientes para todos los que allí buscaban refugio.
Me despido de Pepe 'el caramelero' y de las esforzadas peregrinas prometiéndoles que las mandaré por correo electrónico la página del periódico para que se vean, y me voy para el pueblo a ver lo que hay por allí.
Cuando llego, medio vecindario sale de misa, incluidos algunos de los hermanos Herrero, con uno de los cuales estudie Bachillerato. Ellos fueron los que rápidamente me organizaron una foto de familia en el pórtico de la iglesia.
Gente maja y hospitalaria esta de Villovieco, pues se sabe que ya en tiempos históricos tuvo un hospital dedicado a Nuestra Señora, San Sebastián, San Roque y Todos los Santos, donde se prestaba hospedaje a pobres y forasteros, aunque es de suponer que también diese asistencia a los peregrinos del Camino.
Y como yo era forastero, rápidamente la hermana del alcalde se me ofreció a enseñarme la iglesia parroquial, que también forma parte del grupo de templos que permanecen abiertos durante el verano en la ruta jacobea. Santa María de Villovieco es un sencillo edificio de una sola nave y crucero, construido en estilo renacentista avanzado y en el que sobresale su retablo mayor del XVIII, un buen Crucificado gótico al que le sobran las melenas, y la cajonería de nogal de su sacristía, una de las mejores de la provincia de Palencia, obra de Alonso de Hoz, de finales del siglo XVI.
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